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16 septiembre 2015

¿Por qué los Estados no tienen que pagar sus deudas?

Portada :: Economía
Aumentar tamaño del texto Disminuir tamaño del texto Partir el texto en columnas Ver como pdf16-09-2015



En este artículo pretendo arrojar un poco de luz sobre un asunto que me parece de central importancia desde una perspectiva poco convencional. Lamento la densidad de esta exposición pero tengo que explicar conceptos muy complejos en muy poco espacio. No sólo analizaré la naturaleza de la deuda pública, la ética de su cobro a toda costa (como se pretende hacer en Grecia), sino también del instrumento que se utiliza para contabilizarla: el dinero. Espero que mis lectores puedan construir desde aquí un discurso empoderador contra dogmas que parecen difíciles de cuestionar, como por ejemplo la sentencia "las deudas hay que pagarlas".
1. Un Estado es un conjunto de individuos, más o menos organizado, que se apropia en exclusiva del ejercicio de la violencia y la coerción en una región determinada. Por supuesto nuestros Estados modernos se dedican a muchas otras cosas como construir infraestructuras, llevar a cabo políticas sociales, subvencionar a ciertos sectores, etc. Pero la primera frase de este párrafo define la actividad esencial del Estado, sin la cual dejaría de ser tal cosa. En los presupuestos generales del Estado español aún constituyen la rúbrica deServicios Públicos Básicos las dotaciones destinadas a cárceles, el aparato judicial, el ejército y la policía. (El sueldo de nuestros representantes democráticos está en un apartado llamado Actuaciones de carácter general y la sanidad en Bienes públicos de carácter preferente). Allá donde el Estado pierde la competencia exclusiva en el uso de la fuerza se dejan de pagar impuestos y obedecer las leyes, pues han aparecido nuevas autoridades que impondrán los suyos propios. El poder, en definitiva, lo tiene el mismo que blande la espada.
2. Los Estados necesitan obtener recursos para sostenerse. El principal medio del que disponen es la confiscación de bienes a los habitantes del territorio que controlan. A este mecanismo lo llamamos impuestos. Los impuestos pueden ser mecanismos de redistribución de la riqueza si son progresivos y se destinan a causas sociales. Aunque durante la mayor parte de la historia no haya sido así.
3. En determinadas etapas de la historia, los impuestos se pagaban mayormente en especie o en períodos de trabajo no remunerado que los súbditos aportaban directamente al Estado. Del mismo modo los integrantes del aparato coercitivo eran recompensados en forma propiedades o derechos. Por ejemplo, en la sociedad medieval europea los campesinos debían dedicar ciertas horas de la jornada o días del mes o la semana a trabajar en los campos de su señor. El señor feudal vivía de los frutos de ese trabajo no remunerado. Cuando tenían que embarcarse en alguna guerra recompensaban a sus leales vasallos (que eran guerreros u otros señores feudales) con parte de sus haciendas, incluyendo en ellas todos los derechos sobre los campesinos que las habitaban. En estas sociedades el dinero no era una mercancía tan habitual como en las sociedades capitalistas actuales. Se utilizaba para comparar contablemente el valor de las cosas, compensar las diferencias de valor de los bienes involucrados en un intercambio u otras funciones que tienen más que ver con la cualidad del dinero como unidad de cuenta, más que como depósito de valor. No había muchas monedas ni cambiaban mucho de manos.
4. Muchos Estados, en algún momento de su historia, necesitaron para sostenerse un flujo de recursos que superaba su capacidad de obtener bienes por la fuerza. Generalmente se trataba de guerras, que requieren movilizar gran cantidad de recursos que no se pueden pagar inmediatamente y abonar la correspondientes soldada a los guerreros de su bando. Se crearon entonces instrumentos financieros para emitir deuda pública. El instrumento más simple y efectivo es acuñar monedas.
5. Al contrario de lo que mucha gente cree las monedas, incluso las más grandes hechas de los más preciosos metales, tenían en general mayor valor nominal que el coste de su fabricación. Esta diferencia se llama señoreaje. Con esto los Estados se enfrentaban a un dilema: ¿Cómo hacer que una simple moneda pudiera emplearse para satisfacer pagos que la superaban en valor?
6. La respuesta no está en utilizar metales preciosos pues de lo que se trata es de que el valor nominal de la moneda supere a su coste de fabricación y al material que incorpora. De hecho las monedas no son valiosas por estar hechas de oro. El oro es valioso porque sirve para fabricar dinero. Es un metal que por sus propiedades físicas y ópticas es fácil de distinguir del resto, fácil de comprobar su pureza, fácil de moldear y romper.
7. Muchas investigaciones sobre la naturaleza del dinero se centran en la necesidad social de establecer una mercancía que por su uniformidad y abundancia sirva como dinero. Pero no se entra con frecuencia en discusiones de por qué se escoge una mercancía en particular o qué mecanismos se emplean para que gran parte de la gente la acepte como pago.
8. Las monedas pueden no tener gran valor en sí mismas. Pero tienen una cara y una cruz. Si tienes una moneda en tu poder sabes que puedes adquirir con ella bienes por el valor que viene en la cruz (siempre mucho mayor que el valor de la propia moneda). De garantizarte que puedas usarla para eso se encarga el que viene en la cara. Si el señor (rara vez señora) o institución que viene en la cara es muy poderoso, muchas personas aceptarán ofrecerte bienes o servicios a cambio de ese pedacito de metal que les vas a entregar.
9. Esta explicación puede no resultar del todo convincente. No hay mucha gente que se haya sentido realmente obligada a aceptar pagos en dinero. Incluso los contrabandistas y los mafiosos intercambian sus mercancías por dinero, aunque se aseguren de que no hay ningún policía cerca que les obligue a aceptarlo.
10. La respuesta nos la da la propia historia. Las grandes emisiones de moneda suelen venir acompañadas de cambios en la política de recaudación que obligan a pagar los impuestos en esas propias monedas. Si el Estado dispone de mecanismos de recaudación eficientes, todo el mundo estará interesado en conseguir monedas para pagar sus impuestos.
11. Cuando se adoptó este cambio de paradigma en la política fiscal en Europa, a finales de la Edad Media, supuso una sacudida en toda la estructura social del continente. Orientó la producción hacia el mercado y destruyó la autosuficiencia de la economía rural. Hizo a las clases bajas menos conscientes de su explotación y sujetó a las mujeres a la convivencia y a la sumisión a un compañero varón que podía acceder a empleos remunerados en dinero. Fue, en definitiva, una extracción de recursos y poder, un saqueo en toda regla perpetrado por los ricos contra los pobres y por los hombres contra las mujeres. Este tema daría para escribir un libro entero, lo dejaremos aquí.
12. El Estado paga al soldado con una moneda. El soldado lo utiliza para comprarse un traje. El sastre compra con ella un ramo de flores. El dueño de la floristería usa la moneda para comprar manzanas. El frutero paga los impuestos con esa moneda. De este modo el frutero ofrece manzanas y no va a la cárcel por evasor fiscal. El dueño de la floristería vende flores y recibe de manzanas. El sastre vende trajes y recibe flores, el soldado lucha en la guerra y recibe trajes y el Estado recibe los servicios de un soldado a cambio de absolutamente nada.
13. Se podrá percatar el lector fácilmente de que este sistema satisface perfectamente las necesidades de los Estados que están en plena expansión territorial. De hecho los grandes imperios fueron también grandes acuñadores de monedas. Se podía financiar mediante la moneda un ejército poderoso antes de lanzarlo a una campaña de saqueo en el exterior. En el saqueo se obtenían bienes que compensaban los costes iniciales del mismo modo que se recupera una inversión. El Imperio Romano conseguía además esclavos que ponía a trabajar en minas de oro, el oro se empleaba para fabricar dinero, el dinero para pagar soldados y los soldados para conseguir más esclavos. Este ciclo se repetía una y otra vez hasta alcanzar el límite de su sostenibilidad y provocar en última instancia la decadencia y finalmente la caída del Imperio.
14. El dinero que utilizamos es, en esencia, títulos de deuda pública que no producen interés. Cada euro en nuestro bolsillo es un euro en bienes que el Estado nunca nos va a devolver (Hace unas décadas el dinero era canjeable por oro o divisas fuertes en los bancos centrales, hoy ya no. Entraremos en este tema más adelante). No obstante, como el Estado nos genera confianza y nos exige el pago de impuestos en euros. Luego todos estamos muy interesados en adquirirlos. Ni siquiera los contrabandistas de los que hablábamos antes se pueden gastar tranquilamente sus pingües beneficios sin levantar las sospechas de Hacienda. Podríamos haber escogido como dinero conchas de animales marinos, cigarrillos o huevos de gallina. Pero como acabamos de ver, es mejor utilizar deuda pública.
15. Puede que lo expuesto hasta el momento no sea suficiente para hacer cambiar de opinión a quienes le dan un carácter preceptivo al axioma "las deudas hay que pagarlas". Aunque es cierto que las cosas no son tan sencillas. En este momento del relato el Estado se enfrenta a dos problemas: 1) Hacer valer su moneda para pagos en regiones que sobre las que no tiene ningún poder 2) Poner un coto a la emisión de moneda, pues el Estado está fuertemente incentivado a utilizarla para pagar sus deudas y un exceso de dinero efectivo puede hacer caer al país en una espiral de inflación catastrófica.
16. El primer problema se solventaba haciendo que las monedas fueran valiosas en sí mismas, utilizando metales preciosos. El sello de la moneda indicaba que una autoridad (independientemente de que gobernara o no la zona) certificaba el peso y la pureza del metal contenido en la moneda. Eso le permitía ser útil en transacciones comerciales incluso muy lejos de la autoridad que las había emitido. Aunque como indicamos en el punto 4, el valor nominal de la moneda solía ser mayor dentro del Estado del que era propia.
17. El segundo problema se resuelve instituyendo una autoridad ajena al Estado en la que este delega todo su poder en política monetaria: el banco central. Esta autoridad podría ser perfectamente una entidad por completo en manos privadas. De hecho el Banco de Inglaterra, uno de los primeros bancos centrales, fue fundado en 1694 entre varios acreedores de la Corona a los que se les concedió control absoluto sobre los balances del Estado a cambio de un préstamo 1.200.000 libras. También se dotó al banco del privilegio exclusivo de emitir billetes que representaban porciones de esa deuda original. Ese millón largo de libras -una cantidad astronómica para la época- está a día de hoy pendiente de devolución. Este dinero se empleó principalmente para construir barcos de guerra.
18. Los bancos centrales además regulan el tipo de interés al que el Estado paga la deuda pública. El banco central compra títulos de deuda pública en el mercado secundario (nunca directamente al Estado) para que el tipo de interés baje o vende los que tiene para que ese tipo de interés suba. Estos títulos de deuda no dejan de ser impuestos que se pagan por adelantado a cambio de un interés y el banco central regula esa tasa indirectamente.
19. Con el tiempo empezó a ser más práctico que el banco central atesorara todo el oro y plata de los que estaban hechas las monedas y fabricar estas de metales más comunes. Las antiguas monedas se gastaban y perdían valor intrínseco y había industrias clandestinas que se dedicaban a recortar el borde y apropiarse del oro obtenido. Para las transacciones internacionales cualquier ciudadano podría ir al banco central de su país, cambiar las monedas o billetes de curso legal por el oro que estas respaldaban, llevarlo a otro país y hacer la operación inversa para comprar bienes locales. Con el tiempo esto tampoco fue necesario. Todos los bancos centrales trasladaron su oro a la cámara acorazada que la Reserva Federal norteamericana tiene en Nueva York y las transacciones se saldaban moviendo lingotes entre armarios asignados a cada país usando un carro neumático.
20. Es posible que los lectores barrunten ya un nuevo medio para que el Estado, una vez más, no pague sus deudas. Como acabamos de ver el tráfico de oro se había vuelto casi una ficción. Lo único que circulaba de verdad eran los billetes y las monedas sin valor intrínseco, supuestamente respaldadas en oro... eso, supuestamente. Los Estados contaban con que no todos los ciudadanos iban a necesitar a la vez hacer efectivo el oro al que tenían derecho. Por tanto podían emitir billetes y monedas no respaldados.
21. Una vez más la violencia. En el año 1971, la administración de Nixon, agobiada por los inmensos costes de la guerra en Vietnam, decide romper con el patrón oro y emitir dinero no respaldado. Los dólares ya no serían canjeables por oro en la Reserva Federal. Se consolida con ello lo que conocemos como dinero fiduciario en el que todo el valor de la moneda se basa en la confianza de quienes la utilizan, nada más. Aunque el sistema de equivalencia entre dinero y oro pueda parecer anecdótica, su fin no fue en absoluto inocuo pues los Estados Unidos necesitaban mecanismos para hacer valer su moneda. En última instancia la desaparición del patrón oro fue una medida que suspendía, echando mano de la autoridad del Gobierno, el pago de la deuda de oro de los Estados Unidos.
22. Muchos países del mundo respaldaban sus monedas en dólares. Si un Estado quería poner en circulación la moneda X la utilizaba para comprar dólares. De este modo se retiraban del mercado dólares y se sustituían por X. Las X estaban respaldadas en dólares y el dólar supuestamente en oro. Estas reservas de divisas son útiles para las transacciones internacionales y para poder devolver créditos contraídos en dólares. Pero si Estados Unidos empieza a emitir dólares y esta moneda pierde valor por ser cada vez más abundante, arrastrarán también hacia abajo el valor de la moneda X. Al país que la utiliza le empezarán a salir cada vez más caras las importaciones y más costoso devolver sus deudas. De este modo Estados Unidos puede poner, virtualmente, impuestos al resto del mundo.
23. Desde la desaparición del patrón oro, EE.UU. ha mantenido un saldo negativo -y decreciente- en su balanza de cuenta corriente. Esto significa que importa más de lo que exporta y la diferencia se sufraga mediante créditos concedidos por extranjeros. Antes necesitaban ser exportadores netos para mantener fuerte su moneda y la correspondencia entre el valor de esta y el oro, ahora ya no. En última instancia lo que han conseguido ha sido que el resto del mundo les entregue bienes y servicios, a cambio ellos le dan unos papeles de color verde impresos con las caras de sus presidentes. Tarde o temprano esos papeles vuelven a EE.UU. en forma de créditos, cerrando el círculo de una deuda que se renueva y crece constantemente sin ningún propósito de ser saldada.
24. Los precios de la mercancía más importante del mundo, el petróleo, se deben negociar y pagar en dólares a los productores. Eso crea una fuerte demanda de dólares en todo el mundo que permite mantener la moneda fuerte. ¿Cómo se consigue eso? Mediante la violencia. En noviembre del año 2000, Sadam Hussein decidió empezar a vender el petróleo de su país a cambio de euros. Esto amenazaba la solvencia del sistema financiero estadounidense. ¡Qué casualidad! poco después se encontraron armas de destrucción masiva en Irak, se lanzaron los tanques contra este país y una de las primeras órdenes que revocó el Gobierno provisional instaurado allí fue la intercambiabilidad de petróleo crudo por euros.
25. Podemos ver ahora con claridad como los EE.UU. han mantenido un elevado nivel de prosperidad basado en la fuerza de su moneda y esta a su vez en un inmenso aparato de apropiación y saqueo. Es casi un super-Estado, que cobra sus propios impuestos al resto del mundo y suspende arbitrariamente el pago de sus deudas. Quizá por esa prosperidad aparentemente inagotable no consideramos alarmante que la administración estadounidense deba el 105 % del PIB del país y sin embargo el endeudamiento del Estado español, del 101 % de su PIB, sea coartada de para las más rigurosas reformas.
26. El primer país que se negó a pagar sus deudas fue Estados Unidos. En 1852 los ciudadanos (libres) del Estado de Louisiana decidieron en referéndum suspender definitivamente el pago de su deuda estatal constituida principalmente por bonos a cincuenta años de titularidad británica. Cuarenta años después los acreedores reclamaron el pago de dicha deuda y el Gobierno Federal confirmó que no podía contravenir una decisión tomada democráticamente por el pueblo norteamericano. El segundo país que se negó a pagar sus deudas fue Rusia tras la revolución de 1917. El tercero fue Alemania tras haber pagado sólo una pequeña parte de las inmensas reparaciones a las que estaba obligada tras las Primera Guerra Mundial.
27. En 1998 fue establecido el Banco Central Europeo, en el que quedaba centralizada la política monetaria de 19 países de la Unión Europea. En 2002 se puso en circulación una nueva moneda, el euro. En general no es recomendable que dos países compartan moneda si sus ciclos económicos no están perfectamente sincronizados: en determinado momento uno podría necesitar una política contractiva de tipos altos de interés para frenar la inflación y el otro la política opuesta. Esto era justamente lo que ocurría en la Unión Europea. Cuando el euro entró en vigor el BCE estableció un tipo de interés bajo para sacar a Alemania de un momento de apuros económicos. No obstante, en España este dinero barato alimentó aún más el despegue de un sobrecalentado mercado inmobiliario. Por si esto fuera poco, la moneda única permitió que Alemania explotara su elevada productividad a expensas de los demás, inundando los países periféricos de la zona euro con productos de alto valor añadido pero baratos en comparación con los de la producción local. Países como Grecia, España, Portugal, etc. no podían competir con la producción alemana de este tipo de artículos, tan intensa en capital, ni con la producción asiática intensa en mano de obra. Incapaces también de protegerse devaluando su moneda por la presencia del euro, se vieron sumergidos en una espiral de salarios bajos, desempleo, migración, crisis económica y deuda insostenible.
28. Si Grecia abandonase el euro estaría recuperando un derecho soberano que tiene como Estado: el de decidir su propia política monetaria, que en última instancia es decidir cómo pagar su deuda o no pagarla en absoluto. Y esta vez la deuda no se utilizará para sufragar un aparato de violencia, opresión y saqueo, sino para pagar hospitales, pensiones y escuelas.
29. "Las deudas hay que pagarlas" es, llanamente, una afirmación falsa, por no decir una mentira mezquina vertida para soslayar el hecho de que existe una relación de fuerza o confianza entre deudores y acreedores que inclina la balanza en favor de unos u otros. Los mismos defensores a ultranza de este dogma suelen poner en juego una perversa contabilidad en la que las deudas que las recientes democracias heredan de los dictadores deben pagarse. Pero los inmensos daños medioambientales perpetrados por las actividades del capital extranjero en países del Tercer Mundo no son deuda. Ni son deuda las promesas electorales que los políticos hacen a los ciudadanos que los eligen, los obedecen y los financian con sus impuestos. ¿Deben pagarse las deudas? Primero debemos preguntarnos: ¿quién debe a quién?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.


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