Introducción La
lucha de clases es esencial para enmarcar cuestiones de régimen
político, relaciones de clase, estructuras y estrategias económicas y
distribución de la riqueza.
La lucha de clases posee un carácter
internacionalista, especialmente en esta era de globalización
imperialista; las corporaciones multinacionales, las organizaciones
financieras internacionales y los estados imperiales intervienen directa
o indirectamente, a través de estados colaboracionistas o testaferros,
en la "lucha de clases entre los trabajadores y el capital". Esto es
particularmente evidente en América Latina con el auge del capitalismo
extractivo: las gigantescas corporaciones agro-mineras tienen un papel
principal en la elaboración de políticas económicas, que van en
detrimento de los trabajadores, de las comunidades y de los pueblos
indígenas.
Las clases en lucha varían según la época y el lugar,
dependiendo de condiciones socio-económicas y políticas, organización,
trayectoria histórica, distribución del ingreso y sitios de explotación
económica y despojo.
La naturaleza de las luchas y las demandas
conflictivas entre trabajadores y capital varía en términos de alcance,
intensidad, ubicación geográfica e intereses de clase. El rango de temas
abarca desde demandas sectoriales específicas sobre salario y
condiciones de trabajo hasta luchas más amplias que abarcan tanto
políticas públicas sobre presupuesto, decisiones de inversión y derechos
de propiedad como cuestiones de despojo, contaminación y los impactos
destructivos en las comunidades locales.
En las luchas de clases
participan dos rivales principales. La lucha de la clase dominante,
"desde arriba", en la que varios sectores capitalistas usan su poder
social, control económico y penetración estatal para maximizar las
ganancias inmediatas y futuras, para monopolizar las asignaciones del
presupuesto estatal, para limitar la parte del ingreso destinado a los
trabajadores y para despojar y desplazar a pequeños productores y
habitantes locales de las regiones ricas en recursos. La lucha de la
clase popular, "desde abajo", involucra a una panoplia de clases
abarcando a desempleados y a obreros de la industria, gremios públicos y
empleados asalariados del sector privado, campesinos sin tierra,
pequeños productores y comunidades indígenas. Sus demandas cubren un
amplio rango que va desde una mayor participación en el ingreso
nacional, la recuperación de tierras y recursos usurpados por el estado
para las corporaciones agro-mineras, hasta un cambio sistémico en
derechos de propiedad y relaciones de clase.
Uno de los
determinantes clave del alcance y la profundidad de la lucha de clases
es el "momento del ciclo económico" -el punto en el cual un modelo
económico particular está en una fase ascendente o ya ha extenuado sus
posibilidades y ha ingresado en su declinación y crisis. Por ejemplo, en
años recientes presenciamos el auge del neoliberalismo, entre mediados
de los 70s y fines de los 90s, un periodo en el que el capital estuvo en
la ofensiva, librando una guerra de clases y revirtiendo los avances de
los obreros y campesinos, privatizando la economía y saqueando el
tesoro público. A fines de la década del 90 y principios del siglo XXI,
el neoliberalismo entró en crisis, se intensificó la lucha de clases
desde abajo, abarcando desde los movimientos de trabajadores desocupados
de Argentina, a los movimientos indígenas de Bolivia y Ecuador que
causaron la caída de varios regímenes y el surgimiento de gobiernos post
neoliberales.
De igual manera, la declinación del mega-ciclo
(boom de una década de las economías exportadoras de commodities) que
comenzó en 2012-2013, está siendo acompañada por un auge de movimientos
urbanos de masas que protestan contra las políticas de los regímenes
post neoliberales en Brasil, Perú y Argentina.
Los cambios en las
configuraciones económicas de América Latina, especialmente en la
expansión de los sectores agro-mineros, financieros y comerciales y la
caída del sector manufacturero han tenido un profundo impacto en la
forma de la estructura de clase, la organización de los sindicatos y el
conflicto de clase. La afiliación a los sindicatos ha sufrido una caída
estrepitosa. En Brasil, los afiliados a los sindicatos decrecieron de un
32,1% a principios de la década del 90 (previo a la elección del
neoliberal Cardoso en 1994) al 17% a mediados de los 90 en la
presidencia de Lula (2005). En Argentina, entre 1986 y 2005, la cantidad
de afiliados a los sindicatos bajó del 48,7% al 25,4%. En México, los
afiliados disminuyeron del 14% al 10% entre 1985 y 2005. Chile es la
excepción: comenzó con un índice bajo del 11.6% en 1986 y aumentó al 16%
en 2005. Además, la caída de la cantidad de afiliados a los sindicatos
ha estado acompañada por la disminución de la cantidad de obreros
industriales, especialmente en las industrias de bienes de consumo que
requieren mano de obra intensiva, afectadas negativamente por
importaciones de textiles, zapatos, juguetes y otros productos de bajo
costo desde Asia -como parte del intercambio entre exportadores
agro-mineros e importadores de manufacturas.
El debilitamiento de
los sindicatos va a la par con la disminución de la influencia política
en las políticas estatales y un giro hacia la reducción de los salarios
y empeoramiento de las condiciones de trabajo. A raíz de ello, hay
menos huelgas y estas se enfocan en reivindicaciones de índole
inmediata.
Los movimientos sociales masivos ocuparon el espacio
social y político de la lucha de clases que había sido dejado vacante
por los obreros industriales. En el campo, el movimiento anteriormente
liderado por campesinos, indígenas y los trabajadores sin tierra durante
la era neoliberal fue reemplazado por las luchas urbanas lideradas por
trabajadores de servicios de bajos ingresos y empleados de clase media
baja en el periodo post neoliberal "tardío". Esto fue puesto en
evidencia por las luchas urbanas masivas en las que participaron
millones de personas en Brasil en mayo-junio de 2013.
El cambio
en las luchas económicas y sociales condujo a transformaciones
fundamentales en la ubicación de las luchas de clases y en las demandas
socio-económicas.
Antes de la década del 90, las principales
huelgas, protestas y otras actividades de clase eran organizadas en el
sitio de trabajo por trabajadores empleados y afiliados a sindicatos.
Durante la década del 90 el eje de la lucha se trasladó a las calles, el
campo y los barrios mientras que la lucha de clases era impulsada por
trabajadores rurales sin tierra, obreros desocupados y la clase media en
descenso. En la primera década y media del 2000, la ubicación de la
lucha de clases se focalizó en las comunidades indígenas y de las
provincias aledañas a la explotación corporativa agro-minera. Las luchas
se centraron en la resistencia al despojo, a la erradicación y a la
destrucción del hábitat. En los movimientos urbanos de masa de las
principales ciudades brasileñas confluyeron personas de la clase media
baja, trabajadores informales y estudiantes. Estos se organizaron en las
calles: el centro de organización y confrontación se ubica en los
barrios y comunidades. El blanco de ataque es el estado post neoliberal.
El poder de convocatoria de los sindicatos ha disminuido en un ratio de
20 a 1. Dos millones de trabajadores participaron en marchas de
protesta contra la corrupción masiva, la asignación injusta de los
recursos presupuestarios y la caída de los estándares de vida y la
calidad de servicios básicos de salud, educación y transporte.
La
nueva lucha de clases está conformada básicamente por la joven
generación de trabajadores no sindicalizados, muchos de los cuales son
trabajadores del sector informal y trabajadores de servicios con
salarios bajos, alto nivel de dependencia de los servicios públicos y
sin protección social del estado.
La fisonomía compleja y
cambiante de la "lucha de clases desde abajo" se corresponde con la
continuidad y los cambios de la "lucha de clases desde arriba".
Las
clases dominantes han cambiado de postura: pasaron de tener una
posición de fuerza bruta -vía dictaduras militares y regímenes
ultra-autoritarios al lanzar la contrarrevolución neoliberal a
principios de la década del 70 y mediados del 80- hacia una postura de
apoyo a la transición negociada a políticas electorales como un medio de
consolidar el modelo e implementar rápidamente la agenda neoliberal en
la década del 90.
Frente a las revueltas populares contra el
neoliberalismo de fines de la década del 90, la élite agro-minera apoyó a
los regímenes post neoliberales de centro-izquierda y se aseguró un
lugar de privilegio en el nuevo modelo, aceptando el aumento de
impuestos y los pagos de royalties a cambio de vastos subsidios
estatales y apropiaciones de tierra a gran escala.
Con la caída
del mega-boom (después de 2012) diferentes sectores de la clase
dominante adoptaron distintas estrategias: algunos, sobretodo los
sectores agro-mineros de Brasil, presionaron por un regreso al
neoliberalismo dentro de los regímenes de centro-izquierda; otros,
especialmente la unión agro-industrial de Argentina, organizaron
"protestas masivas" para deteriorar al gobierno post neoliberal y la
inversión inmobiliaria y el capital financiero internacional trasladaron
capital hacia sitios más lucrativos en otras regiones.
Mientras
que la lucha de clases en sus múltiples expresiones es una fuerza
"constante" y en movimiento que determina estrategias económicas y la
dirección de la política social, la forma organizativa que adquiere ha
cambiado drásticamente en la última mitad del siglo. Incluso lo que
aparenta ser una organización similar ("movimientos", "sindicatos" y
"movilizaciones basadas en la comunidad") posee grandes variantes en su
composición interna y en su modo de operar. Para aumentar la
complejidad, las organizaciones cambian con el tiempo tanto en sus
estructuras como en sus relaciones con el estado, según la tendencia
política del gobierno en el poder.
Vamos a examinar algunos ejemplos:
En
la década del 70, los sindicatos de Chile, Argentina, Perú y Uruguay
estaban altamente politizados, tenían un papel principal en la
movilización y en la unión con partidos y movimientos barriales
promoviendo la socialización de la economía y la resistencia a las
dictaduras militares. Así mismo, durante las últimas fases de las
dictaduras militares en Brasil y Perú, los sindicatos militantes
participaron en huelgas masivas para acelerar el advenimiento de
políticas democráticas electorales. Posteriormente, con el surgimiento
de los regímenes post neoliberales, la mayoría de los sindicatos
participaron en negociaciones colectivas tripartitas sobre estrechas
demandas corporativas, eludiendo cualquier lucha enraizada en la
comunidad sobre cuestiones sociales y, en muchos casos, respaldando las
políticas gubernamentales mediante sus líderes cooptados. En otras
palabras, los sindicatos han tenido en diferentes épocas tanto el papel
de "vanguardias sociales" y aliados de los movimientos de masa, como de
mediadores del compromiso social o el de colaboradores activos y correa
de transmisión del estado. El mismo concepto organizativo de sindicato
abarca respuestas contradictorias a las demandas de la lucha de clases.
Lo mismo sucede con los "movimientos sociales". Desde el comienzo de los
regímenes neoliberales, y durante su accionar catastrófico los
movimientos sociales tuvieron un papel de liderazgo cuestionándolos y
derrocándolos ante la crisis económica. Los movimientos abarcaron un
amplio abanico, desde los trabajadores urbanos desempleados organizados
localmente en Argentina a los movimientos indígenas comunitarios de
Ecuador y Bolivia, y a los movimientos de trabajadores rurales
centralizados de Brasil. Con el surgimiento de los regímenes post
neoliberales y el auge del mega-ciclo, los movimientos de desocupados
(piqueteros) prácticamente desaparecieron en Argentina, sectores
importantes del movimiento indígena, especialmente los cocaleros de
Bolivia perdieron su autonomía y pasaron a apoyar políticamente al
gobierno de Evo Morales, y el movimiento MST (Movimiento de los
trabajadores rurales sin tierra) disminuyó su actividad de recuperación
de la tierra en pos de los subsidios económicos de los regímenes de Lula
y Dilma en Brasil.
Lo que es impactante en relación al concepto
de "movimientos sociales" es que cuando disminuye la lucha de clases
llevada a cabo por movimientos anteriores, establecidos y/o cooptados,
movimientos nuevos y vibrantes irrumpen en la escena. En Bolivia el
movimiento TIPNIS lidera la lucha contra las estrategias extractivas del
gobierno de Morales. En Brasil, los movimientos de masas conformados
por millones de personas desafiaron las políticas, prioridades y a los
políticos corruptos del gobierno de Lula-Dilma. Movimientos
eco-indígenas sobrepasaron a los sindicatos y los movimientos sociales
cooptados en Ecuador, Argentina, Paraguay y Perú... Nuevas
organizaciones de clase y organizaciones civiles dinámicas y enraizadas
en la comunidad participan en confrontaciones masivas contra las
multinacionales mineras extractivas y el estado en Colombia, Perú,
Ecuador y otros países.
La dinámica del capital extractivo, con
sus políticas extremas de erradicación, desplazamiento y desposesión de
comunidades enteras, genera alianzas interclasistas y abarcadoras que
desafían el poder y las prerrogativas del estado para dictar políticas
de desarrollo, al menos en relación con la explotación regional de los
recursos. Con la caída del mega-ciclo extractivo y la disminución de la
demanda de commodities y de sus precios, mientras el crecimiento de
China, India y el resto de Asia se desacelera, regresan los signos de
una lucha de clases nueva, amplia, nacional (en oposición a regional).
La élite debate estrategias de clase. Los sectores del capital
extractivo demandan intensificar la producción para compensar la baja de
precios; otros se aseguran recortes en impuestos y costos sociales;
otros, en los regímenes post neoliberales hacen llamados a un "nuevo
modelo de desarrollo" frente a la movilización de las masas (Lula Da
Silva en Brasil). Los gobiernos post neoliberales, temerosos de la fuga
de capitales, son presionados para hacer mayores concesiones impositivas
a los capitalistas, por un lado, y por el otro, sienten temor ante los
movimientos urbanos masivos que exigen mejoras efectivas en los
servicios públicos y el empleo; vacilan entre las concesiones sociales y
la represión policial.
Dado el alto grado de dependencia
inscripto dentro del modelo extractivo, cortar las conexiones
gubernamentales con el comercio de commodities, y construir un nuevo
modelo equilibrado requerirá de un compromiso más profundo y amplio con
las clases populares y un retorno a la lucha de clases desde abajo.
Estudios de caso de la lucha de clases desde arriba y desde abajo
La
lucha de clases ha sido claramente internacionalizada. La intervención
imperial es una parte central de la lucha de clases desde arriba y es
endémica, ya sea mediante corporaciones multinacionales, inversión y
desinversión, los golpes de estado promovidos por el imperio y las
políticas desestabilizadoras o las invasiones militares -directas o a
través de terceros países. La lucha de clases antiimperialista desde
abajo es menos prominente, pero se manifiesta en la ayuda internacional y
las políticas solidarias promovidas desde Venezuela con el ALBA,
reuniones internacionales de estrategia campesina, de pueblos indígenas y
movimientos de solidaridad. Sin embargo, lo fundamental de la lucha de
clases contra la explotación halla su expresión en los movimientos de
los oprimidos y los desposeídos, quienes solo pueden contar en última
instancia con los recursos de sus propias bases -a diferencia de las
clases dominantes, que dependen de sus aliados imperiales estratégicos.
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