En el puente del Moquegua
Moquegua fue, desde antes de los incas, bajo el reino aymara de los lupacas, una región que une la puna y el mar. Ayer, esos caminos de la historia han sido transitados por una muchedumbre que bajó de las alturas para sumarse a la lucha por una nueva distribución del canon minero.
El problema es una herencia de Jorge del Castillo, el de los diálogos mecedores y adormecedores. Yehude Simon, igual que su antecesor, sólo ha atinado a movilizar miles de policías, a ordenar (o apoyar) las balas contra el pueblo y a amenazar con “mano dura” (¿más dura?) a los manifestantes.
Estamos ante Del Castillo número dos.Simon acude a la figura retórica de la reticencia al decir: “No sé si son grupos que tienen que ver con Venezuela o con Bolivia o con el Partido Nacionalista, los que están jaqueando la democracia”. Sólo a mentes reaccionarias se les ocurre achacar los reclamos populares a instigadores extranjeros.
El método de prometer y no cumplir ya no rinde dividendos. Y, por lo que se ha visto en Moquegua, las armas no bastan para sofocar la cólera de un pueblo. Tres heridos de bala y más de 70 heridos lo demuestran.
El pueblo moqueguano ha demostrado, primero con la ocupación enérgica del puente Montalvo, y luego con el abandono de éste, en señal de serena y vigilante expectativa, que allí, sobre el río Moquegua, se ha instalado el escenario de un drama histórico. Si en algo quiere diferenciarse de Del Castillo, Simon debería abandonar el recurso fácil de la amenaza y la represión, y buscar, en diálogo respetuoso con los dirigentes de Moquegua y Tacna y en coordinación con el Congreso, fórmulas de conciliación. El presidente del Consejo de Ministros debe tomar en cuenta, además, que el país está poblado de conflictos actuales a larvados, que pueden agravarse debido a la crisis global que va a afectar a todos los sectores, en particular los mineros.
Simon, que antes fue izquierdista de esos que hoy califica de ultrarradicales, debiera haber aprendido a separar la paja del grano. Por experiencia conoce que hay una izquierda violentista y otra que prefiere la lucha de masas, no el vanguardismo delirante. Y que, además, hay reivindicaciones que no necesitan de ninguna de esas izquierdas para manifestarse. Es una lástima que nunca se haya escuchado del premier una autocrítica respecto a su pasado tormentoso, que conocemos bien. Por eso, sin duda, no puede comprender los procesos sociales que se plantean en nuestra realidad, sin que Hugo Chávez, ni Evo Morales se injieran.
CESAR LEVANO : DIARIO LA PRIMERA
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