El capitalismo es la cumbre evolutiva del totalitarismo
Un
Estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes
políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar
una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer
coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre.
Aldous Huxley.
La “democracia” burguesa es la dictadura casi perfecta.
No es perfecta porque nada lo es, pero la llamada “democracia” liberal
es la dictadura más sofisticada y elaborada que el ser humano haya
inventado hasta la fecha. Cualquier dictadura es el dominio de una(s)
minoría(s) sobre la mayoría. En el capitalismo todo trabajador sabe
perfectamente que para prosperar o simplemente para sobrevivir debe
obedecer las órdenes que vienen de arriba. Las grandes decisiones
estratégicas de cualquier empresa vienen de muy arriba. ¿Qué es eso sino
una dictadura? Es cierto que si uno no obedece no es puesto delante de
un pelotón de fusilamiento. Pero se arriesga a ser expulsado de la
empresa. Peligra su sustento. El miedo es la “vestimenta” tanto del
obrero manual como del “obrero mental”. El capitalismo es la dictadura económica.
Dictadura que es posible porque los medios de producción son privados,
pertenecen a ciertas personas que, gracias a dicha posesión, ejercen su
dictadura y acaparan gran parte de la riqueza generada. Pero es una
dictadura descentralizada. Tal vez en esta peculiar característica
resida su fortaleza. Es una dictadura no sólo ejercida por la clase
empresarial, sino que asumida por gran parte de la población como algo
natural e inevitable. Es una dictadura en la que no es tan necesario que
unos pocos, muy pocos (ya sea un rey, un caudillo, una burocracia, un
partido) repriman al resto, sino que esos pocos tienen muchos
colaboradores distribuidos a lo largo y ancho de la sociedad. Toda
dictadura necesita una serie de colaboradores. Pero la “democracia”
burguesa es la dictadura con más colaboradores. En ella colaboran
distintas clases sociales, incluso las oprimidas. En ella no sólo domina
cierta minoría, la oligarquía capitalista, sino que dicho dominio es
mucho más sutil y logra incluso la colaboración de una gran parte de la
mayoría oprimida. En esto radica el verdadero éxito del capitalismo. De
aquí proviene la principal dificultad para derrocarlo.
La
dictadura económica se parapeta tras una aparente democracia política
que intenta evitar que ésta salpique a aquella. La prueba más palpable
de que el capitalismo necesita evitar la verdadera democracia es que
cuando ésta se intenta surgen los golpes de Estado. Cuando el disfraz de
democracia no le vale a la gran burguesía simplemente se lo quita,
temporalmente, para no perder el control de la sociedad. Una vez
recuperado el control las élites vuelven a conceder al pueblo el
“poder”. La oligarquía prefiere otorgarlo (en pequeñas dosis
controladas) al pueblo antes que éste ose tomarlo. La prueba más
palpable de que no tenemos verdadera democracia es que cuando miles de
ciudadanos se manifiestan pacíficamente en las calles reclamando la
democracia real, más y mejor democracia, no sólo son ignorados, sino que
reprimidos violentamente. La prueba más palpable de que no tenemos aún
democracia es que el sistema involuciona, empeoran las condiciones de
vida de la mayoría, sus problemas no son sólo crónicos sino que se
agudizan con el tiempo. El pueblo se siente impotente simplemente porque
no tiene realmente el poder.
La “democracia” burguesa es una
dictadura inteligente. Las élites que nos gobiernan y controlan han
adquirido experiencia a lo largo de los siglos. No existe dictadura más eficaz que aquella que aparenta no serlo.
En la “democracia” burguesa los ciudadanos eligen a sus dictadores, es
decir, refrendan en las urnas el sistema que les oprime. Incumpliendo en
la práctica muchos de los postulados teóricos en los que supuestamente
se sustenta la llamada democracia liberal (igualdad, separación de
poderes, etc.), la gran burguesía consigue herir de muerte a su
pretendida democracia. Herirla para salvarse ella, salvarse del pueblo.
Pues con una auténtica democracia, tarde o pronto, toda élite deja de
serlo. Los ciudadanos votan sin mucho convencimiento pero votan,
realimentando así el sistema que les impide ser ciudadanos. ¿Por qué
votan? Por inercia, por tradición, por miedo (a lo desconocido), por
comodidad, por engaño, por tranquilizar sus conciencias, por agarrarse a
un clavo ardiendo,… Pero votan, y sobre todo a los partidos que
defienden los intereses de la oligarquía. Así, las minorías dominan a la
mayoría con el apoyo de ésta (al menos de una gran parte). ¿Es posible
inventar mejor dictadura?
La mayoría oprimida asume los valores
culturales de las minorías opresoras. Valores que atentan contra sus
propios intereses. Así la mayoría se condena a sí misma. Así las
víctimas votan a sus verdugos. Pero, ¿por qué? Porque el capitalismo
ejerce su control ideológico a través de los medios de comunicación de
masas, pero sobre todo porque consigue que la gente lo vea como algo
natural e inevitable. El egoísmo es para la mayoría de las personas una
de las principales características que definen al ser humano. Y, por
consiguiente, la feroz competencia, la lucha de todos contra todos, es
lo más natural. De esta manera, la ley de la jungla, es decir, la ley
del más fuerte, del sálvese quien pueda, se traslada a la civilización,
se institucionaliza como la ley de leyes de nuestra sociedad. Es más, y
aquí radica el verdadero peligro, dicha ley parece el paradigma de la
libertad, cuando es realmente justo lo contrario. Pues no puede
aplicarse el mismo criterio de libertad cuando el individuo vive aislado
que cuando vive en sociedad, en la selva que en la civilización. En la vida en sociedad la libertad es imposible sin la igualdad de oportunidades, sin la igualdad en las relaciones sociales. En la vida en sociedad la libertad de uno acaba donde empieza la de los otros, y viceversa. El liberalismo instaura el libertinaje en la civilización y lo disfraza de libertad y de naturalidad.
La ley que rige la “civilización” capitalista parece natural porque es
el traslado directo de la ley que rige la naturaleza primitiva, salvaje,
a la civilización. “Caza” o serás “cazado”, domina o serás dominado,
oprime o serás oprimido, explota o serás explotado. El capitalismo
triunfa en las mentes de los ciudadanos, no sólo por el monopolio de los
grandes instrumentos de adoctrinamiento ideológico masivo (educación y
medios de comunicación), sino que también por el mensaje transmitido,
simple y al mismo tiempo trascendental, con profundas consecuencias: la
ley del más fuerte es la más natural. Cuando, precisamente, si por algo
debe distinguirse la civilización de la jungla es por el hecho de que se
rijan por leyes distintas. La ley del más fuerte puede conducir, tarde o
pronto, a la autoextinción de una sociedad que alcanza cierto grado de
desarrollo tecnológico, como mínimo a su decadencia. Pues la combinación
desarrollo tecnológico y subdesarrollo social es explosiva.
Así, el capitalismo consigue que una de las facetas del ser humano, la
cual debería ir disminuyendo notablemente con el tiempo para que una
especie supuestamente inteligente se haga verdaderamente civilizada, sea
la predominante en su sociedad (y cada vez más). El egoísmo es el motor
de la sociedad capitalista. A muchos seres humanos les parece que el
egoísmo es lo más natural, por tanto el capitalismo es lo más natural y
sólo él puede funcionar. Pero el ser humano también puede ser solidario.
“Sólo” hace falta que el sistema de convivencia humano realimente sus
mejores características en detrimento de las peores, en vez de al revés.
“Sólo” hace falta que la solidaridad sea la norma en vez de la
excepción. El ser humano es contradictorio y es capaz de lo mejor y de
lo peor. Sin olvidar que en la naturaleza salvaje también existe la
colaboración, además de la competencia.
No sólo es casi
perfecta la dictadura burguesa por sus apariencias democráticas en su
sistema político, sino que también porque muchas de sus víctimas aspiran
a dejar de serlo colaborando con sus opresores, o mejor aún,
convirtiéndose ellos mismos en opresores. En vez de combatir al sistema,
la mayoría lo realimenta. Una vez asumida la ley básica y “natural” de
que el egoísmo es el motor de toda sociedad, de toda
especie, una vez asumida la ley del más fuerte como la más lógica, lo
siguiente es aspirar a ser el más fuerte, o al menos a ponerse de su
lado. Una vez asumidas las reglas del juego, hay que jugar, hay que
esmerarse en aplicar dichas reglas, hay que encomendarse a la diosa
Fortuna. El gran triunfo ideológico del capitalismo es que muchos
trabajadores sólo aspiren a cambiar de bando, a convertirse en
explotadores de sus hermanos de clase, en vez de erradicar la
explotación que sufren. Muchos trabajadores sólo protestan (por lo
general demasiado tarde) cuando son afectados grave y personalmente
por el juego en el que participan sin cuestionarlo. La utopía social es
negada por la propaganda capitalista al mismo tiempo que se nos vende
la utopía individual. El individuo corriente piensa que puede huir de su
alienación, ya sea jugando a la lotería (nada mejor que paralizar a las
masas vendiéndoles la esperanza de que un golpe de suerte las salvará),
ya sea cambiando de empresa o de país, ya sea rezando a cualquier dios,
ya sea creyendo en un paraíso en otra vida,…, en definitiva, aceptando
las reglas del juego con la esperanza de que éste alguna vez le
beneficie, con la esperanza de que la ruleta rusa a él no le afecte. Al
mismo tiempo que nos oprimen, nos dan esperanzas. ¿Existe mejor manera
de evitar la rebeldía que postergándola indefinidamente en el tiempo?
Y, por si todo lo anterior fuera poco, una parte de la izquierda
anticapitalista asume (inconscientemente) los valores de la burguesía,
los interioriza. Le hace el juego a la burguesía cayendo en un
relativismo extremo y absurdo asumiendo que la “democracia” burguesa es
una democracia y que el proletariado necesita la suya, asumiendo que no
sólo el Estado burgués es la dictadura de una clase (como, sin dudas, lo es) sino que todo
Estado es, por definición, la dictadura de una clase. Incluso, y esto
es un gran favor que se le hizo a la burguesía en la guerra ideológica,
llamando al sistema que beneficiaría al proletariado dictadura. Democracia burguesa vs. Dictadura
del proletariado. Así la burguesía puede proseguir dominando
ideológicamente con demasiada facilidad a las masas. ¡Ella es
“democrática” mientras que los malvados comunistas no! No podía
hacérsele mejor favor a las élites capitalistas. Para dichos
izquierdistas la democracia es un concepto totalmente relativo. Cuando,
precisamente, el enemigo público número uno de la burguesía, de
cualquier minoría dominante, es la auténtica democracia, el gobierno de
la mayoría. La alternativa a la dictadura burguesa disfrazada de
democracia es la democracia sin disfraz, sin apellidos, y no ninguna
dictadura. Este profundo y grave error en la guerra ideológica contra el
capitalismo la izquierda (y el proletariado internacional) lo ha pagado
muy caro, y todavía lo está pagando.
¿Es posible una verdadera
democracia si prescindimos de algunos de los postulados teóricos de la
llamada democracia liberal? ¿Por qué la burguesía se empeña tanto en
incumplirlos en la práctica? ¿No nos damos cuenta de que eso,
precisamente, nos da pistas sobre cómo superar la simbólica y engañosa
“democracia” burguesa? Partiendo de ella y desarrollándola
suficientemente, haciendo la democracia representativa realmente representativa y mucho más participativa, además de complementándola con la democracia directa
y expandiéndola a todos los rincones de la sociedad (especialmente a la
economía), podemos hacer que deje de ser burguesa, podemos alcanzar la
democracia propiamente dicha. En la “democracia” burguesa está el germen
de la extinción de la sociedad burguesa, clasista en general. Por esto
la gran burguesía se esmera tanto en vaciar de contenido su
“democracia”. Es perfectamente consciente del peligro que supone la
democracia, la verdadera, para ella.
Afortunadamente, nada es
perfecto. Pero no debemos infravalorar al enemigo. La barbarie
capitalista sobrevive porque su dictadura ha alcanzado un grado de
sofisticación, de perfección, muy alto. Por ahora, el mayor enemigo del
capitalismo es el propio capitalismo que sucumbe tarde o pronto, de
manera recurrente, ante sus grandes, profundas e irresolubles
contradicciones. El peligro es que el capitalismo sucumba haciendo
sucumbir de paso a la especie humana o a su hábitat. Deberemos hacer
todo lo posible para sustituirlo cuanto antes por un sistema puesto al
servicio de la mayoría de la humanidad. Y ese sistema sólo puede ser la
democracia, el gobierno de la mayoría. Sólo las dictaduras pueden tener
apellidos “clasistas”: los de las clases minoritarias que dominan
artificialmente, mediante el uso de la fuerza. La democracia, por el
contrario, no puede tenerlos porque mayoría sólo hay una. El 99% de la
población no necesita los mismos trucos para dominar, no necesita
reprimir al 1%, ni comerle el coco. La verdad necesita la más amplia
libertad, la competencia igualitaria entre todas las ideas, para abrirse paso, a diferencia de las mentiras. El Estado “proletario”, es decir, donde domine la mayoría, debe ser radicalmente distinto al burgués (o de cualquier minoría dominante). La hegemonía del proletariado se conseguirá con la auténtica democracia, la más amplia y profunda posible. La lucha por la democracia es la lucha contra el capitalismo.
El desarrollo completo, hasta las últimas consecuencias, de la
democracia es lo que acabará exterminando al capitalismo. Como decía
Hugo Chávez, el socialismo es democracia sin fin.
José López es autor de los libros Rumbo a la democracia, Las falacias del capitalismo, La causa republicana, Manual de resistencia anticapitalista, Los errores de la izquierda, ¿Reforma o Revolución? Democracia y El marxismo del siglo XXI así
como de diversos artículos, publicados todos ellos en múltiples medios
de la prensa alternativa y disponibles en su blog para su libre descarga
y distribución.
Blog del autor: http://joselopezsanchez. wordpress.com/
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