El problema y los efectos colaterales del SIMCE
Hace algunos años, en el momento del café de un encuentro de
investigación educacional, charlando con Eduardo Cabezón y Sergio
Martinic, surgió mi pregunta: ¿Por qué el SIMCE debe ser censal? ¿Por
qué no se aplica de forma muestral? Me llamó la atención que ambos,
destacados investigadores en el ámbito de la educación, compartieran las
mismas inquietudes… Entonces me dije: ¿Y por qué esto sigue ocurriendo
en nuestro país? Pensé en hacer una entrevista en profundidad a Erika
Himmel y aunque no fue posible, me dediqué a leer y estudiar la historia
del SIMCE con detenimiento. Después de un tiempo lo único que logré fue
plantearme todavía más preguntas, pues curiosamente esta prueba que se
inició en la dictadura con el nombre de PER originalmente era muestral,
pero luego se siguió aplicando en los gobiernos de la Concertación,
pasando a ser censal. Hoy el SIMCE es una poderosa estrategia
pseudo-pedagógica que extiende e instala en la sociedad y en el sentir
ciudadano, que la educación pública es de mala calidad. Esta razón que
justifica su carácter censal, estableciendo escalas y jerarquías en las
que la escuela púbica cae al último eslabón.
A continuación quisiera hacer transitar esta reflexión en torno a dos ejes: la evaluación en sí como proceso pedagógico y el impacto político-social-económico que puede tener su manipulación; y sus los efectos colaterales.
La superficie del problema
Se suele confundir, y el SIMCE lo hace con fruición, la medición con la evaluación. A este respecto debiéramos reflexionar: ¿Por qué confundimos evaluar con medir? La medición redunda en un orden, una escala, que supone jerarquías, por tanto siempre será una parte minimizada de la realidad humana y social, parte a la que se otorga una puntuación, un número en una escala. ¿Qué relación tendría la medición con el proceso de aprendizaje profundo, meta-cognitivo que implica la evaluación?
Parece ser natural necesitar hacer juicios, otorgar “valores”, sin embargo estos juicios emergen de sus contextos espacio-temporales, históricos y culturales y, especialmente, de un proceso de razonamiento que es todo menos individual. Además, la valoración emerge de y con un lenguaje situado, nunca neutro.
“Valorar” forma parte de la vida, y quizá debiera ser un proceso sencillo, sin embargo es complejo en su dimensión simbólica, pudiendo llegar a ser muy contradictorio dependiendo de la cultura con la cual se otorga “significado” a la estimación realizada. Implica una cosmovisión de mundo y sociedad, sentido de vida, bien-estar, calidad; todos ellos conceptos profundamente complejos, arropados de polisemia epistemológica, ética y política. Como ya señalé en otro lugar, si cambiamos de contexto, el juicio de valor cambia, porque es la relación entre el valor y el contexto lo que produce el juicio, un juicio situado en espacios y tiempos que son fragmentos de culturas, intereses, valores, creencias y circunstancias no neutras (Redón, 2010).
Tal como señala Álvarez Méndez, la evaluación crea y posee un lenguaje propio que la identifica: Evaluación formativa, sumativa; normativa, criterial; interna, externa; global, continua, integradora; diagnóstica, iluminativa. Habla de modelos, de producto, de proceso; de toma de decisiones, de valoración del mérito o del valor de algo, de apreciación, de juicio.
Son múltiples los autores que han generado teorías y corrientes de pensamiento con relación al campo de la evaluación, entre otros, Lee J. Cronbach, Elliot Eisner, Rob Stake, Barry MacDonald, Erni House, Helen Simon, Gordon Stobart, Roy Sadler, junto con importantes teóricos del mundo latino como Juan Manuel Álvarez Méndez, Félix Angulo, Miguel A. Santos Guerra y José Gimeno, entre otros, que han discutido y profundizado la reflexión de las diferentes corrientes pedagógicas; sin embargo, pruebas como el SIMCE se basan en entramados psicométricos, nunca en concepciones pedagógicas, ni en procesos de debate y reflexión pública, que vayan más allá de su propia métrica. Parece como si voluntariamente quisieran olvidar una fértil tradición académica sobre la evaluación, asumiendo, por el contrario, un lamentable pasado, tal como ha evidenciado Stephen Gould en ese libro que debería ser de lectura obligatoria: “La falsa medida del Hombre”.
Pero, como decimos en Chile y en el SIMCE, a la hora de confrontar ideas, desaparecen las fuentes, la academia pareciera no existir, la argumentación razonada se omite o es conculcada. Los modelos educativos como Finlandia (no tiene nada parecido al SIMCE, ni ninguna prueba psicomética y estandarizada, pero ponderan bien en el PISA) curiosamente son in-visibilizados y sólo se escucha la voz de la imposición de políticas a través de los llamados “expertos” ajenos al pensamiento y la práctica pedagógica.
Efectos colaterales
El daño que la estandarización le ha hecho al currículo en nuestro país es enorme y profundo. Recuerdo una anécdota: invitada a exponer en un congreso de ciencias a nivel nacional y latinoamericano por el MINEDUC, una profesora peruana explicaba que la didáctica de las matemáticas, la enseñaba desde la vida de sus estudiantes. Por ejemplo, les hacía calcular los intereses y comparaciones entre bancos y casas comerciales con las tarjetas de crédito, tomando ejemplos concretos de las finanzas de sus padres. Pensé que era una metodología fantástica, pero, de pronto, una profesora pide la palabra y dijo: “Nosotros no podemos hacer eso en Chile, porque esa temática NO la pregunta el SIMCE, y debemos preparar para las preguntas del SIMCE”. En ese momento pensé: ¿qué estamos haciendo con la educación y el aprendizaje de nuestros alumnos y alumnas?
Si entendemos al currículo como una selección cultural valiosa para ser recreada y transmitida, el SIMCE no sólo ha reducido el marco cultural y por ende de aprendizaje de las escuelas, sino que está propiciando prácticas absurdas y sin relevancia pedagógica como las siguientes: asignaturas denominadas SIMCE, cursos para docentes para mejorar las puntuaciones de sus estudiantes en el SIMCE, despidos de docentes por no lograr mejores ponderaciones, no permitir que los niños y niñas con dificultad en sus aprendizajes, ritmos más lentos y bajas curvas asistan al colegio el día que se rinde la prueba y hasta permitir que los niños y niñas “copien” respuestas de sus compañeros más aventajados, aprendiendo la deshonestidad y la dependencia de los otros muy pronto. En algunos colegios se han permutado las asignaturas de arte por “preparación al SIMCE” o rebajado horas a expresión corporal, historia o talleres en virtud del mismo objetivo. El daño a la cultura no tiene parangón, si recordamos que toda cultura requiere asentarse en la reflexión de sus pilares básicos, vinculados a la discusión de lo cierto (epistemología); lo bueno y lo justo (dimensión ética y política) y lo bello (el arte y la estética) en realidades simbólicas situadas por su historia y su contexto. Pareciera que la vida-buena por la que debiera trabajar nuestra especie humana, no tienen lugar en nuestros curricula. La mono-cultura reducida que impone el SIMCE, está muy lejos, de las posibilidades creativas y de la vida pensante y dialogante, que pueden gestarse en los centros escolares para construir una sociedad mejor y más justa.
Pero el SIMCE esconde un objetivo más turbio: reproducir las diferencias sociales y económicas, al fin y al cabo, de clase; justificándolas precisamente a través de diferencias en los resultados de la prueba. En este sentido deberíamos preguntarnos ¿cómo mido a una sociedad que posee las más grandes brechas en segmentación social y desigualdad de posiciones? (Dubet 2011) ¿Hemos realizado estudios micro-sociológicos de los itinerarios de vida de un sujeto perteneciente a un lugar en el que no puede salir de su casa, a su patio, por temor a recibir un balazo del narcotráfico, y donde su familia a veces debe subsistir con $ 15 mil a la semana?
Hace poco escuchaba una conferencia del sociólogo francés Christian Baudelot. En ella, reflexionaba que la desigualdad en educación es una realidad conocida, fuerte y constante; en el sentido de que reiteradamente es confirmada y evidenciada por los estudios científicos disponibles. Así pues, se preguntaba dicho sociólogo, ¿por qué sigue la desigualdad en educación reproduciéndose, incluso más poderosa ahora que nunca antes? No me cabe otra que pensar, que una vez más, anulamos nuestra posibilidades como especie dejando la cultura a merced de organismos corporativos de los mercados financieros planetarios, sin control y con todo el poder que le permite el neoliberalismo económico, que no hacen otra cosa que arrasar la institución educativa, convirtiéndola en un objeto más de lucro.
* Colaboración para la campaña #altoalsimce de Silvia Redón, investigadora y académica de la PUCV. Es una de las investigadoras que suscribió la Carta Abierta por un Nuevo Sistema de Evaluación Educacional.
Tomado de:
El Quinto Poder
A continuación quisiera hacer transitar esta reflexión en torno a dos ejes: la evaluación en sí como proceso pedagógico y el impacto político-social-económico que puede tener su manipulación; y sus los efectos colaterales.
La superficie del problema
Se suele confundir, y el SIMCE lo hace con fruición, la medición con la evaluación. A este respecto debiéramos reflexionar: ¿Por qué confundimos evaluar con medir? La medición redunda en un orden, una escala, que supone jerarquías, por tanto siempre será una parte minimizada de la realidad humana y social, parte a la que se otorga una puntuación, un número en una escala. ¿Qué relación tendría la medición con el proceso de aprendizaje profundo, meta-cognitivo que implica la evaluación?
Parece ser natural necesitar hacer juicios, otorgar “valores”, sin embargo estos juicios emergen de sus contextos espacio-temporales, históricos y culturales y, especialmente, de un proceso de razonamiento que es todo menos individual. Además, la valoración emerge de y con un lenguaje situado, nunca neutro.
“Valorar” forma parte de la vida, y quizá debiera ser un proceso sencillo, sin embargo es complejo en su dimensión simbólica, pudiendo llegar a ser muy contradictorio dependiendo de la cultura con la cual se otorga “significado” a la estimación realizada. Implica una cosmovisión de mundo y sociedad, sentido de vida, bien-estar, calidad; todos ellos conceptos profundamente complejos, arropados de polisemia epistemológica, ética y política. Como ya señalé en otro lugar, si cambiamos de contexto, el juicio de valor cambia, porque es la relación entre el valor y el contexto lo que produce el juicio, un juicio situado en espacios y tiempos que son fragmentos de culturas, intereses, valores, creencias y circunstancias no neutras (Redón, 2010).
Tal como señala Álvarez Méndez, la evaluación crea y posee un lenguaje propio que la identifica: Evaluación formativa, sumativa; normativa, criterial; interna, externa; global, continua, integradora; diagnóstica, iluminativa. Habla de modelos, de producto, de proceso; de toma de decisiones, de valoración del mérito o del valor de algo, de apreciación, de juicio.
Son múltiples los autores que han generado teorías y corrientes de pensamiento con relación al campo de la evaluación, entre otros, Lee J. Cronbach, Elliot Eisner, Rob Stake, Barry MacDonald, Erni House, Helen Simon, Gordon Stobart, Roy Sadler, junto con importantes teóricos del mundo latino como Juan Manuel Álvarez Méndez, Félix Angulo, Miguel A. Santos Guerra y José Gimeno, entre otros, que han discutido y profundizado la reflexión de las diferentes corrientes pedagógicas; sin embargo, pruebas como el SIMCE se basan en entramados psicométricos, nunca en concepciones pedagógicas, ni en procesos de debate y reflexión pública, que vayan más allá de su propia métrica. Parece como si voluntariamente quisieran olvidar una fértil tradición académica sobre la evaluación, asumiendo, por el contrario, un lamentable pasado, tal como ha evidenciado Stephen Gould en ese libro que debería ser de lectura obligatoria: “La falsa medida del Hombre”.
Pero, como decimos en Chile y en el SIMCE, a la hora de confrontar ideas, desaparecen las fuentes, la academia pareciera no existir, la argumentación razonada se omite o es conculcada. Los modelos educativos como Finlandia (no tiene nada parecido al SIMCE, ni ninguna prueba psicomética y estandarizada, pero ponderan bien en el PISA) curiosamente son in-visibilizados y sólo se escucha la voz de la imposición de políticas a través de los llamados “expertos” ajenos al pensamiento y la práctica pedagógica.
Efectos colaterales
El daño que la estandarización le ha hecho al currículo en nuestro país es enorme y profundo. Recuerdo una anécdota: invitada a exponer en un congreso de ciencias a nivel nacional y latinoamericano por el MINEDUC, una profesora peruana explicaba que la didáctica de las matemáticas, la enseñaba desde la vida de sus estudiantes. Por ejemplo, les hacía calcular los intereses y comparaciones entre bancos y casas comerciales con las tarjetas de crédito, tomando ejemplos concretos de las finanzas de sus padres. Pensé que era una metodología fantástica, pero, de pronto, una profesora pide la palabra y dijo: “Nosotros no podemos hacer eso en Chile, porque esa temática NO la pregunta el SIMCE, y debemos preparar para las preguntas del SIMCE”. En ese momento pensé: ¿qué estamos haciendo con la educación y el aprendizaje de nuestros alumnos y alumnas?
Si entendemos al currículo como una selección cultural valiosa para ser recreada y transmitida, el SIMCE no sólo ha reducido el marco cultural y por ende de aprendizaje de las escuelas, sino que está propiciando prácticas absurdas y sin relevancia pedagógica como las siguientes: asignaturas denominadas SIMCE, cursos para docentes para mejorar las puntuaciones de sus estudiantes en el SIMCE, despidos de docentes por no lograr mejores ponderaciones, no permitir que los niños y niñas con dificultad en sus aprendizajes, ritmos más lentos y bajas curvas asistan al colegio el día que se rinde la prueba y hasta permitir que los niños y niñas “copien” respuestas de sus compañeros más aventajados, aprendiendo la deshonestidad y la dependencia de los otros muy pronto. En algunos colegios se han permutado las asignaturas de arte por “preparación al SIMCE” o rebajado horas a expresión corporal, historia o talleres en virtud del mismo objetivo. El daño a la cultura no tiene parangón, si recordamos que toda cultura requiere asentarse en la reflexión de sus pilares básicos, vinculados a la discusión de lo cierto (epistemología); lo bueno y lo justo (dimensión ética y política) y lo bello (el arte y la estética) en realidades simbólicas situadas por su historia y su contexto. Pareciera que la vida-buena por la que debiera trabajar nuestra especie humana, no tienen lugar en nuestros curricula. La mono-cultura reducida que impone el SIMCE, está muy lejos, de las posibilidades creativas y de la vida pensante y dialogante, que pueden gestarse en los centros escolares para construir una sociedad mejor y más justa.
Pero el SIMCE esconde un objetivo más turbio: reproducir las diferencias sociales y económicas, al fin y al cabo, de clase; justificándolas precisamente a través de diferencias en los resultados de la prueba. En este sentido deberíamos preguntarnos ¿cómo mido a una sociedad que posee las más grandes brechas en segmentación social y desigualdad de posiciones? (Dubet 2011) ¿Hemos realizado estudios micro-sociológicos de los itinerarios de vida de un sujeto perteneciente a un lugar en el que no puede salir de su casa, a su patio, por temor a recibir un balazo del narcotráfico, y donde su familia a veces debe subsistir con $ 15 mil a la semana?
Hace poco escuchaba una conferencia del sociólogo francés Christian Baudelot. En ella, reflexionaba que la desigualdad en educación es una realidad conocida, fuerte y constante; en el sentido de que reiteradamente es confirmada y evidenciada por los estudios científicos disponibles. Así pues, se preguntaba dicho sociólogo, ¿por qué sigue la desigualdad en educación reproduciéndose, incluso más poderosa ahora que nunca antes? No me cabe otra que pensar, que una vez más, anulamos nuestra posibilidades como especie dejando la cultura a merced de organismos corporativos de los mercados financieros planetarios, sin control y con todo el poder que le permite el neoliberalismo económico, que no hacen otra cosa que arrasar la institución educativa, convirtiéndola en un objeto más de lucro.
* Colaboración para la campaña #altoalsimce de Silvia Redón, investigadora y académica de la PUCV. Es una de las investigadoras que suscribió la Carta Abierta por un Nuevo Sistema de Evaluación Educacional.
Tomado de:
El Quinto Poder
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