Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo |
IntroducciónLa principal razón por la que Washington se empeña en guerras, sanciones y operaciones clandestinas para asegurar su poder en el exterior es que sus clientes no consiguen ganar en elecciones libres.
Un breve repaso a resultados electorales recientes muestra el escaso atractivo que tienen para sus votantes los partidos apoyados por Washington. La mayoría de los electorados democráticos rechazan a los candidatos y partidos que apoyan la agenda global estadounidense: políticas económicas neoliberales; una política exterior muy militarizada; la colonización y anexión israelí de Palestina; concentración de la riqueza en el sector financiero; y escalada militar contra Rusia y China. Mientras la política de EE.UU. intenta volver a imponer el saqueo y el dominio de la década de los noventa mediante regímenes clientelares reciclados, los electorados democráticos desean avanzar mediante gobiernos menos belicosos y más inclusivos que restauren los derechos laborales y sociales.
Estados Unidos pretende imponer el mundo unipolar de la era Bush padre y Clinton y se muestra incapaz de reconocer los enormes cambios que ha experimentado la economía mundial, entre otros el ascenso de China y Rusia como potencias, la aparición de los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China) y otras organizaciones regionales y, sobre todo, el aumento de la conciencia democrática de los pueblos.
Al no poder convencer a los votantes mediante la razón o la manipulación, Washington ha optado por intervenir mediante la fuerza y financiar a organizaciones que subviertan el proceso electoral. La facilidad con que la política exterior de EE.UU. recurre a las armas y la coacción económica cuando no consigue el “resultado apropiado” mediante las urnas muestra su naturaleza profundamente reaccionaria. Reaccionaria tanto en sus fines como en los medios utilizados para conseguirlos. En la práctica, las políticas socioeconómicas imperiales aumentan las desigualdades y reducen el nivel de vida. Los medios para conseguir el poder, los instrumentos de esas políticas, que incluyen guerras, intervención y operaciones encubiertas, son similares a los de los regímenes extremistas y cuasi-fascistas de extrema derecha.
Elecciones libres y rechazo a los clientes de EE.UU.
Los partidos y candidatos apoyados por Estados Unidos han sufrido derrotas en todo el mundo, a pesar del generoso apoyo financiero y de las campañas de propaganda de los medios de comunicación de masas internacionales. Lo más sorprendente de estas derrotas electorales es que la inmensa mayoría de los adversarios no son anticapitalistas ni “socialistas” y que todos los clientes de EE.UU. son partidos y líderes de derecha o extrema derecha. Es decir, que el enfrentamiento se suele producir entre partidos de centro-izquierda y de derecha; lo que está en juego es reforma o reacción, una política exterior independiente o satelital.
Washington en Latinoamérica: Fracaso tras fracaso
En la última década, Washington respaldó a todos los candidatos neoliberales que fueron derrotados en América Latina y posteriormente intentó subvertir los resultados democráticos.
Bolivia
Desde 2005, Evo Morales, el dirigente de centro izquierda partidario de reformas sociales y una política exterior independiente, ha ganado tres elecciones presidenciales contra partidos de derecha apoyados por EE.UU., cada vez con un margen mayor. En 2008, expulsó al embajador estadounidense y a la DEA por intervenir en la política interna del país; en 2013 hizo lo mismo con la agencia de desarrollo USAID y la misión militar estadounidense, que habían apoyado un golpe de Estado fallido en el departamento de Santa Cruz.
Venezuela
A lo largo de los últimos quince años, el Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) y su predecesor han ganado todas las elecciones presidenciales y legislativas (excepto una), a pesar de las ayudas financieras valoradas en miles de millones de dólares de EE.UU. a los partidos opositores neoliberales. Incapaz de derrotar al gobierno de reformas radicales encabezado por Chávez, Washington respaldó un violento golpe de Estado (2002), un paro patronal (2002-03) y una serie de ataques paramilitares a líderes y activistas pro-democracia a lo largo de diez años.
Ecuador
Estados Unidos se ha opuesto al gobierno de centro-izquierda de Rafael Correa por expulsarle de su base militar de Manta, renegociar y rechazar el pago de parte de su deuda externa y apoyar pactos regionales que excluyen a EE.UU. Por estos motivos, Washington apoyó el golpe de Estado encabezado por la policía en 2010 que fue rápidamente derrotado.
Honduras
Durante el gobierno democráticamente elegido de Manuel Zelaya, de centro-izquierda, Honduras intentó estrechar sus relaciones con Venezuela para conseguir mayores ayudas económicas y acabar con su reputación de república bananera controlada por Estados Unidos. Washington fue incapaz de derrotarlo en las urnas y respondió apoyando un golpe militar (2009) que derrocó a Zelaya y puso de nuevo al país bajo el control estadounidense. Desde entonces, Honduras es tristemente el país latinoamericano que ha sufrido más asesinatos de líderes populares (200).
Brasil
El Partido de los Trabajadores ha ganado cuatro elecciones directas frente a los candidatos neoliberales apoyados por Washington, desde 2002 hasta las recientemente celebradas en 2014. La maquinaria de propaganda de EE.UU. -incluyendo el espionaje de la NSA a la presidenta Dilma Rousseff y a la compañía estatal de petróleo, Petrobras- y la prensa financiera internacional hicieron todo lo posible por desacreditar al gobierno reformista de centro-izquierda. Sus esfuerzos fueron en vano. Los votantes prefirieron al régimen social-liberal “inclusivo” que practica una política exterior independiente antes que a una oposición integrada en las políticas socialmente regresivas desacreditadas del régimen de Cardoso (1994-2002). Durante la campaña electoral previa a estas últimas elecciones, los especuladores financieros brasileños y estadounidenses intentaron crear temor en el electorado apostando en contra de la divisa brasileña (el real) y provocando una caída del mercado de valores. Pero no sirvió de nada. Roussef ganó con el 52% de los votos.
Argentina
En Argentina, una revuelta popular masiva acabó con el régimen neoliberal apoyado por EE.UU. del presidente De la Rua en 2001. A continuación, en 2003, el electorado se decantó por el gobierno de centro-izquierda de Kirchner frente al candidato derechista apoyado por Estados Unidos, Menem. Kirchner desarrolló un programa reformista imponiendo una moratoria sobre la deuda externa y combinando un alto crecimiento económico con importantes gastos sociales y una política exterior independiente. La oposición de Estados Unidos aumentó con la elección de su esposa Cristina Fernández. Las élites financieras, Wall Street y los tribunales y el Tesoro de EE.UU. intervinieron para desestabilizar al gobierno, tras fracasar en la reelección de Fernández. Las presiones financieras extraparlamentarias se han unido al apoyo económico y político a los políticos derechistas en preparación para las elecciones de 2015.
Con anterioridad, en 1976, Estados Unidos apoyó el golpe militar y el terror político que provocaron la muerte de 30.000 activistas y militantes. En 2014, Estados Unidos ha apoyado un “golpe financiero” al tomar partido desde los tribunales por los “fondos buitre”, sembrando el terror financiero en los mercados internacionales contra un gobierno elegido democráticamente.
Paraguay
El presidente Fernando Lugo era un antiguo obispo moderado que proponía un programa descafeinado de centro-izquierda. A pesar de ello, algunos de los temas que puso sobre la mesa entraban en conflicto con la agenda extremista de Washington, entre ellos la entrada de Paraguay en los organismos regionales que excluyen a EE.UU., como Mercosur. Lugo contaba con el apoyo de los trabajadores rurales sin tierra y mantuvo lazos con otros regímenes de centro-izquierda latinoamericanos. Fue depuesto por el Congreso en 2012, en un más que dudoso “golpe institucional” que rápidamente recibió el respaldo de la Casa Blanca, y fue reemplazado por el neoliberal Federico Franco, que mantenía estrechos lazos con Washington y era hostil a Venezuela.
Amenazas globales de Estados Unidos a la democracia
Las trabas a la democracia impuestas por Estados Unidos cuando formaciones políticas de centro-izquierda compiten por el poder no se limita a Latinoamérica. ¡Ahora ha adquirido dimensiones globales!
Ucrania
El ejemplo más notorio es el de Ucrania, a la que Estados Unidos dedicó más de 6.000 millones de dólares a lo largo de quince años. Washington financió, organizó y apoyó a las fuerzas de choque favorables a la OTAN que derrocaron al régimen elegido democráticamente del presidente Yevtushenko, que intentaba equilibrar los vínculos con Rusia y Occidente. En febrero de 2014, un levantamiento armado y una revuelta de masas provocaron la caída del gobierno electo y la imposición de un régimen títere completamente dependiente de Estados Unidos. Los golpistas violentos encontraron resistencia por parte de muchos activistas pro-democracia del este del país. La junta de Kiev dirigida por Petro Poroshenko envió tropas por tierra y aire para reprimir la resistencia popular con el apoyo unánime de EE.UU y la UE. Cuando el régimen derechista de Kiev decidió imponer su control sobre Crimea y romper el tratado militar que permitía el uso de sus bases por Rusia, los ciudadanos de Crimea votaron (con una gran mayoría del 85%) para decidir su escisión y la unión con Rusia.
Tanto en Ucrania como en Crimea, la política estadounidense tenía como objetivo imponer por la fuerza la subordinación de la democracia al plan de la OTAN para rodear a Rusia y debilitar su gobierno elegido democráticamente.
Rusia
Tras la elección de Vladimir Putin como presidente, Estados Unidos organizó y financió un gran número de grupos de estudio (think tanks) y ONG entre la oposición para desestabilizar al gobierno. Las manifestaciones a gran escala organizadas por estas ONG tuvieron gran eco en todos los medios de comunicación occidentales.
Incapaces de asegurar una mayoría electoral tras sufrir una serie de derrotas en elecciones legislativas y presidenciales y utilizando el pretexto de la “intervención” rusa en Ucrania, Estados Unidos y la UE declararon una guerra económica a gran escala contra Rusia. Se aprobaron sanciones económicas con la esperanza de crear un colapso económico y una revuelta popular. Pero nada de esto ha ocurrido. Putin ha aumentado su popularidad y mejorado su posición en Rusia y ha consolidado relaciones con China y otros países BRIC.
En resumen, Washington ha recurrido a revueltas populares, cercos militares y una escalada de las sanciones económicas para derrocar a gobiernos independientes en Ucrania, Crimea y Rusia.
Irán
Irán celebra elecciones periódicas en las que compiten partidos pro y anti occidentales. Irán ha despertado la ira de Washington por su apoyo a la liberación de Palestina del yugo israelí; su oposición a los estados absolutistas del Golfo Pérsico; y sus vínculos con Siria, Líbano (Hezbolá) y el Iraq post-Saddam Hussein. Por lo tanto, Estados Unidos ha impuesto sanciones económicas con el fin de paralizar su economía y sus finanzas y ha sufragado ONG y facciones políticas entre la oposición pro-occidental neoliberal. Ante su incapacidad para derrotar electoralmente a la élite islamista en el poder, ha optado por desestabilizar el país mediante sanciones para alterar su economía, asesinar a científicos y librar una ciberguerra.
Egipto
Washington fue un fiel aliado de la dictadura de Hosni Mubarak durante más de tres decenios. Tras la revuelta popular de 2011, que consiguió derrocar al régimen, Washington mantuvo y fortaleció sus lazos con la policía, el ejército y el aparato de inteligencia de Mubarak. Al mismo tiempo que promovía una alianza entre el ejército y el recién electo presidente Mohamed Morsi, Washington financió a ONG que actuaron para subvertir al gobierno mediante manifestaciones masivas. El ejército, encabezado por el general Abdel Fattah el-Sisi, favorable a EE.UU., ilegalizó a la Hermandad Musulmana y abolió las libertades democráticas.
Inmediatamente, Washington renovó la asistencia militar y económica a la dictadura de Sisi, reforzando sus lazos con el régimen autoritario. En línea con la política estadounidense e israelí, el General Sisi intensificó el bloqueo a Gaza, aliado con Arabia Saudí y los déspotas del Golfo, reforzó sus lazos con el FMI y puso en marcha un programa neoliberal regresivo, eliminando las subvenciones al combustible y los alimentos y reduciendo los impuestos a las grandes empresas. El apoyo al golpe de Estado y la restauración de la dictadura era la única manera en que Washington podía asegurar la permanencia de clientes leales en el norte de África.
Libia
Estados Unidos, la OTAN y sus aliados del Golfo tuvieron que recurrir a la guerra contra el gobierno popular y de bienestar del Coronel Gadafi (2011) como único modo de acabar con él. Incapaces de derrotarlo mediante la subversión interna y de desestabilizar su economía, Washington y sus secuaces de la OTAN lanzaron cientos de bombardeos acompañados de envíos de armamento a los sátrapas islámicos locales, clanes, tribus y otros grupos autoritarios. El posterior “proceso electoral” careció de las mínimas garantías políticas y estuvo plagado de corrupción, violencia y caos, produciendo diversos centros de poder rivales. Washington optó por debilitar los procedimientos democráticos produciendo un mundo violento y hobbesiano y sustituyendo un régimen popular de bienestar por el caos y el terrorismo.
Palestina
La política de Washington se ha caracterizado por el apoyo a la ocupación y colonización de territorio palestino, los bombardeos salvajes y la destrucción generalizada de Gaza. La determinación israelí de acabar con el gobierno democráticamente elegido de Hamás ha contado con el apoyo incondicional de EE.UU. El régimen colonial israelí ha implantado colonias racistas y armadas a lo largo de toda Cisjordania, financiadas por el gobierno estadounidense, inversores privados y donantes sionistas de EE.UU. Cuando han tenido que optar entre un régimen nacionalista democráticamente elegido, Hamás, y un régimen militarista brutal, Israel, los legisladores estadounidenses no han dejado de apoyar a Israel en su propósito de destruir el mini-Estado palestino.
Líbano
Estados Unidos, junto con Arabia Saudí e Israel, se ha opuesto a la coalición de gobierno dirigida por Hezbolá que ganó las elecciones en 2011. Asimismo, apoyó la invasión israelí de 2006, que fue derrotada por las milicias de Hezbolá, y a la coalición de derechas liderada por Hariri (2008-2011) que perdió las elecciones en 2011. Su intención era desestabilizar la sociedad apoyando a los extremistas suníes, especialmente en el norte de Líbano. Al carecer de suficiente respaldo electoral para convertir el Líbano en un Estado clientelar, Washington se basa en las incursiones militares israelíes y en los terroristas con base en Siria para desestabilizar al gobierno elegido democráticamente.
Siria
El régimen sirio de Bashar al-Asad ha sido blanco de la enemistad de Estados Unidos, la Unión Europea, Arabia Saudí e Israel a causa de su apoyo a Palestina, sus lazos con Irak, Irán, Rusia y Hezbolá. Asimismo, su oposición al despotismo de los estados del Golfo y su negativa a convertirse en un Estado clientelar de EE.UU. le ha supuesto la hostilidad de la OTAN. Bajo presiones de su oposición democrática interna y sus aliados externos, Rusia e Irán, el régimen de Asad convocó una conferencia de partidos opositores, líderes y grupos no violentos con el fin de hallar una solución electoral al conflicto actual. Pero Washington y sus aliados rechazaron la vía de resolución democrática, prefiriendo financiar y armar, con ayuda de Turquía y los países del Golfo, a miles de extremistas islámicos que invadieron el país. El resultado directo de la decisión de Washington de conseguir un “cambio de régimen” mediante el conflicto armado ha sido más de un millón de refugiados y 200.000 muertos entre la población.
China
China se ha convertido en la mayor economía del mundo, el líder comercial e inversor del planeta. Ha sustituido a Estados Unidos y la Unión Europea en los mercados asiáticos, africanos y latinoamericanos. Obligado a hacer frente a la competencia económica pacífica y a propuestas de acuerdos comerciales beneficiosos para ambas partes, Washington ha escogido llevar adelante una política de cerco militar, desestabilización interna y acuerdos de integración en el área del Pacífico que excluyen a China. Estados Unidos ha ampliado sus instalaciones militares y sus bases en Japón, Australia, y las Filipinas. Ha incrementado la vigilancia naval y aérea en los límites fronterizos chinos dando alas a las reclamaciones marítimas de sus vecinos y amenazando las vías marítimas vitales para el país.
EE.UU. ha dado su apoyo a los separatistas violentos de la región autónoma Uigur, a terroristas tibetanos y a las protestas populares de Hong Kong, con el fin de fragmentar y desacreditar el gobierno chino sobre su territorio soberano. El fomento de la separación mediante métodos violentos ha provocado una dura represión, que crea malestar entre sus ciudadanos y ceba las críticas de la prensa occidental. La clave de la oposición estadounidense al ascenso económico chino es política: fomento de las divisiones internas y debilitamiento de la autoridad central. La democratización que pretenden los ciudadanos chinos tiene poco que ver con el sainete de “democracia” financiado por Estados Unidos en Hong Kong o la violencia separatista de las provincias.
Los esfuerzos estadounidenses por excluir a China de los principales acuerdos comerciales y de inversión asiáticos han resultado un fracaso irrisorio. Los principales aliados de EE.UU., Japón y Australia, tienen una fuerte dependencia del mercado chino. Los aliados (de libre comercio) de Washington en América Latina (Colombia, Perú, Chile y México) están ansiosos por incrementar su comercio con China. India y China están camino de suscribir acuerdos inversores y comerciales multimillonarios con China y la política de exclusión económica de Washington ha sido abortada desde su inicio.
En resumen, la decisión estadounidense de primar la confrontación frente a la conciliación y la asociación, el cerco militar frente a la cooperación y la exclusión frente a la inclusión es lo contrario a una política exterior democrática diseñada para promover la democracia en China y otros lugares. La opción autoritaria para conseguir una supremacía inalcanzable en Asia no es una virtud, sino un signo de debilidad y decadencia.
Conclusión
En nuestra revisión global de las políticas de Estados Unidos frente a la democracia, los gobiernos de centro-izquierda y las elecciones libres podemos encontrar innumerables pruebas de oposición y hostilidad sistemáticas. La base política de la “guerra contra el terrorismo” de Washington es un ataque planetario y continuado pernicioso contra los gobiernos independientes, especialmente aquellos de centro-izquierda que se proponen seriamente reducir la pobreza y la desigualdad.
Los métodos elegidos por Washington para llevarla a cabo oscilan desde la financiación de partidos políticos derechistas a través de USAID y otras ONG, hasta el respaldo a golpes militares violentos; desde el apoyo a las revueltas callejeras destinadas a la desestabilización hasta invasiones aéreas y terrestres. La hostilidad de Washington ante los procesos democráticos no se limita a determinada región o grupo religioso, étnico o racial. Estados Unidos ha bombardeado africanos negros en Libia, organizado golpes de Estado en Latinoamérica contra indígenas y cristianos en Bolivia, apoyado guerras contra musulmanes en Irak, Palestina y Siria, financiado “batallones” neofascistas y ataques armados contra cristianos ortodoxos en el este de Ucrania y denunciado a ateos en China y Rusia.
Washington subvenciona y apoya elecciones únicamente cuando las ganan los regímenes clientelares neoliberales y se dedica a desestabilizar sistemáticamente los gobiernos de centro-izquierda opuestos a sus políticas imperiales.
Ninguno de los objetivos de las agresiones estadounidenses es, estrictamente hablando, anticapitalista. Bolivia, Ecuador, Brasil y Argentina son regímenes capitalistas que pretenden regular, fiscalizar y reducir las disparidades de riqueza mediante reformas moderadas del bienestar.
A lo largo de todo el mundo, Washington apoya a los grupos políticos extremistas ocupados en actividades violentas y anticonstitucionales que acosan a dirigentes democráticos y a sus partidarios. El régimen golpista de Honduras ha asesinado a cientos de activistas demócratas, campesinos pobres y trabajadores rurales, tanto dirigentes como simples militantes.
Los yihadistas armados por Estados Unidos para combatir en Libia han perdido el favor de sus mentores de la OTAN y ahora están en guerra unos contra otros, ocupados en masacrarse mutuamente.
Dondequiera que se han producido intervenciones estadounidenses en Asia central y meridional, norte de África, América Central y el Cáucaso, los grupos de extrema derecha han sido, al menos durante un tiempo, los principales aliados de Washington y Bruselas.
Las fuerzas favorables a la OTAN y la UE en Ucrania incluyen a un fuerte contingente de neonazis, bandas paramilitares y cuadros del ejército propensos a bombardear barrios civiles con bombas de racimo.
En Venezuela, las fuerzas terroristas paramilitares y los extremistas políticos bajo la nómina de Washington asesinaron a un líder socialista del Congreso y a docenas de izquierdistas.
En México, Estados Unidos ha asesorado, financiado y apoyado regímenes derechistas cuyas fuerzas militares, paramilitares y narcoterroristas recientemente asesinaron y quemaron vivos a 43 estudiantes de magisterio y que están implicadas en la muerte de otros 100.000 ciudadanos en menos de un decenio.
En los últimos once años, Estados Unidos ha inyectado más de 6.000 millones de dólares en asistencia militar a Colombia, creando seis bases militares y varios miles de comandos de operaciones especiales, duplicando el tamaño del ejército colombiano. Como resultado, miles de activistas de derechos humanos y de la sociedad civil, periodistas, líderes sindicales y campesinos han sido asesinados. Más de tres millones de pequeños campesinos han sido expulsados de sus tierras.
Los medios de comunicación mayoritarios encubren estas decisiones de EE.UU. de apoyar a la extrema derecha, describiendo a los gobiernos que asesinan en masa como “regímenes de centro-derecha” o “moderados”: perversiones lingüísticas o eufemismos grotescos tan estrafalarios como las actividades bárbaras perpetradas por la Casa Blanca.
No hay crimen que no se cometa para conseguir la supremacía mundial, ninguna democracia que se oponga puede ser tolerada. Ni siquiera países tan pequeños como Honduras y Somalia o tan grandes y poderosos como Rusia y China escapan a la ira y la desestabilización encubierta de la Casa Blanca.
La búsqueda de la dominación mundial va de la mano de la creencia subjetiva en “el triunfo de la voluntad”. La supremacía global depende por completo de la fuerza y la violencia, de la destrucción de un país tras otro: bombardeos masivos en Yugoslavia, Irak, Afganistán y Libia; guerras por delegación en Somalia, Yemen y Ucrania; asesinatos masivos en Colombia, México y Siria.
No obstante, la propagación de los “campos de exterminio” se ha topado con ciertos límites. En Venezuela, Ecuador y Bolivia, los procesos democráticos están siendo defendidos por movimientos ciudadanos consolidados. La proliferación de golpes de Estado violentos con el apoyo del Imperio se ve obstaculizada por el advenimiento de otras potencias globales. Tanto China en el Lejano Oriente como Rusia en Crimea y el este de Ucrania han adoptado medidas enérgicas para limitar la expansión imperial estadounidense.
En el ámbito de la ONU, el presidente de Estados Unidos y su delegada, Samantha Powers, despotrican llevados por el paroxismo contra Rusia, calificándola de “el mayor Estado terrorista del mundo” por su resistencia a verse cercada militarmente y a la anexión violenta de Ucrania. El extremismo, el autoritarismo y la insensatez política no conocen fronteras. El extraordinario crecimiento de la policía política secreta, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), la destrucción de las garantías constitucionales, la conversión de los procesos electorales en farsas multimillonarias controladas por las élites, la creciente impunidad de la policía en los asesinatos a civiles, todo ello sugiere que la conquista violenta del dominio mundial necesita la existencia de un Estado policial totalitario dentro de Estados Unidos.
Los movimientos ciudadanos, los partidos y gobiernos de centro-izquierda coherentes, los trabajadores organizados, en Latinoamérica, Asia y Europa, han demostrado que es posible derrotar a los extremistas autoritarios delegados de Washington. Es posible revertir las desastrosas políticas neoliberales. A pesar de los esfuerzos imperiales por impedirlo, es posible crear leyes que defiendan los estados de bienestar y la reducción de la pobreza, el desempleo y las desigualdades.
La inmensa mayoría de los estadounidense, aquí y ahora, se oponen rotundamente a Wall Street, las grandes empresas y el sector financiero. Tres cuartas partes del pueblo estadounidense desprecian a la Presidencia y al Congreso de su país y se oponen a las guerras en el exterior. El público norteamericano tiene sus propias razones e intereses para compartir con los movimientos a favor de la democracia de todo el mundo una enemistad común hacia Washington y su búsqueda del poder mundial. Aquí y ahora, en los Estados Unidos de América, debemos aprender y construir nuestros propios instrumentos políticos democráticos poderosos.
Debemos contener y derrotar “la razón de la fuerza”, la insensatez política que conforma la “voluntad de poder” de Washington, mediante “la fuerza de la razón”. Tenemos que deconstruir el Imperio para reconstruir la República. Debemos detener nuestras intervenciones contra la democracia en el exterior para construir una república democrática del bienestar en casa.
Un breve repaso a resultados electorales recientes muestra el escaso atractivo que tienen para sus votantes los partidos apoyados por Washington. La mayoría de los electorados democráticos rechazan a los candidatos y partidos que apoyan la agenda global estadounidense: políticas económicas neoliberales; una política exterior muy militarizada; la colonización y anexión israelí de Palestina; concentración de la riqueza en el sector financiero; y escalada militar contra Rusia y China. Mientras la política de EE.UU. intenta volver a imponer el saqueo y el dominio de la década de los noventa mediante regímenes clientelares reciclados, los electorados democráticos desean avanzar mediante gobiernos menos belicosos y más inclusivos que restauren los derechos laborales y sociales.
Estados Unidos pretende imponer el mundo unipolar de la era Bush padre y Clinton y se muestra incapaz de reconocer los enormes cambios que ha experimentado la economía mundial, entre otros el ascenso de China y Rusia como potencias, la aparición de los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China) y otras organizaciones regionales y, sobre todo, el aumento de la conciencia democrática de los pueblos.
Al no poder convencer a los votantes mediante la razón o la manipulación, Washington ha optado por intervenir mediante la fuerza y financiar a organizaciones que subviertan el proceso electoral. La facilidad con que la política exterior de EE.UU. recurre a las armas y la coacción económica cuando no consigue el “resultado apropiado” mediante las urnas muestra su naturaleza profundamente reaccionaria. Reaccionaria tanto en sus fines como en los medios utilizados para conseguirlos. En la práctica, las políticas socioeconómicas imperiales aumentan las desigualdades y reducen el nivel de vida. Los medios para conseguir el poder, los instrumentos de esas políticas, que incluyen guerras, intervención y operaciones encubiertas, son similares a los de los regímenes extremistas y cuasi-fascistas de extrema derecha.
Elecciones libres y rechazo a los clientes de EE.UU.
Los partidos y candidatos apoyados por Estados Unidos han sufrido derrotas en todo el mundo, a pesar del generoso apoyo financiero y de las campañas de propaganda de los medios de comunicación de masas internacionales. Lo más sorprendente de estas derrotas electorales es que la inmensa mayoría de los adversarios no son anticapitalistas ni “socialistas” y que todos los clientes de EE.UU. son partidos y líderes de derecha o extrema derecha. Es decir, que el enfrentamiento se suele producir entre partidos de centro-izquierda y de derecha; lo que está en juego es reforma o reacción, una política exterior independiente o satelital.
Washington en Latinoamérica: Fracaso tras fracaso
En la última década, Washington respaldó a todos los candidatos neoliberales que fueron derrotados en América Latina y posteriormente intentó subvertir los resultados democráticos.
Bolivia
Desde 2005, Evo Morales, el dirigente de centro izquierda partidario de reformas sociales y una política exterior independiente, ha ganado tres elecciones presidenciales contra partidos de derecha apoyados por EE.UU., cada vez con un margen mayor. En 2008, expulsó al embajador estadounidense y a la DEA por intervenir en la política interna del país; en 2013 hizo lo mismo con la agencia de desarrollo USAID y la misión militar estadounidense, que habían apoyado un golpe de Estado fallido en el departamento de Santa Cruz.
Venezuela
A lo largo de los últimos quince años, el Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) y su predecesor han ganado todas las elecciones presidenciales y legislativas (excepto una), a pesar de las ayudas financieras valoradas en miles de millones de dólares de EE.UU. a los partidos opositores neoliberales. Incapaz de derrotar al gobierno de reformas radicales encabezado por Chávez, Washington respaldó un violento golpe de Estado (2002), un paro patronal (2002-03) y una serie de ataques paramilitares a líderes y activistas pro-democracia a lo largo de diez años.
Ecuador
Estados Unidos se ha opuesto al gobierno de centro-izquierda de Rafael Correa por expulsarle de su base militar de Manta, renegociar y rechazar el pago de parte de su deuda externa y apoyar pactos regionales que excluyen a EE.UU. Por estos motivos, Washington apoyó el golpe de Estado encabezado por la policía en 2010 que fue rápidamente derrotado.
Honduras
Durante el gobierno democráticamente elegido de Manuel Zelaya, de centro-izquierda, Honduras intentó estrechar sus relaciones con Venezuela para conseguir mayores ayudas económicas y acabar con su reputación de república bananera controlada por Estados Unidos. Washington fue incapaz de derrotarlo en las urnas y respondió apoyando un golpe militar (2009) que derrocó a Zelaya y puso de nuevo al país bajo el control estadounidense. Desde entonces, Honduras es tristemente el país latinoamericano que ha sufrido más asesinatos de líderes populares (200).
Brasil
El Partido de los Trabajadores ha ganado cuatro elecciones directas frente a los candidatos neoliberales apoyados por Washington, desde 2002 hasta las recientemente celebradas en 2014. La maquinaria de propaganda de EE.UU. -incluyendo el espionaje de la NSA a la presidenta Dilma Rousseff y a la compañía estatal de petróleo, Petrobras- y la prensa financiera internacional hicieron todo lo posible por desacreditar al gobierno reformista de centro-izquierda. Sus esfuerzos fueron en vano. Los votantes prefirieron al régimen social-liberal “inclusivo” que practica una política exterior independiente antes que a una oposición integrada en las políticas socialmente regresivas desacreditadas del régimen de Cardoso (1994-2002). Durante la campaña electoral previa a estas últimas elecciones, los especuladores financieros brasileños y estadounidenses intentaron crear temor en el electorado apostando en contra de la divisa brasileña (el real) y provocando una caída del mercado de valores. Pero no sirvió de nada. Roussef ganó con el 52% de los votos.
Argentina
En Argentina, una revuelta popular masiva acabó con el régimen neoliberal apoyado por EE.UU. del presidente De la Rua en 2001. A continuación, en 2003, el electorado se decantó por el gobierno de centro-izquierda de Kirchner frente al candidato derechista apoyado por Estados Unidos, Menem. Kirchner desarrolló un programa reformista imponiendo una moratoria sobre la deuda externa y combinando un alto crecimiento económico con importantes gastos sociales y una política exterior independiente. La oposición de Estados Unidos aumentó con la elección de su esposa Cristina Fernández. Las élites financieras, Wall Street y los tribunales y el Tesoro de EE.UU. intervinieron para desestabilizar al gobierno, tras fracasar en la reelección de Fernández. Las presiones financieras extraparlamentarias se han unido al apoyo económico y político a los políticos derechistas en preparación para las elecciones de 2015.
Con anterioridad, en 1976, Estados Unidos apoyó el golpe militar y el terror político que provocaron la muerte de 30.000 activistas y militantes. En 2014, Estados Unidos ha apoyado un “golpe financiero” al tomar partido desde los tribunales por los “fondos buitre”, sembrando el terror financiero en los mercados internacionales contra un gobierno elegido democráticamente.
Paraguay
El presidente Fernando Lugo era un antiguo obispo moderado que proponía un programa descafeinado de centro-izquierda. A pesar de ello, algunos de los temas que puso sobre la mesa entraban en conflicto con la agenda extremista de Washington, entre ellos la entrada de Paraguay en los organismos regionales que excluyen a EE.UU., como Mercosur. Lugo contaba con el apoyo de los trabajadores rurales sin tierra y mantuvo lazos con otros regímenes de centro-izquierda latinoamericanos. Fue depuesto por el Congreso en 2012, en un más que dudoso “golpe institucional” que rápidamente recibió el respaldo de la Casa Blanca, y fue reemplazado por el neoliberal Federico Franco, que mantenía estrechos lazos con Washington y era hostil a Venezuela.
Amenazas globales de Estados Unidos a la democracia
Las trabas a la democracia impuestas por Estados Unidos cuando formaciones políticas de centro-izquierda compiten por el poder no se limita a Latinoamérica. ¡Ahora ha adquirido dimensiones globales!
Ucrania
El ejemplo más notorio es el de Ucrania, a la que Estados Unidos dedicó más de 6.000 millones de dólares a lo largo de quince años. Washington financió, organizó y apoyó a las fuerzas de choque favorables a la OTAN que derrocaron al régimen elegido democráticamente del presidente Yevtushenko, que intentaba equilibrar los vínculos con Rusia y Occidente. En febrero de 2014, un levantamiento armado y una revuelta de masas provocaron la caída del gobierno electo y la imposición de un régimen títere completamente dependiente de Estados Unidos. Los golpistas violentos encontraron resistencia por parte de muchos activistas pro-democracia del este del país. La junta de Kiev dirigida por Petro Poroshenko envió tropas por tierra y aire para reprimir la resistencia popular con el apoyo unánime de EE.UU y la UE. Cuando el régimen derechista de Kiev decidió imponer su control sobre Crimea y romper el tratado militar que permitía el uso de sus bases por Rusia, los ciudadanos de Crimea votaron (con una gran mayoría del 85%) para decidir su escisión y la unión con Rusia.
Tanto en Ucrania como en Crimea, la política estadounidense tenía como objetivo imponer por la fuerza la subordinación de la democracia al plan de la OTAN para rodear a Rusia y debilitar su gobierno elegido democráticamente.
Rusia
Tras la elección de Vladimir Putin como presidente, Estados Unidos organizó y financió un gran número de grupos de estudio (think tanks) y ONG entre la oposición para desestabilizar al gobierno. Las manifestaciones a gran escala organizadas por estas ONG tuvieron gran eco en todos los medios de comunicación occidentales.
Incapaces de asegurar una mayoría electoral tras sufrir una serie de derrotas en elecciones legislativas y presidenciales y utilizando el pretexto de la “intervención” rusa en Ucrania, Estados Unidos y la UE declararon una guerra económica a gran escala contra Rusia. Se aprobaron sanciones económicas con la esperanza de crear un colapso económico y una revuelta popular. Pero nada de esto ha ocurrido. Putin ha aumentado su popularidad y mejorado su posición en Rusia y ha consolidado relaciones con China y otros países BRIC.
En resumen, Washington ha recurrido a revueltas populares, cercos militares y una escalada de las sanciones económicas para derrocar a gobiernos independientes en Ucrania, Crimea y Rusia.
Irán
Irán celebra elecciones periódicas en las que compiten partidos pro y anti occidentales. Irán ha despertado la ira de Washington por su apoyo a la liberación de Palestina del yugo israelí; su oposición a los estados absolutistas del Golfo Pérsico; y sus vínculos con Siria, Líbano (Hezbolá) y el Iraq post-Saddam Hussein. Por lo tanto, Estados Unidos ha impuesto sanciones económicas con el fin de paralizar su economía y sus finanzas y ha sufragado ONG y facciones políticas entre la oposición pro-occidental neoliberal. Ante su incapacidad para derrotar electoralmente a la élite islamista en el poder, ha optado por desestabilizar el país mediante sanciones para alterar su economía, asesinar a científicos y librar una ciberguerra.
Egipto
Washington fue un fiel aliado de la dictadura de Hosni Mubarak durante más de tres decenios. Tras la revuelta popular de 2011, que consiguió derrocar al régimen, Washington mantuvo y fortaleció sus lazos con la policía, el ejército y el aparato de inteligencia de Mubarak. Al mismo tiempo que promovía una alianza entre el ejército y el recién electo presidente Mohamed Morsi, Washington financió a ONG que actuaron para subvertir al gobierno mediante manifestaciones masivas. El ejército, encabezado por el general Abdel Fattah el-Sisi, favorable a EE.UU., ilegalizó a la Hermandad Musulmana y abolió las libertades democráticas.
Inmediatamente, Washington renovó la asistencia militar y económica a la dictadura de Sisi, reforzando sus lazos con el régimen autoritario. En línea con la política estadounidense e israelí, el General Sisi intensificó el bloqueo a Gaza, aliado con Arabia Saudí y los déspotas del Golfo, reforzó sus lazos con el FMI y puso en marcha un programa neoliberal regresivo, eliminando las subvenciones al combustible y los alimentos y reduciendo los impuestos a las grandes empresas. El apoyo al golpe de Estado y la restauración de la dictadura era la única manera en que Washington podía asegurar la permanencia de clientes leales en el norte de África.
Libia
Estados Unidos, la OTAN y sus aliados del Golfo tuvieron que recurrir a la guerra contra el gobierno popular y de bienestar del Coronel Gadafi (2011) como único modo de acabar con él. Incapaces de derrotarlo mediante la subversión interna y de desestabilizar su economía, Washington y sus secuaces de la OTAN lanzaron cientos de bombardeos acompañados de envíos de armamento a los sátrapas islámicos locales, clanes, tribus y otros grupos autoritarios. El posterior “proceso electoral” careció de las mínimas garantías políticas y estuvo plagado de corrupción, violencia y caos, produciendo diversos centros de poder rivales. Washington optó por debilitar los procedimientos democráticos produciendo un mundo violento y hobbesiano y sustituyendo un régimen popular de bienestar por el caos y el terrorismo.
Palestina
La política de Washington se ha caracterizado por el apoyo a la ocupación y colonización de territorio palestino, los bombardeos salvajes y la destrucción generalizada de Gaza. La determinación israelí de acabar con el gobierno democráticamente elegido de Hamás ha contado con el apoyo incondicional de EE.UU. El régimen colonial israelí ha implantado colonias racistas y armadas a lo largo de toda Cisjordania, financiadas por el gobierno estadounidense, inversores privados y donantes sionistas de EE.UU. Cuando han tenido que optar entre un régimen nacionalista democráticamente elegido, Hamás, y un régimen militarista brutal, Israel, los legisladores estadounidenses no han dejado de apoyar a Israel en su propósito de destruir el mini-Estado palestino.
Líbano
Estados Unidos, junto con Arabia Saudí e Israel, se ha opuesto a la coalición de gobierno dirigida por Hezbolá que ganó las elecciones en 2011. Asimismo, apoyó la invasión israelí de 2006, que fue derrotada por las milicias de Hezbolá, y a la coalición de derechas liderada por Hariri (2008-2011) que perdió las elecciones en 2011. Su intención era desestabilizar la sociedad apoyando a los extremistas suníes, especialmente en el norte de Líbano. Al carecer de suficiente respaldo electoral para convertir el Líbano en un Estado clientelar, Washington se basa en las incursiones militares israelíes y en los terroristas con base en Siria para desestabilizar al gobierno elegido democráticamente.
Siria
El régimen sirio de Bashar al-Asad ha sido blanco de la enemistad de Estados Unidos, la Unión Europea, Arabia Saudí e Israel a causa de su apoyo a Palestina, sus lazos con Irak, Irán, Rusia y Hezbolá. Asimismo, su oposición al despotismo de los estados del Golfo y su negativa a convertirse en un Estado clientelar de EE.UU. le ha supuesto la hostilidad de la OTAN. Bajo presiones de su oposición democrática interna y sus aliados externos, Rusia e Irán, el régimen de Asad convocó una conferencia de partidos opositores, líderes y grupos no violentos con el fin de hallar una solución electoral al conflicto actual. Pero Washington y sus aliados rechazaron la vía de resolución democrática, prefiriendo financiar y armar, con ayuda de Turquía y los países del Golfo, a miles de extremistas islámicos que invadieron el país. El resultado directo de la decisión de Washington de conseguir un “cambio de régimen” mediante el conflicto armado ha sido más de un millón de refugiados y 200.000 muertos entre la población.
China
China se ha convertido en la mayor economía del mundo, el líder comercial e inversor del planeta. Ha sustituido a Estados Unidos y la Unión Europea en los mercados asiáticos, africanos y latinoamericanos. Obligado a hacer frente a la competencia económica pacífica y a propuestas de acuerdos comerciales beneficiosos para ambas partes, Washington ha escogido llevar adelante una política de cerco militar, desestabilización interna y acuerdos de integración en el área del Pacífico que excluyen a China. Estados Unidos ha ampliado sus instalaciones militares y sus bases en Japón, Australia, y las Filipinas. Ha incrementado la vigilancia naval y aérea en los límites fronterizos chinos dando alas a las reclamaciones marítimas de sus vecinos y amenazando las vías marítimas vitales para el país.
EE.UU. ha dado su apoyo a los separatistas violentos de la región autónoma Uigur, a terroristas tibetanos y a las protestas populares de Hong Kong, con el fin de fragmentar y desacreditar el gobierno chino sobre su territorio soberano. El fomento de la separación mediante métodos violentos ha provocado una dura represión, que crea malestar entre sus ciudadanos y ceba las críticas de la prensa occidental. La clave de la oposición estadounidense al ascenso económico chino es política: fomento de las divisiones internas y debilitamiento de la autoridad central. La democratización que pretenden los ciudadanos chinos tiene poco que ver con el sainete de “democracia” financiado por Estados Unidos en Hong Kong o la violencia separatista de las provincias.
Los esfuerzos estadounidenses por excluir a China de los principales acuerdos comerciales y de inversión asiáticos han resultado un fracaso irrisorio. Los principales aliados de EE.UU., Japón y Australia, tienen una fuerte dependencia del mercado chino. Los aliados (de libre comercio) de Washington en América Latina (Colombia, Perú, Chile y México) están ansiosos por incrementar su comercio con China. India y China están camino de suscribir acuerdos inversores y comerciales multimillonarios con China y la política de exclusión económica de Washington ha sido abortada desde su inicio.
En resumen, la decisión estadounidense de primar la confrontación frente a la conciliación y la asociación, el cerco militar frente a la cooperación y la exclusión frente a la inclusión es lo contrario a una política exterior democrática diseñada para promover la democracia en China y otros lugares. La opción autoritaria para conseguir una supremacía inalcanzable en Asia no es una virtud, sino un signo de debilidad y decadencia.
Conclusión
En nuestra revisión global de las políticas de Estados Unidos frente a la democracia, los gobiernos de centro-izquierda y las elecciones libres podemos encontrar innumerables pruebas de oposición y hostilidad sistemáticas. La base política de la “guerra contra el terrorismo” de Washington es un ataque planetario y continuado pernicioso contra los gobiernos independientes, especialmente aquellos de centro-izquierda que se proponen seriamente reducir la pobreza y la desigualdad.
Los métodos elegidos por Washington para llevarla a cabo oscilan desde la financiación de partidos políticos derechistas a través de USAID y otras ONG, hasta el respaldo a golpes militares violentos; desde el apoyo a las revueltas callejeras destinadas a la desestabilización hasta invasiones aéreas y terrestres. La hostilidad de Washington ante los procesos democráticos no se limita a determinada región o grupo religioso, étnico o racial. Estados Unidos ha bombardeado africanos negros en Libia, organizado golpes de Estado en Latinoamérica contra indígenas y cristianos en Bolivia, apoyado guerras contra musulmanes en Irak, Palestina y Siria, financiado “batallones” neofascistas y ataques armados contra cristianos ortodoxos en el este de Ucrania y denunciado a ateos en China y Rusia.
Washington subvenciona y apoya elecciones únicamente cuando las ganan los regímenes clientelares neoliberales y se dedica a desestabilizar sistemáticamente los gobiernos de centro-izquierda opuestos a sus políticas imperiales.
Ninguno de los objetivos de las agresiones estadounidenses es, estrictamente hablando, anticapitalista. Bolivia, Ecuador, Brasil y Argentina son regímenes capitalistas que pretenden regular, fiscalizar y reducir las disparidades de riqueza mediante reformas moderadas del bienestar.
A lo largo de todo el mundo, Washington apoya a los grupos políticos extremistas ocupados en actividades violentas y anticonstitucionales que acosan a dirigentes democráticos y a sus partidarios. El régimen golpista de Honduras ha asesinado a cientos de activistas demócratas, campesinos pobres y trabajadores rurales, tanto dirigentes como simples militantes.
Los yihadistas armados por Estados Unidos para combatir en Libia han perdido el favor de sus mentores de la OTAN y ahora están en guerra unos contra otros, ocupados en masacrarse mutuamente.
Dondequiera que se han producido intervenciones estadounidenses en Asia central y meridional, norte de África, América Central y el Cáucaso, los grupos de extrema derecha han sido, al menos durante un tiempo, los principales aliados de Washington y Bruselas.
Las fuerzas favorables a la OTAN y la UE en Ucrania incluyen a un fuerte contingente de neonazis, bandas paramilitares y cuadros del ejército propensos a bombardear barrios civiles con bombas de racimo.
En Venezuela, las fuerzas terroristas paramilitares y los extremistas políticos bajo la nómina de Washington asesinaron a un líder socialista del Congreso y a docenas de izquierdistas.
En México, Estados Unidos ha asesorado, financiado y apoyado regímenes derechistas cuyas fuerzas militares, paramilitares y narcoterroristas recientemente asesinaron y quemaron vivos a 43 estudiantes de magisterio y que están implicadas en la muerte de otros 100.000 ciudadanos en menos de un decenio.
En los últimos once años, Estados Unidos ha inyectado más de 6.000 millones de dólares en asistencia militar a Colombia, creando seis bases militares y varios miles de comandos de operaciones especiales, duplicando el tamaño del ejército colombiano. Como resultado, miles de activistas de derechos humanos y de la sociedad civil, periodistas, líderes sindicales y campesinos han sido asesinados. Más de tres millones de pequeños campesinos han sido expulsados de sus tierras.
Los medios de comunicación mayoritarios encubren estas decisiones de EE.UU. de apoyar a la extrema derecha, describiendo a los gobiernos que asesinan en masa como “regímenes de centro-derecha” o “moderados”: perversiones lingüísticas o eufemismos grotescos tan estrafalarios como las actividades bárbaras perpetradas por la Casa Blanca.
No hay crimen que no se cometa para conseguir la supremacía mundial, ninguna democracia que se oponga puede ser tolerada. Ni siquiera países tan pequeños como Honduras y Somalia o tan grandes y poderosos como Rusia y China escapan a la ira y la desestabilización encubierta de la Casa Blanca.
La búsqueda de la dominación mundial va de la mano de la creencia subjetiva en “el triunfo de la voluntad”. La supremacía global depende por completo de la fuerza y la violencia, de la destrucción de un país tras otro: bombardeos masivos en Yugoslavia, Irak, Afganistán y Libia; guerras por delegación en Somalia, Yemen y Ucrania; asesinatos masivos en Colombia, México y Siria.
No obstante, la propagación de los “campos de exterminio” se ha topado con ciertos límites. En Venezuela, Ecuador y Bolivia, los procesos democráticos están siendo defendidos por movimientos ciudadanos consolidados. La proliferación de golpes de Estado violentos con el apoyo del Imperio se ve obstaculizada por el advenimiento de otras potencias globales. Tanto China en el Lejano Oriente como Rusia en Crimea y el este de Ucrania han adoptado medidas enérgicas para limitar la expansión imperial estadounidense.
En el ámbito de la ONU, el presidente de Estados Unidos y su delegada, Samantha Powers, despotrican llevados por el paroxismo contra Rusia, calificándola de “el mayor Estado terrorista del mundo” por su resistencia a verse cercada militarmente y a la anexión violenta de Ucrania. El extremismo, el autoritarismo y la insensatez política no conocen fronteras. El extraordinario crecimiento de la policía política secreta, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), la destrucción de las garantías constitucionales, la conversión de los procesos electorales en farsas multimillonarias controladas por las élites, la creciente impunidad de la policía en los asesinatos a civiles, todo ello sugiere que la conquista violenta del dominio mundial necesita la existencia de un Estado policial totalitario dentro de Estados Unidos.
Los movimientos ciudadanos, los partidos y gobiernos de centro-izquierda coherentes, los trabajadores organizados, en Latinoamérica, Asia y Europa, han demostrado que es posible derrotar a los extremistas autoritarios delegados de Washington. Es posible revertir las desastrosas políticas neoliberales. A pesar de los esfuerzos imperiales por impedirlo, es posible crear leyes que defiendan los estados de bienestar y la reducción de la pobreza, el desempleo y las desigualdades.
La inmensa mayoría de los estadounidense, aquí y ahora, se oponen rotundamente a Wall Street, las grandes empresas y el sector financiero. Tres cuartas partes del pueblo estadounidense desprecian a la Presidencia y al Congreso de su país y se oponen a las guerras en el exterior. El público norteamericano tiene sus propias razones e intereses para compartir con los movimientos a favor de la democracia de todo el mundo una enemistad común hacia Washington y su búsqueda del poder mundial. Aquí y ahora, en los Estados Unidos de América, debemos aprender y construir nuestros propios instrumentos políticos democráticos poderosos.
Debemos contener y derrotar “la razón de la fuerza”, la insensatez política que conforma la “voluntad de poder” de Washington, mediante “la fuerza de la razón”. Tenemos que deconstruir el Imperio para reconstruir la República. Debemos detener nuestras intervenciones contra la democracia en el exterior para construir una república democrática del bienestar en casa.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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