‑Tu eres una militante chilena que tuviste que exiliarte producto del Golpe, ¿cómo viviste aquellos sucesos? -
Primero
quiero agradecerte la posibilidad de conversar contigo y llevar este
diálogo a todas y todos aquellos compañeros interesados en estudiar el
pasado para construir el futuro, así titulé un artículo sobre el tema de
la Unidad Popular que publiqué hace 10 años atrás.
Yo era como
tú dices una militante del Partido Socialista chileno y en el momento
del golpe mi primera militancia era dirigir la revista política Chile
hoy, una revista con un valor informativo especial, porque siendo un
órgano de la Unidad Popular, el frente político que apoyaba a Allende,
estaba abierto a toda la izquierda y de hecho el MIR chileno fue el que
nos proporcionaba los datos de inteligencia que nos advertían que se
estaba preparando un golpe.
El golpe en Chile, fue un golpe
anunciado. Desde el primer intento de golpe ocurrido en el 29 junio 1973
conducido por el general Viaux, vivimos en constante zozobra.
La
amenaza de golpe estaba diariamente presente. Al comienzo toda la
izquierda tomaba medidas para enfrentarlo, pero ocurrió como el cuento
de Pedrito y el lobo, de tanto anunciar que venía el lobo, y no llegaba,
cuando el lobo llegó no estaba preparado para enfrentar. Eso ocurrió
con los dirigentes de la izquierda. Muchos de ellos, en ese momento
estaban durmiendo en sus casas.
Habíamos empezado a coordinar
con el MIR chileno el paso a la clandestinidad de la revista. Este era
el partido más preparado para darnos dicha asesoría. La instrucción que
habíamos recibido del dirigente nacional encargado de estas actividades
era que estuviésemos atentos al levantamiento que se daría en los
cuarteles en contra de los militares golpistas.
Este
levantamiento nunca se dio. Los mandos golpistas dieron un golpe dentro
de las propias fuerzas armadas apresando a los generales más cercanos al
presidente Allende, entre ellos al general Bachelet, padre de Michelle,
la ex presidenta y actual candidata a la elección presidencial en
Chile.
El día 11 el golpe nos pilló por sorpresa. No recuerdo
quién me llamó en la madrugada avisándome y rápidamente decidimos irnos
todo el equipo que producía la revista al departamento de uno de
nuestros periodistas que quedaba a unas 10 cuadras de la moneda.
Allí nos enteramos por la radio del bombardeo de la Moneda y de que el
departamento en que estábamos quedaba y que la zona que fue declarada
zona de toque de queda durante tres días.
Estando en el
departamento recibimos la visita una patrulla militar que en revisó
todos nuestros enseres pero felizmente no reconoció a ninguno. ¡Pasamos
un gran susto!
Muy pronto yo aparecí en la lista de las personas
buscadas. Había una lista de políticos y otra de periodistas, yo
figuraba en esta última lista. Poco antes del golpe había recibido en la
sede de la revista una visita de generales de la Fuerza Aérea
amenazándonos por el tipo de información que estábamos dando acerca de
los preparativos del golpe. Terminado el toque de queda, traté de volver
a mi departamento pero no pude hacerlo. Una junta fascista se había
instalado en los bajos del edificio y controlaba a todo el que entraba o
salía.
Pasé algunos días en casas de seguridad. Desde allí hice
contacto con el MIR. Se descarto la posibilidad de sacar
clandestinamente la revista. Decidí entonces salir del país. Me refugié
en la embajada de Venezuela y cuatro meses me dieron salvoconducto para
partir a Cuba.
La gran tristeza y frustración que me provocó el
golpe militar fue compensada por el encuentro con el que luego fue mi
compañero y padre de mi única hija, el comandante Manuel Piñeiro, más
conocido como Barbarroja. Cuba fue mi segunda patria. El cariño y la
solidaridad de su pueblo me hicieron sentir siempre como que estuviese
en mi casa.
‑¿Cuál consideras tú que sería el mensaje
fundamental para el quehacer actual de los gobiernos populares en el
continente, en lo que hace a la relación con sus pueblos y a la relación
con el poder? ‑Sabes Isabel que yo considero que el
proyecto socialista de Allende fue precursor del socialismo del siglo
XXI cuyo gran promotor fue el presidente Chávez. Allende no sólo fue el
primer presidente socialista electo democráticamente en el mundo, sino
que fue el primero en pretender avanzar al socialismo por la vía
institucional y el primero en entender que para hacer esto debía
distanciarse del modelo soviético.
Ese socialismo no podía ser
impuesto desde arriba, tenía que contar con un apoyo muy mayoritario de
la población, y tenía que estar inserto en las tradiciones nacionales,
un socialismo con vino tinto y empanadas como él lo catalogaba, es
decir, una sociedad socialista democrática enraizada en las tradiciones
nacional‑populares. Por desgracia, el proyecto de Allende fue demasiado
heterodoxo para izquierda chilena de entonces que era demasiado ortodoxa
cuyos planteamientos no se correspondían con los nuevos desafíos que el
país estaba viviendo. Te pongo algunos ejemplos de esa ortodoxia:
Cuando Allende hablaba del tránsito democrático al socialismo, sectores
de la izquierda pintaban en los muros: ¡Viva la dictadura del
proletariado!;Cuando Allende —tomando en cuenta que el electorado
chileno estaba dividido en forma muy gruesa en tres tercios: los
conservadores, los demócrata cristianos y la izquierda, con una leve
preponderancia de la izquierda‑, planteaba la necesidad de contar con el
apoyo de los demócrata cristianos, con el cual se podría lograr un
apoyo mayoritario de la población al proyecto, nuestra izquierda actuaba
muy sectariamente enfrentando a los militantes de ese partido; nunca
entendió la necesidad de aliarse con fuerzas que catalogaba como
burguesas;Cuando Allende hablaba de ganar a sectores de la burguesía
para su proyecto, una parte importante de la izquierda reafirmaba que
nuestro enemigo era toda la burguesía;
Mientras Allende quería
consolidar lo avanzado en el plano económico: la estatización de las
grandes empresas estratégicas, teniendo muy claro los límites del poder
con que contaba, sectores de la izquierda se tomaban pequeñas empresas y
pedían su nacionalización, exigiendo más radicalidad a Allende. Cuando
Allende luchaba por conseguir una conducción única del proceso, los
partidos más fuertes: el socialista y el comunista, hacían públicas sus
divergencias.
Una de las grandes limitaciones que tuvo el
gobierno de Allende fue el marco institucional heredado. Aunque el
Presidente y la Unidad Popular tenían clara la necesidad de elaborar una
nueva constitución para cambiar las reglas del juego institucional y
facilitar el tránsito pacífico socialismo, y de hecho el presidente
Allende entregó a los partidos que componían la unidad popular una
propuesta de nueva constitución en septiembre de 1972; nunca se hizo una
convocatoria para llevar adelante este proyecto. Creo importante
estudiarla porque allí están plasmadas las ideas de Allende sobre cómo
debería ser el tránsito social a partir de la realidad chilena.
¿Y por qué entonces no se llevó nunca adelante una convocatoria?, porque
se estimó que la Unidad Popular todavía no tenía el apoyo electoral
mayoritario que era indispensable para llevar adelante un proceso
constituyente con éxito. La UP nunca logró llegar al 50% más de los
votos. La gran pregunta que la historia no puede responder es qué
hubiera pasado si dicha coalición política hubiese decidido tensionar
sus fuerzas y hacer un trabajo casa por casa para ganar a la población
para su proyecto. Quizás aquí faltó audacia, esa audacia que tuvo el
Presidente Chávez cuando la oposición llama a un referéndum para
derrocarlo y él acepta ir al combate aunque en ese momento las encuestas
le daban una aceptación muy baja. Él acepta a pesar de estar en ese
momento en condiciones de inferioridad, pero inmediatamente planifica
cómo lograr las fuerzas para triunfar en esa contienda y crea la idea de
las patrullas, es decir grupos de 10 personas a las que podía
integrarse gente sin militancia en partidos pero que simpatizaba con
Chávez, cada una de ellas debía lograr el apoyo de otras 10 con un
trabajo casa por casa.
Otra lección es que yo creo fundamental
del proceso chileno es la importancia de la organización popular en la
base. Una de las grandes debilidades nuestras fue no entender esto. Fue
delegar la acción política en los políticos, o más bien, el hecho de que
los políticos se apropiaron de la política, y con ello los Comités de
Unidad Popular —que fueron básicos para el triunfo electoral de Allende—
comenzaron a debilitarse y a desaparecer.
‑¿Cuáles serían los desafíos y las tareas principales para los movimientos populares y la izquierda latinoamericana? ‑Pienso
que nuestra izquierda y nuestros movimientos populares deben tener muy
presente lo ocurrido en la experiencia chilena para no repetir los
mismos errores.
Tenemos que entender que para construir una
sociedad alternativa al capitalismo esencialmente democrática tenemos
que ser capaces de ganarlos el corazón y la cabeza de la mayoría de la
gente. Que la crisis actual del capitalismo hace que cada vez mayores
sectores se sientan afectados. Ya no sólo existen condiciones objetivas
sino también condiciones subjetivas para que cada vez más personas
entiendan que el capitalismo no es la solución para sus problemas
cotidianos.
Necesitamos elaborar un proyecto alternativo y a
ello pueden contribuir especialmente las experiencias de los gobiernos y
movimientos populares en los países más avanzados de nuestra región. Se
requiere una militancia nueva en que
su forma de vivir y trabajar políticamente prefiguren la nueva sociedad
Militantes que encarnen en su vida cotidiana los valores que dicen
defender. Deben ser democráticos, solidarios, dispuestos a cooperar con
los demás, a practicar la camaradería, la honestidad a toda prueba, la
sobriedad. Deben proyectar vitalidad y alegría de vivir.
Si
luchamos por la liberación social de la mujer, debemos empezar desde ya
por transformar las relaciones hombre‑mujer en el seno de la familia;
Nuestros militantes deben capaces de aprender de los nuevos actores
sociales del siglo XXI. Estos son particularmente sensibles al tema de
la democracia. Sus luchas han tenido generalmente como punto de partida
la lucha contra la opresión y la discriminación. De ahí que rechacen ser
manipulados y exijan que se respete su autonomía y que puedan
participar democráticamente en la toma de decisiones. Pienso que
nuestros militantes deben ser también disciplinados. Se que este no es
un tema muy simpático para muchos. A mí me gusta citar a uno de los
coordinadores nacionales del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin
Tierra, Joao Pedro Stédile, quien dice: “Si no hay un mínimo de
disciplina, que haga que las personas respeten las decisiones de las
instancias no se construye una organización. “La disciplina consiste en
aceptar las reglas del juego. Hemos aprendido [esto] hasta del fútbol y
la Iglesia Católica, que es una de las organizaciones más antiguas del
mundo. [...] Si alguien está en la organización por su libre voluntad,
tiene que ayudar a construir las reglas y a respetarlas, tiene que tener
disciplina, tiene que respetar al colectivo. Si no, la organización no
crece.”
Pero esto no debe significar que nuestros cuadros deban tener una mentalidad de ordeno y mando, deben ser pedagogos populares
, respetuosos de la iniciativa creadora de la gente. Por otra parte, se
requiere de una nueva cultura política: una cultura pluralista y
tolerante, que ponga por encima lo que une y deje en segundo plano lo
que divide; que promueva la unidad en torno a valores como: la
solidaridad, el humanismo, el respeto a las diferencias, la defensa de
la naturaleza, rechazando el afán de lucro y las leyes del mercado como
principios rectores de la actividad humana. Necesitamos una izquierda
que comienza a darse cuenta que la radicalidad no está en levantar las
consignas más radicales ni en realizar las acciones más radicales —que
sólo unos pocos siguen porque asustan a la mayoría—, sino en ser capaces
de crear espacios de encuentro y de lucha para amplios sectores; porque
constatar que somos muchos los que estamos en la misma lucha es lo que
nos hace fuertes, es lo que nos radicaliza. Una izquierda que entienda
que hay que ganar hegemonía, es decir, que hay que convencer en lugar de
imponer. Una izquierda que entienda que más importante que lo que
hayamos hecho en el pasado, es lo hagamos juntos en el futuro por
conquistar nuestra soberanía y construir una sociedad que permita el
pleno desarrollo del ser humano: la sociedad socialista del siglo XXI.
Mensaje final
-Por
último, quiero decirles que si bien el capitalismo está en crisis, este
no desaparecerá por sí sólo. Si nuestros pueblos no se unen, organizan y
luchan con inteligencia, creatividad y coraje, el capitalismo buscará
la forma de recomponerse. Nuestros pueblos han dicho basta y echado a
andar, ahora no deben detenerse, ¡la lucha es larga pero el futuro es
nuestro
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