Cuando las piedras gritan
“Yo les aseguro que si ellos se callan, hasta las piedras gritarán” (Jesús de Nazaret. Lc 19, 40)
“El concepto de eterna victimización permite a los israelíes vivir en la negación sobre la violencia que ejercen diariamente sobre los palestinos. Y no les gusta que se les diga que alguien tiene derecho a resistir esa violencia.” (Amira Hass, periodista israelí).
Es tan difícil escribir desde Palestina intentando que el mundo
entienda la magnitud e inhumanidad de la injusticia y el despojo que
aquí se cometen a diario… No es la violencia abierta y masiva que
produce miles de muertes de las que llenan los titulares. Es la
perversidad minuciosa de un sistema de dominación meticulosamente
diseñado para violentar cada mínimo detalle de la vida cotidiana de
cinco millones de personas, al tiempo que el perpetrador se presenta
ante el mundo como la víctima.
Víctimas culpables
Desde principios del año estoy yendo a las manifestaciones pacíficas
que muchas aldeas palestinas realizan semanalmente para resistir el robo
y la contaminación de sus tierras y de su agua, la expansión imparable
de las colonias israelíes ilegales, del Muro y de la infraestructura
asociada a ambos -que les van quitando más y más territorio-, las
constantes detenciones de niños y jóvenes, las demoliciones de casas y
el desplazamiento interno generado porque Israel decidió que la
población palestina no puede vivir en 60% del territorio de Cisjordania.
Las protestas tienen lugar
generalmente los viernes. La gente se reúne en el centro del pueblo,
después de la oración en la mezquita, o marcha desde allí para realizar
la oración al aire libre, en las tierras afectadas. La dinámica es
siempre la misma: al terminar la oración, empieza la ‘batalla’ entre las
piedras lanzadas por los jóvenes (shabab)
y la violencia desproporcionada de los soldados armados a guerra: un
desborde de gas lacrimógeno, granadas de estruendo, camión que despide
chorros de agua pestilente, balas de acero forradas en goma e incluso
munición convencional.
Informes de organizaciones de derechos humanos como B’Tselem (israelí) o Amnistía Internacional han
condenado reiteradamente el uso excesivo de medios de represión
violenta por el ejército israelí contra civiles que manifiestan
pacíficamente. Como resultado de esa práctica, la gente sufre asfixia,
lesiones de distinta magnitud (en muchos casos irreversibles), y a veces
también encuentra la muerte.
Este trimestre asistimos a una escalada represiva como respuesta a la
movilización palestina. El centro de la furia es, como siempre, los
presos políticos[1]:
mientras Samer Issawi agoniza tras una prolongada huelga de hambre, el 2
de abril murió Maysara Abu Hamdieh (64 años, preso desde 2002), que
sufría cáncer de garganta y no había recibido el tratamiento necesario.
Murió esposado y engrillado a una cama de hospital, sin que se le
permitiera estar junto a su familia sus últimos días de vida. Su muerte
desató una ola de indignación en las ciudades y pueblos palestinos, que
fue respondida con más represión. Decenas de jóvenes fueron arrestados y
varias personas resultaron heridas.
Ver aquí una galería de fotos del funeral de Maysara Abu Hamdieh.
Al día siguiente, los soldados israelíes mataron de un tiro en el
pecho a Amer Nassar, un joven de 17 años del pueblo de Anabta, cerca de
checkpoint Enav, al este de Tulkarem. Al oír los disparos, tres shabab de
la aldea acudieron y vieron a Amer tendido en el suelo, con los
soldados encima de él. Los chicos trataron de llegar hasta él, pero los
soldados abrieron fuego, hiriendo a un joven en el brazo y arrestando a
otro. Durante 30 minutos el ejército impidió a la ambulancia asistir a
Amer, amenazando con disparar a cualquiera que intentara ayudar. A
primera hora de la mañana siguiente -4 de abril- fue encontrado en un
terreno cerca del checkpoint el cuerpo de un primo de Amer, Naji
Abdulkarim Balbisi (18): le habían disparado por detrás en el torso.
Ver aquí una galería de fotos del funeral de Amer Nassar y Naji Abdulkarim Balbisi.
A pesar de esta desproporción en el
uso de la fuerza, la retórica israelí y los medios obsecuentes siempre
consiguen poner el dedo acusador sobre las víctimas. A la
(deliberadamente) desinformada opinión pública internacional todavía le
cuesta creer que hoy en día –y desde hace muchos años- no existe
resistencia armada en Cisjordania, y que las únicas armas que emplean
los palestinos son hondas y piedras (muy excepcionalmente y en
situaciones de dura confrontación, molotov caseros). En contrapartida,
el ejército y la policía militarizada israelíes utilizan con demasiada
frecuencia armas de fuego contra civiles desarmados.
Tirar piedras es un delito bajo la Orden Militar 1651 (la población
palestina es gobernada mediante una infinidad de órdenes militares). Una
gran cantidad de presos detenidos en los últimos años, y sobre todo los
niños y adolescentes, están acusados únicamente de ese delito.
Por supuesto que los colonos judíos también tiran piedras a los
palestinos; pero esta violencia rara vez es castigada, porque cuenta con
la complicidad de las fuerzas de ocupación y su sistema judicial. Según la organización israelí Yesh Din,
menos del 9% de los actos de violencia perpetrados por colonos contra
personas o propiedades palestinas son castigados. Pero las piedras
lanzadas por los shabab jamás quedan sin recibir castigo. Y un
castigo también desproporcionado. Sólo en marzo, las fuerzas de
ocupación arrestaron a 330 personas en Cisjordania, según informó el Centro para los Prisioneros Palestinos. Entre ellas hay 90 niños, 6 mujeres, 8 periodistas y un parlamentario.[2]
Cómo poner entre rejas a una generación entera
Cada año, alrededor de 700 niños palestinos de entre 12 y 17 años son
arrestados, interrogados y procesados por los tribunales militares
israelíes. La rama palestina de Defensa de los Niños Internacional
(DCI-Palestine) informó que en febrero 236 niños fueron detenidos y
procesados. De ellos, 39 tienen entre 12 y 15 años (un incremento de
casi 26% con respecto a enero); y un 59% fueron trasladados a centros
de detención dentro de Israel (en violación del derecho internacional
humanitario).[3]
El 5 de abril, el Ministerio para asuntos de los Prisioneros palestinos
inform ó que había 235 niños presos (35 de ellos menores de 16 años).
Ver aquí el video de 9 minutos “Alone”, realizado por DCI-Palestine:
Según el informe Children in Israeli military detention,
publicado por UNICEF a principios de marzo, en la última década las
fuerzas israelíes han arrestado, interrogado y procesado a alrededor de
7000 niños palestinos de entre 12 y 17 años (un promedio de 2 por día);
la inmensa mayoría por lanzar piedras. La pena máxima para un niño de 12
o 13 años por ese delito es seis meses de cárcel; pero a partir de los
14, puede ser de 10 años.
Aunque Israel ratificó la Convención de los Derechos de Niñas y
Niños, UNICEF encontró evidencia de malos tratos practicados de manera
“sistemática, masiva e institucionalizada” a los niños palestinos.
Analizando el proceso desde el arresto, el juicio y la prisión, UNICEF
identificó prácticas que “constituyen tratamiento cruel, inhumano o
degradante según la Convención de los Derechos de Niñas y Niños y la
Convención contra la Tortura”.
Uno pensaría que un informe fuerte de UNICEF podría tener efecto
sobre cualquier gobierno; menos en Israel. El 20 de marzo el ejército
arrestó en la ciudad palestina de Hebrón a 27 niños que iban con su
mochila camino a la escuela. Al menos siete de ellos tenían entre 6 y
10 años (por debajo de la edad de responsabilidad penal). Según
DCI-Palestine, los soldados maltrataron a varios de ellos durante el
arresto. Tres organizaciones internacionales que trabajan en Hebrón
(CPT, ISM y EAPPI) emitieron un informe documentado sobre el hecho y su contexto represivo entre enero y abril. B’Tselem dio a conocer imágenes de las detenciones registradas por un activista internacional:
En declaraciones a la prensa, el ejército justificó las detenciones “debido a los recientes incidentes de lanzamiento de piedras hacia las fuerzas de seguridad y los ciudadanos de Hebrón” (léase:
los colonos ilegales). La mayoría de los niños fueron puestos en
libertad ese día, pero siete permanecieron detenidos para ser
interrogados.
Piedras como metáforas
Recientemente el tema de las piedras
palestinas cobró particular relevancia por dos hechos en cierto modo
contrapuestos. Por un lado, el 14 de marzo, en un accidente ocurrido en
la carretera 5 de Cisjordania, el auto conducido por una colona judía
que viajaba con sus tres hijas se incrustó en un camión (dejando a una
de las niñas en grave estado). Las autoridades israelíes afirman que el
accidente se debió a que el conductor del camión perdió el control del
mismo porque manos palestinas lanzaron piedras contra él desde el
costado de la carretera (a varios metros sobre el nivel de la misma), en
las afueras de la aldea de Hares.
Inmediatamente el ejército israelí lanzó un operativo en Hares para
determinar la responsabilidad por el hecho. Trece adolescentes de entre
15 y 17 años fueron arrestados en tres redadas, y 5 más a principios de
abril. Como es habitual, los soldados irrumpieron en la madrugada
rompiendo las puertas de las casas, arrancaron a los shabab de su
cama, los arrestaron con violencia delante de su familia y los llevaron
-esposados y con los ojos vendados- con rumbo desconocido. En violación
del derecho internacional y de la propia legislación israelí (que por
supuesto no rige para los palestinos, que carecen de derechos), los
menores fueron mantenidos incomunicados por más de dos semanas en el
centro de detención de Jalame (en territorio israelí), siendo
interrogados por el Shabak (servicio de inteligencia), sin acceso
a abogado ni familiares. Es sabido que las confesiones suelen ser
arrancadas bajo torturas y amenazas (después de reiterados
interrogatorios combinados con total aislamiento), ya sea para
auto-inculparse o para delatar a otros (lo que lleva a más arrestos en
cadena). Al día de hoy, diez de ellos permanecen detenidos y las autoridades israelíes han manifestado su intención de acusarlos de múltiples cargos,
lo que podría resultar en penas de 10 a 20 años de cárcel. Algunos son
niños de 15 años que nunca habían sido arrestados; sus familias –a las
que he visitado- todavía están en shock y se resisten a aceptar que el
destino de sus hijos a tan temprana edad sea la cárcel prolongada.
Por otro lado, y en este contexto, el 3 de abril la periodista israelí Amira Hass publicó en el diario Haaretz un artículo de opinión que generó una reacción furibunda en su país. El artículo se titula: La sintaxis interna de las piedras palestinas y afirma:
“Lanzar piedras es el derecho y el deber de toda persona sometida a
la dominación extranjera. Lanzar piedras es una acción tanto como una
metáfora de la resistencia. Perseguir a los que arrojan piedras,
incluyendo a los de 8 años de edad, es parte inseparable -aunque no
siempre explícita- de los requisitos laborales del gobernante
extranjero; no menos que disparar, torturar, robar tierras, restringir
la libertad de movimiento y asegurar la distribución desigual del agua.
La violencia de los soldados de 19 años de edad, de sus
comandantes de 45, y de los burócratas, juristas y abogados, es dictada
por la realidad. Su trabajo consiste en proteger los frutos de la
violencia intrínseca en la ocupación extranjera: recursos, lucro, poder
y privilegios. (…)
A menudo el lanzar piedras es producto del aburrimiento, el exceso
de hormonas, la emulación, la jactancia y la competencia. Pero en la
sintaxis interna de la relación entre el ocupante y el ocupado, el
lanzamiento de piedras es el adjetivo que acompaña al sujeto: “Ya hemos
tenido suficiente de ustedes, ocupantes”.
No podría coincidir más con esta descripción. Yo misma he visto a esos shabab
en toda Cisjordania, y particularmente en el campo de refugiados de
Aida –donde vivo ahora-, dar rienda suelta a su frustración de hombres
jóvenes sin presente ni futuro mediante el juego mortífero de lanzar
piedras a los soldados, toreándolos desde lejos con una bandera
palestina o una kuffieyah para provocar su reacción, y desafiando la lluvia de cartuchos de gas o munición que reciben como respuesta.
El artículo de Hass desató una
tormenta: el Consejo Yesha (que representa a los colonos) y otros grupos
en Israel pidieron que la Fiscalía investigara a Hass y a Haaretz
por “incitación a la violencia y el terrorismo”. La madre de la niña
hospitalizada por el accidente en Salfit escribió una carta abierta a la
periodista, afirmando que sus palabras eran una incitación al odio y a
la violencia. Hass –hija de sobrevivientes del Holocausto- fue acusada
también de “judía que se odia a sí misma” y recibió insultos y amenazas.
La verdad es que, como afirmó el también periodista de Haaretz Gideon Levy,
quienes pidieron la cabeza de Hass no leyeron su nota hasta el final.
Lejos de hacer una apología de las piedras, Hass afirma –no sin ironía-
que en las escuelas palestinas debería enseñarse formas de resistencia
más eficaces, como por ejemplo conocer sus derechos, documentar los
abusos con una cámara de video, aprender a identificar a los agresores
para denunciarlos, superar el miedo a los interrogadores, etc.
Según Levy, la tormenta desatada en torno a Amira Hass puso al
descubierto la hipocresía y la ignorancia de amplios sectores de la
opinión pública israelí. “Hipocresía, porque la multitud en pie de
guerra soslaya la violencia original, fundamental, institucionalizada y
metódica que entraña la realidad misma de la ocupación y sus mecanismos.
Ignorancia, porque implica que los detractores furibundos parecen no
conocer la crueldad de la tiranía militar en los territorios ocupados.”
Nadie justifica la violencia palestina contra civiles. Pero sería
bueno recordar que el accidente en la ruta 5 ocurrió en la zona de
Salfit, donde está ubicado el bloque de colonias ilegales más grande de
Cisjordania (Ariel), construido sobre tierras robadas a Hares y otras
aldeas palestinas, donde viven más de 16.000 colonos judíos con todos
los privilegios que no tienen los palestinos -empezando por el agua-;
incluyendo carreteras segregadas que los palestinos no pueden usar. Esa
es la violencia original y estructural.
Levy observó que el comentario de Hass fue publicado pocos días después que los judíos leyeran la Hagadá [lectura de Pascua], que relata su historia de liberación, “una
lucha que incluyó calamidades mucho más terribles que las piedras
lanzadas contra los que les negaban la libertad. Generaciones de judíos
leen este texto con temor y asombro, y se lo narran a sus hijos. Pero no
están dispuestos a aplicar la misma regla básica (…) según la cual la resistencia, incluyendo la resistencia violenta, es el derecho y el deber de toda nación oprimida”; porque “En
la experiencia israelí está profundamente arraigada la idea de que lo
que está permitido al pueblo judío está prohibido a los demás.”
Gideon Levy afirma una verdad de Perogrullo, pero a menudo soslayada por los defensores de Israel: “La única manera de acabar con [la violencia] es poner fin a la ocupación.”
Y concluye: “Una
piedra en efecto puede ser letal. Lo mismo ocurre con una bala de acero
forrada en goma, una granada de gas lacrimógeno, con la munición
convencional, las bombas y los misiles. El hecho de que estas armas sean
utilizadas por Israel no reduce su violencia. El argumento de que
Israel las utiliza exclusivamente en defensa propia es tan ridículo como
el (…) de que Israel es la víctima de toda esta historia sangrienta.”
Con otras palabras, el activista y analista palestino Mazin Qumsiyeh señalaba
hace poco, en relación a esa distorsión perversa que convierte al
victimario en víctima (y haciendo de paso una referencia sarcástica al
supuesto “proceso de paz”): “es la lógica retorcida que dice que la
seguridad del ladrón es la única cuestión a garantizar, y que exige a
las víctimas reconocer primero la legitimidad del robo y el derecho del
ladrón a tener total seguridad e inmunidad para no rendir cuentas por el
despojo, antes de sentarlas ante el ladrón armado para discutir con él
alguna solución (vaga y sin ninguna referencia al derecho internacional
ni a los derechos humanos). Esta fórmula ha demostrado ser un desastre y
sólo ha servido para prolongar y agravar la colonización y el apartheid.” Y concluía, sin embargo: “Pero
los gobiernos de Israel y Estados Unidos piensan a corto plazo. A largo
plazo, la realidad cambiante (en el mundo árabe) y la demografía en
Palestina asegurarán el cambio.”
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