Todo empezó con la
movilización de la juventud en Sao Paulo contra el aumento de 20
céntimos en las tarifas del transporte público. La policía la reprimió
violentamente, transformó el centro de esta megalópolis en zona de
guerra y accionó la espoleta que levantó al país. Las manifestaciones
continuaron, fueron creciendo, incorporando más y más gente, a una
juventud trabajadora y precarizada, en movilizaciones multitudinarias
que no se veían desde los años 80, cuando millones en las calles
derrumbaron la dictadura militar. Es cierto que aún no son de aquel
tamaño en todos los sitios, pero ya son mucho mayores que en el “Fuera
Collor” de los 90, cuando la gente derrocó en las calles al presidente
neoliberal corrupto. En lugares como Río de Janeiro, el movimiento tiene
la misma dimensión que en la lucha por las Directas, con más de un
millón en las calles.
Es cierto que la clase obrera organizada
aun no entró en escena con todo su peso. Pero la composición social del
movimiento es mucho más proletarizada que en el "Fuera Collor" y la
clase obrera ya ha empezado a entrar, con la Conlutas y el Espacio de
Unidad de Acción protagonizando huelgas en varios sectores y dando paso a
la participación organizada de sindicatos en la calle. Cuando este
periódico llegue al lector, Brasil estará a las puertas de una Huelga
General.
"
Paso de la Copa, quiero dinero para sanidad y educación!”
El
mundo quedó sorprendido con la magnitud de las protestas en el país del
fútbol, en medio de la Copa Confederaciones. Brasil parecía Turquía y
uno se preguntaba cómo era posible que sucediera por sólo 20 céntimos.
Y
es que el gobierno y las burguesías brasileña e internacional habían
hecho una propaganda engañosa sobre Brasil, mostrándolo como un país
casi del “primer mundo” y, sobre todo, con muchísimas conquistas
sociales, tras 10 años del Partido de los Trabajadores (PT) en el
gobierno.
Pero la realidad es otra. El gobierno del PT se
encontró con 10 años de crecimiento económico y en ese período aplicó
unas políticas compensatorias contra la miseria (la llamada "bolsa
familia", hoy recomendada por el Banco Mundial); aumentó el salario
mínimo por encima de la inflación; facilitó el crédito a los sectores de
baja renta e incorporó al mercado de trabajo a casi 40 millones de
personas. Estas concesiones a los más pobres, que en términos del
presupuesto no han sido casi nada en comparación con lo que ganó el 1%
más rico, no significaron cambios estructurales en Brasil, uno de los
países con más desigualdad, pero garantizaron 10 años de tregua social.
Pero
la crisis mundial y la desaceleración económica, la caída del precio de
las commodities (las grandes exportaciones agrícolas y mineras) y los
problemas económicos y sociales estructurales que persisten, sumados a
la corrupción y a los escándalos de los gastos de la Copa y de los
negocios de la FIFA, han hecho emerger la verdad y las protestas han
explotado.
Brasil sigue en el puesto 85 del ranking de Desarrollo
Humano de la ONU; casi el 50% de su presupuesto va al pago de la deuda;
los banqueros ganan más que bajo el gobierno Cardoso; la educación
pública sigue empeorando, profesores y estudiantes exigen una inversión
de 10% del PIB, pero el Estado invierte sólo un 5% y buena parte de ello
en la enseñanza privada; la sanidad pública sigue el curso privatizador
iniciado por Cardoso; el transporte, casi todo privado, tiene una de
las tarifas más caras y peor calidad del mundo; 16 millones de personas
aún viven en situación de extrema pobreza.
Los 40 millones de
nuevos trabajadores, a los que algunos califican como “clase media”, son
un nuevo contingente de la clase trabajadora extremadamente precarizado
y explotado, sin acceso a servicios públicos de calidad y con salarios
que no llegan a 1’5 veces el salario mínimo, unos 300 euros, para un
coste de la vida carísimo en centros urbanos como Sao Paulo.
El
gobierno del PT, que tiene como aliados a un gran número de partidos
derechistas y conservadores, practica una política en esencia
neoliberal, combinada con políticas keynesianas anticíclicas con las que
gasta mucho dinero en subsidios a la burguesía. Pero con ello no logra
frenar la desaceleración económica, con el superávit primario y el pago
de la deuda como problemas de fondo. Además de mantener y profundizar la
dependencia hacia las multinacionales, el país es rehén de una división
mundial del trabajo que lo empuja a uma "reprimarización" de su
economía, como proveedor de "commodities" a los centros imperialistas y a
China. Así, crece el “agrobusiness” en un país que no hizo y donde
sigue pendiente la reforma agraria. Un “agrobusiness” sumamente agresivo
y depredador de la naturaleza, destructor de la selva, que desplaza a
las gentes y asesina a indígenas y trabajadores sin tierra.
Es
cierto que en estos años de gobiernos del PT (10 de Lula y dos de
Dilma), el país ha reducido en parte la pobreza y ha visto un
crecimiento de la economía, pero es igual de cierto que los empresarios
brasileños y las multinacionales nunca ganaron tanto y que los problemas
económicos y sociales estructurales del país no se resolvieron y, en
más de un sentido, se profundizaron. La concentración de renta, tierra y
capitales es una de las más altas del mundo y las necesidades de los
trabajadores y el pueblo van más allá de las políticas compensatorias,
los trabajos de baja remuneración, las escuelas privadas de baja calidad
y la baja inversión en sanidad, educación y transporte público.
Problemas que se acentúan todavía más con la carestía de alimentos y la
desaceleración del crecimiento económico. Ya no bastan las migajas.
La fuerza de las calles pone a los gobiernos a la defensiva y obtiene victorias
Los
gobiernos, cogidos por sorpresa, han ido reaccionando cambiando de
táctica. Al principio fue una represión descomunal y el alcalde (PT) y
el gobernador (PSDB) de Sao Paulo dijeron que no recularían. Fueron los
dos primeros en ser derrotados, viéndose obligados a hacer marcha atrás
en el aumento del transporte. Pero no sólo están en jaque alcaldes y
gobernadores. También Dilma y los poderes federales se vieron afectados,
ya que las manifestaciones no han parado y eclipsaron totalmente la
Copa Confederaciones. Así que están haciendo otras concesiones: el
Senado acaba de aprobar una ley que introduce el “pase libre”
(transporte gratuito) para estudiantes y han retirado la PEC-37
(enmienda constitucional que limitaba la investigación de la corrupción
de los políticos). Hay otras propuestas que aparecen como concesiones,
aunque sean caramelos envenenados, como el destino del 75% de los
royalties del petróleo para educación y del 25% para sanidad, que son
mucho menos de lo que pide el movimiento y que, además, implican seguir
con la privatización del petróleo, así como la propuesta de Plebiscito
sobre una Reforma Política cuyo contenido es antidemocrático.
Pero
junto a las concesiones, sigue la represión, así como la campaña contra
los “actos de vandalismo”, en buena parte provocados por policías
infiltrados. Ya se han producido dos muertos: una trabajadora de Belem
que murió por el gas lacrimógeno y, cuando cerrábamos este periódico, un
joven metalúrgico de 21 años que cayó de un viaducto de 6 metros
huyendo de la policía.
Pero, tal como analiza el PSTU (Partido Socialista de los Trabajadores Unificado), “
el
movimiento está conquistando victorias por su fuerza. Cada uno de estos
hechos son conquistas del movimiento y demuestran que luchando se
pueden conquistar más. Pero, en esencia, el Gobierno y el Congreso
intentan ceder en cuestiones mínimas para mantener la misma política
neoliberal y la misma dominación. Quieren ver si consiguen desviar la
movilización hacia dentro del Congreso Nacional y hacia la negociación
con el gobierno”.
Las propuestas del PSTU: es necesario y posible avanzar
El movimiento de masas se fortalece con las victorias que va logrando,
pero no debe aceptar que las cosas se detengan ahí. Es necesario ir más
allá.
En primer lugar, es fundamental la entrada en escena del
movimiento obrero y sindical para dar un nuevo salto en la movilización.
Este es el sentido de la Jornada estatal de lucha, convocada el 27 de
junio por la CSP-Conlutas, el Espacio de Unidad de Acción y numerosas
entidades. Y el día de huelga nacional convocado por todas las centrales
(incluyendo la CSP-Conlutas) para el 11 de Julio, con un claro carácter
contra el Gobierno.
Además, es necesario que el movimiento
avance hacia reivindicaciones que cuestionen directamente el modelo
económico hoy vigente, pues el pueblo salió a las calles para cambiar al
país. En este sentido, las reivindicaciones presentadas por la
CSP-Conlutas en la audiencia con Dilma son una referencia importante.
Para que haya realmente un cambio en la educación, sanidad y transporte,
es fundamental suspender el pago de la deuda pública a los bancos, que
hoy consume casi la mitad del presupuesto. No bastan los royalties del
petróleo para la educación, pues representan sólo el 1’2% del PIB,
cuando la necesidad es del 10% del PIB para enseñanza y del 6% para
sanidad.
No se puede seguir conviviendo con la inflación que
rebaja los salarios. Es necesario congelar los precios de las tarifas
públicas y de los alimentos y aumentar los salarios.
Es preciso
reestatizar las empresas estatales privatizadas por los gobiernos del
PSDB y del PT y acabar con los pliegos del petróleo para que Petrobras
sea 100% estatal, así como las autopistas y aeropuertos privatizados.
No es posible que grandes empresas del “Agribusiness” dominen el campo
brasileño. Es imprescindible una amplia reforma agraria, con la
expropiación de las grandes propiedades para producir alimentos para el
pueblo, además de delimitar las tierras indígenas y defender la selva y
el medio ambiente, paralizando obras como Bello Monte.
Contra la corrupción también hay que ir más allá, con la prisión y expropiación de los bienes de los corruptos y corruptores.
Además, hay que encarar con toda la desconfianza la propuesta de
reforma política del Gobierno. La propuesta de los trabajadores y de la
juventud debe ser: fin del Senado, reducción de los salarios de los
diputados al nivel del de un obrero cualificado, revocabilidad de
mandatos, libertad total para formar partidos!
Toda la lucha debe dirigirse a la instauración de un gobierno de los trabajadores.
Apartidismo y ataques físicos de la ultraderecha a la izquierda
Durante
las
movilizaciones se expresó un fuerte cuestionamiento de todo un sector
en cuanto a la participación de los partidos e incluso de los
sindicatos. El “apartidismo” de muchos de los participantes expresa un
aspecto muy positivo: la ruptura con los viejos partidos del sistema
(los burgueses y los reformistas), responsables de la situación actual.
Dentro de esa ruptura, hay también un elemento de confusión, al
identificar al PT en el gobierno con las “banderas rojas” y el conjunto
de izquierda, sin distinguir quienes luchan contra el gobierno y quienes
son parte de él.
Apoyándose en ese sentimiento, en las marchas
del 20 de junio, alentados por los medios que hasta el día anterior
defendían la represión y la mano dura y que pasaron después a defender
el nacionalismo y el apartidismo, grupos paramilitares organizados,
junto a grupos que se reclaman neonazis y a sectores infiltrados de la
policía, armados, atacaron físicamente en varias ciudades a las columnas
de la izquierda, en especial las del PSTU, con choques que produjeron
varios heridos. Estas agresiones no fueron espontáneas, sino impulsadas
por personajes de derecha y diversos medios que llamaban a “defender el
carácter no partidista” de las movilizaciones (y a expulsar a las
organizaciones de izquierda) y a que la bandera de Brasil fuese “la
única presente”.
Fue un operativo organizado y destinado a
dividir la lucha y a evitar que el PSTU y otros grupos de izquierda
fuera parte decisiva de las acciones de masas, así como el sindicato
estudiantil ANEL y la central Conlutas que, junto al Movimiento por el
Pase Libre (MPL), organizaron las primeras manifestaciones.
Estos
ataques provocaron varios heridos, pero produjeron también una unidad
de la izquierda no gubernamental en defensa de la presencia de las
banderas y de la auto-defensa del movimiento, unida a toda la paciencia
para hablar con los manifestantes con este sentimiento y confusión.
Compartiendo
el repudio a los partidos del sistema, incluido el PT, es necesario
diferenciar las “falsas” banderas rojas de las verdaderas, aquellas que
luchan en las calles todos los días y que nunca estuvieron en esos
gobiernos capitalistas. Además, estas banderas tienen el derecho y la
obligación de estar y defender ahí sus alternativas. La propuesta de “no
a los partidos” es antidemocrática: todo el mundo debe tener el derecho
a decidir cómo participa de las marchas, si de modo individual, como
parte de un colectivo no partidario o integrando un partido. Nadie puede
obligar a otro a participar de su columna ni, del mismo modo, negar el
derecho a organizar columnas de partido, con sus banderas. Y más todavía
cuando con ello se acaba camuflando la represión y a grupos
paramilitares o neonazis que, disfrazados de antipartido y de
nacionalistas, quieren acabar con todo derecho de manifestación y que,
en última instancia, defienden una dictadura.
La entrada en
escena de la clase obrera, junto a la continuidad de la lucha, va
mostrando las insuficiencias del horizontalismo y la necesidad de
organización. Del mismo modo que van quedando más claras las diferencias
entre los partidos que son parte del sistema y del régimen y los que
combaten contra ellos, al tiempo que es necesario abrir paso a un
proceso de organización con democracia obrera.
Brasil en cifras
Población: 190 millones
Salario Mínimo: R$ 678 (cerca de 230 euros)
PIB: 239 mil millones de dólares
Deuda Externa: el 44% del presupuesto para intereses y amortización
Artículo publicado en Página Roja nº 20, publicación mensual de Corriente Roja / Corrent Roig
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.