¡INAPLICABILIDAD DE LEY Nº29944 LEY DE REFORMA MAGISTERIAL; PAGO INMEDIATO DEL 30% POR PREPARACION DE CLASES Y EVALUACION!

Para tener Presente

"Los Maestros, al ponernos al servicio del Estado, no hemos vendido nuestra conciencia ni hipotecado nuestras opiniones, ni hemos perdido nuestra ciudadanía. El hecho de recibir una suma mensual de dinero significa sólo el pago de nuestros servicios profesionales, pero no el pago de un silencio y de una conformidad que repugna. Quienes pretenden que el maestro debe "callar, obedecer y trabajar", están en un error, y cometen un insulto a la dignidad humana... ". José Antonio Encinas

¿REFORMA EDUCATIVA?

¿Reforma educativa para mejorar la calidad académica? Es posible esto sin atender el rezago educativo en materia de infraestructura en zonas marginales, con estudiantes mal alimentados y desnutridos, sin planes de estudio acorde a las necesidades de la población.

Evaluar a los maestros, ¿Quiénes, las instituciones corruptas del Estado? ¿La Ministra Bachiller que no sabe quien proclamó la independencia del Perú? ¿Los intelectuales “expertos” de la televisión? ¿Los periodistas mercenarios asalariados de la gran empresa?


ley de reforma magisterial y la destitucion por inasistencia y tardanza

20 enero 2009

Los diez mandamientos y el siglo XXI

El artículo que no quiso publicar la Fundación BBVA
Los diez mandamientos y el siglo XXI

El Viejo Topo


En tanto que se cree en Dios, es plausible hacer el Bien PARA ser moral. La moralidad se convierte en un cierto modo de ser ontológico e incluso metafísico que nos es posible alcanzar. Y como se trata de ser moral a los ojos de Dios, para alabarle, para ayudarle en su creación, la subordinación del hacer al ser es legítima. Pues, practicando la caridad no servimos más que a los hombres, pero, siendo caritativo, servimos a Dios. (...) Es legítimo ser el más bello, el mejor posible. El egoísmo del Santo está justificado. Pero que muera Dios, y el Santo no será más que un egoísta: ¿a qué sirve que tenga el alma bella, que sea bello, sino a sí mismo? A partir de este momento, la máxima "actúa moralmente para ser moral" está envenenada. Lo mismo que "actúa moralmente por actuar moralmente". Es preciso que la moralidad se supere hacia un objetivo que no sea ella misma. Dar de beber al sediento no por dar de beber, ni para ser bueno, sino para suprimir la sed. (...) [La moralidad] debe ser elección del mundo, no de sí.

Jean Paul Sartre 1

Nota aclaratoria. Este artículo es la trascripción de una ponencia que pronuncié el 25 de julio de 2006 en uno de los Cursos de Verano de El Escorial (“Occidente: Razón y Mal”) organizado por la Universidad Complutense de Madrid y patrocinado por la Fundación del BBVA. Estaba previsto publicar las ponencias del curso en un libro financiado por esta Fundación. Durante ya casi dos años mostraron todo tipo de reticencias para la publicación de mi artículo, alegando que no se trataba de censura ideológica, pues mi intervención había carecido de “rigor académico y de seriedad científica”. Para no perjudicar a los otros autores que participaban en el libro, accedí varias veces a practicar la autocensura, limando expresiones coloquiales y suavizando el tono en la versión escrita de mi ponencia. Pero finalmente, han dejado claro que el libro no saldría si yo no retiraba mi contribución. Hacía año y medio que estaba deseando quedar liberado de mi compromiso, de modo que me alegro de poder publicar por fin este texto por otras vías. Lo grave no es el tiempo que se me ha hecho perder (desdichadamente el tema está lejos de quedarse anticuado). Lo grave es que esta anécdota es un síntoma fatal que anuncia un futuro muy nefasto para el mundo académico y la Universidad pública. El proceso de Convergencia Europea en Educación Superior, lo que se llama el “proceso de Bolonia”, se articula sobre la subordinación de toda financiación pública a la previa obtención de una financiación privada. Así, en lugar de financiar el mundo académico con criterios científicos, independientemente de la autoridad del mercado, se financia con dinero público tan sólo aquellos proyectos que interesan al mundo empresarial. Somos muchos los que llevamos advirtiendo que esta mercantilización de la Academia supone el colapso de la Universidad pública a medio plazo. Mi “competencia científica” y mi “rigor académico”, por ejemplo, tendrían que haber sido juzgados exclusivamente por los organizadores académicos del Curso (o por los miembros del tribunal de oposiciones con el que gané en su día la libertad de cátedra en tanto que profesor Titular de la UCM). Repugna a la idea misma de Academia que una institución privada, un Banco, tenga algo que opinar al respecto. Sin embargo, esta es la situación que se está generalizando con el proceso de Bolonia: la financiación privada tendrá en adelante la última palabra en el mundo académico, condicionará los planes de estudios, los proyectos de investigación, la distribución de departamentos, facultades y escuelas. La Convergencia Europea es el equivalente de una reconversión industrial en la Universidad. Es difícil entender cómo puede haber quien no lo vea claro2.

Para ilustrar la anécdota con la Fundación del BBVA, he preferido dejar el texto lo más parecido posible a la versión original del evento, respetando el estilo oral de la intervención.

Ponencia:

Nuestro tema es “Occidente: Razón y Mal. El mal en la política”. Hay que comenzar constatando una desorientación moral muy profunda. Esto es algo que podemos apreciar fácilmente con tan solo que pensemos en lo que a mí me parece un misterio insondable. Diez millones de votantes del PP apoyaron la invasión de Iraq argumentando que Sadam Hussein disponía de armas de destrucción masiva. El misterio, lo que a mí me parece el enigma moral más profundo de lo que llevamos de siglo, es que ahora que se sabe que jamás hubo en Iraq armas de destrucción masiva, y ahora que, además, se sabe que siempre se supo que no las había (ahora que se sabe que Bush, Blair y Aznar mintieron) de todos modos, esos diez millones de votantes van a seguir votando al PP (y muchos más millones a Blair y Bush). Se trata, como digo, de un misterio insondable que, por cierto, nosotros tenemos la obligación de abordar, pues para eso nos pagan a los profesores, investigadores, becarios y catedráticos de ética. Nuestra obligación, si es que queremos cumplir con nuestra profesión, es abordar la cuestión de qué ha ocurrido con la consistencia moral contemporánea para que ocurran esas cosas tan extrañas. Yo diría que todos deberíamos estar escribiendo un libro que, por cierto, ya ha escrito Fernando Savater: Los diez mandamientos en el siglo XXI. Lo que pasa es que ese libro es malo, pero malo con ganas. Pero su título es de lo más oportuno: tiene que haber algo muy mal planteado en la manera en que entendemos los mandamientos para que nuestra conciencia moral haya enfermado hasta los límites nihilistas que traspasan todos los días nuestros medios de comunicación. El delirio moral en el que estamos sumidos es sólo comparable al descalabro que causó la Iglesia católica durante el franquismo en la conciencia de los españoles. Cuando yo era pequeño, era pecado ver Lo que el viento se llevó, y los adolescentes, según los padres de la iglesia, iban al infierno por masturbarse. Sólo una secta de psicópatas puede perder hasta ese punto el sentido de las proporciones, pues en esa misma época se consideraba cosa discutible si también deberían ir al infierno los policías de la dictadura argentina que (en el cumplimiento de su deber) violaban, torturaban y desaparecían a no pocos de esos adolescentes abocados a las llamas del infierno. Para ser realistas, hay que decir que la Iglesia no ha recuperado demasiado el sentido de las proporciones. Aplicando sus peculiares parámetros, el papa Woytila, al que ahora quieren canonizar, le daba la comunión a Pinochet y medio excomulgaba a los teólogos de la liberación, dejándoles con el culo al aire en una situación en la que muchos de ellos no tardarían en ser asesinados. Tan sabia decisión se tomó por consejo del cardenal Ratzinger, nuestro papa actual3. Ahora bien, no cabe duda de que el papel de los medios de comunicación respecto del nihilismo contemporáneo es mucho más importante que el de la Iglesia. Los periodistas y los intelectuales mediáticos son los nuevos sacerdotes y obispos de este mundo secularizado en el que se ha vuelto imposible distinguir el bien del mal. Y algo de responsabilidad tendremos también en el mundo académico.

Probablemente, como consecuencia del bloqueo a Iraq a partir de la primera guerra del golfo, murieron un millón y medio de personas inocentes. Cerca de un millón más han muerto a causa de la guerra y de la destrucción de infraestructuras. El país está sumido en una guerra civil y sembrado de uranio empobrecido. En Iraq las embarazadas ya no preguntan al médico si es niño o niña, sino si viene o no con malformaciones. La gravedad de todo esto sólo es equiparable a la gravedad de que todo esto esté ocurriendo mientras conservamos nuestra tranquilidad de conciencia. Probablemente el nihilismo nunca había llegado tan lejos entre nosotros ni había gozado de tanta impunidad. Ni siquiera en esa situación tan vehementemente denunciada por Hannah Arendt, lo que ella llamó “el colapso moral de la población alemana”, una población que más o menos sabía y no quería saber que sabía de la existencia de Auschwitz y que con su indiferencia y su banalidad se hizo cómplice del holocausto. Los campos de concentración sobre los que se levanta nuestra tranquilidad de conciencia europea son demasiado grandes para rodearlos con alambradas. Nos sale mucho más rentable rodearnos nosotros mismos de alambradas: encerrarnos en una fortaleza inexpugnable, materializar con púas y cuchillas la “solución final” de nuestras leyes de extranjería, y dejar que la economía internacional se encargue por sí sola de perpetrar el exterminio. No es sólo que esto salga mucho más barato. Es que sale muy rentable, tan rentable que sus efectos superan con mucho la audacia de los surrealistas. La realidad se ha convertido en un chiste, en una broma de mal gusto. Según el último informe de Naciones Unidas, por ejemplo, resulta que el 1 % de la población adulta del planeta acapara el 40 % de la riqueza mundial, mientras que en el otro extremo el 50 % de la población apenas cuenta con el 1 % de la riqueza. Cuando lees estos datos piensas que están equivocados. Claro que, según un cálculo elemental, para que una de las 2500 millones de personas que subsisten al día con 2 dólares diarios, llegara a amasar, con el sudor de su frente, una fortuna como la de Bill Gates, tendría que estar trabajando (ahorrando todo lo que ganara) 68 millones de años. Otro chiste: por un anuncio de zapatillas deportivas Nike, Michael Jordan cobró más dinero del que se había empleado en todo el complejo industrial del sureste asiático que las fabricaba. Por supuesto que para que un absurdo tan abyecto se encarne en la cruda realidad de cada día hace falta administrar mucha violencia, cortar el planeta con muchas alambradas, deslocalizar poblaciones, descoyuntar, en definitiva, el cuerpo entero de la humanidad.

Es muy sintomático que Hannah Arendt esté hoy día tan de moda. Los estantes de las librerías están repletos de libros de Arendt, se cita a Arendt en el Parlamento, tenemos a Arendt hasta en la sopa. A todo el mundo le resulta interesantísimo que un pueblo entero, el pueblo alemán, colapsara moralmente en los años treinta del pasado siglo XX. En cambio, se lee muy poco (de hecho, ni siquiera se le traduce demasiado) a Günther Anders, quien fuera, por cierto, su marido. Anders se ocupó más bien de denunciar la continuidad de ese colapso moral entre nosotros, en la conciencia occidental en general. Lo que le preocupaba era que nos habíamos vuelto analfabetos emocionales y que eso nos abocaba a una abismo moral en el que todos nos hacíamos cómplices de un holocausto cotidiano e ininterrumpido. A mediados de los ochenta, Anders renegó del pacifismo en el que había militado toda su vida de forma tan activa y argumentó que la única solución era la violencia. “Hemos hecho todo lo posible por convencer al mundo y está claro que no vale de nada”. “El mundo no está amenazado por seres que quieren matar sino por aquellos que a pesar de conocer los riesgos sólo piensan técnica, económica y comercialmente”. La economía capitalista ha llevado el planeta a un callejón sin salida4. La situación es tan grave que, hoy día –plantea Anders- el recurso a la violencia por parte de los movimientos antisistema debe considerarse, sin más, legítima defensa. Estamos amenazados, la población mundial está amenazada de muerte, por vulgares hombres de negocios con aspecto inofensivo. “Considero ineludible que nosotros, a todos aquellos que tienen el poder y nos amenazan, los asustemos. No hay que vacilar en eliminar a aquellos seres que por escasa imaginación o por estupidez emocional no se detienen ante la mutilación de la vida y la muerte de la humanidad”. Estas citas están sacadas de un libro titulado Llámese cobardía a esta esperanza, que publicó una editorial marginal5 que, por supuesto, no ha gozado de la fortuna comercial de los editores de Hannah Arendt.

Günther Anders explica el insólito fenómeno de la tranquilidad de conciencia contemporánea aludiendo a lo que el llama “el desnivel prometeico”6. Es la idea de que, actualmente, somos capaces técnicamente de producir efectos desmesurados con acciones insignificantes. Aprietas un botón y una bomba cae sobre Hiroshima y mata a 200.000 personas. La desproporción entre la acción y sus efectos es tan grande que la imaginación se desorienta. Es imposible, por otra parte, vivir emocionalmente la muerte de 200.000 personas. Los seres humanos estamos hechos para sentir la muerte de un ser querido, incluso de bastantes seres queridos y no queridos. Pero el número 200.000 no nos dice nada emocionalmente. Hannah Arendt contaba que, durante su juicio en Jerusalén, el genocida Eichmann explicaba con naturalidad que su trabajo consistía en aligerar el ritmo de la cadena de exterminio de judíos. Así pues, desde su punto de vista, era un éxito laboral el que, gracias a ciertas mejoras técnicas en la rutina del exterminio, se lograra eliminar 25.000 personas al mes, en lugar de 20.000. Ahora bien, en una ocasión en que unos testigos le acusaron de haber estrangulado a un muchacho judío con sus propias manos, Eichmann perdió los estribos y se puso a gritar desesperado que eso era mentira, “que él nunca había matado a nadie”. Estrangular a una persona es insoportable para una conciencia moral normal, administrar la muerte de un millón de personas es pura rutina.

Pero el problema es que siempre estamos ya, lo queramos o no, apretando esos botones que producen efectos demasiado grandes para nuestra capacidad de imaginar y de sentir. Susan George comparaba a los ejecutivos que teclean pacíficamente en su ordenador del Fondo Monetario Internacional con los pilotos de un B-52 que aprietan los botones de un tablón de mandos para dejar caer toneladas de bombas sobre una población civil. Probablemente los pilotos no pueden representarse fácilmente el desajuste que hay entre la insignificancia de su gesto sobre el tablero y la desmesura de sus efectos, ahí abajo, sobre la ciudad bombardeada. Con mucha menos razón, el ejército de ejecutivos que deciden sobre las medidas económicas que se aplican a lo largo y ancho del planeta (y el ejército de periodistas e intelectuales que les hacen el juego), no están en condiciones de hacerse cargo moralmente de este “desnivel prometeico” entre “su trabajo”, rutinario y pacífico, y el océano de miseria y de dolor sobre el que están produciendo sus efectos.

Anders responsabiliza a la complejidad de la técnica y la industria de este “desnivel prometeico”. Yo diría que no se trata tanto de una cuestión de complejidad técnica como de una cuestión de complejidad estructural. Sea como sea, su intuición es acertada. Cuando la voluntad está separada de sus efectos por una complejidad muy grande, la voz de la moral se desconcierta por entero. En general vivimos en un mundo tan complejo desde un punto de vista técnico y estructural que todas nuestras acciones, incluso las más aparentemente insignificantes, tienen unos efectos colaterales imprevisibles. Dicho brevemente: estamos sumidos en una situación en la que no hay manera de saber lo que estás haciendo cuando haces lo que haces. Por supuesto, en estas condiciones, la voz de la moral no sabe a qué atenerse. Es demasiado complejo distinguir entre el bien y el mal.

Voy a poner un ejemplo. Tengo aquí unas páginas de El País7. Son del 2 de septiembre de 2001, publicadas a todo color en la sección de los domingos. La gente debió de leerlas mientras lavaba su coche o desayunaba con su familia, a la salida de misa o durante una comida campestre. Quizás sintieron que su conciencia caía en un abismo ético... o quizás no sintieron nada. No se trataba de un panfleto de extrema izquierda, de esos que se leen con escepticismo. Era El País, un reportaje sobre la guerra del Congo, por cierto que muy bueno, de esos que se cuelan de vez en cuando en los medios. El titular de la noticia decía: “Según Naciones Unidas, el tráfico ilegal de coltan es una de las razones de una guerra que, desde 1997, ha matado a un millón de personas”. En las minas de coltan en la República Democrática del Congo, se nos decía, trabajan niños esclavos. Los ejércitos de Ruanda y Uganda se disputan el tráfico de este mineral sumiendo el país en una guerra civil en la que nadie quiere pensar. El caso es que este mineral es vital para el desarrollo de la telefonía móvil y de las nuevas tecnologías. Por ejemplo, la escasez de este mineral había provocado otro efecto dramático: la videoconsola Play Station 2 tuvo que posponer su lanzamiento al mercado, provocando grandes pérdidas de beneficios a la casa Sony.

Mirado fríamente, es insólito que eso salga un día en El País y al día siguiente todo siga igual. Es incluso enigmático. El otro día decían (también en El País) que los muertos de la guerra del Congo se calculan ya en cuatro millones. Mientras tanto, la videoconsola Play Station 2 ya se quedó anticuada y los móviles siguieron desarrollándose vertiginosamente desde ese domingo en que salió la noticia.

No es fácil saber hasta qué punto tenemos las manos manchadas de sangre cada vez que llamamos por el móvil o que nuestro hijo juega a la videoconsola. Sin duda que estamos metidos hasta las cejas en el entramado estructural que genera esas guerras. Sin embargo, llamar por el móvil es llamar por el móvil, no matar a nadie. Y por supuesto, dejar de llamar por el móvil tampoco va a salvar la vida a nadie. El móvil, bien mirado, es un invento magnífico ¿quién puede negarlo? Si cuando llamo por el móvil estoy teniendo una oscura e imprevisible relación intangible con no sé qué conflicto sangriento de África, la culpa, desde luego, no la tiene el móvil, ni yo por utilizarlo. No podemos evitar ser piezas de un engranaje muy complejo, en el que todo está ligado entre sí por caminos imprevisibles que nadie ha decidido. Esta complejidad, es cierto, hace que, como decía Günther Anders, nunca podamos estar seguros de lo que estamos haciendo cuando hacemos lo que hacemos. Nunca podemos estar seguros de los efectos indirectos de nuestra acción directa, como dice Franz J. Hinkelammert8.

El problema es que cuando el mundo alcanza un determinado nivel de complejidad, la máxima de no violar los mandamientos se convierte en una receta envenenada. La propia moralidad se transforma en la gran coartada de un mundo criminal. Todo el mundo llama por el móvil y todo el mundo revienta en el Congo sin que nadie viole los mandamientos. Nadie tiene la culpa de que el mundo se haya convertido en algo tan complejo. En esta complejidad insondable, por ejemplo, se amparan los votantes del PP para considerar que algo bueno tendrá incluso algo evidentemente malo, como la invasión de Iraq. Al final, todo será para bien. Hay cosas que parecen muy dañinas para los seres humanos, pero que son muy buenas para que vaya bien la economía. Y no hay que olvidar que los seres humanos dependen a vida o muerte de su economía. Conviene, por lo tanto, hacer las cosas que convienen a los que tienen la sartén por el mango de la economía internacional. Conviene, pues, apoyar la política de los Estados Unidos, y vuelta a empezar, así con cualquier tema imaginable. Mientras tanto, todo el mundo puede vivir con la conciencia tranquila: hasta donde nos llegan las narices, no se ve que nadie haya violado ningún mandamiento.

Y sin embargo, por muy complejo que se haya vuelto en este mundo distinguir el bien del mal, hay una cosa que seguro que es mala, y esta cosa es, nada más ni nada menos, el hecho mismo de que exista un mundo así. Si vivimos en un mundo en el que “es imposible saber qué es lo que realmente estás haciendo cuando haces lo que haces”, entonces es que vivimos en un mundo muy malo. El lema de los movimientos antiglobalización –“otro mundo es posible”, “otro mundo tiene que ser posible”– se convierte en un imperativo ético insoslayable. Es insoportable vivir en un mundo en el que basta meter los ahorros en una cuenta corriente de Caja Madrid para tener que preguntarte con cuántas ignominias y matanzas estás colaborando sin saberlo. Es intolerable un mundo en el que te tienes que alegrar de que en España se fabriquen bombas de racimo, pues al menos en eso parece que sí que somos competitivos a nivel internacional9.

Sin duda alguna, el concepto más interesante que se forjó en la reflexión ética y moral del siglo XX fue el concepto de “pecado estructural”. Este concepto era la columna vertebral de la llamada Teología de la Liberación y los que se ocuparon de pensarlo eran fundamentalmente curas, obispos, cristianos de base que estaban directamente comprometidos en cambiar un mundo injusto y criminal. Mientras ellos se jugaban la vida y daban de lleno en la diana del problema ético de nuestro tiempo, la filosofía académica de izquierdas y de derechas estaba completamente en la Luna, haciendo tonterías con los textos de Deleuze y de Foucault, ideando genialidades para poner a discutir a Rawls con Habermas, a ver si así descubrían la pólvora, y, también, cómo no, leyendo a Rorty y cositas de parecido calado.

En este mundo las estructuras matan con mucha más eficacia y de forma mucho más masiva que las personas. La capacidad de ser inmoral que tienen las personas es casi patética comparada con la inmoralidad de las estructuras. En estas condiciones, la cuestión moral pertinente es qué responsabilidad tenemos respecto a las estructuras. La pregunta ya no puede ser ¿qué puedo hacer yo para no violar los mandamientos en ese mundo que no llega más allá de mis narices? En un mundo en el que las estructuras violan los mandamientos con una eficacia colosal e ininterrumpida, es inmoral limitarse a respetar los mandamientos… y las estructuras. El primer mandamiento, por el contrario, atañe a nuestra actitud respecto de las estructuras. Y para responder a esta cuestión, en primer lugar, hay que responder a esta otra ¿en qué consisten esas estructuras? ¿De qué son estructuras esas estructuras? Así pues, en primer lugar, deberíamos estar todos estudiando economía. El primer mandato moral debería ser: ponte a estudiar economía y no pares hasta que no averigües en qué consiste este mundo. Y mucho cuidado con dejarte engañar por la Escuela de Chicago, que de eso también eres responsable. Si, por ejemplo, acabáramos por concluir que la economía mundial puede ser llamada con rigor y sentido la economía capitalista, lo que no cabe duda es que nuestra máxima responsabilidad moral, inmediatamente después, sería volvernos comunistas (al menos si llegamos a la conclusión de que ser comunista es la manera adecuada de combatir el capitalismo). Por supuesto que ese fue el camino que, muy a menudo, siguió la Teología de la Liberación en Latinoamérica10, el camino que tanto escandalizó al cardenal Ratzinger. Una serie de obispos latinoamericanos, de pronto, pusieron toda su red de catequistas a estudiar economía, especialmente, crítica de la economía política. Pusieron a todos sus feligreses a leer El capital y a estudiar marxismo. Lo demás se dejaba ya a la conciencia de cada uno. Aunque no por casualidad la conciencia de cada uno aconsejaba montar una guerrilla para combatir el sistema capitalista. El ejercito zapatista del subcomandante Marcos, por ejemplo, no cabe duda de que se montó desde la red de catequistas de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas.

En un mundo en el que las estructuras son mucho más inmorales de lo que jamás pueden llegar a serlo las personas, la cuestión crucial no es saber en qué medida somos piezas de ese engranaje estructural o en qué medida podemos dejar de participar en él. Esto es lo que a veces sugería Günther Anders, pero no es ni mucho menos suficiente. Dejar de llamar por el móvil no vale absolutamente de nada y dejar de consumir coca-cola, de casi nada. Puede que negarse a trabajar en la industria del armamento valga para algo si se consigue que ese gesto sirva de propaganda a los programas políticos pacifistas. De lo contrario, ese gesto no sirve más que para que corra un puesto la lista de parados que esperan a trabajar en cualquier cosa y a cualquier precio. Retirar el dinero de una cuenta de Caja Madrid si sospechas que esa entidad invierte dinero en la producción de armamento no sirve de nada si luego es para meterlo en el Banco de Santander, es decir, para confiar en el humanitarismo de un sujeto como Emilio Botín. Y tampoco es buena idea esconder tu birria de sueldo debajo de una baldosa.

La verdadera cuestión moral es qué responsabilidad tenemos en que determinadas estructuras perduren y qué estaría en nuestra mano hacer para sustituirlas por otras. Es obvio que eso pasa por la acción política organizada y no por el voluntarismo moral que intenta inútilmente apartarse de la maquinaria del sistema. No es a fuerza de no mover las fichas o de moverlas lo menos posible como se consigue dejar de jugar al ajedrez, si eso es lo que se pretende. Para dejar de jugar al ajedrez y comenzar a jugar al parchís hay que cambiar de tablero. Si no, lo único que se logra es perder el juego, y el juego del ajedrez, no del parchís. No sé si se capta el mensaje: vivimos en un mundo tan inmoral que no tiene soluciones morales, aquí no valen más que soluciones políticas y económicas muy radicales. Y la única cuestión moral relevante que todavía tenemos sobre la mesa es la de qué tendríamos la obligación de estar haciendo políticamente para que el mundo dejara de jugar en este tablero económico genocida. La cuestión no es la de si puedo beber menos coca cola o llamar menos por el móvil para participar lo menos posible en esta matanza. La cuestión es cómo y de qué manera atacar los centros de poder que la generan. Mi responsabilidad en la matanza no es la de llamar por el móvil. Mi responsabilidad es la de aceptar vivir en un mundo en el que llamar por el móvil tiene algo que ver no sé con qué guerras en el continente africano. Es el mundo lo que es intolerable, no nosotros. Pero sí es intolerable que aceptemos de brazos cruzados un mundo intolerable.

Es grotesca la indiferencia que ha habido en la reflexión ética de los medios académicos europeos y estadounidenses hacia el concepto de “pecado estructural” y, en general, respecto a toda la filosofía de la Teología de la Liberación. Se trataba de lo único interesante que parió el siglo XX en el campo de la ética, pero la Academia estaba demasiado ocupada en intentar comprender a Derrida y en hacer el payaso con el dilema del prisionero. Para ser justos, hay que recordar que mucho antes de que la Teología de la liberación planteara el problema, lo teníamos ya abordado con mucha contundencia en la historia de la filosofía por filósofos como Jean Paul Sartre o Bertolt Brecht. Claro que Sartre no está tan de moda como Hannah Arendt, porque Sartre era comunista, así es que se le lee bastante poco actualmente. Sartre había explicado muy bien por qué la elección moral no tenía que ver con elegirnos buenos a nosotros mismos, sino con elegir un mundo bueno. Elegir ser bueno en un mundo en el que no se necesita pecar para vivir de la injusticia que se comete sobre los demás, es, sencillamente hacerte cómplice, no de un crimen, sino, como decía Anders, de “todo un sistema de crímenes”. 11

1 Cahiers pour une morale, Editions Gallimard, Paris, 1983, pág. 11.

2 Cfr. Fernández Liria, Carlos / Alegre Zahonero, Luis: “La revolución educativa. El reto de la Universidad ante la sociedad del conocimiento “, Revista Logos, nº 37, Madrid, 2004. Cfr. también la siguiente página web:

http://fs-morente.filos.ucm.es/convergencia/debate/inicio.htm

3 Ratzinger, J. Libertatis nuntius Instrucción sobre algunos aspectos de la "teologia de la liberación" (Congregación para la Doctrina de la Fe, 6 Agosto 1984) / “Presupuestos, problemas y desafíos de la Teología de la Liberación.” Paramillo 5 (1986): 574-580. También en La Segunda, Santiago de Chile, jueves 5 de enero de 1984, pp. 15-16; Tierra Nueva 49/50 (abril-julio 1984): 93-96 / 95-96. Edición digital preparada por Holly Ann Hughes. Marzo de 2004.

4 El desánimo de Günther Anders respecto al pacifismo recuerda al de Dennis Meadows en el campo del ecologismo. Meadows, como se sabe, fue el coordinador del informe del Club de Roma sobre los Límites del crecimiento, el estudio que en 1972 daría el pistoletazo de salida al movimiento del ecologismo político. Mucho tiempo después, en una entrevista de 1989, al ser preguntado si aceptaría realizar hoy un estudio semejante, respondía: “Durante bastante tiempo he tratado ya de ser un evangelista global, y he tenido que aprender que no puedo cambiar el mundo. Además, la humanidad se comporta como un suicida, y ya no tiene sentido argumentar con un suicida una vez que ha saltado por la ventana” (Der Spiegel, nº 29, 1989, pág. 118.

5 Günther Anders, Llámese cobardía a esa esperanza, Besatari, Bilbao, 1995.

6 Cfr., en castellano, Nosotros, los hijos de Eichmann y Más allá de los límites de la conciencia, Paidos. La obra más importante de Günther Anders es Die Antiquierheit des Menschen.

7 La fiebre del coltan (Ramón Lobo, Diario El País, domingo, 2 de septiembre de 2001).

8 Franz J. Hinkelammert (Berlín, 1931), economista y teólogo de la liberación, ganador del Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2005 del Ministerio de Cultura de la República Bolivariana de Venezuela, con su libro El sujeto y la ley. El retorno del sujeto reprimido, Euna, Costa Rica, 2005.

9 Algunas referencias para el seguimiento del tema: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=43604 / http://www.rebelion.org/noticia.php?id=43581 / http://www.rebelion.org/noticia.php?id=44188

10 Quizá resulte interesante la siguiente entrevista con un comandante colombiano del ELN, guerrilla que se reclama heredera del pensamiento del sacerdote pionero de la teología de la liberación, Camilo Torres: Cuatro intelectuales españoles se reúnen con el Ejército de Liberación Nacional de Colombia (Santiago Alba, Carlos Fernández Liria, Belén Gopegui y Pascual Serrano entrevistan a Milton Hernández, comandante del ELN) Cfr.: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=9100

11 Anders, G.: Nosotros, los hijos de Eichmann, Paidós, Barcelona, 2001, pág. 92.

Solamente falta la bandera chilena

Sostiene legislador, al inspeccionar desmontaje y mudanza de la escuela y el aeródromo de Collique, vendido a una inmobiliaria peruana-chilena ilegalmente.
Solamente falta la bandera chilena

Los miembros de la comisión parlamentaria investigadora de la venta de terrenos del Estado del Congreso, Isaac Mekler y Víctor Andrés García Belaunde realizaron ayer una inspección a las instalaciones del Aeroclub del Collique, rematadas a favor de una inmobiliaria peruano-chilena, y constataron la escandalosa e irregular mudanza de los equipos de telecomunicaciones y aeronavegación y todo el mobiliario y equipamiento de las oficinas administrativas y las aulas donde se formaban los pilotos de la aviación civil.

“Constatamos que en esta base controlada por la Fuerza Aérea Peruana (FAP) ya no izan el pabellón nacional, las placas y bustos recordatorios de los héroes de la aviación civil y militar, Jorge Chávez y José Quiñones, con las placas de las promociones, por ejemplo, han sido retiradas violentamente, seguro para que pronto puedan izar la bandera chilena”, expresó Mekler, presidente de la comisión.

Agregó que lo único que no pudieron arrancar es la placa original en la que consta que las 64 hectáreas vendidas ilegalmente fueron compradas por un grupo de peruanos mediante una colecta pública y donadas el 29 de octubre de 1934, con el fin de que sirvan para la escuela.

García Belaunde calificó la venta de Collique y el desalojo como “robo” y un acto más de “vandalismo” del gobierno del presidente García, quien se ha convertido en “el mercader del Perú”. Dijo haber constatado que también fue desmontada la estación meteorológica y la torre de control para su traslado a la Base Aérea Las Palmas, en Surco.

Junto al presidente de la Asociación Deportiva de Aviones de Motor y Planeadores, Carlos Prado, los legisladores confirmaron que no sólo hay una avioneta como dijo con sorna el presidente García en una ocasión, sino más de una docena y “en línea”, es decir, operativas, listas para despegar en cualquier momento y servir como vehículo de entrenamiento a los futuros pilotos.

Mekler dijo que en la sesión de la comisión investigadora serán expuestas, para su evaluación e inclusión en el informe final, éstas y otras perlas como que la pista de aterrizaje fue subastada a precio de terral cuando su valor real es de 5 millones de dólares y que no se tomó en cuenta el gigantesco hangar de igual valor, además del proyecto de un taller que la Federación Rusa iba a instalar en el lugar para reparar aviones y helicópteros de ese origen.

Lina Godoy
Redacción : diario la primera

El desalojo de la educación

El desalojo de la educación

Alguna vez el edificio más alto del país era el del Ministerio de Educación. Su imponente estructura, que sugiere un inmenso libro abierto, habla de un momento en que se asumía la posibilidad del desarrollo endógeno del país sobre la base de un sólido compromiso estatal con la educación, como el que da cuenta de los logros alcanzados por los países emergentes en las tres últimas décadas del siglo pasado (tiempo que dura entre nosotros el abandono de la educación). Truncado el proyecto más ambicioso en esa dirección: el de la Reforma Educativa lanzada por el gobierno de Juan Velasco Alvarado, la educación fue perdiendo importancia en la agenda de los sucesivos gobiernos. Al imponerse con Fujimori el proyecto político privatizador dictado por los intereses transnacionales responsables de la actual crisis global, significativamente el Ministerio de Educación fue desalojado de aquel emblemático edificio y trasladado a instalaciones más modestas, en una zona del distrito de San Borja poco accesible a los usuarios de la educación pública, en lo que antes fuera el local del INIDE (el mítico Instituto Nacional de Investigación Educativa, concebido –ironías del destino- para potenciar la Reforma Educativa de los años 70). Más significativamente aún, en lo que respecta a su grado de compromiso con la política de privatización del país y abandono de las obligaciones sociales del Estado, el año pasado el gobierno de Alan García desalojó otra vez al Ministerio de Educación, dejándolo ahora sin local propio, como ocupante precario de seis locales distintos, entre ellos el desvencijado sótano del Museo de la Nación y espacios por ahora sobrantes de la Biblioteca Nacional.



De esta manera, precisamente cuando la democratización del país exige alguna señal de la voluntad (ciertamente inexistente) de reformar una educación pública de pésima calidad, que ensancha las brechas sociales que separan a poderosos y débiles, el actual gobierno consumó simbólicamente el desalojo de la educación de la agenda política estatal. Ese es el hecho más neto y elocuente que registra el ámbito educativo en el año que hemos concluido: Sin observación alguna de los responsables de ese sector –lo cual los descalifica moralmente para la responsabilidad asumida-, el ente rector de la educación ha sido literalmente desalojado y sometido a la mayor humillación que se recuerde.


Zenón Depaz Toledo
Columnista : diario la primera

Que en paz descanse el Apra

Que en paz descanse el Apra

El Apra ha estirado la pata y Wilbert Bendezú le está haciendo respiración boca a boca.

El primer problema de Bendezú es que quiere salvar al paciente cuando ya no es paciente sino finadito. El segundo es que se muere de miedo cada vez que habla del más ilustre victimario del Apra, o sea el doctor García, fundador de sí mismo.

Porque decir que “el compañero Alan quiere la integración andina” es un chiste precisamente de velorio. Todos sabemos que a García le apesta la CAN y que quiere negociar directamente con la Unión Europea, tal como lo hizo con el TLC ratificado desde Washington.

García no cree en Indoamérica ni en la radio Incawasi ni en los coloquios del Jefe ni en la memoria del partido y ni siquiera en el osario ilustre donde brillan los mármoles del Cachorro y de Sánchez.

García convirtió al aprismo en un ismo personal. García mató de éxito al partido que jamás lo tuvo. Y García lo menos que necesita es un partido que le recuerde quiénes fueron, qué han dejado de ser, en cuál de las convivencias con la derecha hicieron el cambio de parejas que los convirtió en lo que hoy son a pesar de los pataleos: el partido de la Confiep, el caballo favorito de Vega Llona en el derby “Presidente de la República”.

García puede decirle al Apra que él hizo el milagro y que el poder que obtuvo dos veces no se lo debe a la maquinaria del partido sino a su talento de organizador, a sus prodigios de recaudador y a esa capacidad oratoria que todos le reconocen.

Porque, ¿qué es el partido? El partido, al fin de cuentas, es Wilbert Bendezú, el “líder alternativo” amordazado por sus propias prudencias. Es Luis Alvarado y su voz tembleque desalojada apenas en diez segundos del local de Miraflores. Es el farfullar enojado de un montón de apristas que lo que quieren es una chamba a cargo del presupuesto.

Si Haya de la Torre hubiese llegado al poder quizá habría hecho lo que García ha hecho con el Apra. Pero como los militares y las oligarquías le cerraron el paso, el Apra quedó en ese limbo virgen desde el que podía acusar sin ser acusada y censurar ministros sin que le tumbasen los que no podía tener.

El Apra como misterio y Haya como “presidente moral” fueron la mejor inversión marquetera de nuestra historia política. De ese modo el Apra parecía invicta y Haya daba la impresión de haber podido ser un gran presidente noctámbulo.

Hasta que llegó la cigüeña de París trayendo al niño Alan. Y con Alan García el Apra dejó la catacumba y llegó a Palacio, a la cueva de Alí Babá, a la burundanga, al exilio, al descrédito y de nuevo a Palacio, en un viaje circular que el pobre Haya jamás soñó que se podía hacer.

Ahora bien, el éxito tiene sus bemoles. Y el primero de ellos es que el éxito puede matar. Como partido personalizado y caudillista, como firma mucho más que como institución, al Apra le espera el destino de todos los movimientos con apellido: morir lentamente, cumplir el ciclo biológico de su propietario.

Y eso es lo que está pasando. Villanueva del Campo lo ha dicho con ese amor por el eufemismo que la disciplina aprista le impone. Villanueva ha dicho que el Apra está en crisis. De puro ahorrativo no añadió “terminal”. Pero él sabe que es así y ha querido lanzar una queja tan tardía como casi testamentaria.

Alan García ha matado al Apra no sólo desconociendo sus instancias, nombrando a un valido como secretario general y haciendo de la ingratitud para con el partido que lo construyó una “virtud de estadista”. García ha matado al Apra eviscerándola ideológicamente, haciendo de ella este fantoche latinoamericano que sigue a Washington sin chistar.

Y si el Apra ya no tiene ideario que defender ni doctrina como referente ni principios que le aviven el fuego, entonces el Apra es sólo esa vieja casa de la avenida Alfonso Ugarte. Una casa que cruje por el comején, una casa embrujada donde se ha visto al fantasma de Haya subiendo cansinamente las escaleras que conducían a la jefatura.

Para revivir al Apra le habría hecho falta un líder de gran carácter. Wilbert Bendezú es sólo un actor de carácter. Sin García, la maquinaria electoral aprista –que eso es lo que es Apra actualmente- se deshará año tras año, fracaso tras fracaso.

García no apuesta a que el Apra sea nuestro PRI, una fábrica de sucesores. García sueña, desde su narcisismo colosal, a que el Apra lo acompañe cuando él sea, como dicen los apristas en las ceremonias funerarias, “polvo en viaje a las estrellas”.

cesar hildebrandt : diario la primera

aldivieso no renunció, García lo mandó fuera

Plan anticrisis, hace crisis. “El Mago” deja el cargo a Luis Carranza, a quien había reemplazado en julio.
Valdivieso no renunció, García lo mandó fuera

A pesar que el caso ha sido presentado como una “sorpresiva renuncia” del ministro de Economía y ex funcionario del Fondo Monetario Internacional (FMI), Luis Valdivieso, lo cierto es que el hombre no pudo mentir. Por eso no dio ninguna explicación sobre su súbito retiro del puesto desde el cual deberán tomarse las principales decisiones frente a la crisis económica, ni pudo explicar por qué era tan importante que emprendiera el camino al exilio por invitación del presidente Alan García.

Tampoco se ha aclarado cómo estaba tan a la mano Luis Carranza para reemplazar a Valdivieso y asegurar de inmediato una continuidad a prueba de balas, que hace más complicado entender lo que está pasando.

García decidió
De hecho, el presidente García fue el que decidió el cambio. Si Valdivieso hubiera querido irse no tendría que haberse humillado indicando que su destino estaba aún por definirse. Más aún, hubiera debido incomodarle que luego de ser nombrado para corregir las políticas de su antecesor (Luis Carranza) en materia de inflación y gasto público, se cierre su intervención con el regreso del mismo personaje. Ya se sabía que el dogma Valdivieso era especialmente duro: gastar lo menos posible y no oír las reclamaciones sociales, y eso le arrastraba muchas contradicciones con sus colegas del Consejo de Ministros.

García le dobló el brazo a Valdivieso cuando le obligó a presentar un plan anticrisis con apariencia de expansivo y gastador, que iba a contrapelo de todo lo que “El Mago” creyó toda su vida. Por eso quizá cuidó mucho en inflar cifras hipotéticas, varias de ellas no realizables, otras ya presupuestadas que se repetían, y ningún objetivo o meta, porque en su cabeza el gasto es siempre dañino y lleva a déficit y presiones inflacionarias.

Obviamente, con una cabeza como la de Valdivieso, el plan anticrisis estaba en crisis desde el primer día. Y todos hemos visto que a varias semanas de su anuncio no avanza a ninguna parte.

No era el indicado
Si el punto era dar una señal de confianza con el Estado metiendo dinero, para que los privados lo sigan, el ministro Valdivieso era una escopeta que disparaba para atrás. Para García esto era una suma de dilemas: ¿cómo remover al tipo que había llegado con el aval de sus ex empleadores del FMI y que representaba la garantía de ortodoxia en el manejo económico?, ¿cómo hacer para botarlo hacia arriba, como hacen en la iglesia, y para reemplazarlo por alguien que no siembre expectativas de cambio de política?

La solución la hemos conocido ayer: Valdivieso se va a discutir su plan a algún otro lugar (se habla de la embajada en Washington), y Carranza regresa sin siquiera haber hecho una autocrítica de su pronóstico de un crecimiento sostenido de 15 años de la economía mundial, que justificaba jugarse todas las cartas a la globalización; de su decisión de bajar los aranceles “para frenar la inflación”, que resultó un pingüe negocio de los importadores de alimentos, y de su política de freno al gasto social que ha tensionado al país y multiplicado los conflictos sociales.

Continuidad es lo que promete el nuevo ministro, que ahora repite el plato. Su mejor cartel es seguir con la política que le gusta al presidente García, como si eso fuera la política económica que el Perú demanda.

Raúl Wiener
Redacción diario la primera

DATA WEB DE EDUMEDIA TECNOLOGIA EDUCATIVA