Bajo el oprobio
Desde el inicio del siglo XX, cuando iniciaron la heroica guerra por sus derechos, nunca han estado los trabajadores peruanos tan desprotegidos como hoy. Este Primero de Mayo es por eso día de lucha, de cólera y protesta. Bajo el oprobio.
La noción elemental del derecho del trabajo señala el rol tuitivo, protector, que en la relación patrón-obrero corresponde al Estado. El papel mínimo del poder público es proteger al lado más débil de ese par en conflicto.
Una encuesta del Instituto de Opinión Pública de la Universidad Católica expone la situación de hoy. Preguntan los encuestadores: ¿Cuán protegidos por las leyes laborales cree que se sienten los trabajadores?
Las respuestas son: Muy protegidos / bastante protegidos: 7%. Poco protegidos / nada protegidos: 91%. Sólo un dos por ciento no precisa (sin duda porque no trabaja).
Alan García se ha equivocado de siglo y cree que el Estado debe actuar como tutor, no de los trabajadores, sino de los grandes empresarios. Gracias a él, la gran minería se ahorra un impuesto a las sobreganancias y se protege, con palos y balas, a los “sindicalistas” que dividen y agreden sindicatos.
Sin embargo, desde aquel Primero de Mayo de 1905 en que se homenajeó a los mártires de Chicago y se lanzó, en la palabra de mi abuelo, Manuel Caracciolo Lévano, el primer programa de lucha por la jornada de ocho horas y otras reformas sociales, así como por una revolución --la redención social la llamó-- hay muchos derechos conquistados con sangre, sudor y lágrimas. Derechos que han sido suprimidos, en los hechos si no en la ley, y que hay que reconquistar y ampliar.
Hoy, en el Día del Trabajador --no Día del Trabajo-- hay que revivir el método y el afán de los mártires de Chicago y del Perú.
Aparte de la evocación y la protesta, hagamos girar la fecha hoy en torno a dos exigencias primordiales: alto a los despidos en masa y aumento de sueldos y salarios.
Ayer, en el homenaje al Día del Trabajador organizado por la Municipalidad de Ate-Vitarte, me conmovió encontrarme con Juan Híjar Rosales, hijo de uno de los patriarcas del gran paro de 1919. Me dijo él.
-César, pregunté a mi padre quién había creado el estandarte del Sindicato Textil de Vitarte, y él me respondió: “Delfín Lévano”.
Lo sabía por Héctor Merel, otro vitartino histórico, quién me comunicó la palabra que mi padre hizo inscribir en el centro del estandarte: SOLIDARIDAD.
Esa palabra guió a los panaderos que, en 1904, llevaron pan y aliento a los portuarios en huelga. Ese faro de luchas pasadas ha de iluminar la vía al futuro.
“Veo un rostro confuso entre la masa enorme de cosas por venir”, escribió Shakespeare. Yo imagino, en mis horas de ensueño, una central única de trabajadores, impulsada por la solidaridad, camino a una transformación social.
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