Los muros, reales o políticos, identifican al enemigo de clase. Protegen a los de adentro, y garantizan la explotación a distancia de los de afuera, a través de fábricas que pagan salarios de esclavo, o de la explotación legitimada contra los pocos invasores que logran atravesarla, también con salarios de miseria por los servicios de albañiles, sirvientas o trabajadoras sexuales.
Como ocurre en los más de 1.100 km en la frontera entre Estados Unidos y México, o los 1.700 entre España y Marruecos, o los 650 km entre Israel y Palestina, por poner algunos ejemplos.
Pero para ejercer la dominación no solo es necesario tener un enemigo externo. En las sociedades modernas, es casi imprescindible que los estados cuenten con enemigos internos, los pobres, sean inmigrantes de países extranjeros o inmigrantes internos que van a las zonas urbanas y ricas para poder sobrevivir.
En la ciudad de Río de Janeiro, Brasil, también construyen muros contra la pobreza. El objetivo es que las favelas no se expandan por la ciudad, como si la pobreza estructural dejara de crecer gracias a un muro. Para eso, tres metros de hormigón armado, que costarán 13.000 millones de euros, han comenzado a levantarse en favelas como Babilônia y Vidigal; Morro dos Cabritos o la Rosinha, la mayor favela de América Latina, que contará con el muro más extenso: 2.800 metros.
Los enemigos internos, los pobres, son recluidos en cárceles, comisaría, reformatorios… y también son encerrados en sus propios barrios pobres para pobres.
Como ya ocurrió varias veces en la villa 31 de Retiro, con gobiernos militares o con Ibarra como jefe de gobierno, hoy sucede Villa Jardín, San Fernando, un barrio obrero urbanizado que dista sólo 400 metros de La Horqueta, San Isidro, una de las zonas más lujosas de la provincia de Buenos Aires.
"No tenemos otra intención más que cuidar a nuestra gente y debemos cumplir con nuestro deber que es estar al lado del vecino", explicó el intendente Posse. Como bien lo aclara, él está para cuidar a su gente, y levanta el muro para “estar al lado del vecino”. Lo que no aclaró –no hace falta- es de qué vecinos se trata.
Por más que la justicia, la presidenta y sus ministros tilden al muro como discriminatorio, derribado o en pié no va impedir que la pobreza crezca, que los niños se mueran de hambre, que el paco que introduce la policía mate chicos y jóvenes, que la desocupación los mate de a poco, que los policías le disparen más rápido, que los medios los tilden de ladrones, ni mucho menos que el capitalismo deje de necesitar de su pobreza y su trabajo para seguir existiendo.
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