En México, como bien se sabe, existen dos poderosas organizaciones de maestros. Una es el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). Se trata de un sindicato blanco, patronal, charro, oficial o corporativo, de afiliación forzosa, verticalista, antidemocrático y cuya jefatura es decidida e impuesta por el gobierno.
La otra es la Coordinadora
Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). Esta es una agrupación
de participación voluntaria, de carácter insurgente o antioficialista,
horizontalista y cuya dirigencia es elegida democráticamente por sus
propios miembros sin la mínima participación e influencia gubernamental.
Pero ocurre que muchos maestros pertenecientes a la CNTE, con
toda seguridad decenas de miles, siguen siendo miembros del SNTE.
Militan en mayor o menor grado en la CNTE, sin haberse desligado de
manera formal del sindicato charro. Esto lo saben tanto el SNTE como las
autoridades educativas y políticas del país, pero no pueden hacer nada
para evitarlo, pues la participación en la CNTE no es una cosa oficial o
documentada y, además, tal participación está protegida por la
Constitución General de la República que ampara el derecho de los
ciudadanos a la libre asociación.
Por otra parte, cualquier
intento de los charros o de las autoridades por sancionarlos o
expulsarlos del sindicato blanco implicaría el éxodo de los sancionados o
expulsados al sindicato democrático, con el consecuente fortalecimiento
y radicalización de éste y el obvio debilitamiento del sindicato
blanco.
Más allá, sin embargo, de la participación (doble o
única) en cualquiera de las dos organizaciones gremiales, la mal llamada
reforma educativa atenta contra los derechos, las conquistas y, sobre
todo, el empleo de la totalidad de los maestros.
Para enfrentar
esta situación de riesgo laboral, tanto la CNTE como el SNTE han armado
una estrategia de defensa. Defensa de los agremiados y,
consecuentemente, de la propia organización.
Como es público,
la CNTE ha optado por el rechazo abierto de la mal llamada reforma
educativa mediante la movilización social permanente, los plantones, las
marchas y otras formas de protesta.
El SNTE o, mejor dicho, su
dirigencia, luego del encarcelamiento de la principal dirigente, Elba
Esther Gordillo, que se opuso pública y desafiantemente a la tal
reforma, ha optado por simular que acepta la reforma mientras la
combate, la boicotea y la rechaza en los hechos.
Al secretario
de Educación Pública, Emilio Chuayffet, el SNTE le dice “sí pero no”.
Expresado en lenguaje popular, los dirigentes del SNTE le juegan el dedo
en la boca al secretario. Le toman el pelo, lo burlan, lo torean.
Esto es posible, entre otras razones, porque, como bien se sabe, los
servicios educativos están descentralizados y son manejados por los
gobernadores de las entidades federativas. Y ya ha logrado saberse que
los líderes del SNTE en los estados han suscrito con los gobernadores
acuerdos de aplicación de la reforma educativa que significan en los
hechos la plena anulación de ella.
Por todo lo anterior puede
afirmarse que la reforma educativa ha fracasado desde ya. Y que no se
observa ninguna posibilidad de que avance o se concrete en lo futuro.
¿Qué se imaginó el gobierno? ¿Que los corruptos líderes del SNTE iban a
colaborar con una reforma que, dirigida contra los maestros de a pie,
afectaría necesariamente el estado de cosas que les proporciona a esos
líderes enormes privilegios y riquezas?
Ahora esas autoridades
tienen que luchar, sin posibilidades de éxito, en dos frentes: contra la
abierta y decidida insurgencia de los maestros de la CNTE y contra la
simulación, la hipocresía y el sabotaje de los viejos líderes del SNTE.
Blog del autor: www.miguelangelferrer-mentor. com.mx
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