Las mesas y las masas
Alan García y su ayudante Yehude Simon son personas a las que no se les puede creer ni lo que conversan. García pidió hace poco candidatos a Contralor de la República. Le alcanzaron una lista, y procedió a arrojarla al tacho y proponer su candidato propio.
Algo parecido va a ocurrir sin duda con las mesas de diálogo con las organizaciones sociales.
Esto ocurre en momentos en que hay una ofensiva contra diversas centrales sociales. Hace más de un mes circuló un volante en que se leía: “Demandamos a la dirigencia de nuestra central la CGTP dejar de colaborar con el gobierno”.
Tengo a la vista el impreso, cuyo lenguaje y planteamientos son de un desaforado extremismo y de ataque a la central obrera más importante del país. Cuando enseñé ese texto a colegas y sindicalistas, el parecer fue unánime: nos recuerda los días del violentismo.
Por eso mismo es necesario insistir sobre los peligros que encierra la instauración de un diálogo estéril.
Hay en el Perú y el mundo una crisis global, que economistas de peso consideran de larga duración, y más grave aun que el gran crash que se inició en 1929. Las organizaciones del pueblo tienen que actuar en esta etapa con el máximo de prudencia y coraje.
En coyuntura parecida, José Carlos Mariátegui aconsejó al movimiento minero no precipitarse a acciones que pudieran responder al interés de las empresas imperialistas y a los planes represivos del régimen.
De eso se trata. De luchar por las reivindicaciones justas y oportunas, sobre todo frente a la ola de despidos y la ofensiva antisindical de las empresas, así como por la libertad de dirigentes obreros y campesinos presos por defender los derechos de sus bases, manteniendo al mismo tiempo el máximo de unidad y serenidad.
Suaviter in modo, fortiter in res (= suave en la forma, fuerte en el fondo) recomendó Karl Marx a los sindicalistas ingleses, en un momento de prueba.
En el caso que nos ocupa, es evidente que el gobierno no busca la verdad, ni está dispuesto a reconocer derechos.
Más que un diálogo, el dúo García-Simon quiere instalar un simulacro de diálogo. A las organizaciones populares del campo y la ciudad corresponde modificar el escenario, y convertir los encuentros con el oficialismo en una tribuna de exigencias y, al final, un proscenio para el anuncio de medidas unificadoras de lucha.
Por eso insistimos en el alerta que ya antes habíamos formulado: ¡cuidado con el monólogo oficial disfrazado de diálogo! Es hora de apretar filas, desbaratar trampas y ajustar la puntería.
César Lévano
cesar.levano@diariolaprimeraperu.com
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