Presentación del libro "Terrorismo y civilización" de Tupac Carlos
La cita es en la calle Fe nº10, en Lavapiés, a las 19:00h.
Para leer un prólogo del libro: http://redroja.net/
Prólogo al libro “Terrorismo y civilización” de Carlos Tupac
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- Publicado en Martes, 19 Febrero 2013 15:21
- Escrito por Ivan Márquez
Boltxeliburuak ha publicado el libro de
Carlos Tupac “Terrorismo y civilización”, un análisis de la función que
el terrorismo ha desempañado en todas las sociedades y más en concreto
en el sistema capitalista.
A continuación el prólogo que un miembro
del Secretariado de las FARC Iván Márquez escribió para la edición
latinoamericana de Terrorismo y civilización.
Esta introducción no ha podido
publicarse en la edición de Boltxe liburuak por razones evidentes, pero
por su interés la publicamos aquí.
Prólogo
Sin duda es algo severa esta teoría,
pero aun cuando sean alarmantes las consecuencias de la resistencia al
poder, no es menos cierto que existe en la naturaleza del hombre social
un derecho inalienable que legitima la insurrección…
Simón Bolívar
Terrorismo y civilización es una
admirable construcción del pensamiento, un análisis magistral del
terrorismo de Estado a través de la historia, de su evolución desde la
esclavitud hasta su forma actual de leviatán sangriento, ávido de
capital, depredador brutal de seres humanos y del planeta. Esta obra
llega a los lectores, atrapada en una frenética paradoja que incita a la
indignación: su autor, un pensador marxista que respira altruismo y
humanidad, al menos en esta ocasión no podrá rubricarla con su nombre y
apellido, porque el monstruo terrorista ha criminalizado el pensamiento
insumiso y libertario.
Carlos Tupac es un nombre de guerra y de
combate, un recurso de supervivencia en medio de un sistema capitalista
senil y loco acosado por crisis sucesivas, de una civilización burguesa
en decadencia, virulenta en su agonía, que no duda en matar o
encarcelar todo pensamiento que abrace la utopía de dignificar al ser
humano. Carlos Tupac es la imbricación potente de teoría liberadora y
praxis guerrera enfrentando en la arena la injusticia secular de un
sistema oprobioso; ese nombre somos todos los que luchamos por el cambio
radical de la sociedad resistiéndonos al desarme ideológico. La
violencia revolucionaria, la rebeldía frente a regímenes injustos, es un
derecho universal irrenunciable, que no puede ser arrojado a la
deflagración del olvido, y es al mismo tiempo una bofetada a cierta
izquierda pusilánime, que por artificios sicológicos, mediáticos, se
cree derrotada, y que atrincherada en su cobardía, duda de la capacidad
de lucha de los pueblos; izquierda de discurso enajenado, incoherente,
que a nombre de un pacifismo desmovilizador y criminal, condena la
violencia «venga de donde viniere» -así, sin nombre y sin apellido, sin
historia y sin contexto-, que casi siempre termina abrazada con el
reformismo que apuntala al sistema. De manera pertinente nos recuerda el
autor, que, en el preámbulo mismo de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos aprobada por la ONU en 1948, se consagra y legitima el
derecho a la rebelión. Bolívar, el Libertador, afincado en el contexto
histórico de la Carta de Jamaica, plantea en El Correo del Orinoco, que:
«El hombre social puede conspirar contra toda ley positiva que tenga encorvada su cerviz, escudándose con la ley natural…»
«A fin de no embrollar la gramática de
la razón, debe darse el nombre de insurrección a toda conjuración que
tenga por objeto mejorar el hombre, la patria y el universo…»
«La insurrección se anuncia con el
espíritu de paz, se resiste contra el despotismo porque éste destruye la
paz, y no toma las armas sino para obligar a sus enemigos a la paz… Ha
sido tal en esta parte el despotismo de muchos legisladores que a pesar
de lo insensatos que eran sus códigos, han exigido, sin embargo, una
obediencia ciega.»
Auto-conceptuados arbitrariamente para
especular sobre lo justo y lo injusto y acostumbrados «a poner la ley en
contradicción con la naturaleza» pretenden obligar a los pueblos «a
divorciarse de su inteligencia para no verse forzados al sublime
atentado de derribar el poder tiránico.»
«Cuando un código político no puede
sostener la mirada de la razón, el poder que lo protege es un insulto
hecho a la naturaleza humana, y si se corre el riesgo en derribarlo, a
lo menos no es crimen hacerlo.»/ «Sin duda es algo severa esta teoría,
pero aun cuando sean alarmantes las consecuencias de la resistencia al
poder, no es menos cierto que existe en la naturaleza del hombre social
un derecho inalienable que legitima la insurrección…»
«Es, pues, la insurrección por su
naturaleza un acto legítimo: ella anuncia que si hay en un Estado un
poder esencialmente perverso, el hombre-ciudadano sabrá buscar los
medios de derribarlo.»/ «Bien sé que esta doctrina contraría todas las
preocupaciones con que un centenar de ladrones coronados gobiernan la
tierra…
«En una palabra, de todo lo que
contraría a la magna carta de los derechos del hombre, que la naturaleza
ha escrito en nuestros corazones con sus propias manos; alumbrar con la
antorcha de la filosofía las opresiones de toda especie; convocar la
fuerza pública para acabar con los tiranos bajo las ruinas de su propia
grandeza: tal ha sido desde la infancia de las monarquías el destino de
todos cuantos han nacido con su alma elevada y tal el verdadero título
que tienen a ser llamados bienhechores de los hombres, todos los que así
lo hacen».
También planteaba el Libertador Simón
Bolívar que el pensamiento es el «primero y más inestimable don de la
naturaleza. Ni aún la ley misma podrá jamás prohibirlo».
Todavía quedan por ahí virreyes
trogloditas en el Estado español, nostálgicos de la inquisición,
oponiéndose a la independencia de los pueblos que expoliaron durante
siglos y sojuzgando pueblos como el vasco; que encarcelan por difundir
el pensamiento alternativo o por el delito inexistente de entrevistar a
líderes independentistas.
«No tengamos miedo a la libertad; no nos
contentemos con la que otros conquistaron –nos dice Carlos Tupac-,
luchemos para mejorarla y ampliarla». Bolívar junta las coincidencias,
los anhelos de independencia, justicia y libertad de los componentes
sociales del hemisferio, de indios, negros y criollos, y con ellos
empuña la bandera de la Gran Nación de Repúblicas, de la conciencia de
patria, de la soberanía del pueblo, de la independencia, de la dignidad
humana, y comanda personalmente en los campos de batalla, como praxis
congruente, la victoria de la esperanza. Es un imperativo retomar unidos
estas sagradas banderas.
Están en confrontación un derecho
universal con la irracionalidad de una civilización burguesa terrorista
que pretende endilgarle su propia condición a la lucha justa de los
pueblos por una nueva sociedad sin explotados. Tipificar como terrorismo
el derecho a la rebelión es ir en contravía de normas admitidas por los
mismos Estados en un momento de la historia. Independientemente de que
haga parte de un cuerpo normativo es un derecho natural. Por encima de
la legalidad predomina la legitimidad de la rebelión derivada de la
justicia de sus actos.
Marx define al terrorismo como violencia opresora destinada a mantener la explotación, la alienación y la deshumanización.
La legalidad como ramal de la violencia
del poder, como imposición de la clase dominante, nunca puede relevar la
legitimidad basada en la justicia del empeño altruista que persigue el
bien común.
El derecho tiene una filosofía, y ésta
responde a intereses de clase. El revolucionario milita y combate en las
huestes que enarbolan la oriflama de la justicia social y defiende los
intereses de las mayorías. Ésa es la filosofía del revolucionario.
Bolívar no tenía ley distinta a la de cumplir la voluntad pública.
Para Carlos Tupac los valores de la
resistencia, de la lucha y de la revolución contra la injusticia,
siempre serán valores universales.
No es de extrañar que en las primeras
líneas de Terrorismo y civilización, se reseñe el hecho de que varias
organizaciones, partidos, sindicatos, y personas individuales de
Latinoamérica, y de Europa, trabajen colectivamente por instituir la
fecha del 26 de marzo, que rememora la muerte del comandante guerrillero
Manuel Marulanda Vélez, como día del derecho universal a la rebelión
armada.
Ni en el ocaso de la civilización
burguesa que hoy transcurre ante los ojos del mundo, podrá haber
transición pacífica a un nuevo orden social de amplia democracia, sin
explotación del hombre por el hombre, sin Estado. El denominado centro
del mundo capitalista no se derrumbará solo. Hay que derribarlo. Ningún
imperio ha caído sin el estallido múltiple de la inconformidad popular.
Acorralado por la crisis el Estado imperial, escudado en la tecnología
destructiva, la pedagogía del miedo, las ciencias sociales que lo
recubren y la manipulación mediática, será mucho más agresivo y
contumaz. No se resignará mansamente a abandonar sus privilegios; por
ello los pueblos deben prepararse para atacarlo de manera resuelta con
todos los medios a su alcance, hasta romper definitivamente las cadenas
de la opresión.
Transitando la senda, la alameda trazada
por el marxismo, podemos asegurar que la crítica de las armas debe
acompañar hoy la guerra de las ideas. Conjugar la vía política, de la
movilización de pueblos, con la vía armada (según la situación
concreta), constituye una estrategia acertada, fundamental, que ningún
revolucionario verdadero puede desechar en la construcción del ideal de
nuevo poder, porque ella es garantía de victoria.
Oídos sordos al conformismo, al
reformismo y al pacifismo descontextualizado aliados y orquestados con
la manipulación mediática, si queremos edificar un nuevo mundo de
justicia y humanidad. Ellos son el artificio de la opresión para
propiciar el desarme ideológico, moral, y la defección en una contienda
por la dignidad humana que nunca debe aflojar.
Esta lucha debe apoyarse en el marxismo,
que no es un pensamiento petrificado. El marxista y científico de la
economía, Jorge Beinstein, nos convoca a retomar el marxismo,
pensamiento crítico enraizado en la rebeldía de los explotados, enemigo
irreconciliable del conformismo; volver a Marx no para repetirlo sino
para avanzar mucho más allá, adecuándolo al contexto histórico, a la
realidad concreta. Tomar lo mejor del pensamiento revolucionario mundial
para sumarlo a la concepción emancipadora autóctona, a nuestra
experiencia histórica, a nuestras costumbres y visión liberadora para
emplearlo como ariete demoledor en la construcción de la nueva sociedad,
tal como en esta obra lo sugiere Carlos Tupac.
Terrorismo y civilización hace un
recorrido muy completo por los hitos de la humanidad, los modos de
producción, para constatar en los folios de la historia que la
explotación del hombre por el hombre siempre se ha basado en el uso de
la violencia y el terror, mostrando al mismo tiempo la profunda huella
de la resistencia y la rebeldía de los pueblos frente a la subyugación,
con sus victorias y fracasos, con paradigmas legendarios como el
levantamiento de Espartaco -héroe de Marx-, o el aplastante
levantamiento de los pueblos oprimidos por los asirios destruyendo con
su violencia arrolladora y justa la ciudad de Nínive capital de aquel
imperio de opresión; consagrando siempre, como un derecho inalienable,
la violencia de los sometidos contra la violencia injusta de las clases
dominantes.
El esplendor de los héroes libertarios,
la epopeya de los pueblos en lucha por su dignidad, realmente debe ser
algo más que un recuerdo histórico. Representan un ejemplo ético-moral y
socio político válido para luchar contra la explotación de todos los
modos de producción, contra el terrorismo patriarcal, asirio,
esclavista, de la cruz y la inquisición, del capitalismo, porque nos
aportan experiencias, insumos y pertrechos para la lucha actual.
Desde el marxismo Carlos Tupac,
respaldado por una constelación de autores y fuentes, teoriza
diáfanamente sobre la violencia justa e injusta, sobre la dialéctica
entre fines y medios y en torno al debate del mal menor necesario desde
su especificidad y sin perder de vista la totalidad y su contexto.
Plantea sin adornos ni parábolas retóricas que quien quiere el fin,
quiere los medios, y que la violencia revolucionaria, justa, asumida
como un mal menor necesario, como un medio forzado, una vez logrado el
objetivo, cesa, porque desaparecen las causas que justificarían su
utilización a futuro. Previene contra el conformismo, la cobardía y el
pacifismo a ultranza, y con Marx alerta sobre «los amigos hipócritas que
aseguran estar de acuerdo con los principios, pero que dudan de la
posibilidad de realizarlos, porque el mundo, pretendidamente no ha
madurado aún para ellos; por esta razón desisten incluso de contribuir a
su maduración, prefiriendo compartir en este valle de lágrimas la
suerte común de todo lo malo».
El marxismo –afirma G. Mury- es una
filosofía del hombre; pero del hombre combativo y no de la víctima
dolorosa. Una filosofía del enfrentamiento, no de la resignación frente
al sufrimiento propio y ajeno.
Sin lucha resuelta no es posible
construir un mundo justo, humano y fraterno, con una nueva concepción de
la naturaleza, que siembre en la conciencia que esta no es para
dominarla ni destruirla.
A propósito, ¿No será que ha llegado el
momento de dar un salto inequívoco y generalizado respecto de aquella
concepción de un amplio sector marxista que mira la naturaleza dentro de
la encorsetada acepción de objeto y medio universal de trabajo? La
naturaleza es más que eso; no estamos fuera de ella. Somos naturaleza, y
todo daño que se le inflija revertirá en contra de la vida misma. Nadie
debe ser propietario ni siquiera transitorio de la tierra –dice Marx-, a
lo sumo, su usufructuario. Con la tierra debe haber un vínculo de otro
tipo derivado del proceso histórico de socialización que ha ido forjando
el hombre. Suscitan estas reflexiones, los profundos planteamientos de
Carlos Tupac en su presente obra.
La lucha por la alternativa
anticapitalista es impostergable, y exige una batalla sin tregua y sin
cuartel contra el reformismo, contra aquellos pensadores que ofician
como sacerdotes del conformismo y la claudicación. Hay que desenmascarar
a los agentes encubiertos del desarme ideológico al servicio de la
explotación. La actual crisis de civilización, el hundimiento paulatino,
indefectible, del centro del mundo capitalista, ha vuelto añicos su
perorata sobre el fin de la historia, la difuminación del papel del
Estado, la negación de la lucha de clases, la «bondad» del desarme de
los pueblos… El Estado imperial que no veían o invisibilizaban a
propósito, ahora toma desesperadamente las riendas para intentar un
salvamento quimérico del sistema. Todos sabemos que después de los
inocuos tratamientos de choque, de la inutilidad de la financierización,
intentará restablecer el control a través de invasiones de rapiña y
terrorismo exacerbado… Necesaria, muy necesaria la crítica de Carlos
Tupac al postestructuralismo para resituar el papel del Estado como
instrumento de clase y máquina de terror. Aterriza a los que se elevan
con las fantasías de Foucault en cuanto al rol de los micropoderes y
tritura con sus precisiones a quienes desde el estructuralismo y el
post-modernismo desvanecen u ocultan la existencia del Estado para
desactivar la lucha. Los pueblos del mundo, o luchan o perecen en la
sumisión. Nada podrán perder fuera de sus propias cadenas. Los POST
(modernismo, estructuralismo) el positivismo y el reformismo, están
encontrando su sitio en el basural de la historia. Como efecto de la
crisis sistémica han empezado a cerrar, por quiebra también, las lujosas
boutiques de las ideologías de moda.
El sistema capitalista es un barco
maltrecho y escorado avanzando hacia la tormenta, empujado por ráfagas
sucesivas de crisis (financiera, energética, ambiental, alimentaria, del
complejo militar industrial). Como afirma J. Beinstein, no se trata de
un problema en la nave insignia de la flota; es que no hay más naves. No
sobreaguarán otras en la periferia emergente. Es el centro del mundo el
que se hunde. De nada servirá el tratamiento de choque de las
inyecciones financieras; y la tabla de salvación -que se suponía sería
la guerra colonial de Eurasia para apoderarse de los recursos
energéticos del Caspio-, fracasó con el empantanamiento melancólico del
complejo militar industrial en el teatro de Irak y Afganistán. Esa
aventura militar devino en una gran derrota geopolítica para el imperio
washingtoniano.
Las circunstancias son favorables para
la lucha y la movilización de pueblos. El fin de la civilización
burguesa no está a la vuelta de la esquina. La decadencia y agonía se
insinúan prolongadas, pero ella depende de la resistencia y la lucha
múltiple, generalizada, del mundo de los excluidos.
El imperio acumula la experiencia de la
violencia terrorista de los modos de producción inscritos en la historia
de la humanidad: el terrorismo asirio con su pedagogía del miedo y el
terror calculado; el terrorismo torturador patriarcal-católico-feudal,
fusionado por la inquisición, como lo reseña en detalle en Terrorismo y
civilización, Carlos Tupac. «El capital vino al mundo chorreando sangre
por todos los poros, desde los pies a la cabeza», afirma Marx. Se
inauguró con la esclavitud de niños y la legislación sangrienta, estampó
su violencia sorda en el contrato de trabajo, apoyó sus invasiones
coloniales en apátridas colaboracionistas, se blindó con armas
mortíferas, aplicó la ciencia al terror, refinó la tortura, redimensionó
la pedagogía del miedo con sus desapariciones forzosas y la represión
aleatoria, incrementó su flota y sus marines, desarrolló la sicotécnica,
perfeccionó los ardides de la propaganda nazi, convirtió las ciencias
sociales en su escudo, recurrió a la guerra cultural, utilizó el Estado
como máquina de obediencia y disuasión, desarrolló la industria
mediática de la manipulación… y creó, como dice Schulz, una estructura
arcana clandestina de represión para ocultar el carácter criminal y
terrorista del Estado imperial.
Un record de recursos y medios,
aparentemente imbatible, pero atascado como su maquinaria del complejo
militar industrial -ahora también energético-financiero- en Irak y
Afganistán, donde la pedagogía de la resistencia y la rebelión de los
pueblos se erige como paradigma heroico, liberador, para los pobres de
la tierra. A pesar de la tecnología de punta, las guerras se ganan con
soldados, y el problema es que los soldados yanquis ya no tienen
motivación. No hay espacio para una transición tranquila. El capitalismo
en decadencia será más agresivo, pero es más poderosa la fuerza
ética-moral de un mundo unido resuelto a reventar cadenas en pos de su
destino, el socialismo, que es libertad y dignidad.
Persuadido de ese poder moral, decía
Bolívar con temeridad: «no tenemos más armas para hacer frente al
enemigo que nuestros brazos, nuestros pechos, nuestros caballos y
nuestras lanzas». Y venció con un ejército de pueblos en el campo de
batalla.
Escribía Rosa Luxemburg, cuatro años
antes de ser asesinada por los Freikorps: «El socialismo no caerá como
maná del cielo, sólo se lo ganará en una larga cadena de poderosas
luchas, de ellas depende el futuro de la cultura y la humanidad».
Terrorismo y civilización es un libro
urgente y necesario para todos los insumisos y rebeldes del mundo. Nos
dota de pertrechos poderosos para la guerra de las ideas contra la
injusta y decadente civilización burguesa.
Iván Márquez
2012
2012
Boltxe kolektiboa ha publicado otros libros. Se puede ver la lista y la forma de conseguirlos en
http://boltxe.info/?p=54777
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