Jack London: "El talón de hierro"
Han tenido que pasar muchos años más
para que lo profético de esta novela alcance toda su verdad y todo su
relieve; pues lo que London imaginó en verdad fue esta fase de gran
opresión capitalista “democrática” que el mundo está viviendo durante
las últimas décadas bajo el “talón de hierro” del Imperio
Norteamericano. Su profecía no fue, pues, propiamente, la de la
irrupción del fascismo en la escena mundial en aquellos años que
desembocaron en la Segunda Guerra Mundial, sino que él hizo y mostró su
descubrimiento de la entraña venenosa del capitalismo “democrático”,
capaz de albergar en sus urnas todo un mundo de horrores, bajo la
enseña del mercado y de la globalización. Es el huevo de esta serpiente
lo que London “vio” en su imaginación de gran novelista. ¿Las urnas de
la democracia serían, entonces, una especie de sucursales de la Caja
de Pandora?
Entre los admiradores de esta insólita
novela hay que contar, además de a Trotski, al gran escritor Anatole
France, que hizo un prólogo entusiasta para la primera edición
francesa, y a Howard Zinn, que ha escrito el prólogo de ésta. (Alfonso
Sastre)
Una reseña de "El talón de hierro": Un siglo después, los pueblos se levantan
Por Pascual Serrano
El socialismo y las luchas de los
trabajadores contra sus opresores se ha escrito con múltiples formatos.
Mediante una investigación sobre la economía en "El Capital", de
Carlos Marx; mediante una proclama revolucionaria como en "El
Manifiesto del Partido Comunista", de Marx y Engels; mediante un
análisis de las relaciones internacionales en "El imperialismo, fase
superior del capitalismo" de Lenin e incluso como una fábula en
"Rebelión en la Granja" de Georges Orwell. Jack London aborda en 1908
ese tema como una historia de amor futurista y premonitoria en el Talón
de Hierro, un formato que le sirve para denunciar la conformación de
un cruel y sangriento sistema capitalista que siembra de muerte y
miseria a los trabajadores de todo el mundo y en especial a los
norteamericanos en la segunda década del siglo XX.
El Talón de Hierro es la biografía del
revolucionario norteamericano Ernest Everhard, capturado y ejecutado en
1932 por haber tomado parte en una frustrada revolución obrera.
Según la novela, siete siglos después de su muerte, aparece un manuscrito de su esposa, Avis Everhard, quien relata un duro período turbulento de la historia caracterizado por la consolidación y advenimiento del Talón de Hierro, un poder económico y político sin precedentes en la humanidad que no dudaría en reprimir a sangre y fuego cualquier intento organizado de enfrentarlo en la defensa de los derechos de los trabajadores. Veinte años después el fascismo dominaría Europa. Tras leer la obra de Jack London, uno tiene la sensación de que no se ha ido, domina el mundo.
Según la novela, siete siglos después de su muerte, aparece un manuscrito de su esposa, Avis Everhard, quien relata un duro período turbulento de la historia caracterizado por la consolidación y advenimiento del Talón de Hierro, un poder económico y político sin precedentes en la humanidad que no dudaría en reprimir a sangre y fuego cualquier intento organizado de enfrentarlo en la defensa de los derechos de los trabajadores. Veinte años después el fascismo dominaría Europa. Tras leer la obra de Jack London, uno tiene la sensación de que no se ha ido, domina el mundo.
Escrito en primera persona por Avis
Everhard, una mujer procedente de la clase acomodada, el autor
aprovecha la admiración y relación de esta mujer con su futuro marido
para desplegar todo un ensayo sobre el capitalismo, sus métodos de
explotación y su red de complicidades, porque "el juego de los negocios
consiste en ganar dinero en detrimento de los demás, y en impedir que
los otros lo ganen a expensas suyas".
Así señala a todos sus cómplices. Ernest
Everhard le espeta al obispo: "¿Habéis protestado ante vuestras
congregaciones capitalistas contra el empleo de niños en las hilanderas
de algodón del Sur?. Niños de seis a siete años que trabajan toda la
noche en equipos de doce horas. Los dividendos se pagan con su sangre. Y
con ese dinero se construyen magníficas iglesias en Nueva Inglaterra,
en las cuales sus colegas predican agradables simplezas ante los
vientres repletos y lustrosos de las alcancías de dividendos". O al
prestigioso abogado: "Dígame coronel, ¿tiene algo que ver la ley con el
derecho, con la justicia, con el deber?". Al periodista: "Me parece
que su tarea consiste en deformar la verdad de acuerdo con las órdenes
de sus patrones, los que, a su vez, obedecen la santísima voluntad de
las corporaciones". Se lo dirá también al ingenuo sacerdote que espera
que al día siguiente sus críticas al sistema sean recogidas en la
prensa tras haber sido recogidas por los periodistas: "Ni una sola
palabra de lo que dijo será publicado. Tú no tienes en cuentan a los
directores de diarios, cuyo salario depende de su línea de conducta, y
su línea de conducta consiste en no publicar nada que sea una amenaza
para el poder establecido".
Su proclama revolucionaria es
contundente: "Nuestra intención es tomar no solamente las riquezas que
están en las casas, sino todas las fábricas, los bancos y los
almacenes. Esto es la revolución". "Queremos tomar en nuestras manos
las riendas del poder y el destino del género humano. ¡Estas son
nuestras manos, nuestras fuertes manos! Ellas os quitarán vuestro
gobierno, vuestros palacios y vuestra dorada comodidad, y llegará el
día en que tendréis que trabajar con vuestras manos para ganaros el
pan, como lo hace el campesino en el campo o el hortera reblandecido en
vuestras metrópolis. Aquí están nuestras manos. Miradlas: ¡son puños
sólidos!".
Sus críticas al desigual e injusto
reparto de los beneficios de la industrialización resultan
absolutamente actuales un siglo después: "Cinco hombres bastan ahora
para producir pan para mil personas. Un solo hombre puede producir tela
de algodón para doscientas cincuenta personas, lana para trescientas y
calzado para mil. Uno se sentiría inclinado a concluir que con una
buena administración de la sociedad el individuo civilizado moderno
debería vivir mucho más cómodamente que el hombre prehistórico. ¿Ocurre
así?. (...) Si el poder de producción del hombre moderno es mil veces
superior al del hombre de las cavernas, ¿por qué hay actualmente en los
Estados Unidos quince millones de habitantes que no están alimentados
ni alojados convenientemente, y tres millones de niños que trabajan?.
(...) Ante este hecho, este doble hecho –que el hombre moderno vive más
miserablemente que su antepasado salvaje, mientras su poder productivo
es mil veces superior-, no cabe otra explicación que la de la mala
administración de la clase capitalista; que sois malos administradores,
malos amos, y que vuestra mala gestión es imputable a vuestro
egoísmo". Un siglo después, en el 2004, seguimos conviviendo con lo
obvio.
El autor sabe que la conquista del poder
por los trabajadores no será fácil por la vía pacífica institucional
ni por la del convencimiento a quienes disfrutan de las mieles del
poder y del dinero: "Sabemos, y lo sabemos al precio de una amarga
experiencia, que ninguna apelación al derecho, a la justicia o a la
humanidad podría jamás conmoveros", le dice el protagonista a un
miembro de la oligarquía. Como no podría ser de otro modo, éste le
responde con la soberbia de quienes no aceptarán ser desplazados: "Y
aunque tuvieseis la mayoría, una mayoría aplastante en las elecciones
–interrumpió el señor Wickson-, ¿qué diríais si nos negásemos a
entregaros ese poder conquistado en las urnas?". Jack London sentencia
la única vía mediante estas palabras de sus protagonista: "Y el día que
hayamos conquistado la victoria en el escrutinio, si os rehusáis a
entregarnos el gobierno al cual llegaremos constitucional y
pacíficamente, entonces replicaremos como se debe, golpe por golpe, y
nuestra respuesta estará formulada por silbidos de obuses, estallidos de
granadas y crepitar de ametralladoras". Aunque ahora le puedan llamar a
ello terrorismo. "El poder será el arbitro. Siempre lo fue. La lucha
de clases es un problema de fuerza. Pues bien, así como su clase
derribó a la vieja nobleza feudal, así también será abatida por una
clase, la clase trabajadora", termina sentenciando Ernest Everhard.
En la obra también existen los
personajes que, martirizados por la injusticia, optan por la honesta
caridad, tan humana como inútil: "Que cada uno de los que están en la
opulencia tome a un ladrón en su casa y lo trate como a un hermano; que
se lleve una desdichada y la trate como a una hermana". Es el caso del
sacerdote que se derrumba cuando descubre la miseria existente con la
complacencia y complicidad de la Iglesia. Su postura no es criticada
por el protagonista pero los acontecimientos demuestran su inutilidad.
Para la pequeña burguesía que añora la
era preindustrial y que sólo piensan en retornar a ella también tiene
un mensaje contundente: "En lugar de destruir esas máquinas
maravillosas, asumamos su dirección. Aprovechémonos de su buen
rendimiento y de su bajo precio. Desposeamos a sus propietarios
actuales y hagámoslas caminar nosotros mismos. Eso, señores, es el
socialismo". "Venid a nosotros y sed nuestros compañeros en el bando
ganador", les dice a esa pequeña burguesía condenada a ser aplastada
por los grandes trusts o unirse al proletariado, "la clase media es el
corderito temblando entre el león y el tigre. Ha de ser de uno o de
otro".
No faltan las críticas a los partidos
tradicionales: "los políticos de los viejos partido (...), los criados,
los sirvientes de la plutocracia" y a los sindicatos sumisos: "los
miembros de esas castas obreras, de esos sindicatos privilegiados, se
esforzarán por transformar sus organizaciones en corporaciones
cerradas; y lo conseguirán".
Por su parte la oligarquía recurrirá a
la guerra para dar salida a los excedentes humanos ("la oligarquía
quería la guerra con Alemania por una docena de razones (...). Además,
el período de hostilidades debía consumir un volumen de excedentes
nacionales, reducir el ejército de parados que amenazaban en todos los
países y dar a la oligarquía tiempo para respirar, para madurar sus
planes y realizarlos") y las obras faraónicas para sus excedentes
económicos ("deberán gastar sus excesos de riqueza en obras públicas,
como las clases dominantes del antiguo Egipto erigían templos y
pirámides con la acumulación de lo que habían robado al pueblo").
La crueldad de la oligarquía es tal que
la salida violenta es la única alternativa muy a pesar del
protagonista: "Es inútil, estamos derrotados por anticipado. El Talón
de Hierro está ahí. Había puesto mis esperanzas en una victoria
pacífica, lograda gracias a las urnas. Seremos despojados de las
escasas libertades que nos quedan; el Talón de Hierro pisoteará
nuestras caras; ya no cabe esperar otra cosa que una sangrienta
revolución de la clase trabajadora. Naturalmente, lograremos la
victoria, pero me estremezco al pensar en lo que nos costará".
No hemos de esperarlo, ese sangriento
levantamiento contra el Talón de Hierro ya existe en Iraq, en
Palestina, en Colombia. Los líderes del Talón de Hierro se hacen llamar
democracia y libre mercado, a los pueblos que se levantan les
califican de terroristas. A quienes la guerra nos ha pillado sentados
en nuestro sillón viendo la televisión debemos de saber que o nos
integramos a las milicias asesinas del Talón de Hierro o nos
incorporamos a los pueblos que se levantan contra el Talón de Hierro.
fuente:
http://www.redroja.net/index.php/libros/996-jack-london-qel-talon-de-hierroq
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