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Para tener Presente

"Los Maestros, al ponernos al servicio del Estado, no hemos vendido nuestra conciencia ni hipotecado nuestras opiniones, ni hemos perdido nuestra ciudadanía. El hecho de recibir una suma mensual de dinero significa sólo el pago de nuestros servicios profesionales, pero no el pago de un silencio y de una conformidad que repugna. Quienes pretenden que el maestro debe "callar, obedecer y trabajar", están en un error, y cometen un insulto a la dignidad humana... ". José Antonio Encinas

¿REFORMA EDUCATIVA?

¿Reforma educativa para mejorar la calidad académica? Es posible esto sin atender el rezago educativo en materia de infraestructura en zonas marginales, con estudiantes mal alimentados y desnutridos, sin planes de estudio acorde a las necesidades de la población.

Evaluar a los maestros, ¿Quiénes, las instituciones corruptas del Estado? ¿La Ministra Bachiller que no sabe quien proclamó la independencia del Perú? ¿Los intelectuales “expertos” de la televisión? ¿Los periodistas mercenarios asalariados de la gran empresa?


ley de reforma magisterial y la destitucion por inasistencia y tardanza

30 julio 2009

Cómo la guerra en serie se convirtió en un modo de vida en EE.UU.

Cómo la guerra en serie se convirtió en un modo de vida en EE.UU.

Tom Dispatch,

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens



Introducción del editor de Tom Dispatch

El secretario de defensa de EE.UU., Robert Gates, defendió recientemente como sigue su decisión de detener la producción del F-22 Raptor, el gigantesco despilfarro para un caza bombardero: “Hay que considerar,” dijo el secretario de defensa, “que para 2020, se proyecta que EE.UU. tenga cerca de 2.500 aviones de combate de todos los tipos, con sus tripulaciones. De esos, cerca de 1.100 serán de la quinta generación más avanzada, F-35 y F-22. Se proyecta que China, al contrario, no tenga aviones de quinta generación hasta 2020. Y hasta 2025, la brecha sólo aumenta. EE.UU. tendrá aproximadamente 1.700 de los cazas de quinta generación más avanzados, en comparación con sólo un puñado de aviones comparables de los chinos… Sólo en el universo paralelo que es Washington D.C., eso sería considerado ‘destruir’ la defensa.”

De modo que ya llegamos a 2025 y, nos dice el secretario de defensa, EE.UU. tendrá todavía, según la actual planificación del Pentágono, una fuerza aérea sin igual en la Tierra. Pero no basta. Es sólo una planificación a mediano plazo cuando tiene que ver con las fuerzas armadas de EE.UU. y las guerras del futuro. David Axe, del blog Danger Room de Wired, informa que la Fuerza Aérea acaba de publicar su “Plan de Vuelo de Sistemas de Aviones sin Tripulación 2009-2047.” En lo que Axe describe como “82 páginas repletas de acrónimos,” sugiere que “los combatientes aéreos de mañana no tendrán pilotos en la cabina.” El Plan esboza que “robots volantes cada vez mayores y más sofisticados terminarán por reemplazar todos los tipos de aviones tripulados en su inventario – todos, desde rápidos cazas en el aire hasta pesados bombarderos y aviones cisterna.”

No importa si esto resulta ser fantasía o realidad, lo que hay que subrayar es esa fecha: 2047. Ahora bien, es una planificación a largo plazo como es probable que ninguna otra parte del gobierno de EE.UU. vaya a realizar algún día. Y es porque, como indica David Bromwich, quien escribe regular e mordazmente para Huffington Post y New York Review of Books, EE.UU. se ve ahora en el futuro distante como guerrero serial. Tom.

Las guerras de EE.UU.

Como la guerra serial se convirtió en un modo de vida de EE.UU.

David Bromwich

El 16 de julio, en un discurso en el Economic Club de Chicago, el secretario de defensa Robert Gates dijo que el “problema central” para la defensa de EE.UU. es ahora cómo las fuerzas armadas deben ser “organizadas, equipadas – y financiadas – en los años por venir, para ganar las guerras en las que nos encontramos mientras nos preparamos para amenazas en o más allá del horizonte.” La frase más allá del horizonte debiera ser de mal agüero. ¿Quería decir Gates a su audiencia de dirigentes empresariales de mentalidad cívica que gastaran más dinero en defensa para enfrentar amenazas por cuya existencia en sí nadie podía hacerse responsable? En vista de la aceptación pública del militarismo estadounidense, podía hablar a sabiendas de que nunca llegaría a plantearse ese embarazoso cuestionamiento.

Hemos comenzado a hablar a la ligera sobre nuestras guerras; y esto debiera ser sorprendente por diversas razones. Para comenzar, en la historia de EE.UU. la guerra nunca fue considerada una situación normal. Durante dos siglos los estadounidenses aprendieron a pensar que la guerra en sí es una aberración, y sólo parecería que las “guerras” en plural son doblemente aberrantes. A generaciones más jóvenes de estadounidenses, se les está enseñando ahora a no esperar un fin de la guerra – y ningún fin de las guerras.

Para cualquiera que haya nacido durante la Segunda Guerra Mundial, o en los primeros años de la Guerra Fría, la esperanza de progreso internacional hacia la reducción de conflictos armados sigue siendo una memoria palpable. Después de todo, la amenaza de las potencias del Eje, cuyo aparato estatal era alimentado por las guerras, fue eliminada definitivamente por la acción concertada de Rusia Soviética, Gran Bretaña, y EE.UU. La fundación de Naciones Unidas representó una mayor esperanza de una paz general. Organizaciones como el Comité por una Política Nuclear Cuerda (SANE) y la Unión de Científicos Preocupados recordaron a la gente en Occidente, así como en el bloque comunista, una verdad que ya todos conocían: que el mundo tenía que superar la guerra. El filósofo francés Alain Finkielkraut llamó ese breve intervalo “la Segunda Ilustración” en parte por la unidad del deseo de un mundo en paz. Y el nombre Segunda Ilustración está lejos de ser absurdo. Los años después de la peor de las guerras estuvieron marcados por un sentimiento de disgusto universal ante la idea misma de la guerra.

En los años cincuenta, la única guerra posible entre las grandes potencias, EE.UU. y la Unión Soviética, habría sido una guerra nuclear; y el horror de la destrucción asegurada era tan monstruoso, la perspectiva de las consecuencias tan imperdonable, que la única alternativa parecía ser un propósito de paz. John F. Kennedy lo vio claramente cuando presionó por la ratificación del Tratado de Prohibición de las Pruebas Nucleares – el mayor logro de su gobierno.

Lo firmó el 7 de octubre de 1963, seis semanas antes de ser asesinado, y marcó el primer paso para alejarse de la guerra en toda una generación. ¿Quién iba a imaginar que el próximo paso tardaría 23 años, hasta que la imaginación de Ronald Reagan fue influenciada por la imaginación de Mijail Gorbachov en Reykjavik? La demora después de Reykjavik ha tardado casi otro cuarto de siglo; y aunque Barack Obama habla el lenguaje del progreso, todavía no está claro si posee el coraje de Kennedy o la imaginación de Gorbachov y Reagan.

Olvidando Vietnam

En el Siglo XX, como en el XIX, las guerras pequeñas “involucraron” una mentalidad de guerras que duran una década o más. La Guerra de Corea provocó en los estadounidenses el estado de miedo necesario para permitir la realización de la Guerra Fría – uno de cuyos dogmas, la identificación de la isla de Formosa como la verdadera China, fue desarrollado por el lobby favorable a la guerra alrededor del líder nacionalista chino Chiang Kai-shek. Sin embargo, ni la Guerra de Corea que tuvo lugar en cierta medida bajo auspicios de la ONU, ni la Guerra de Vietnam, por crueles y destructoras que hayan sido, alteraron el punto de vista de que la guerra era una reliquia de un pasado bárbaro.

Vietnam fue el subproducto de una política de “contención” contra la Unión Soviética que se salió de control: una pequeña contrainsurgencia que creció a la escala de una guerra casi ilimitada. A pesar de ello, el que se hablara persistentemente de paz – tal como ya no se hace en estos días – formó un contrapunto a los últimos seis años de Vietnam, y nunca hubo siquiera la sugerencia de que otra guerra semejante podría seguir naturalmente porque teníamos enemigos por doquier en el planeta y porque la manera de encarar a los enemigos era invadirlos y bombardearlos.

El fracaso de la conciencia moral de EE.UU. cuando se trató de Vietnam tenía poco que ver con un encantamiento con la guerra como tal. En cierto sentido lo que hubo es lo contrario. El fracaso tuvo que ver, en gran parte, con una tendencia a tratar la guerra como una “pesadilla” particular, más allá del alcance de la historia; algo que nos sucedía a nosotros, no algo que nosotros hacíamos. Oponentes y partidarios de la guerra compartieron la creencia de que nunca se debía permitir que algo semejante volviera suceder.

De modo que la lección de Vietnam llegó a ser: nunca hay que comenzar una guerra sin saber lo que se quiere lograr y cuándo se tiene la intención de partir. Colin Powell dio su nombre a la nueva doctrina; y al convertir la violencia de cualquier guerra en una ecuación de coste-beneficio, ayudó a borrar la consciencia del mal que habíamos cometido en Vietnam. La sintomática y extrañamente despiadada advertencia de Powell a George W. Bush sobre la invasión a Iraq – “Si lo rompe, lo paga” – expresa el pragmatismo militar de su modo de pensar.

Durante más de una generación, dos ilusiones han dominado el modo de pensar estadounidense sobre Vietnam. En la derecha, ha habido la idea de que “combatimos con una mano atada detrás de la espalda.” (De hecho las únicas armas que EE.UU. no utilizó en Indochina fueron nucleares.) Dentro del establishment liberal, por otra parte, se prefiere la teoría del asesino solitario: como en la Guerra de Iraq, en la cual la culpa es del secretario de defensa Donald Rumsfeld, en Vietnam el secretario de defensa Robert McNamara se ha convertido en el culpable preferido.

Esta conveniente limitación de la responsabilidad para Vietnam se hizo, en todo caso, más pronunciada después de la muerte de McNamara el 6 de julio. Incluso un obituario honesto y despiadado como el de Tim Weiner en New York Times apartó de la historia central a personajes relevantes como el secretario de estado Dean Rusk y el general William Westmoreland. Mientras tanto, el presidente Richard Nixon y su consejero nacional de seguridad Henry Kissinger parecen haberse desmaterializado por completo – como si no hubieran hecho otra cosa que “heredar” la guerra. La verdad es que Kissinger y Nixon ampliaron la Guerra de Vietnam y exacerbaron sus crímenes. Basta con recordar la transmisión de una alarmante orden presidencial en un llamado telefónico de Kissinger a su adjunto Alexander Haig. EE.UU. iniciaría, dijo Kissinger, “una masiva campaña de bombardeo en Camboya [utilizando] todo lo que vuela contra todo lo que se mueva.”

Vietnam no fue más que Iraq una guerra con un solo arquitecto o en función del interés de un solo partido. Todo el establishment político estadounidense – y durante todo el tiempo posible, también la cultura pública – se sumaron a la guerra y cuestionaron la lealtad de oponentes y antagonistas. Se pidió a la opinión pública que admirara, y no dejó de apoyar, la Guerra de Vietnam durante cinco años bajo el presidente Lyndon Johnson; y Nixon, elegido en 1968 con la promesa de terminarla con honor, no fue responsabilizado cuando la continuó más allá de su primer período y agregó una atroz guerra auxiliar en Camboya.

Sin embargo, desde que el senador Joe McCarthy acusó a los demócratas de “veinte años de traición” – la acusación de que, bajo los presidentes Franklin Delano Roosevelt y Harry Truman, EE.UU. había perdido una guerra contra agentes comunistas dentro del país, que ni siquiera habíamos comprendido que tenía lugar – se ha convertido en una verdad popular de la política estadounidense que el Partido Republicano es el partido que sabe de guerras: cómo causarlas, y cómo terminarlas.

En la práctica, esta significa que a los demócratas tiene que serles difícil mostrar que están más dispuestos a combatir que lo que puedan considerar prudente o justo. Como prueba el legado de Lyndon Johson y Bill Clinton, y como ha confirmado el primer medio año de Obama, los presidentes demócratas se sienten obligados a iniciar o a ampliar guerras para mostrar que son dignos de todo tipo de confianza. Obama ya mostró su comprensión de la lógica del candidato demócrata en tiempos de guerra en la campaña primaria de 2007, cuando aseguró a los establishment militar y político que la retirada de Iraq sería compensada mediante una guerra más amplia en Pakistán y Afganistán.

Ahora estamos próximos a codificar un modelo según el cual se espera que un nuevo presidente nunca renuncie a una guerra sin emprender otra.

De la intervención humanitaria a las guerras por elección

Nuestra confianza en que nuestra selección de guerras será asegurada, y nuestros asesinatos perdonados, por los beneficiarios correspondientes proviene sobre todo de la idea popular de lo que sucedió en Kosovo. Sin embargo, las once semanas de bombardeos de la OTAN desde marzo hasta junio de 1999 – un aparente ejercicio de humanidad (en el cual ni un solo avión fue derribado) en la causa de un pueblo asediado – también fue un ejercicio de estrategia y armas.

Kosovo, en este sentido, fue un espécimen mayor del tipo de guerra de ensayo lanzada en 1983 por Ronald Reagan en 1983 (donde una invasión de Granada hecha ostensiblemente para proteger a estadounidenses residentes también sirvió como cobertura agresiva para la retirada del presidente del Líbano), y en 1989 por George H.W. Bush en Panamá (donde un ataque contra un dictador impopular sirvió como ejercicio de prueba para las armas y la propaganda de la Primera Guerra del Golfo de un año después). El ataque de la OTAN contra la antigua Yugoslavia en defensa de Kosovo fue también una guerra pública – legal, feliz, y justa, a los ojos de los medios dominantes – una guerra ciertamente organizada abiertamente y conducida con una oleada de conciencia. La cara de Tony Blair irradiaba la bondad de los bombardeos. Kosovo, más que cualesquiera otros enfrentamientos en los últimos años preparó el consenso militar-político estadounidense a favor de guerras seriales contra enemigos transnacionales del tipo que se sea.

Un reciente artículo de David Gibbs, extraído de su libre “First Do No Harm” presentó un antídoto para la leyenda humanitaria de la guerra de Kosovo. Gibbs muestra que no fueron los serbios sino el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) el que, en 1998, rompió los términos del acuerdo de paz negociado por Richard Holbrooke y por lo tanto hizo inevitable una guerra. Tampoco fue poco razonable que Serbia objetara posteriormente a la demanda estadounidense y europea de que los mantenedores de la paz de la OTAN gozaran de “paso sin restricciones y acceso sin impedimenta” a través de Yugoslavia – en efecto, que consintiera ser un país ocupado.

A los estadounidenses se les dijo que los serbios en esa guerra eran opresores, mientras los albanos eran víctimas: una mitología que se parece en mucho a los informes estadounidenses posteriores sobre los suníes culpables y los chiíes inocentes de Iraq. Pero el ELK, informa Gibbs, “tenía antecedentes de brutalidad y racismo que diferían poco de los de las fuerzas de Milosevic.” Y lejos de impedir asesinatos masivos, los “ataques quirúrgicos” de la OTAN sólo los aumentaron. El número de muertos en ambos lados antes de la guerra fue de unos 2.000. Después de los bombardeos, y como venganza por ellos, cerca de 10.000 personas fueron muertas por las fuerzas de seguridad serbias. Por lo tanto, mientras más se examina el caso, menos aceptable parece Kosovo como precedente para futuras intervenciones humanitarias.

Clinton y Kosovo, más que Bush e Iraq, abrieron el período en el que ahora vivimos. Tras la legitimación de ambas guerras, sin embargo, yace una amplia inversión ideológica en la idea de “guerras justas” – sobre todo, en la práctica, guerras libradas por las democracias comerciales en nombre de la democracia, para imponer sus propios intereses sin un sobrepeso inaceptable de conspicuo egoísmo. Michael Ignatieff, teórico de la guerra justa que apoyó las guerras de Kosovo e Iraq, publicó un artículo influyente sobre la invasión de Iraq: “The American Empire: The Burden,” en New York Times Magazine el 5 de enero de 2003, sólo semanas antes del inicio de “choque y pavor”. Ignatieff se preguntó si el pueblo estadounidense era suficientemente generoso como para librar la guerra que su presidente quería comenzar contra Iraq. Porque se trataba de, escribió:

“un momento crucial en el largo debate de EE.UU. consigo mismo sobre si su papel en el extranjero como imperio amenaza o fortalece su existencia como república. El electorado estadounidense, aunque todavía apoya al presidente, se pregunta si su proclamación de una guerra sin fin contra terroristas y tiranos sólo aumentará su vulnerabilidad mientras pone en peligro sus libertades y su salud económica dentro del país. Una nación que pocas veces calcula el coste de lo que aprecia realmente debe preguntar ahora cuándo vale la ‘liberación’ de Iraq.”

Canadiense residente en EE.UU., Ignatieff luego apoyó la guerra como asunto de deber cívico estadounidense, con una indulgente ironía para sus antagonistas:

“El cambio de régimen es una tarea imperial por excelencia, ya que supone que el interés del imperio tiene derecho a destruir la soberanía de un Estado… El cambio de régimen también plantea la difícil pregunta para los estadounidenses de si su propia libertad incluye un deber de defender la libertad de otros más allá de sus fronteras… Pero sigue siendo un hecho – por desagradable que sea para esos izquierdistas que consideran el imperialismo estadounidense como la raíz de todo mal así como para los aislacionistas de derecha, que creen que el mundo más allá de nuestras costas no es cosa nuestra – que hay muchos pueblos que deben su libertad a un ejercicio del poder militar estadounidense… Son los bosnios, cuya nación sobrevivió porque el poder aéreo y la diplomacia estadounidenses impusieron el fin de una guerra que los europeos no pudieron detener. Son los kosovares, que todavía serían prisioneros de Serbia si no fuera por el general Wesley Clark y la Fuerza Aérea. Una lista de la gente cuya libertad depende del poder aéreo y terrestre estadounidense también incluye a los afganos y, del modo más inconveniente de todos, a los iraquíes.”

¿Y por qué detenerse allí? Para Ignatieff, el ejemplo de Kosovo fue central y persuasivo. Los que no podían comprender de qué se trataba eran “esos izquierdistas” y “aislacionistas.” Al contrario, los estrategas y soldados dispuestos a soportar el “peso” del imperio no eran sólo el partido de los que poseían una visión del futuro y los humanos, eran también los realistas, los que sabían que nada bueno puede suceder sin un coste – y que nada marca tanto la grandeza de un pueblo como una sucesión de triunfos en una serie de guerras justas.

Las guerras más allá del horizonte

Si se combina la guerra aérea sin bajas que la OTAN realizó sobre Yugoslavia con la doctrina Powell de múltiples guerras y salidas seguras, se llega a algo cercano al terreno de la guerra actual Af-Pak. Una guerra en la cual un país puede ahora cruzar la frontera hacia otro sin que haya apenas una pausa para una discusión pública o un paso perdido en asignaciones presupuestarias. Cuando las guerras eran consideradas, en el mejor de los casos, como un mal necesario, se preguntaba si una guerra era estrictamente necesaria al hablar de ella. Ahora, cuando las guerras se han convertido en un modo de vida, se pregunta más bien en qué medida un punto de apoyo en una región es fuerte mientras es preparado para la guerra siguiente.

Un uso de modelo reciente ha sido introducido al inglés para facilitar ese cambio de actitud. En el lenguaje de los documentos de los think-tanks y en los perfiles periodísticos de los últimos dos años, se encuentra un extraño engreimiento que comienza a ser presentado como un hecho: es decir la plausibilidad de que EE.UU. planifique anticipadamente una cadena de guerras. Robert Gates planteó el pensamiento más reciente en una forma convencional, una vez más, en el programa de televisión ‘60 Minutes’ en mayo pasado. Hablando de la necesidad de que el Pentágono se concentre en la guerra en Afganistán, Gates dijo: “Yo quería un departamento que francamente pudiera caminar y mascar chicle al mismo tiempo, que pudiera librar la guerra como lo hacemos ahora, mientras al mismo tiempo planeamos y preparamos las guerras de mañana.”

La extraña perspectiva que este uso – “las guerras de mañana” – convierte en rutina es que anticipamos muchas guerras en el futuro cercano. Somos la democracia ascendiente, la nación excepcional en el mundo de las naciones. Librar guerras es nuestro destino y nuestro deber. Por lo tanto la palabra “guerras” – cada vez más en plural – se convierte en el modo común de identificar no sólo las guerras que estamos librando ahora sino las guerras que esperamos librar.

Un impresionante ejemplo de adaptación periodística al nuevo lenguaje apareció en la reciente reseña de Elisabeth Bumiller en el New York Times sobre una responsable política esencial en el gobierno de Obama, la subsecretaria de defensa para política, Michele Flournoy. A diferencia de su más conocido predecesor en esa posición, Douglas Feith – un evangelista neoconservador favorable a la guerra quien definió la inexistencia de los derechos de los prisioneros de guerra – Flournoy no es una ideóloga. El artículo celebra ese hecho. ¿Pero cuánto consuelo puede significar que una tranquila carrerista se incline actualmente por una aceptación plural de “nuestras guerras”? El trabajo de Flournoy, escribe Bumiller:

“se limita a lo siguiente: evaluar las amenazas contra EE.UU., proponer la estrategia para contrarrestarlas, ponerla en práctica asignando recursos dentro de las cuatro ramas de los servicios armados. Un aspecto importante para QDR [Estudio Cuatrienal de Defensa], como es llamado dentro del Pentágono, es cómo equilibrar los preparativos para futuras guerras de contrainsurgencia, como las de Iraq y Afganistán, con planes para conflictos convencionales contra potenciales adversarios bien equipados, como Corea del Norte, China o Irán.

“Otro dilema, dado que las guerras tanto en Iraq como en Afganistán han durado mucho más que la participación estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, es cómo prepararse para conflictos que podrían involucrar a las fuerzas estadounidenses durante décadas.”

Nótese la progresión de los sustantivos en este párrafo: amenazas, guerras, conflictos, décadas. Nuestra selección de guerras para un siglo podría ser variada con la misma astucia que la que solía limitarse a nuestra selección de coches. El artículo continúa admirando la frialdad del comportamiento de Flournoy usando un modismo de apreciación estética:

“La señora Flournoy ya es la impulsora de una nueva estrategia militar, que será la premisa central de la QDR, el concepto de la guerra ‘híbrida’, que ve los conflictos de mañana como una compleja mezcla de batallas convencionales, insurgencias y amenazas cibernéticas. ‘Estamos tratando de reconocer que la guerra puede ocurrir con muchos sabores diferentes en el futuro,’ dijo la señora Flournoy.”

Entre la descripción de la periodista de una “compleja mezcla” y el habla de la planificadora de “muchos sabores diferentes,” cuesta saber si estamos sentados en un búnker o ante la mesa de la cocina. Pero de eso se trata. Estamos llegando a considerar nuestras guerras como un ejercicio de ingenio y una prueba de gusto.

Por qué la Constitución dice poco sobre las guerras

Los fundadores de EE.UU. vieron la guerra de un modo muy diferente. Una de sus esperanzas más constantes – manifiesta en numerosos panfletos que escribieron contra el Imperio Británico y los límites contra poderes de guerra incluidos en la propia Constitución – fue que una democracia como EE.UU. llevaría irresistiblemente a apartarse de la dirección de guerras. Supusieron que las guerras eran cosa de reyes, libradas en función del interés del engrandecimiento, y también asunto de la aristocracia rural hereditaria en función del interés del aumento del privilegio y de riquezas inexplicables. De ninguna manera podían servir las guerras el interés de la gente. Maquiavelo, analista del poder a quien los fundadores leían con atención, había observado que “la gente no desea ser mandada ni oprimida,” mientras “los poderosos desean mandar y oprimir.” Sólo un apetito por el comando y la opresión podían llevar a alguien a adoptar una ética de guerras continuas.

En el tercero de los ‘Papeles Federalistas’, escritos para persuadir a los antiguos colonos de que ratificaran la Constitución, John Jay argumentó que, a falta de una unión constitucional, la multiplicación de Estados tendría el mismo efecto negativo que una proliferación de países hostiles. Una causa de las guerras en Europa en el Siglo XVIII, como lo vieron los fundadores, ha sido la mera cantidad de Estados, cada cual con sus propios apetitos egoístas separados; de modo que también en EE.UU., los Estados, a medida que aumentaban su cantidad, provocarían celos externos y aumentarían las divisiones entre ellos mismos. “La Unión,” escribió Jay, “tiende sobre todo a preservar a la gente en un estado de paz con otras naciones.”

Una unión democrática y constitucional, continuó en Federalista 4, actuaría con más sabiduría que los monarcas absolutos a sabiendas de que “existen causas de la guerra pretendidas así como justas.” Entre las causas pretendidas, favorecidas por los monarcas de Europa, Jay enumeró:

“una sed de gloria militar, venganza por afrentas personales; ambición o pactos privados para engrandecer o apoyar a familias o partidarios en particular. Estos y una variedad de motivos, que sólo afectan la mente del Soberano, a menudo lo llevan a involucrarse en guerras que no están consagradas por la justicia, o la voz o los intereses de su pueblo.”

Cuando, pensaba Jay, las gentes sean liberadas de su dependencia servil, para que no sigan mirando a un soberano fuera de sí mismos y de contarse como “su pueblo,” los motivos para la guerra serían proporcionalmente debilitados.

No era un tema pasajero para los escritores federalistas. Alexander Hamilton lo encaró de nuevo en Federalista 6, cuando habló de “las causas de hostilidad entre naciones,” y colocó por sobre todas las demás causas “el amor de poder o el deseo de preeminencia y dominación”: el deseo, en breve, de sustentar una reputación como la primera de las potencias y del control de un imperio. Continuando, en Federalista 7, con el mismo tema del seguro contra “las guerras que han desolado la tierra,” Hamilton propuso que el gobierno federal podría servir como un árbitro imparcial en el territorio occidental, que de otra manera podría convertirse en “un amplio teatro para pretensiones hostiles.”

Consideremos la prominencia de esos puntos de vista. Cuatro de los siete Papeles Federalistas presentan, como una razón primordial para la fundación de EE.UU., la creencia de que, al hacerlo, EE.UU. evitará con más facilidad la infección de las múltiples guerras que han desolado Europa. Fue el consenso implícito de los fundadores. No sólo Jay y Hamilton, sino también George Washington y su Farewell Address, y James Madison, Benjamin Franklin y John Adams así como John Quincy Adams. Formaba hasta tal punto parte del idealismo que se apoderó del país en los años ochenta del Siglo XVIII que Thomas Paine pudo aludir a ese sentimiento en una frase de pasada de “Los derechos del hombre.” Paine afirmó lo que Jay y Hamilton daban por sentado en los Papeles Federalistas: “Europa está demasiado repleta de reinos para mantener la paz por mucho tiempo.”

¿Nos hemos acostumbrado demasiado al empleo de nuestro ejército, armada y fuerza aérea como para mantener la paz por mucho tiempo, o incluso considerar la paz? Hablar de una guerra perpetua contra “amenazas” más allá del horizonte, como lo hizo el Pentágono de Bush, y lo hace ahora en Pentágono de Obama, es evadir la pregunta de si alguna de las guerras es, para ser exactos, una guerra de autodefensa.

Detrás de toda esa evasión está la idea de que EE.UU. es una nación destinada a guerras seriales. La idea misma sugiere que ahora necesitamos un enemigo permanente que exceda la evidencia citable de peligro en cualquier momento dado. En “The Sorrows of Empire,” Chalmers Johnson presentó un informe convincente sobre la justificación económica del Estado nacional de seguridad estadounidense, su base industrial y militar, y sus defensas manufactureras.

Cada movimiento hacia la reforma no es sólo dificultado por la vasta extensión y poder de nuestro ejército permanente. Tampoco basta enteramente que se encuentre la causa en nuestra busca de armas sofisticadas y tecnología letal, o en las bases militares con las cuales EE.UU. ha cercado el globo, o en los intereses financieros, los Halliburton y Raytheon, los Dyncorp y Blackwater que se combinan contra la paz con demandas que van más allá de las de la Compañía Británica de las Indias Orientales en el apogeo de su influencia. Es un rompecabezas más profundo en la relación de los propios militares con el resto de la sociedad estadounidense. Porque las fuerzas armadas de EE.UU. incluyen ahora una clase de oficiales con el carácter y los privilegios de una aristocracia nativa, y una tropa para la cual se han realizado las mejores posibilidades del socialismo.

Barack Obama ha comparado los objetivos que se propone lograr en política exterior con la tarea de hacer girar un barco muy grande en el mar. La verdad es que, en manos de Obama, la “proyección de fuerza” ya ha girado, pero en más de una dirección. Ha fijado límites retóricos internos a nuestras provocaciones a la guerra al rehusarse a hablar, como lo hizo su predecesor, de la difusión de la democracia por la fuerza o de la factibilidad del cambio de régimen como un remedio para los motivos de queja contra países hostiles. Y sin embargo puede ser seguro que ninguna de las guerras que prepara la nueva subsecretaria de defensa para política sea una guerra de pura autodefensa – la única clase de guerra que los fundadores de EE.UU. hubieran considerado. Ninguno de los planes actuales, a juzgar por el artículo de Bumiller, apunta a proteger a EE.UU. contra una potencia que pudiera aplastarnos en el interior. Para encontrar una potencia semejante, tendríamos que ir a buscar muy lejos más allá del horizonte.

Las futuras guerras de elección para el Departamento de Defensa parecen ser guerras de fuertes bombardeos y ocupaciones entre ligeras y medianas. Las armas serán drones en los cielos y los soldados serán, en la medida de lo posible, miembros de las fuerzas especiales encargados de ejecutar “operaciones ocultas” de aldea en aldea y de tribu en tribu. Parece poco probable que tales guerras – que requerirán el libre paso por sobre Estados soberanos por el ejército, los marines, y la Fuerza Aérea, y la represión de la resistencia nativa a la ocupación, puedan ser realizadas sin basarse de facto en cambios de régimen. Sólo se puede confiar en un gobierno títere para que actúe contra su propio pueblo en apoyo a una potencia extranjera.

Esas son las guerras planificadas y libradas actualmente en nombre de la seguridad de EE.UU. Representan una política que se opone totalmente al idealismo de libertad que persistió desde la fundación de EE.UU. hasta bien avanzado el Siglo XX. Es fácil descartar el contraste que hicieron Washington, Paine y otros, entre la moral de una república y los apetitos de un imperio. Sin embargo, el punto de ese contraste es simple, literal y de ninguna manera elusivo. Capturó una verdad permanente sobre la ciudadanía en una democracia. No se puede, decía, seguir siendo un pueblo libre mientras se aceptan los frutos de la conquista y la dominación. Los beneficiarios pasivos de los amos son también esclavos.

…………

David Bromwich, editor de una selección de discursos de Edmund Burke “On Empire, Liberty, and Reform,”ha escrito sobre la Constitución y las guerras de EE.UU. para The New York Review of Books y The Huffington Post.

Copyright 2009 David Bromwich

http://www.tomdispatch.com/post/print/175098/Tomgram%253A%2520%2520David%2520Bromwich%252C%2520America%2527s%2520Serial%2520Warriors

Estados Unidos intensifica los planes de guerra en América Latina

Ejército estadounidense: después de Iraq, América Latina
Estados Unidos intensifica los planes de guerra en América Latina

Global Research

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos


El 29 de junio el presidente estadounidense Barack Obama recibió a su homólogo colombiano Alvaro Uribe en la Casa Blanca y semanas más tarde se anunció que el Pentágono planea desplegar tropas en cinco bases aéreas y navales en Colombia, el principal receptor en América Latina de la asistencia militar estadounidense y tercero mayor del mundo ya que ha recibido más de 5.000 millones de dólares del Pentágono desde que hace nueve años se lanzó el Plan Colombia.

Seis meses antes del encuentro Obama-Uribe el presidente saliente estadounidense George W. Bush concedió el mayor honor civil estadounidense, la Medalla de la Libertad, a Uribe, así como al ex-primer ministro británico Tony Blair y al ex-primer ministro australiano John Howard.

Una nota de prensa de aquel momento expresaba tanto conmoción como indignación ante el hecho de que la Casa Blanca honrara a Uribe: "A pesar de los asesinatos extra-judiciales, de los paramilitares, de los sindicalistas asesinados, el presidente de Colombia Uribe ha obtenido el mayor honor estadounidense por derechos humanos" [1].

La misma fuente corroboraba su preocupación añadiendo: "Colombia es el país más peligroso del mundo para los sindicalistas. En 2006 la mitad de todos los asesinatos de sindicalistas del mundo tuvieron lugar ahí. Desde que Uribe llegó al poder en 2002 han sido asesinados casi 500 [sindicalistas]. En respuesta a la preocupación por los asesinatos, Uribe descalificó a las víctimas a las que llamó 'un panda de criminales vestidos de sindicalistas'. Se están investigando más de 1.000 casos de asesinatos ilegales por parte de los militares. Existen decenas de casos de soldados que capturan a hombres inocentes, los asesinan y los visten como enemigos combatientes. Se cree que cientos de miembros de las fuerzas de seguridad ha participado en estas actividades" [2].

Colombia: una guerra de cuarenta años

Durante más de cuarenta años Colombia, el último de los clientes de Washington "democracia de escuadrón de la muerte" que queda en el hemisferio sur, ha emprendido una implacable guerra de contrainsurgencia contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y una guerra igual de despiadada contra sindicalistas, campesinos, indígenas y otras organizaciones con su ejército adiestrado y equipado por Estados Unidos, y con formaciones paramilitares aliadas. Se calcula que a consecuencia de los enfrentamientos han sido asesinadas 40.000 personas y que hay 2 millones de desplazados.

En 1985 las FARC depusieron las armas y entraron en un proceso de paz con el gobierno de Belisario Betancur.

Esto ayudó a fundar la Unión Patriótica para participar en procesos electorales y en otras actividades pacíficas, pero al cabo de varios años 5.000 altos cargos electos de la Unión Patriótica, candidatos, sindicalistas, dirigentes comunales y otros activistas fueron asesinados por las fuerzas de seguridad de Colombia y los escuadrones de la muerte de extrema derecha vinculados con el gobierno, especialmente las muy mal reputadas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y su difunto líder Carlos Castaño. Ocho congresistas, setenta concejales, decenas de diputados y alcaldes, y cientos de sindicalistas y dirigentes campesinos fueron asesinados y en 1989-1990 dos de sus candidatos presidenciales fueron asesinados en el espacio de siete meses.

Enfrentadas con su total exterminio, las FARC se rearmaron y buscaron refugio en el sudeste del país.

En 1998 el presidente colombiano Andrés Pastrana permitió a las FARC tener un refugio seguro de 16.000 millas cuadradas en el departamento de Caqueta.

Entonces Estados Unidos puso la mira en una campaña intensiva de contrainsurgencia para destruir ls infraestructura de las FARC en la región y, a la vez, destruir y arrancar la organización de raíz.

En enero de 2000 STRATFOR, una fuente que no es conocida por oponerse a la guerra, advertía: "El departamento de Estado estadounidense anunció recientemente un paquete de ayuda de dos años por valor de 1.300 millones de dólares para operaciones contra el narcotráfico en Colombia. El plan también está encaminado a ayudar al presidente Andrés Pastrana a negociar la paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Pero el plan tendrá un efecto negativo. Acabará con las negociaciones de paz entre los rebeldes y el gobierno, y reavivará la guerra. En última instancia, el plan no hace sino preparar el camino para una mayor implicación estadounidense" [3].

Continúa diciendo "la mayor parte del dinero prometido para la campaña para contrarrestar el narcotráfico irá directamente a luchar contra los rebeldes .... En detrimento del gobierno de Bogotá esto inclinará la balanza de poder hacia los militares, que siempre se han opuesto a las negociaciones de paz. En última instancia, se abrirán las puertas de par en par a una mayor implicación estadounidense [4].

Plan Colombia: la “flecha del parto” de Clinton*

Para el año 2000 Colombia ya era el mayor receptor de ayuda militar estadounidense en el hemisferio sur, pero la administración Clinton incrementó el papel del Pentágono en esa nación con lo que se llegó a ser el Plan Colombia.

Tras asumir el poder en enero de 1993 bombardeando Iraq y después matando a cientos, si no miles, de somalíes ese mismo año, Clinton y su equipo de política exterior nunca abandonaron el uso de la agresión militar.

En 1995 suministró planificadores y asesores militares para la brutal y etnocida Operación Tormenta de Croacia y dirigió los bombardeos de la OTAN de objetivos serbios bosnios, incluyendo a las tropas que se retiraban y las columnas de refugiados que las seguían, que dejaron lo que ahora es la República Bosnia Serbia repleta de uranio empobrecido y con una epidemia de casos de cáncer.

Tres años después emprendió ataques con misiles de crucero contra Afganistán y Sudán, y el 16 de diciembre de 1998 empezó la Operación Zorro del Desierto, un ataque mortífero de cuatro días a Iraq con 250 ataques aéreos y más de 400 misiles de crucero Tomahawk, la víspera de las mociones de censura contra Clinton en el Congreso estadounidense.

Al año siguiente el uso de la agresión militar por parte de la administración [Clinton] llegó a su punto culminante con los 78 días de ataques de la OTAN dirigida por Estados Unidos contra Yugoslavia, el primer ataque militar contra una nación europea desde los de Hitler y Mussolini en 1939.

La “flecha del parto” de la administración [Clinton] fue el Plan Colombia en 2000.

El año anterior, 1999, el presidente de Colombia, Pastrana, había concebido un proyecto, que la Casa Blanca rediseñó en su propio interés.

Como escribió el ex-embajador estadounidense en El Salvador Robert White (al que la administración Reagan había echado como parte de los preparativos para soltar a sus escuadrones de la muerte y guerras de la contra en América Central) después de que el Congreso estadounidense aprobara en Plan Colombia en junio de 2000: "Si se lee el Plan Colombia original, no el que se escribió en Washington, sino el Plan Colombia original, no se mencionan ofensivas militares contra los rebeldes de las FARC. Bien al contrario. (El presidente Pastrana) afirma que las FARC son parte de la historia de Colombia y un fenómeno histórico, dice, y que deben ser tratados como colombianos" [5].

Un teletipo alternativo estadounidense informaba que "a principios de 1999 el gobierno de Pastrana inició las conversaciones de paz con las FARC, el mayor grupo rebelde.

El presidente también hizo su primer viaje a Washington en busca de ayuda contra el tráfico de droga. Pero cuando llegó allí, 'le cambiaron el libreto', según Marco Romero de Iniciativa de Paz Colombia, una coalición creada en septiembre por 60 ONG locales que buscaban una alternativa a al Plan Colombia.

Las conversaciones de Pastrana con líderes del Congreso estadounidense y con el jefe de la oficina de política nacional contra las drogas de la Casa Blanca, Barry McCaffrey, dieron como fruto el Plan Colombia, afirmó Romero" [6].

McCaffrey es un general del ejército retirado que ganó sus galones en la República Dominicana en 1965, en Vietnam de 1966 a 1969 y en la operación Tormenta del Desierto en 1991. También fue jefe del Comando Sur del Pentágono (SOUTHCOM, en sus siglas en inglés) entre 1994 y 1996, y vice-representante de Estados Unidos en la OTAN.

"En apoyo a su petición de ayuda a Colombia, la secretaria de Estado estadounidense Madeleine Albright y el zar de la droga McCaffrey dijeron al Congreso estadounidense que los fondos se usarían para 'restaurar el orden el sudeste de Colombia'" [7].

Con la aprobación del Plan Colombia Estados Unidos aumentó la ayuda militar a este país más de veinte veces en sólo dos años, 1998-2000, de 50 millones de dólares en 1998 a más de 1.000 millones de dólares en 2000, lo que situó a Colombia inmediatamente después de Israel y Egipto en esta categoría. En los diez años a partir de 1998 la ayuda militar estadounidense se multiplicó por cien.

A principios de 2000 una fuente estadounidense de los medios de comunicación dominantes afirmó que "los 1.600 millones de dólares propuestos por la administración Clinton como ayuda de emergencia a Colombia es cuando menos tanto un paquete contra la insurgencia como una medida anti-droga" y mencionó que "un miembro del Congreso se opuso a los esfuerzos de la Casa Blanca por eludir el proceso normal de asignaciones" [8].

Unas semanas después tuvo lugar en El Salado una de las peores masacres recientes de civiles colombianos perpetrada por paramilitares con la complicidad del ejército.

El Plan Colombia estaba empapado en sangre antes incluso de que se formalizara. En enero de 2000 la secretaria de Estado Madeleine Albright visitó Colombia para promocionar la iniciativa y en honor a su llegada el ejército colombiano mató a 50 de sus ciudadanos en un ataque fuera de la capital, Bogotá.

En junio el Congreso y el Senado estadounidenses añadieron a la guerra más de 1.000 millones de dólares, sesenta helicópteros de combate y más fuerzas especiales asesoras en contrainsurgencia. Aproximadamente el 70% de los fondos de 2000 del Plan Colombia se asignaron a financiar, adiestrar y equipar a batallones antinarcóticos del ejército que operaban en el sudeste de Colombia, el antiguo refugio de las FARC.

Progresistas nominales, el difunto Paul Wellstone del Senado y la congresista de Illinois Jan Schakowsky, añadieron un condicionante de derechos humano que ninguna persona seria esperaba que se respetara y sólo dos meses después de que el Congreso autorizara el Plan Colombia Clinton utilizó su derecho presidencial de no aplicación para anular las condiciones referentes a los derechos humanos por razones de "seguridad nacional".

Nueve años después: la farsa de la guerra contra la droga cede el paso a la pura contrainsurgencia

Por supuesto, la escalada de las operaciones de contrainsurgencia se empaquetó bajo la etiqueta de una guerra contra la droga. Nueve años después Colombia sigue siendo el principal suministrador de cocaína y heroína a Estados Unidos.

En abril de 2000 se vio en lo en serio que se debería haber tomado esta farsa cuando el ex-comandante de las operaciones contra la droga del ejército estadounidense en Colombia, el coronel James C. Hiett, se declaró culpable de no haber entregado las pruebas de que su esposa, Laurie, introducía de contrabando en Estados Unidos cocaína y heroína. En enero su esposa se declaró culpable de planear introducir de contrabando en Estados Unidos vía el correo heroína por valor de 700.000 dólares.

Indudablemente, el colonel Hiett cumplió con su deber propagando la historia de que las FARC eran responsables de la mejor parte del cultivo de coca y opio, y del tráfico en el país, y de que el ejército estadounidense era la mejor respuesta a estas supuestas actividades.

Si se tenía alguna duda de la sinceridad de las afirmaciones estadounidenses de que estaban luchando contra el narcotráfico y el terrorismo, a las pocas semanas de aprobarse en Plan Colombia la secretaria de Estado Albright escoltó al jefe del llamado Ejército de Liberación de Kosovo, Hashim Thaci, cuyos colegas y cárteles de la droga aliados controlan la mayoría del tráfico de marihuana, hachís y narcotráficos en Europa, a los lugares que ella solía frecuentar en el cuartel general de Naciones Unidas y en aquella época en el departamento de Estado, preparándolo para convertirse en futuro jefe de Estado (desde el año pasado Hashim Thaci es de hecho el presidente de lo que el ex-presidente serbio Vojislav Kostunica ha llamado acertadamente el primer Estado OTAN del mundo. También es el más reciente narco-Estado).

Tras los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos la casa Blanca elevó a las FARC a la cima de la lista de sus objetivos en la llamada Guerra contra el Terrorismo a pesar de que está más allá de la capacidad de cualquier persona sana para discernir o comprender saber qué papel pudo haber desempeñado las FARC en los ataques de Nueva York y Washington D.C..

Para 2002 la administración Bush había desechado la mayoría de las razones de la guerra contra la droga y "el Congreso aprobó una ley para permitir que la ayuda militar estadounidense a Colombia se utilizara en una 'campaña unificada' contra las drogas y el terrorismo" y para 2008 "seis años y 5.000 millones de dólares después, el ejército colombiano es la fuerza de combate más cualificada de América Latina" [9].

Las "operaciones especiales de adiestramiento estadounidenses proporcionaron muchas de las destrezas que mostraron 'el camino para abrir la puerta de esas remotas localizaciones en la jungla que en el pasado eran inaccesibles al gobierno colombiano'. Se crearon unidades militares, incluyendo la Brigada Comando. Se establecieron ocho unidades de inteligencia regional con aviones de reconocimiento y punteras comunicaciones cielo-aire. Se creó tanto una Escuela de Inteligencia como un Centro de Contrainteligencia" [10].

Días antes de cesar en su cargo, George W. Bush concedió la Medalla de la Libertad al presidente colombiano Alvaro Uribe, al que los rumores habían vinculado con el antiguo cártel de Medellín y cuyo hermano Santiago está acusado de narcotráfico y de conexiones con los escuadrones de la muerte.

Quizá anticipando este honor y en correspondencia a la persona más responsable del Plan Colombia y a las crecientes operaciones militares tanto en las fronteras de Colombia como dentro del país, Alvaro Uribe anunció que iba a conceder a Bill Clinton el premio "Colombia es Pasión" "en una sesión de gala ...en Nueva York" por "creer en nuestro país y animar a otros a hacer lo mismo".

"Destacados demócratas de la lista de invitados incluyen a los ex-estrategas de Clinton, Dick Morris y Vernon Jordan, a los ex-miembros del gobierno Clinton Lawrence Summers y Madeleine Albright, y a varios congresistas demócratas", la mayoría de los cuales tuvieron la habilidad de supervivencia política de no asistir [11].

Poco antes ese mismo año "la víspera de una visita del presiente estadounidense George W. Bush" y sin fingir ya una guerra contra la droga "soldados estadounidenses y colombianos llegaron en helicóptero a la ciudad sureña de Cartagena del Chaira, una plaza fuerte de las FARC ..." [12].

Como se ha minimizado la cuestión de los narcóticos, el componente de los derechos humanos ha sido relegado al reino de la efímera manipulación de relaciones públicas.

En febrero de 2007 el hermano de la ministra colombiana de Asuntos Exteriores Maria Consuelo Araujo, el senator Alvaro Araujo, fue arrestado por su relación con el grupo paramilitar Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).

A Uribe esto no le afectó y afirmó: "Cuando me preguntan por qué mantengo a la ministra de Exteriores respondo: no está implicada en actividades criminales que estén siendo investigadas" [13].

El Plan Colombia ha entrado en su décimo año. En los años transcurridos no han disminuido en lo más mínimo las masacres abiertas y encubiertas del gobierno y de los paramilitares (algunas demasiado espeluznantes para contarlas) y si bien el cultivo y exportación de droga se ha visto parcialmente afectado, no se ha visto afectado sustancialmente por lo que cuando conviene se sigue denominando todavía programa de erradicación de la droga.

A pesar de afirmarse que era una guerra contra la droga, las actividades del Plan Colombia tanto dentro como fuera del país se llevaron a cabo con otros propósitos.

Colombia: la base del Pentágono en la región andina

Desde su inicio tenía el objetivo de ser más que una intensificación de una guerra de contrainsurgencia de décadas de duración en Colombia y ser la primera salva de una campaña estadounidense para intensificar la militarización de la región andina. Los planes de la Casa Blanca y el Pentágono de utilizar a Colombia como fuerza militar regional y base operativa para vigilar América de Sur han ganado una nueva urgencia para Washington con las transformaciones políticas en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina y Paraguay que presagian el fin de la dominación política, económica y militar estadounidense del continente.

En su primer año de existencia, 2001, un avión de la Fuerzas Aéreas Peruanas derribó un avión civil divisado por un avión estadounidense pilotado por contratistas de la CIA que llevaba a bordo a la misionera estadounidense Veronica Bowers y su hija, y murieron ambas además del piloto.

Para 2006 Estados Unidos había duplicado la cantidad de adiestradores y asesores militares estacionados en Colombia y ese mismo año aviones colombianos empezaron violando el espacio aéreo del vecino Ecuador. En apariencia estos aviones, a bordo de los cuales no habría sido raro que hubiera personal estadounidense, llevaban a cabo misiones de fumigación.

El gobierno ecuatoriano denunció estas acciones como "poco amistosas y hostiles" y el "ministro de Defensa Marcelo Delgado afirmó...que aviones del ejército sobrevolarían sus fronteras para impedir que los aviones colombianos entraran en el espacio aéreo de Ecuador...." [14].

En diciembre de 2006 no sólo aviones colombianos cruzaron la frontera. A finales del mes "unos 40 colombianos...huyeron hacia Ecuador atravesando la frontera después de haber sido atacados por soldados colombianos", informó la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR, en sus siglas en inglés) en Ecuador [15].

Doce meses antes quince colombianos fueron asesinados y 1.500 desplazados en la provincia de Narilo al sur del país, en la frontera con Ecuador. "Las autoridades permanecieron en silencio en relación a si esto era una operación militar contra luchadores de la guerrilla o una disputa entre grupos paramilitares" [16].

A principios de 2007 el general de marines Peter Pace, entonces presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor, viajó a Colombia y pasó dos días reunido con los dirigentes políticos y militares del país. Poco después, el ministro de Defensa colombiano Juan Manuel Santos (sobre el que se hablará más adelante) devolvió el favor y visitó el Pentágono donde se reunió con el secretario de Defensa estadounidense Robert Gates. Un informe de la visita del departamento de Defensa citaba a altos cargos del Pentágono afirmando que "el apoyo militar estadounidense a Colombia, antes centrado en combatir la droga, se ha ampliado a ayudar al ejército colombiano a enfrentarse a la insurgencia rebelde del país" y que "soldados de las fuerzas especiales estadounidenses en Colombia proporcionan adiestramiento militar a las fuerzas de Colombia...."[17]

Cinco meses después Colombia construyó una tercera base militar en su frontera de 2.219 kilómetros con Venezuela e inicialmente estacionó a 1.000 soldados en ella.

Colombia se ha convertido en el puesto de avanzada de Washington para hacer frente y amenazar tanto las fronteras del sudoeste de Ecuador como la del noreste de Venezuela.

También forma parte de una estrategia cuya naturaleza y alcance supera lo regional e incluso lo continental.

América del Sur: el sexto continente de la OTAN

Desde la implementación del Plan Colombia en 2000 Estados Unidos ha alistado a varios aliados de la OTAN para la guerra de contrainsurgencia y para propósitos más amplios en la región. Personal de las SAS británicas (Servicios Aéreos Especiales) ha sido destinado al ejército colombiano para funciones de adiestramiento y el ejército español también envió personal.

La OTAN tiene miembros en Europa y América del Norte, y socios en Asia (Afganistán, Japón, Kazajastán, Kurgistán, Mongolia, Pakistán, Singapur, Corea del Sur, Tajikistán, Turkmenistán y Uzbekistán) y África (Argelia, Egipto, Mauritania, Marruecos y Túnez) y Australia.

América del Sur es el único continente habitado en el que todavía no ha penetrado.

En enero de 2007 el jefe colombiano de Defensa Santos viajó a Washington, Londres y Bruselas, "para mantener conversaciones con la Unión Europea"en estas última ciudad y, a continuación, a Munich, Alemania, "para una reunión con los ministros de defensa de la OTAN" [18]. Por supuesto, Santos hizo esta gira para cosechar más ayuda militar de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN. Se ha informado que la Unión Europea ha concedido154 millones anuales desde aquel año.

En septiembre de 2005 el presidente venezolano Hugo Chávez advirtió que "por medio del trabajo de la inteligencia descubrimos un ejercicio militar de OTAN de una invasión de Venezuela y nos estamos preparando para esta invasión".

Detalló que el plan consistía en un "ejercicio militar ... conocido como Plan Balboa [que] incluye hacer ensayos de ataques simultáneos por aire, mar y tierra en una base militar en España en los que participan soldados estadounidenses y de países de la OTAN" [19]. También participaban en la operación tropas estadounidenses desplegadas en el enclave alemán de Curaçao al noroeste de la costa de Venezuela.

En la primavera del año siguiente se informó de que "se están llevando a cabo maniobras militares en el Caribe por parte de Estados Unidos, miembros de la OTAN y países del hemisferio, excluyendo a Cuba y Venezuela, que son objetivos potenciales de esta demostración de fuerza", y que inmediatamente después "en futuros ejercicios participarán aproximadamente 4.000 soldados de Estados Unidos, Holanda, Bélgica, Canadá y Francia, que está programado que participen en una maniobra llamada León Conjunto del Caribe, que tendrá lugar entre el 23 de mayo y el 15 de junio en Curaçao y Guadalupe" [20].

La guerra de contrainsurgencia colombiana, un modelo para el sur de Asia y Centro América

Durante los últimos siete años Estados Unidos también ha reclutado y desplegado a fuerzas de seguridad y militares colombianas para la guerra de Afganistán, supuestamente para reproducir el componente de la guerra contra la droga del Plan Colombia en el sur de Asia.

En abril de 2007 Washington trasladó a Afganistán a su embajador en Colombia, William Wood, para supervisar la aplicación del modelo colombiano de contrainsurgencia disfrazado de lucha contra el cultivo de droga. Dos años después se calcula que Afganistán representa el 90% de la producción ilegal de opio del mundo.

Un analista de Bangladesh observó que "según cifras de 2003, el tráfico de droga constituye el tercer artículo a nivel mundial en términos de dinero tras el comercio de petróleo y de armas.

Afganistán y Colombia son las principales economías mundiales productoras de droga, que alimenta una floreciente economía criminal. Estos países están fuertemente militarizados y en ellos el tráfico de droga está protegido.

Está ampliamente documentado que la CIA ha desempeñado un papel fundamental en el desarrollo de los triángulos de la droga tanto de América Latina como de Asia.

LA OTAN, como entidad, se ha convertido en cómplice de una importante proliferación de narcóticos y de actividad criminal. Realmente no se está reduciendo el opio: de hecho, todas las cifras demuestran que está aumentando. Como han confirmado varios informes, esto está ocurriendo bajo los ojos de la OTAN" [21].

Las estaciones intermedias entre Afganistán y Colombia son Kosovo, no sin razón apodado la Colombia de los Balcanes, y, cada vez más, Iraq.

Es imposible ignorar este modelo.

Irónicamente dada la cita anterior, BBC News informó hace dos años que "Estados Unidos espera que algunas de las lecciones aprendidas en Colombia se puedan aplicar a Afganistán...." [22].

El pasado enero el actual jefe de la Junta de Jefes del Estado Mayor estadounidense, el almirante Michael Mullin, visitó Colombia y declaró: "Nuestra relación ejército a ejército es extraordinariamente fuerte. Necesitamos estar con ellos. Hemos logrado cosas que son extraordinarias" [23].

Este mes de marzo Mullin viajó a Colombia, Brasil, Chile, Perú y México. Al volver sus comentarios se resumían en la afirmación de que "el ejército estadounidense está dispuesto a ayudar a México en su mortífera lucha contra los cárteles de la droga con algunas de las tácticas de contrainsurgencia utilizadas contra redes militantes en Iraq y Afganistán" [24] y que "el paquete de ayuda del Plan Colombia podía ser un modelo 'englobante' para Pakistán y Afganistán...." [25]

Un artículo sobre los planes para las guerras en Iraq, Afganistán y Pakistán del jefe del comando central estadounidense David Petraeus informaba de que "los oficiales del ejército también están considerando las relaciones estadounidenses con Colombia como un posible modelo para Afganistán y Pakistán, afirmando algo como que la estrategia del Plan Colombia de Washington podría ayudar a ambos países contra los militantes" [26].

El informe del que se ha extraído la cita anterior, "Estados Unidos ve en Colombia lecciones para la guerra afgana", incluye también lo siguiente: "La policía afgana ya se ha estado adiestrando con sus homólogos colombianos y Bogotá está estudiando enviar tropas a Afganistán para ayudar con la erradicación [de la droga] y a quitar las minar" [27].

Lo que se está exportando a Afganistán se hizo asquerosamente evidente el pasado otoño cuando se anunció que Colombia había destituido a tres generales y 22 soldados de diferentes rangos por el asesinato, al parecer gratuito, de jóvenes habitantes de las barriadas de Bogotá: "Los jóvenes fueron llevados a Bogotá engañados con la promesa de trabajo; posteriormente sus cuerpos fueron encontrados en fosas comunes cerca de la frontera con Venezuela. Grupos de derechos humanos afirman que los soldados a veces matan a personas indefensas para poder inflar sus afirmaciones de éxito en la batalla y promocionar" [28].

Entre los tres generales a los que se pidió dimitir estaba el general Mario Montoya Uribe, "el autor de la política de utilizar las cifras de muertos para medir el éxito contra la guerrilla" [29] que "supuestamente fomentó promocionar a oficiales cuyas unidades habían matado a más rebeldes de izquierda" [30].

Un informe posterior proporcionaba detalles horripilantes: "Se están investigando más de 1.000 casos de asesinatos ilegales por parte de los militares. Hay decenas de casos de soldados que apresan a hombres inocentes, los asesinan y los visten como combatientes enemigos. Se cree que cientos de miembros de las fuerzas de seguridad han participado en estas actividades" [31].

En referencia a esto recuerden que el informe anterior afirma que los asesinados fueron enterrados en fosas comunes cerca de la frontera venezolana.

Con el ataque de este año del ejército de Sri Lanka contra las plazas fuertes de los Tigres Tamiles que supuestamente ha acabado con la guerra de 33 años, el gobierno colombiano y sus suministradores militares estadounidenses están emprendiendo la única guerra de contrainsurgencia del mundo de décadas de duración, una guerra que entra ahora en su quinta década.

Ha sido y sigue siendo una guerra contra los pobres, los sin tierra, las personas privadas de derecho de representación, contra cualquiera que se oponga a los privilegios y abusos de los terratenientes, de la elite de los negocios, al ejército adiestrado por Estados Unidos y a las más altas esferas de las narcomafias.

Hace nueve años el Plan Colombia se diseñó para ser la fase terminal de esta guerra.

El modelo de Colombia es ahora el prototipo que Washington ha identificado abiertamente para ser aplicado en Afganistán, Pakistán y México entre otros lugares.

Plan Colombia: frenar a la renaciente América del Sur

Además, ahora el Plan Colombia se revela cada vez más como una estrategia militar para suprimir una creciente oleada de descontento con las secuelas del neoliberalismo posterior a la Guerra Fría que se está suscitando por toda América del Sur y Central, y el Caribe.

Estados Unidos y Occidente en su conjunto han utilizado al régimen colombiano y su formidable máquina militar para intimidar a sus vecinos Ecuador y Venezuela, y a la región andina en su conjunto. Al hacer frontera con Panamá, Colombia también es una potencial plataforma de lanzamiento de ataques a naciones de América Central como Honduras, Nicaragua y El Salvador.

Una breve cronología del pasado año y medio demostrará el destacado papel que sus patrocinadores en Washington han pensado para Colombia.

En enero de 2008 el presidente venezolano Chávez afirmó que Estados Unidos y su cliente colombiano "no quieren la paz en Colombia porque es la excusa perfecta para tener aquí a miles de soldados, a la CIA, las bases militares, aviones espías y quién sabe qué otras operaciones contra Venezuela". Y añadió: "Acuso al gobierno de Colombia de conspirar, de actuar de títere del imperio estadounidense, de planear una provocación contra Venezuela" [32].

El 1 de marzo de 2008 Colombia emprendió un ataque dentro de Ecuador y mató a 24 supuestos miembros de las FARC, incluyendo a la segunda persona al mando del grupo Raúl Reyes.

Un artículo titulado "Altos cargos colombianos afirman que la inteligencia estadounidense ayudó en el ataque contra los rebeldes" informaba de que "las fuerzas aéreas de Ecuador descubrieron que Colombia utilizó bombas de 500 libras similares a las usadas por el ejército estadounidense en Iraq, que no pueden ser transportadas por aviones colombianos. Las autoridades ecuatorianas también indicaron que horas antes del bombardeo aéreo colombiano había despegado de la base estadounidense de Manta, al sureste de Ecuador, un avión militar HC-130" [33].

Temiendo que la incursión armada dentro de Ecuador formara parte de una agresión más amplia Venezuela desplegó a unos 9.000 soldados en su frontera con Colombia. El día del ataque el presidente venezolano Chávez advirtió a su homólogo colombiano "ni piense en hacer eso aquí porque sería muy grave, sería motivo de guerra" [34].

Después del ataque el presidente ecuatoriano Rafael Correa rompió las relaciones diplomáticas con Colombia y cuando más tarde se descubrió que el bombardeo había matado a un ciudadano ecuatoriano advirtió de mayores consecuencias.

El 6 de marzo Venezuela decretó un estado general de alerta y envió a diez batallones, aviones y tanques a la frontera con Colombia.

El presidente estadounidense Bush declaró a los periodistas que "Estados Unidos seguirá estando al lado de Colombia" [35].

Tres semanas después Ecuador anunció que "instalaría un equipo de vigilancia electrónica y aumentaría su presencia militar en su frontera con Colombia" y el presidente Correa advirtió que su país "nunca más" permitiría un ataque extranjero contra su territorio[36].

Ejército estadounidense: después de Iraq, América Latina

También en abril de 2008 el director de operaciones de las Fuerzas Aéreas Estadounidenses del Sur, el coronel Jim Russell, defendió que las tropas que se estaban retirando de Iraq fueran redesplegadas en el Comando Sur del Pentágono que comprende América del Sur y Central, y el Caribe. En aquel momento declaró: "Creemos que mientras avanzamos veremos un mayor giro en la atención a la zona. Estamos viendo problemas a la misma entrada de América Central. Esta es la puerta de entrada a nuestra frontera sur" [37].

El 12 de julio de 2008 la marina estadounidense restableció a la Cuarta Flota, que abarca América del Sur y Central, y el Caribe lo mismo que el Comando Sur del Pentágono, después de que se retirara en 1950 tras la Segunda Guerra Mundial.

A principios de este año el jefe del Comando Sur, el almirante James Stavridis, se convirtió en Comandante Supremo Aliado de la OTAN y jefe del Comando Europeo del Pentágono. Tres de los últimos cinco altos comandantes militares de la OTAN (Stavridis, su predecesor Bantz John Craddock y Wesley Clark) fueron trasladados a la jefatura del Comando Sur.

Anticipando claramente lo que ha ocurrido esta semana, en mayo de 2008 Venezuela advirtió a Colombia que no permitiría una nueva base militar estadounidense en La Guajira cerca de la frontera con el noroeste de Venezuela. Chávez afirmó: "No permitiremos que el gobierno colombiano dé La Guajira al imperio. Colombia está lanzando una amenaza de guerra contra nosotros" [38].

Menos de una semana después un avión de guerra estadounidense penetró en el espacio aéreo de Venezuela en un vuelo desde las Antillas holandesas. El gobierno venezolano acusó a Estados Unidos de espiar en una base militar en la Isla de Orchila y "afirmó que Estados Unidos está probando la capacidad de Venezuela de detectar intrusos y que las fuerzas aéreas venezolanas estaba preparadas para interceptarlo de no haber vuelto el avión hacia la isla caribeña de Curaçao" [39].

El ministro [venezolano] de Defensa Gustavo Rangel afirmó que "éste es sólo el último paso de una serie de provocaciones en las que quieren implicar a nuestro país" [40].

En septiembre una sangrienta emboscada separatista mató a ocho personas en la provincia boliviana de Pando. El gobierno expulsó al embajador estadounidense Philip Goldberg, un veterano en apoyar violentos levantamientos separatistas anteriores en Bosnia y Kosovo. El jefe de las fuerzas armadas de la nación, el general Luis Trigo, advirtió que "la Fuerzas Armadas Bolivianas advirtieron el viernes que no tolerarán ninguna acción más de grupos radicales o interferencias extranjeras en los asuntos internos del país" [41].

A finales de 2008 Bolivia expulsó a los agentes de la agencia contra la droga estadounidense, la DEA, y más tarde anunció sus planes de comprar helicópteros rusos para operaciones anti-narcóticos.

El presidente boliviano Evo Morales declaró hoy [23 de julio]: "Tengo información de primera mano de que el imperio, por medio del Comando Sur estadounidense, realizó el golpe de Estado de Honduras" [42].

En octubre de 2008 Ecuador acusó a la CIA de infiltrarse en su ejército y reconoció el ataque colombiano a su territorio el mes de marzo anterior. El ministro de Defensa Javier Ponce declaró en los periódicos: "La CIA conoce perfectamente lo que está pasando en Angostura" [43].

Al mismo tiempo el ministro colombiano de Defensa Santos amplió la belicosidad de su nación dirigiéndola contra Rusia. Actuando completamente como la criatura de Washington y de su ejército que es, Santos afirmó: "Con sus 16.000 bombas nucleares Rusia tienen un enorme deseo de ser un actor clave en el mundo. Pero su presencia en la región promoverá una vuelta a la Guerra Fría" [44].

Santos aludía en particular a los recientes ejercicios navales ruso-venezolanos en el Caribe y al hecho de que Rusia ha suministrado a Caracas armas avanzadas, aviones de guerra y submarinos, lo que refleja una tendencia general entre las naciones de América Latina (incluyendo Bolivia, Ecuador, Argentina y Nicaragua) a aumentar sus relaciones militares con Rusia como contrapeso a la tradicional dominación estadounidense de sus fuerzas armadas y para ser capaces de defenderse contra ataques estadounidenses y por medio de intermediarios. Lo que Santos y sus patrocinadores estadounidenses temen es la desaparición real de casi doscientos años de Doctrina Monroe.

El pasado mes de marzo el presidente venezolano Chávez calificó al ministro colombiano de Defensa Santos de ser "una amenaza para la estabilidad regional" y "una amenaza para la estabilidad y soberanía de los países de la región" que "vuelve a demostrar su desprecio por el derecho internacional", en referencia a la defensa que hizo Santos del ataque dentro de Ecuador del año pasado [45].

Santos reiteró su intención de seguir atacando supuestos emplazamientos rebeldes en los países vecinos, lo que provocó está respuesta de Chavez pocos días después: "En caso de una provocación de parte de las fuerzas armadas de Colombia o de violaciones de la soberanía de Venezuela, daré orden de atacar con el avión Sukhoi y tanques. No permitiré a nadie ofender a Venezuela y su soberanía" [46].

En los últimos meses el Pentágono ha estado adiestrando a las fuerzas armadas de Guyana, el vecino del este de Venezuela, tanto dentro de ese país como en Estados Unidos. Ya hemos examinado el uso de posesiones francesas y alemanas en el Caribe para propósitos militares. Con la elección de Ricardo Martinelli como presidente de Panama el pasado mes de mayo, lo que supone la vuelta de este país a las filas de Estados Unidos, el lazo en torno a Venezuela se está estrechando.

Ecuador rechazó renovar un acuerdo con Estados Unidos para el uso de su base militar de Manta con lo que este mes Washington pierde sus derechos a usar la base. Con el correspondiente anuncio la semana pasada del presidente colombiano Uribe de que entregaba cinto bases más al Pentágono (tres campos de aviación y dos bases navales) el presidente Chávez estaba en lo cierto al considerar este paso "una amenaza contra nosotros" y advirtió que "están rodeando Venezuela con bases militares" [47].

Desde el derrocamiento del presiente hondureño Manuel Zelaya el 28 de junio, dirigido por comandantes militares adiestrados en la Escuela de las Americas, se han disparado las alarmas en América Latina y por todo el mundo de que el golpe, lejos de ser una aberración o un anacronismo, pueda establecer un precedente para más [golpes] en un futuro cercano.

Y exactamente igual que en los últimos meses de la presidencia de Bush y en los primeros siete meses de la actual presidencia, las operaciones militares en Afganistán, a las que durante cinco años se dio una importancia secundaria en relación a Iraq, se han intensificado hasta convertirse en el principal frente de guerra del mundo, así que puede que se esté planeando reavivar los planes de una agresión directa estadounidense en América Latina, planes latentes desde la invasión de Panamá en 1989.

Notas

1) Russia Today, 18 enero de 2009

2) Ibid

3) STRATFOR, 14 enero 2000

4) Ibid

* N. de la t.: La expresión “flecha del parto” (“the parthian shot” en inglés) se refiere a una costumbre guerrera de los jinetes partos de la Antigüedad que simulaban huir a galope tendido y en un momento dado disparaban sus flechas hacia atrás y por encima del hombro, con lo que diezmaban a sus confiados perseguidores. La expresión se utiliza para describir ese metafórico disparo final –puede ser un gesto, una frase hiriente, una revelación penosa– que quiere lastimar irreparablemente en el momento de cerrarse una puerta que se supone definitiva.

5) Ottawa Citizen, 6 de septiembre 2000

6) Inter Press Service, 21 diciembre de 2000

7) Ibid

8) United Press International, 11 de abril de 2000

9) Tampa Bay Times, 12 de julio 2008

10) Ibid

11) Associated Press, 24 de mayo de 2007

12) Associated Press, 10 de marzo de 2007

13) Xinhua News Agency, 18 febrero de 2007

14) Xinhua News Agency, 16 de diciembre de 2006

15) Xinhua News Agency, 27 de diciembre de 2006

16) Xinhua News Agency, 20 enero de 2006

17) U.S. Department of Defense, 1 de febrero de 2007

18) Reuters, 29 enero 2007

19) Australian Associated Press, 4 de septiembre de 2005

20) Prensa Latina, 10 abril de 2006

21) The Daily Star, 24 de noviembre de 2007

22) BBC News, 8 julio de 2007

23) Agence France-Presse, 17 de enero de 2008

24) Reuters, 6 de marzo de 2009

25) Reuters, 5 de marzo de 2009

26) Reuters, 16 de octubre 2008

27) Ibid

28) Radio Netherlands, 30 de octubre de 2008

29) Russia Today, 18 de enero de 2009

30) Trend News Agency, 4 de noviembre de 2008

31) Russia Today, 18 de enero de 2009

32) Reuters, 25 enero de 2008

33) Focus News Agency, 24 de marzo de 2008

34) Associated Press, 1 de marzo de 2008

35) Reuters, March 4 de marzo de 2008

36) Associated Press, 22 de abril de 2008

37) Stars and Stripes, 27 de abril de 2008

38) Associated Press, 15 mayo de 2008

39) Bloomberg News, 21 de mayo 2008

40) Reuters, 19 mayo de 2008

41) Xinhua News Agency, 13 de septiembre de 2008

42) Agence France-Presse, 22 de julio de 2009

43) Reuters, 30 de octubre de 2008

44) Russian Information Agency Novosti, 4 de octubre de 2008

45) Trend News Agency, 4 de marzo de 2009

46) Russian Information Agency Novosti, 9 de marzo de 2009

47) Associated Press, 21 de julio de 2009

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