La primera 
generación de alumnos de la primera escuelita zapatista se va con una 
tarea importante y una gran responsabilidad: trasladar a sus colectivos y
 movimientos lo que aprendieron durante cinco días en las comunidades y 
familias que les acogieron. A partir de hoy, 1.700 personas de México y 
de otros países del mundo tienen quizás los deberes más difíciles de 
hacer: trabajar para organizar sus movimientos y ejercer la 
responsabilidad colectiva de seguir luchando ahora, con todo lo que se 
llevan, de lo que vieron y vivieron con los zapatistas. 
 El 
día en que se inició la Cátedra Tata Juan Chávez Alonso en el CIDECI de 
San Cristóbal de las Casas, Chiapas, que reunió a representantes de los 
pueblos originarios de todo México convocados por el EZLN, llegaron 
algunos de los alumnos que en los últimos días estuvieron escuchando y 
aprendiendo con familias zapatistas qué es la libertad y la autonomía. 
 Mientras los pueblos en resistencia y lucha por la defensa de sus 
territorios -sea por la amenaza de empresas transnacionales, 
narcotráfico, gobierno- compartían sus victorias o sus errores 
organizativos, gente de todo el mundo llegaba al mismo espacio desde 
donde partieron para la Escuelita. Sus rostros cansados no podían 
esconder la emoción de haber sido parte de la primera generación de 
“egresados” que no obtienen un título de graduación pero si una 
responsabilidad mayor que la que te da un papel que demuestra tus logros
 académicos. Aquí los egresados serán los que se lleven con ellos unos 
deberes que les ocuparán toda la vida, hasta que su movimiento se 
organice, hasta que su comunidad sea más libre. 
 Algunos 
regresaron con ampollas en las manos de usar por primera vez el machete 
para trabajar en el campo. Otros, junto con la familia con las que les 
tocó convivir, se levantaban escuchando tojolabal, chol, tzeltal, 
tzotzil antes de la salida del Sol para hacer tortillas –para algunos, 
la primera vez-, a cocinar, a preparar el pozol para los compañeros que 
se iban a trabajar la milpa, a cortar y cargar la leña. Desayunaban 
juntos frijoles, tortillas y compartiendo experiencias, desde las más 
sencillas hasta las más complicadas entendiendo que su resistencia viene
 de las propias familias, ya desde niños. 
 “Ellos cuidan la 
madre tierra porque es lo que les brinda la comida. En las ciudades lo 
compramos todo en frascos y no sabemos ni de donde viene. Esto también 
es parte de la libertad”, comenta Marcos, de Argentina cuando le 
preguntamos si ya nos puede decir lo que es la libertad según los 
zapatistas. 
 Otros nos comentan que su libertad es ejercer 
su autonomía sin la ayuda del gobierno y que es su trabajo duro diario y
 cotidiano lo que les permite sobrevivir sin el gobierno y así, ser 
libres. Coherencia, resistencia y responsabilidad son palabras que se 
repetían en las conversaciones que mantuvimos con los recién llegados. 
 “Ser libres es poder decidir por ellos mismos qué vida quieren hacer, 
qué educación quieren tomar, cómo quieren formar a sus hijos, y cómo se 
quieren organizar”, comenta Marcos. “Nosotros tenemos que ir al 
supermercado, ir a la escuela que nos ofrece el sistema para reproducir 
el mismo sistema, la universidad también, la salud que nos brinda el 
sistema y que no entendemos”. 
 Toño, de Brasil, regresaba de la 
comunidad de Rosario de Río Blanco ahí en el Caracol de La Realidad, 
cerca de Las Margaritas. “Fue la mejor escuela a la que he ido en toda 
mi vida, una escuela de la resistencia y de vida en dónde aprendimos en 
la práctica la teoría de la autonomía zapatista”, comenta. 
 
Otro aprendizaje, para muchos, es el que una familia zapatista pueda 
convivir tranquilamente con una comunidad en dónde la mayoría de la 
gente son priistas y reciben dinero de proyectos del gobierno. “Pero si 
un día les quitan la ayuda financiera no sabrán qué hacer”, dice Toño en
 palabras de uno de los miembros de la que considera ya su familia 
zapatista. 
 “Ellos tienen diferencias con sus vecinos pero 
no por eso son sus enemigos. Son las mismas personas. Además, nos están 
deteriorando la vida a todos en conjunto, aunque sean partidistas, no 
partidistas, hasta en el propio ejército hay indígenas y eso es lo que 
ha estado planeando el capitalismo, enfrontarnos contra hermanos”, 
comenta Erwin, procedente de Cuetzalan, en Puebla, y quien trabaja para 
construir la autonomía de la comunidad donde vive. 
 Para 
muchos fue imprescindible aprender cómo conviven con los que no piensan 
como los zapatistas, cómo trabajar una actitud no confrontativa y seguir
 conviviendo con hermanos no zapatistas que hasta pueden llegar con 
alguna enfermedad a una clínica autónoma y se les atiende, no se le 
rechaza. “En el mismo pueblo se saluda a las personas no zapatistas con 
cariño porque todos somos víctimas del sistema. Dicen que más bien son 
gente manipulada por el gobierno y el dinero que les dan, pero que todos
 venimos de un mismo lugar y que el enemigo es el mismo. Además, si 
estos hermanos llegan a provocar con violencia, uno no puede responder 
con lo mismo porque el fuego no se apaga con fuego”, comenta Erwin. 
 Los guardianes (votanes) y los maestros de cada alumno fueron sus 
referencias y sus guías. Con ellos iban al campo y estudiaban por la 
tarde, junto con toda la familia. El tema de no hablar la misma lengua, 
en muchos casos, no fue precisamente un problema. “Acabamos 
entendiéndonos”, comenta Camila, de 17 años y estudiante en un CCH de la
 UNAM quien cuenta que leían conjuntamente los libros de texto, bien 
distintos a los que ella conocía: “me encantó porque ponen anécdotas; lo
 explican todo a través de anécdotas, que son el reflejo de la 
práctica”. Camila desea que haya un segundo grado de la Escuelita y que 
la dejen asistir porque ya aprendió que la autonomía sí existe, que sí 
es posible. 
 Mónica Olaso, de Uruguay, comparte con nosotros
 una de las frases que más le impresionó cuando le preguntó a su maestro
 por qué les llamaron y qué esperan de ellos: “¿sabes qué pasa Mónica?, 
una bala no va a llegar hasta Uruguay pero la palabra nuestra si”. 
Vuelve a su país, dice, con una responsabilidad, más bien una misión: 
insistir en la parte organizativa, lo más difícil. Organizar con 
paciencia para cumplir los acuerdos que se toman en conjunto con las 
personas de su comunidad y luego también, pasar las enseñanzas que están
 en los libros que les dieron y las que están ya en su persona, en sus 
vivencias. 
 “Los zapatistas quisieron que les escucháramos, 
que les viéramos, que compartiéramos experiencias de lucha. Ahora, la 
misión está en nosotros: que cada uno, de acuerdo con nuestros modos y 
lugares, continuemos organizando, según nuestro contexto; movimientos 
rurales, urbanos, da igual, pero vamos a aprender a ser más autónomos, 
por lo tanto más libres y a convivir hasta con el propio enemigo, porque
 si eres autónomo y libre puedes convivir con ellos”, comentan Mónica y 
Toño. 
 Mañana seguiremos escuchando y aprendiendo sobre las 
resistencias de los pueblos originarios de México en la Cátedra Tata 
Juan Chávez Alonso. Una cátedra que ayer empezó a caminar hacia la 
organización de las luchas por la dignidad, la justicia y la memoria en 
México y permitir medir la fuerza de los pueblos que forman parte del 
Congreso Nacional Indígena y los que no, para organizarse en conjunto. 
 Todo esto mientras más 1.700 alumnos de la primera Escuelita de la 
Libertad regresan a sus casas con muchos deberes por hacer, muchas redes
 por armar, y mucho que organizar. A tomar nota e ir entregando los 
deberes de la escuelita en forma de lucha. 

 
 
 
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