Con OEA o sin OEA
Ha vuelto al debate la suspensión de Cuba como miembro de la Organización de Estados Americanos (OEA). El retorno de Cuba es hoy exigencia unánime de América Latina.
Cuba no muestra ningún afán de retorno a ese organismo que Fidel Castro ha definido como el ministerio de Colonias de Estados Unidos.
En los años 60 del siglo pasado cundió en nuestra América el grito: “¡con OEA o sin OEA / ganaremos la pelea!”. Cuba está ganando ahora la pelea en el seno de la OEA.
Los portavoces estadounidenses buscan evitar que se anule la inicua suspensión de Cuba. Alegan que en Cuba no hay respeto pleno de los derechos humanos y las libertades fundamentales.
Esa exquisitez choca con la historia del Tío Sam, el cual no sólo ha defendido, sino que ha instalado o estimulado a las dictaduras más sanguinarias de América.
El miércoles último escuché la conferencia magistral sobre la vida y la obra de Juan Bosch dictada en el Centro Cultural de San Marcos por el doctor Rafael Julián, embajador de la República Dominicana. El diplomático recordó cómo la OEA apoyó en 1965 la invasión de Estados Unidos a su país, que causó miles de muertes.
Antes, en 1962, en la primera elección libre después de cuarenta años, el gran demócrata y escritor Juan Bosch, fundador y jefe del Partido Revolucionario Dominicano, había sido elegido presidente de la República.
Pero a la oligarquía y a su socio mayor, el imperialismo yanqui, Bosch les pareció demasiado reformista y, sobre todo, demasiado amigo de la joven Revolución Cubana. Lo derrocaron.
El de 1965 es sólo un episodio de la trayectoria de la OEA, instrumento de Washington que ahora presenta resquebrajaduras.
Un precursor de ese cambio fue Raúl Porras Barrenechea. El brillante historiador y profesor era, en 1960, ministro de Relaciones Exteriores del Perú. Se hallaba muy enfermo, motivo por el cual despachaba en su domicilio.
En 1960, por instigación de John Foster Dulles, secretario de Estado norteamericano, se convocó una conferencia de cancilleres americanos en Costa Rica. La consigna era precisa: aislar a Cuba y echarla de la OEA.
En la prensa derechista del Perú se barajó la idea de que Porras, tan enfermo, no acudiría a la cita y sería reemplazado por Guillermo Hoyos Osores, quien antes había elogiado el fascismo y era medularmente anticubano.
Pero ¡oh sorpresa! Porras se levantó de su lecho de enfermo, fue a la reunión y se opuso a la separación de Cuba en discurso que debería inspirar a la diplomacia peruana de hoy.
Al retornar al Perú, el oficialismo y la derecha lo aislaron y vejaron. Pero los estudiantes sanmarquinos lo reivindicaron y lo acompañaron a su tumba.
Ahora, en el debate sobre Cuba, el llamado de Porras por la justicia, la tolerancia y la libertad vuelve a vibrar con su verdad y su belleza.
César Lévano
cesar.levano@diariolaprimeraperu.com
Ha vuelto al debate la suspensión de Cuba como miembro de la Organización de Estados Americanos (OEA). El retorno de Cuba es hoy exigencia unánime de América Latina.
Cuba no muestra ningún afán de retorno a ese organismo que Fidel Castro ha definido como el ministerio de Colonias de Estados Unidos.
En los años 60 del siglo pasado cundió en nuestra América el grito: “¡con OEA o sin OEA / ganaremos la pelea!”. Cuba está ganando ahora la pelea en el seno de la OEA.
Los portavoces estadounidenses buscan evitar que se anule la inicua suspensión de Cuba. Alegan que en Cuba no hay respeto pleno de los derechos humanos y las libertades fundamentales.
Esa exquisitez choca con la historia del Tío Sam, el cual no sólo ha defendido, sino que ha instalado o estimulado a las dictaduras más sanguinarias de América.
El miércoles último escuché la conferencia magistral sobre la vida y la obra de Juan Bosch dictada en el Centro Cultural de San Marcos por el doctor Rafael Julián, embajador de la República Dominicana. El diplomático recordó cómo la OEA apoyó en 1965 la invasión de Estados Unidos a su país, que causó miles de muertes.
Antes, en 1962, en la primera elección libre después de cuarenta años, el gran demócrata y escritor Juan Bosch, fundador y jefe del Partido Revolucionario Dominicano, había sido elegido presidente de la República.
Pero a la oligarquía y a su socio mayor, el imperialismo yanqui, Bosch les pareció demasiado reformista y, sobre todo, demasiado amigo de la joven Revolución Cubana. Lo derrocaron.
El de 1965 es sólo un episodio de la trayectoria de la OEA, instrumento de Washington que ahora presenta resquebrajaduras.
Un precursor de ese cambio fue Raúl Porras Barrenechea. El brillante historiador y profesor era, en 1960, ministro de Relaciones Exteriores del Perú. Se hallaba muy enfermo, motivo por el cual despachaba en su domicilio.
En 1960, por instigación de John Foster Dulles, secretario de Estado norteamericano, se convocó una conferencia de cancilleres americanos en Costa Rica. La consigna era precisa: aislar a Cuba y echarla de la OEA.
En la prensa derechista del Perú se barajó la idea de que Porras, tan enfermo, no acudiría a la cita y sería reemplazado por Guillermo Hoyos Osores, quien antes había elogiado el fascismo y era medularmente anticubano.
Pero ¡oh sorpresa! Porras se levantó de su lecho de enfermo, fue a la reunión y se opuso a la separación de Cuba en discurso que debería inspirar a la diplomacia peruana de hoy.
Al retornar al Perú, el oficialismo y la derecha lo aislaron y vejaron. Pero los estudiantes sanmarquinos lo reivindicaron y lo acompañaron a su tumba.
Ahora, en el debate sobre Cuba, el llamado de Porras por la justicia, la tolerancia y la libertad vuelve a vibrar con su verdad y su belleza.
César Lévano
cesar.levano@diariolaprimeraperu.com
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