¡INAPLICABILIDAD DE LEY Nº29944 LEY DE REFORMA MAGISTERIAL; PAGO INMEDIATO DEL 30% POR PREPARACION DE CLASES Y EVALUACION!

Para tener Presente

"Los Maestros, al ponernos al servicio del Estado, no hemos vendido nuestra conciencia ni hipotecado nuestras opiniones, ni hemos perdido nuestra ciudadanía. El hecho de recibir una suma mensual de dinero significa sólo el pago de nuestros servicios profesionales, pero no el pago de un silencio y de una conformidad que repugna. Quienes pretenden que el maestro debe "callar, obedecer y trabajar", están en un error, y cometen un insulto a la dignidad humana... ". José Antonio Encinas

¿REFORMA EDUCATIVA?

¿Reforma educativa para mejorar la calidad académica? Es posible esto sin atender el rezago educativo en materia de infraestructura en zonas marginales, con estudiantes mal alimentados y desnutridos, sin planes de estudio acorde a las necesidades de la población.

Evaluar a los maestros, ¿Quiénes, las instituciones corruptas del Estado? ¿La Ministra Bachiller que no sabe quien proclamó la independencia del Perú? ¿Los intelectuales “expertos” de la televisión? ¿Los periodistas mercenarios asalariados de la gran empresa?


ley de reforma magisterial y la destitucion por inasistencia y tardanza

11 febrero 2014

La dictadura casi perfecta

El capitalismo es la cumbre evolutiva del totalitarismo


Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre.
Aldous Huxley.
 
La “democracia” burguesa es la dictadura casi perfecta. No es perfecta porque nada lo es, pero la llamada “democracia” liberal es la dictadura más sofisticada y elaborada que el ser humano haya inventado hasta la fecha. Cualquier dictadura es el dominio de una(s) minoría(s) sobre la mayoría. En el capitalismo todo trabajador sabe perfectamente que para prosperar o simplemente para sobrevivir debe obedecer las órdenes que vienen de arriba. Las grandes decisiones estratégicas de cualquier empresa vienen de muy arriba. ¿Qué es eso sino una dictadura? Es cierto que si uno no obedece no es puesto delante de un pelotón de fusilamiento. Pero se arriesga a ser expulsado de la empresa. Peligra su sustento. El miedo es la “vestimenta” tanto del obrero manual como del “obrero mental”. El capitalismo es la dictadura económica. Dictadura que es posible porque los medios de producción son privados, pertenecen a ciertas personas que, gracias a dicha posesión, ejercen su dictadura y acaparan gran parte de la riqueza generada. Pero es una dictadura descentralizada. Tal vez en esta peculiar característica resida su fortaleza. Es una dictadura no sólo ejercida por la clase empresarial, sino que asumida por gran parte de la población como algo natural e inevitable. Es una dictadura en la que no es tan necesario que unos pocos, muy pocos (ya sea un rey, un caudillo, una burocracia, un partido) repriman al resto, sino que esos pocos tienen muchos colaboradores distribuidos a lo largo y ancho de la sociedad. Toda dictadura necesita una serie de colaboradores. Pero la “democracia” burguesa es la dictadura con más colaboradores. En ella colaboran distintas clases sociales, incluso las oprimidas. En ella no sólo domina cierta minoría, la oligarquía capitalista, sino que dicho dominio es mucho más sutil y logra incluso la colaboración de una gran parte de la mayoría oprimida. En esto radica el verdadero éxito del capitalismo. De aquí proviene la principal dificultad para derrocarlo.
La dictadura económica se parapeta tras una aparente democracia política que intenta evitar que ésta salpique a aquella. La prueba más palpable de que el capitalismo necesita evitar la verdadera democracia es que cuando ésta se intenta surgen los golpes de Estado. Cuando el disfraz de democracia no le vale a la gran burguesía simplemente se lo quita, temporalmente, para no perder el control de la sociedad. Una vez recuperado el control las élites vuelven a conceder al pueblo el “poder”. La oligarquía prefiere otorgarlo (en pequeñas dosis controladas) al pueblo antes que éste ose tomarlo. La prueba más palpable de que no tenemos verdadera democracia es que cuando miles de ciudadanos se manifiestan pacíficamente en las calles reclamando la democracia real, más y mejor democracia, no sólo son ignorados, sino que reprimidos violentamente. La prueba más palpable de que no tenemos aún democracia es que el sistema involuciona, empeoran las condiciones de vida de la mayoría, sus problemas no son sólo crónicos sino que se agudizan con el tiempo. El pueblo se siente impotente simplemente porque no tiene realmente el poder.
La “democracia” burguesa es una dictadura inteligente. Las élites que nos gobiernan y controlan han adquirido experiencia a lo largo de los siglos. No existe dictadura más eficaz que aquella que aparenta no serlo. En la “democracia” burguesa los ciudadanos eligen a sus dictadores, es decir, refrendan en las urnas el sistema que les oprime. Incumpliendo en la práctica muchos de los postulados teóricos en los que supuestamente se sustenta la llamada democracia liberal (igualdad, separación de poderes, etc.), la gran burguesía consigue herir de muerte a su pretendida democracia. Herirla para salvarse ella, salvarse del pueblo. Pues con una auténtica democracia, tarde o pronto, toda élite deja de serlo. Los ciudadanos votan sin mucho convencimiento pero votan, realimentando así el sistema que les impide ser ciudadanos. ¿Por qué votan? Por inercia, por tradición, por miedo (a lo desconocido), por comodidad, por engaño, por tranquilizar sus conciencias, por agarrarse a un clavo ardiendo,… Pero votan, y sobre todo a los partidos que defienden los intereses de la oligarquía. Así, las minorías dominan a la mayoría con el apoyo de ésta (al menos de una gran parte). ¿Es posible inventar mejor dictadura?
La mayoría oprimida asume los valores culturales de las minorías opresoras. Valores que atentan contra sus propios intereses. Así la mayoría se condena a sí misma. Así las víctimas votan a sus verdugos. Pero, ¿por qué? Porque el capitalismo ejerce su control ideológico a través de los medios de comunicación de masas, pero sobre todo porque consigue que la gente lo vea como algo natural e inevitable. El egoísmo es para la mayoría de las personas una de las principales características que definen al ser humano. Y, por consiguiente, la feroz competencia, la lucha de todos contra todos, es lo más natural. De esta manera, la ley de la jungla, es decir, la ley del más fuerte, del sálvese quien pueda, se traslada a la civilización, se institucionaliza como la ley de leyes de nuestra sociedad. Es más, y aquí radica el verdadero peligro, dicha ley parece el paradigma de la libertad, cuando es realmente justo lo contrario. Pues no puede aplicarse el mismo criterio de libertad cuando el individuo vive aislado que cuando vive en sociedad, en la selva que en la civilización. En la vida en sociedad la libertad es imposible sin la igualdad de oportunidades, sin la igualdad en las relaciones sociales. En la vida en sociedad la libertad de uno acaba donde empieza la de los otros, y viceversa. El liberalismo instaura el libertinaje en la civilización y lo disfraza de libertad y de naturalidad. La ley que rige la “civilización” capitalista parece natural porque es el traslado directo de la ley que rige la naturaleza primitiva, salvaje, a la civilización. “Caza” o serás “cazado”, domina o serás dominado, oprime o serás oprimido, explota o serás explotado. El capitalismo triunfa en las mentes de los ciudadanos, no sólo por el monopolio de los grandes instrumentos de adoctrinamiento ideológico masivo (educación y medios de comunicación), sino que también por el mensaje transmitido, simple y al mismo tiempo trascendental, con profundas consecuencias: la ley del más fuerte es la más natural. Cuando, precisamente, si por algo debe distinguirse la civilización de la jungla es por el hecho de que se rijan por leyes distintas. La ley del más fuerte puede conducir, tarde o pronto, a la autoextinción de una sociedad que alcanza cierto grado de desarrollo tecnológico, como mínimo a su decadencia. Pues la combinación desarrollo tecnológico y subdesarrollo social es explosiva.
Así, el capitalismo consigue que una de las facetas del ser humano, la cual debería ir disminuyendo notablemente con el tiempo para que una especie supuestamente inteligente se haga verdaderamente civilizada, sea la predominante en su sociedad (y cada vez más). El egoísmo es el motor de la sociedad capitalista. A muchos seres humanos les parece que el egoísmo es lo más natural, por tanto el capitalismo es lo más natural y sólo él puede funcionar. Pero el ser humano también puede ser solidario. “Sólo” hace falta que el sistema de convivencia humano realimente sus mejores características en detrimento de las peores, en vez de al revés. “Sólo” hace falta que la solidaridad sea la norma en vez de la excepción. El ser humano es contradictorio y es capaz de lo mejor y de lo peor. Sin olvidar que en la naturaleza salvaje también existe la colaboración, además de la competencia.
No sólo es casi perfecta la dictadura burguesa por sus apariencias democráticas en su sistema político, sino que también porque muchas de sus víctimas aspiran a dejar de serlo colaborando con sus opresores, o mejor aún, convirtiéndose ellos mismos en opresores. En vez de combatir al sistema, la mayoría lo realimenta. Una vez asumida la ley básica y “natural” de que el egoísmo es el motor de toda sociedad, de toda especie, una vez asumida la ley del más fuerte como la más lógica, lo siguiente es aspirar a ser el más fuerte, o al menos a ponerse de su lado. Una vez asumidas las reglas del juego, hay que jugar, hay que esmerarse en aplicar dichas reglas, hay que encomendarse a la diosa Fortuna. El gran triunfo ideológico del capitalismo es que muchos trabajadores sólo aspiren a cambiar de bando, a convertirse en explotadores de sus hermanos de clase, en vez de erradicar la explotación que sufren. Muchos trabajadores sólo protestan (por lo general demasiado tarde) cuando son afectados grave y personalmente por el juego en el que participan sin cuestionarlo. La utopía social es negada por la propaganda capitalista al mismo tiempo que se nos vende la utopía individual. El individuo corriente piensa que puede huir de su alienación, ya sea jugando a la lotería (nada mejor que paralizar a las masas vendiéndoles la esperanza de que un golpe de suerte las salvará), ya sea cambiando de empresa o de país, ya sea rezando a cualquier dios, ya sea creyendo en un paraíso en otra vida,…, en definitiva, aceptando las reglas del juego con la esperanza de que éste alguna vez le beneficie, con la esperanza de que la ruleta rusa a él no le afecte. Al mismo tiempo que nos oprimen, nos dan esperanzas. ¿Existe mejor manera de evitar la rebeldía que postergándola indefinidamente en el tiempo?
Y, por si todo lo anterior fuera poco, una parte de la izquierda anticapitalista asume (inconscientemente) los valores de la burguesía, los interioriza. Le hace el juego a la burguesía cayendo en un relativismo extremo y absurdo asumiendo que la “democracia” burguesa es una democracia y que el proletariado necesita la suya, asumiendo que no sólo el Estado burgués es la dictadura de una clase (como, sin dudas, lo es) sino que todo Estado es, por definición, la dictadura de una clase. Incluso, y esto es un gran favor que se le hizo a la burguesía en la guerra ideológica, llamando al sistema que beneficiaría al proletariado dictadura. Democracia burguesa vs. Dictadura del proletariado. Así la burguesía puede proseguir dominando ideológicamente con demasiada facilidad a las masas. ¡Ella es “democrática” mientras que los malvados comunistas no! No podía hacérsele mejor favor a las élites capitalistas. Para dichos izquierdistas la democracia es un concepto totalmente relativo. Cuando, precisamente, el enemigo público número uno de la burguesía, de cualquier minoría dominante, es la auténtica democracia, el gobierno de la mayoría. La alternativa a la dictadura burguesa disfrazada de democracia es la democracia sin disfraz, sin apellidos, y no ninguna dictadura. Este profundo y grave error en la guerra ideológica contra el capitalismo la izquierda (y el proletariado internacional) lo ha pagado muy caro, y todavía lo está pagando.
¿Es posible una verdadera democracia si prescindimos de algunos de los postulados teóricos de la llamada democracia liberal? ¿Por qué la burguesía se empeña tanto en incumplirlos en la práctica? ¿No nos damos cuenta de que eso, precisamente, nos da pistas sobre cómo superar la simbólica y engañosa “democracia” burguesa? Partiendo de ella y desarrollándola suficientemente, haciendo la democracia representativa realmente representativa y mucho más participativa, además de complementándola con la democracia directa y expandiéndola a todos los rincones de la sociedad (especialmente a la economía), podemos hacer que deje de ser burguesa, podemos alcanzar la democracia propiamente dicha. En la “democracia” burguesa está el germen de la extinción de la sociedad burguesa, clasista en general. Por esto la gran burguesía se esmera tanto en vaciar de contenido su “democracia”. Es perfectamente consciente del peligro que supone la democracia, la verdadera, para ella.
Afortunadamente, nada es perfecto. Pero no debemos infravalorar al enemigo. La barbarie capitalista sobrevive porque su dictadura ha alcanzado un grado de sofisticación, de perfección, muy alto. Por ahora, el mayor enemigo del capitalismo es el propio capitalismo que sucumbe tarde o pronto, de manera recurrente, ante sus grandes, profundas e irresolubles contradicciones. El peligro es que el capitalismo sucumba haciendo sucumbir de paso a la especie humana o a su hábitat. Deberemos hacer todo lo posible para sustituirlo cuanto antes por un sistema puesto al servicio de la mayoría de la humanidad. Y ese sistema sólo puede ser la democracia, el gobierno de la mayoría. Sólo las dictaduras pueden tener apellidos “clasistas”: los de las clases minoritarias que dominan artificialmente, mediante el uso de la fuerza. La democracia, por el contrario, no puede tenerlos porque mayoría sólo hay una. El 99% de la población no necesita los mismos trucos para dominar, no necesita reprimir al 1%, ni comerle el coco. La verdad necesita la más amplia libertad, la competencia igualitaria entre todas las ideas, para abrirse paso, a diferencia de las mentiras. El Estado “proletario”, es decir, donde domine la mayoría, debe ser radicalmente distinto al burgués (o de cualquier minoría dominante). La hegemonía del proletariado se conseguirá con la auténtica democracia, la más amplia y profunda posible. La lucha por la democracia es la lucha contra el capitalismo. El desarrollo completo, hasta las últimas consecuencias, de la democracia es lo que acabará exterminando al capitalismo. Como decía Hugo Chávez, el socialismo es democracia sin fin.
José López es autor de los libros Rumbo a la democracia,  Las falacias del capitalismo, La causa republicana, Manual de resistencia anticapitalista, Los errores de la izquierda, ¿Reforma o Revolución? Democracia y El marxismo del siglo XXI así como de diversos artículos, publicados todos ellos en múltiples medios de la prensa alternativa y disponibles en su blog para su libre descarga y distribución.

"Sigan adelante en la construcción de ese mundo nuevo"

A 20 años de la insurrección de enero, Paz con Democracia felicita al EZLN



Sigan adelante en la construcción de ese mundo nuevo, piden en misiva A 20 años de la insurrección de enero, Paz con Democracia felicita al EZLN Periódico La Jornada Lunes 10 de febrero de 2014, p. 16 Comité Clandestino Revolucionario Indígena. Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Presentes. Muy estimados compañeros y compañeras: El grupo Paz con Democracia surge en el contexto de la rebelión zapatista del 1° de enero de 1994 y la crisis del diálogo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) con el gobierno federal. A lo largo de estos años sus integrantes hemos seguido con atención las vicisitudes del proceso autonómico en los territorios bajo su hegemonía, en los que a través de las cinco Juntas de Buen Gobierno ha sido posible establecer autogobiernos regidos por el mandar-obedeciendo, tanto en los ámbitos locales y municipales, como en el regional. Consideramos que no obstante el cerco de penetración de las fuerzas armadas en sus afanes contrainsurgentes, así como las políticas asistencialistas y la agresión y provocación constante de los grupos paramilitares, sus avances en la práctica de una democracia integral y participativa han sido extraordinarios en estos 20 años de luchas, y han mostrado a México y al mundo entero que la resistencia antisistémica y la lucha por un mundo donde quepamos todos y todas, son una realidad cotidiana. Como hemos podido constatar quienes entre nosotros asistimos al curso "La libertad según los zapatist@s", ustedes constituyen un reservorio de dignidad y congruencia ética en un momento en que la democracia tutelada que impone el capitalismo se hace añicos por la corrupción estructural de una clase política profundamente deslegitimada y sin credibilidad alguna. La puesta en práctica del principio de "Para todos, todo, para nosotros, nada" por el EZLN, cuando retiró a todos sus cuadros político-militares de los tres niveles de gobierno autónomo, demuestra esa coherencia moral que los caracteriza. A 20 años de la insurrección de enero, felicitamos a tod@s y cada un@ de quienes integran su organización en todos los niveles y formas organizativas. Paz con Democracia desea fervientemente que sigan adelante en la construcción de ese mundo nuevo de la autonomía zapatista. Deseamos también continuar trabajando juntos por hacer posible un México y un planeta Tierra en los que imperen los principios que ustedes han enarbolado durante estas dos décadas. Y al mismo tiempo que nos dirigimos a ustedes, llamamos al país y al mundo a profundizar la amplia y activa solidaridad en torno al EZLN y los autogobiernos de los mayas zapatistas; consideramos que es un proyecto que trasciende al ámbito nacional y a los pueblos indios, por lo que resulta hoy día el aporte más importante de la humanidad. Pablo González Casanova, Rodolfo Stavenhagen, Miguel Concha Malo, Gilberto López y Rivas, Magdalena Gómez, Luis Hernández Navarro, Miguel Álvarez Gándara, Carlos Fazio, Víctor Flores Olea, Ana Esther Ceceña, Alicia Castellanos, Jorge Fernández Souza, Dolores González, Héctor de la Cueva, Pablo Romo y Óscar González

Comité Clandestino Revolucionario Indígena.

Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Presentes.

Muy estimados compañeros y compañeras:

El grupo Paz con Democracia surge en el contexto de la rebelión zapatista del 1° de enero de 1994 y la crisis del diálogo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) con el gobierno federal. A lo largo de estos años sus integrantes hemos seguido con atención las vicisitudes del proceso autonómico en los territorios bajo su hegemonía, en los que a través de las cinco Juntas de Buen Gobierno ha sido posible establecer autogobiernos regidos por el mandar-obedeciendo, tanto en los ámbitos locales y municipales, como en el regional.

Consideramos que no obstante el cerco de penetración de las fuerzas armadas en sus afanes contrainsurgentes, así como las políticas asistencialistas y la agresión y provocación constante de los grupos paramilitares, sus avances en la práctica de una democracia integral y participativa han sido extraordinarios en estos 20 años de luchas, y han mostrado a México y al mundo entero que la resistencia antisistémica y la lucha por un mundo donde quepamos todos y todas, son una realidad cotidiana.

Como hemos podido constatar quienes entre nosotros asistimos al curso "La libertad según los zapatist@s", ustedes constituyen un reservorio de dignidad y congruencia ética en un momento en que la democracia tutelada que impone el capitalismo se hace añicos por la corrupción estructural de una clase política profundamente deslegitimada y sin credibilidad alguna. La puesta en práctica del principio de "Para todos, todo, para nosotros, nada" por el EZLN, cuando retiró a todos sus cuadros político-militares de los tres niveles de gobierno autónomo, demuestra esa coherencia moral que los caracteriza.

A 20 años de la insurrección de enero, felicitamos a tod@s y cada un@ de quienes integran su organización en todos los niveles y formas organizativas. Paz con Democracia desea fervientemente que sigan adelante en la construcción de ese mundo nuevo de la autonomía zapatista. Deseamos también continuar trabajando juntos por hacer posible un México y un planeta Tierra en los que imperen los principios que ustedes han enarbolado durante estas dos décadas.

Y al mismo tiempo que nos dirigimos a ustedes, llamamos al país y al mundo a profundizar la amplia y activa solidaridad en torno al EZLN y los autogobiernos de los mayas zapatistas; consideramos que es un proyecto que trasciende al ámbito nacional y a los pueblos indios, por lo que resulta hoy día el aporte más importante de la humanidad.


Pablo González Casanova, Rodolfo Stavenhagen, Miguel Concha Malo, Gilberto López y Rivas, Magdalena Gómez, Luis Hernández Navarro, Miguel Álvarez Gándara, Carlos Fazio, Víctor Flores Olea, Ana Esther Ceceña, Alicia Castellanos, Jorge Fernández Souza, Dolores González, Héctor de la Cueva, Pablo Romo y Óscar González.

La desigualdad es injusta




Con la expectativa de un leve y lento crecimiento económico, los poderosos se aprestan a garantizar sus distancias y privilegios, a consolidar la desigualdad y su poder. La insistencia de las derechas es que aunque haya ‘mejoría’ económica tienen que continuar con las ‘reformas (recortes) estructurales’, buscando mayores garantías para su hegemonía institucional. Su proyecto es ampliar la desigualdad e intentar legitimar su gestión. Estamos en una pugna sociopolítica y distributiva que afecta a condiciones y derechos sociales y democráticos. El bloque de poder liberal-conservador, con una gestión regresiva, antisocial y autoritaria de la crisis, quiere imponer modelo económico y social más desigual y una democracia más débil. Participamos de una fuerte pugna cultural en la que se ventila la legitimación o no de este proceso, con sus discursos y sus gestores (las derechas y capas gerenciales), o bien se abre una dinámica más justa y democrática, con una ciudadanía más activa y una representación social y política más robusta. Se trata de evaluar la desigualdad socioeconómica, su carácter injusto e ilegítimo, desde los valores de la justicia social, con la perspectiva de un modelo de sociedad más igualitario y solidario.
Mínima recuperación con máxima desigualdad
Aumentan las brechas sociales y, cada vez más, en la sociedad se perciben como una dinámica injusta. La realidad de desigualdad social, y su percepción, enfrentada con la cultura ciudadana de justicia social, genera indignación popular y deslegitimación de las políticas, agentes e instituciones que la promueven. Existe un amplio rechazo ciudadano al desempleo masivo, el empobrecimiento e incertidumbre de la mayoría de la población y el deterioro de derechos, prestaciones y servicios públicos, derivados de la crisis económica y la estrategia liberal-conservadora de la austeridad. Esta actitud cívica se asienta en los valores de igualdad, solidaridad y democracia. Esta conciencia democrática y de justicia social es progresista y mayoritaria. Lleva aparejada la oposición a los recortes sociolaborales y la exigencia de democratización del sistema político. Es un factor clave para consolidar una ciudadanía activa, acabar con las políticas regresivas y antisociales y promover el cambio social e institucional. Por ello, la interpretación de la desigualdad y su carácter injusto es fundamental en la fuerte pugna cultural, mediática y sociopolítica entre los poderosos, que pretenden justificar su necesidad y su consolidación, y las corrientes populares progresistas, que la cuestionan y aspiran a su cambio.
Fruto del incremento de la desigualdad socioeconómica, la acumulación de riqueza en la cúpula financiera y la desregulación institucional, se produjeron las burbujas inmobiliarias y financieras; su estallido ha generado la mayor crisis económica y social en muchas décadas. Las medidas neoliberales de ajuste regresivo y la socialización de las pérdidas privadas han incrementado la desigualdad, el empobrecimiento y la incertidumbre para la mayoría de la sociedad, particularmente en los países europeos periféricos.
El proyecto liberal-conservador dominante trata de garantizar mayores privilegios económicos y políticos para las élites (financieras y gobernantes), consolidar la desigualdad social y la subordinación de las capas populares y neutralizar la participación ciudadana y una acción política progresista, reguladora o redistributiva. Supone, por tanto, un deterioro democrático del sistema político y una fuerte ofensiva cultural por evitar la significativa desconfianza popular en esa gestión regresiva. Su freno es una consistente contestación ciudadana progresista, un amplio movimiento de resistencia popular, al menos en el sur de Europa, con un reflejo relevante en el campo político y electoral, y una significativa influencia en el norte. Los límites o líneas rojas de la gestión de las derechas dominantes son, de momento, el evitar un deslizamiento irreversible hacia una grave crisis social, una fuerte desvertebración política e institucional o una ruptura de la Unión Europea. No está clara la eficacia de su estrategia de no caer en esos abismos, aunque no sea pretendido. Serían aspectos difíciles de manejar y que, en todo caso, conllevarían el fracaso de las actuales élites gobernantes respecto de su fuente de legitimidad: el bienestar de la población en una Europa democrática, social e integrada.
Por ello la acción contra la desigualdad debe complementarse con un avance en el modelo social y el Estado de bienestar europeo y en el fortalecimiento de la democracia, con el respeto de la representación política y las élites gestoras a las demandas ciudadanas. La solución: una salida equitativa a la crisis, un nuevo contrato social y político democrático y progresista, una cultura cívica igualitaria y solidaria.
Por un lado, hay que evidenciar la gravedad de la desigualdad socioeconómica, su persistencia y sus causas, frente a los intentos de minusvalorarla, considerarla transitoria o eludir las responsabilidades de sus causantes. Y, por otro lado, se debe ampliar la deslegitimación social y ética de la desigualdad, cuestionar los argumentos y discursos que pretenden justificarla, para fortalecer la actitud cívica de la ciudadanía y el rechazo popular a la misma. Sobre lo primero, se están publicando diversos estudios, que han tenido un gran impacto en la opinión pública, y por mi parte lo he tratado en otros trabajos. Aquí, nos centraremos en lo segundo, explorando las distintas concepciones (progresistas/igualitarias o regresivas/desigualitarias) que pugnan por la hegemonía ideológica o cultural en la sociedad.
Desigualdad es un concepto comparativo. Hace referencia a las ‘distancias’ entre distintas categorías sociales (individuos, segmentos, grupos o países). Pero para valorar la percepción de su gravedad y su carácter injusto hay que combinarlo con otro hecho dinámico: la comparación con la situación anterior de cada individuo y estrato social. Uno de los temas más complejos para analizar es la relación entre crecimiento económico y desigualdad, con la combinación de dos dinámicas: mayores bienes, junto con mayor desigualdad. El énfasis en lo primero pretende justificar lo segundo, aunque lo segundo no debe despreciar lo primero.
El discurso de la derecha sobre la inminente, continuada y generalizada recuperación económica es un engaño: aspectos parciales mejoran, pero el grueso de los que afectan directamente a los ciudadanos se mantienen o empeoran. Una de sus pretensiones es evitar la deslegitimación de unas políticas gubernamentales y unos agentes económicos e institucionales que han ampliado la desigualdad, el descenso socioeconómico de la mayoría de la sociedad y el deterioro democrático de las grandes instituciones públicas. Existen algunos indicadores económicos menos negativos. Se sale de la gran recesión aunque, en el mejor de los casos y si no hay otros contratiempos, habrá solo una leve y lentísima mejoría económica y de empleo, como aventura el FMI y la Comisión europea. Según pronostican sus portavoces, en España tendríamos (al menos) una década por delante de sufrimiento. Aunque a su término tampoco nos espera la reversión de mayor igualdad, protección pública o derechos sociolaborales. La posible salida conservadora de la crisis pretende asegurar el desequilibrio impuesto en las relaciones de poder económico y empresarial, continuar con el proceso de desmantelamiento del Estado de bienestar (insostenible para M. Draghi, del BCE) y consolidar el autoritarismo político con una democracia débil. Todo ello con especial impacto para los países europeos mediterráneos.
No obstante, de no acabar de inmediato con la política de austeridad, permanecerán un similar nivel de desempleo masivo, el descenso de la capacidad adquisitiva de salarios, pensiones y prestaciones de desempleo, mayor precarización y sometimiento de la población trabajadora y peores y segmentados servicios públicos. Un elemento clave, la posibilidad de creación limitada de empleo (temporal y a tiempo parcial), se instrumentaliza para profundizar en la precarización y la pérdida de derechos sociolaborales del conjunto y fortalecer el poder y los beneficios empresariales.
Ese discurso liberal-conservador pretende legitimar la estructura y la dinámica de desigualdad. Considera que el enriquecimiento de las élites es ‘merecido’ por sus habilidades inversoras y especulativas y el tráfico de influencias y poder. Y también que el empobrecimiento y el paro masivo, que afecta a personas de las capas populares, también es ‘merecido’. Así, no habría que cambiar nada, las dinámicas desiguales estarían justificadas, haciendo abstracción de las distintas situaciones de ventajas y desventajas, de origen, contexto y trayectoria, de las desiguales relaciones de poder y condiciones que están incluyendo en las diferentes capas de la sociedad. Pasa por alto las distintas oportunidades y capacidades iniciales y en su desarrollo en que se encuentran los distintos individuos y grupos sociales. Con esa idea, las capas acomodadas intentan pasar página del incremento de las brechas sociales y las posiciones de subordinación de la mayoría de la población, derivadas de las estructuras desiguales, la crisis económica y las políticas de austeridad. Pretende hacer olvidar las causas y responsabilidades de las capas financieras y gobernantes que las han ampliado a costa de la mayoría de la sociedad. Su promesa es que ese (limitado y lento) crecimiento iría a mejorar la capacidad adquisitiva de la población, esperando que el rechazo a la desigualdad pase a segundo plano.
El proceso de legitimación de la dinámica desigual adquiere nuevos argumentos: la (hipotética) mejoría de la situación de la gente, avalaría las políticas de ajustes y austeridad que han ampliado la desigualdad. Esta situación, según ellos, debería consolidarse y ampliarse como condición ‘inevitable’ para el crecimiento económico. Así, se garantizarían, junto con su mayor poder y dominación, el incremento de las distancias y privilegios de las capas más ricas frente al estancamiento de la mayoría de la sociedad. O, bien, la existencia de una leve mejoría de una parte (minoritaria), junto con el agravamiento de la pobreza y el desamparo con mayor subordinación, en otra parte (mayoritaria).
La justificación neoliberal de la desigualdad
Para interpretar la realidad de la situación de desigualdad y valorar su significado se debe combinar su análisis con la justicia social y sus fundamentos éticos. Aquí es cuando aparecen las distintas interpretaciones éticas para definir lo justo y lo injusto y, por tanto, dar legitimidad o no a determinados grados de desigualdad aplicados según motivos, condiciones y contextos diferentes.
El pensamiento liberal dominante considera la desigualdad como justa (o racional, eficiente y conveniente). Admite cierta igualdad jurídica o formal, pero valora la desigualdad socioeconómica como necesaria e imprescindible para garantizar el crecimiento económico, al que le da el valor supremo, y la correspondiente apropiación de beneficios por las clases dominantes. Es decir, la mejora del bienestar de la población pasaría por la inevitabilidad de la desigualdad, la acumulación privada de la riqueza en las cúpulas oligárquicas y, por tanto, la subordinación de la sociedad a unas relaciones y estructuras desiguales. El valor de la mejoría económica relativa derivada del mercado estaría por encima del avance hacia la igualdad, sería compatible con la ampliación de las brechas sociales, y ese proceso se calificaría de ‘justo’. Las élites económicas tendrían legitimidad para aumentar sus privilegios y las distancias respecto de la mayoría de la sociedad, siempre que los sectores desfavorecidos mejoren algo su capacidad adquisitiva. Este último componente adicional era, primero, la caridad hacia los pobres, y después, el talante ‘social’ del liberalismo o las tradiciones cristianas. El actual discurso de la derecha, del cambio de tendencia económica y de empleo, con la consiguiente e hipotética leve mejoría para personas desempleadas, utiliza ese argumento para frenar la crítica ciudadana a precarización, incertidumbre y desamparo de la mayoría, la ampliación de grandes brechas sociales y el enriquecimiento de las élites.
Así, nos encontramos con datos actuales como que más del 90% del crecimiento diferencial de la renta se lo queda el 10% más rico, y que el 90% de la población se reparte el 10% restante de la renta. Pero como éstos también mejoran respecto de su situación anterior, aunque las distancias aumenten, sería una situación más justa y suficiente para justificar como ‘buena’ esa dinámica más desigual. Por tanto, algunos de criterios de justicia (liberales, demócrata-cristianos y de apariencia progresista) se utilizan también para justificar cierto nivel de desigualdad en determinadas condiciones de mejoría relativa de los más pobres.
En consecuencia, habrá que demostrar, primero, la existencia de desigualdad, y, segundo, su carácter injusto. Es evidente la conciencia social de la existencia de mayor desigualdad y empobrecimiento cuando, al mismo tiempo, hay un descenso económico mayoritario. La interpretación es más ambivalente cuando hay cierto crecimiento económico, es decir, cuando se puede combinar dos dinámicas: mayor desigualdad (brechas sociales), junto con una mejora en la capacidad adquisitiva respecto a la situación anterior (es el caso actual de China).
El discurso utilitarista o neoliberal se centra en justificar la desigualdad y la subordinación popular como elementos fundamentales e imprescindibles para el crecimiento económico, para asegurar los beneficios e incentivar ‘adecuadamente’ a los principales agentes económicos (según ellos): los inversores (el capital financiero), los propietarios de los medios de producción y las capas gerenciales o corporativas. Según el pensamiento clásico liberal, la acumulación de riqueza privada llevaría a la prosperidad general. La realidad actual de la crisis económica, con una gran polarización de la riqueza, en manos de una minoría oligárquica, y una gran recesión o estancamiento económicos, cuestionan ese discurso. El aumento del dominio y el beneficio económico de las elites financieras no reporta en incremento de empleo (decente), y ese discurso apenas esconde su objetivo: intentar legitimar su apropiación desmesurada frente al interés general. La distribución de los beneficios de la actividad económica es desigual y se ampara en una estructura de poder que la impone, aunque esté sometida a los procesos de legitimación social y política.
Por tanto, hay un conflicto entre igualdad y crecimiento económico. En un marco capitalista como el actual, con libertad empresarial y de capitales, los agentes económicos, propietarios y gestores, exigen ‘incentivos’ desiguales, comparativamente. ¿Cuál es el grado de desigualdad necesario o admisible, según esas relaciones económicas y de poder, para garantizar un crecimiento ‘sostenible’ y ‘eficiente’ que reporte beneficios al conjunto, mejorando su situación material aún a costa de determinada distribución desigual? O al contrario, ¿Cuándo una distribución igualitaria deja de ser eficiente y constituye un motivo de rebelión para las élites y el poder financiero que exigen incentivos (desiguales) y dominio económico y de poder, bajo la amenaza del aislamiento financiero?. La solución viene desde el campo político: la capacidad de la sociedad y sus instituciones políticas (Estado) para regular los procesos económicos (mercado) y definir los márgenes de una justicia distributiva desde una ética igualitaria y solidaria que garantice el ‘bien común’ de la humanidad. La cuestión es que es difícil ejecutarlo si no es, al menos, en el plano europeo. En todo caso seguiría siendo un problema político, es decir, de fuerzas sociales e instituciones públicas con suficiente apoyo ciudadano para consolidar procesos de gobernanza que regulen los mercados, superando las dependencias y subordinaciones a esos poderes financieros de las clases gobernantes, los Estados y las instituciones europeas.
En definitiva, las concepciones de la justicia social, de una igualdad de oportunidades más débil o más fuerte, junto con una fuerte cultura democrática y cívica, particularmente, en la conciencia popular, son fundamentales para valorar la desigualdad y la actitud ciudadana ante ella.
Antonio Antón. Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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