“Por tímido que sea, cualquier proyecto de independencia [informativa] puede amenazar, en alguna medida, la división internacional del trabajo, que atribuye a unos pocos la función activa de producir noticias y opiniones, y atribuye a todos los demás la función pasiva de consumirlas”.
Eduardo Galeano
Eduardo Galeano
Caratula No. 1 de Periferia, 2004
La sociedad colombiana está sometida a una dictadura mediática regida por el poder totalitario de unas pocas empresas de comunicación que controlan lo que se dice y se piensa en nuestra vida cotidiana. La radio, la televisión y la prensa escrita son propiedad de grandes grupos económicos que determinan los patrones de comunicación de la gran mayoría de los colombianos, imponiendo los valores propios del capitalismo traqueto que se ha impuesto en este país. La gente común y corriente es la principal víctima de esa dictadura comunicacional, en la medida en que se le ha “formateado” el cerebro para que piense y actúe como lo quieren las clases dominantes y tal como lo expresan sus medios de comunicación de masas (llámense RCN, Caracol, El Tiempo o El Espectador…). Ese proceso de domesticación se expresa en la imposición del culto a la competencia individual, a la ganancia, a las desigualdades y a la injusticia, como si todas ellas fueran algo natural que deben ser aceptadas sin remedio alguno. A través de los medios de desinformación se impone el más crudo y vulgar de los racismos, sexismos y clasismos, que reproducen la desigualdad y discriminación extremas que caracterizan a nuestra sociedad.
Esa desinformación dominante ha logrado que se reduzca el panorama informativo a unas pocas trivialidades, que pasan a convertirse en la razón de ser de hombres y mujeres: futbol como el único deporte existente; telenovelas y enlatados como exclusivo referente cultural; reality shows como programas encaminados a reforzar la idea del éxito individual que resulta de la competencia y del arribismo; noticieros que mienten a granel y reducen el mundo a un enfrentamiento entre buenos y malos, en donde los primeros están representados por Estados Unidos y sus súbditos (entre ellos Colombia) y los segundos son sus enemigos u oponentes en el plano mundial o local. Lo peor del caso es que esta última trivialidad pretende legitimar la eliminación física y la destrucción de los “malos”, mediante, por ejemplo, los bombardeos criminales que de manera impune –y a nombre de la cruzada contra el terrorismo– se efectúan en diversos lugares del planeta, como acontece en el territorio nacional.
Hasta tal punto el panorama comunicacional regido por la dictadura mediática señalada se ha impuesto en nuestra sociedad, que para los ojos de la gran mayoría resulta raro y sorprendente que algunos sectores intenten combatirla impulsando otras formas de comunicación, porque la irracionalidad monolítica dominante no concibe maneras diferentes de información y periodismo. Para completar el terrible panorama que enfrenta una información alternativa debe señalarse la carga política de derecha que en nuestro país se ha reforzado en los últimos doce años y alcanzó su máxima cota durante el régimen de la Inseguridad Antidemocrática, durante el cual la postración y la abyección de la prensa, los periodistas y los “intelectuales” fueron fundamentales para legitimar el crimen y la mentira.
Por todas estas circunstancias, adquiere un significado especial que un día Olimpo Cárdenas y un grupo de compañeros hayan decidido a finales del 2004 publicar Periferia, que hoy llega a su número cien y, en medio de grandes dificultades económicas, políticas, editoriales, hayan podido mantener ese proyecto en una de las coyunturas más difíciles para el pensamiento alternativo y revolucionario. Periferia ha sido una pequeña ventana que se abre intermitentemente, para enfrentar el apabullante dominio ideológico y cultural del capitalismo traqueto a lo criollo, y a través de la cual se filtran los destellos de otro modelo informativo que nos acerca a nuestra contradictoria realidad de una manera crítica y propositiva. En Periferia se han ventilado grandes temas (paramilitarismo, megaproyectos, destrucción ambiental, explotación mineral, masacres, represión, luchas de resistencia…) del panorama colombiano, siempre con la pretensión de desnudar las miserias del capitalismo realmente existente. En Periferia se ha combatido el centralismo predominante en Colombia, que reduce el acontecer nacional a lo que sucede en Bogotá y el centro del país, para mostrarnos número tras número la presencia viva y activa de la vida regional y provincial, que bulle en las entrañas de la Colombia profunda. En Periferia se ha denunciado la desigualdad y la explotación que caracterizan a este país, pero también se ha exaltado el sentido de dignidad y de lucha de hombres y mujeres, que han combatido de múltiples formas –con la pluma, el fusil, el azadón o el martillo– la injusticia reinante. En Periferia se funden la crónica, el análisis, el reportaje, el artículo de opinión, la divulgación científica, para proporcionarle al lector un acercamiento panorámico de la complejidad social de Colombia, de nuestra América y de un mundo cada vez más turbulento.
Caratula No. 50 de Periferia, 2010
Sea esta la oportunidad de evocar algunos aspectos de mi participación en Periferia, un proyecto quijotesco que ha persistido por una década. En el segundo semestre de 2004 me llamó por teléfono Olimpo Cárdenas, a quien no conocía personalmente para proponerme que escribiera para un periódico que estaba por aparecer. Él me invitaba luego de conocer algunos artículos míos publicados en otros periódicos y revistas de la época, especialmente en uno titulado Mundo Ciudadano, en el que ambos habíamos colaborado. Yo le respondí que sería bueno que me contara personalmente de qué se trataba el asunto. En efecto, un día domingo conocí a Olimpo y en forma rápida me habló de su proyecto de publicar Periferia y me instó a ser un colaborador permanente del mismo y me dijo que saldría cada dos meses y se editaría en Medellín. Yo le dije que por supuesto colaboraría y que si estaba bien que empezáramos con la difusión de aparte de una temática que venía trabajando en un libro que estaba por aparecer con el título Los economistas neoliberales nuevos criminales de guerra. Yo supuse en ese momento que este iba a ser otro de esos periódicos de izquierda –en algunos de los cuales yo había colaborado– de efímera duración, que suelen publicar su primer número y nada más, o a lo sumo alcanzan una corta vida de unos pocos meses o que se editan en forma poco frecuente, hasta el punto que se borra su presencia. En ese momento yo no imaginaba que Periferia iba a ser distinto y que llegaríamos a su número cien, el que ahora estamos celebrando con alborozo. Sobre aquel tema de los economistas neoliberales versó, precisamente, mi primer artículo que fue publicado en el número uno de Periferia, el cual salió a la luz a finales del 2004, hace ya diez años. Desde ese momento y hasta el día de hoy he sido un colaborador permanente de Periferia, donde debo haber publicado entre setenta y ochenta artículos –no llevo la cuenta exacta porque no soy muy amigo de ese tipo de registros- sobre un universo amplio de aspectos de economía, educación, política, historia y crítica social.
Periferia para mí ha sido un espacio de reflexión y opinión y una tribuna abierta que me ha permitido cualificar un tipo de escritura de divulgación, seria, sustentada y rigurosa, en la que cada mes me enfrentó al reto de buscar un tema que a mi modo de ver pueda ser importante para los lectores y que cumpla con el objeto de educar políticamente y de contrarrestar la desinformación reinante. En este espacio he podido perfilar un estilo, que ido construyendo en la práctica y en la lucha solitaria por encontrar palabras sencillas pero profundas, sobre temas internacionales, económicos y educativos, un estilo digo que de otra forma nunca hubiera podido alcanzar. Gracia a las oportunidades que generosamente me conceden los compañeros del colectivo de Periferia he tenido la oportunidad de publicar artículos que, de seguro, en ningún otro medio impreso hubiera podido difundir, sobre temas polémicos y controversiales, tales como los referidos, para citar algunos ejemplos, a la pedofilia de la iglesia católica, el filantropicapitalismo, la relación entre la astrología (los horóscopos) y la flexibilización laboral.
Caratula No. 100 de Periferia, octubre de 2014
Periferia tiene para mí, como educador, escritor y hombre de izquierda, un profundo significado político porque fue uno de los pocos órganos de información alternativos que se mantuvo durante el tenebroso período de la Inseguridad Antidemocrática y del unanimismo uribista, y que contra viento y marea enfrentó en la práctica las mentiras oficiales, reproducidas a vasta escala por la prensa convencional y sus intelectuales, muchos de ellos provenientes de la izquierda y vulgar y mercantilmente conversos y serviles a la extrema derecha y legitimadores de los crímenes del capitalismo criollo y de su Estado. Y tengo que decirlo con la frente en alto y con la satisfacción de no haber traicionado mis ideales revolucionarios ni de haber cedido a la ola derechista que cobijó a la mayor parte de intelectuales de mi generación, que por medio de Periferia pude expresar y dejar constancia escrita de mis denuncias sobre los crímenes y desmanes del uribismo. Ante la generalización de la estupidez política, a la cabeza de la cual se encontraba un individuo ordinario y cínico, con Periferia denunciamos y combatimos con nuestras limitadas posibilidades, que nos da la independencia, la libertad y la dignidad, en el momento en qué había que hacerlo los crímenes del régimen –y no a posteriori y en forma acomodada y oportunista cuando la coyuntura cambió y su héroe de ayer perdió el poder presidencial y hoy se desvanece en la niebla de los escándalos. Eso lo hicimos en artículos sobre el Israel de Sudamérica, la Bacrin de los Uribeños, y muchos otros en los que nos enfrentamos con decoro a la indecencia reinante en el mundo de la prensa, la comunicación y la academia. Y asumimos con estoicismo las consecuencias de nuestra actividad, entre amenazas, rumores y calumnias, y ahí, a pesar de las infamias, nos mantenemos con firmeza. Gracias a Periferia y con Periferia hemos podido aproximarnos a aquello que decía Rodolfo Walsh, el notable pensador y periodista asesinado y desaparecido en 1977 por la dictadura terrorista de Argentina -de enorme actualidad en la Colombia de nuestro tiempo, la de la última década, en la que Periferia es un ejemplo digno de imitar: “El campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante y el que comprendiendo no actúa tendrá un lugar en la antología del llanto pero no en la historia viva de su tierra”.
Bogotá, sábado 4 de octubre de 2014.
(*) Renán Vega Cantor es historiador. Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional, de Bogotá, Colombia. Autor y compilador de los libros Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999; Gente muy Rebelde, (4 volúmenes), Ed. Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo: mito y realidad; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta, 1999; Capitalismo y Despojo, Ed. Pensamiento Crítico, Bogotá, 2013, entre otros. Premio Libertador, Venezuela, 2008. Su último libro publicado es Colombia y el Imperialismo contemporáneo, escrito junto con Felipe Martín Novoa, Ed. Ocean Sur, 2014.
Artículo publicado en papel en la Revista Periferia No. 100, octubre de 2014. Rebelión lo ha difundido con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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