Las pugnas por redefinir la política educativa son cada vez más evidentes, obligándonos a reflexionar sobre sus objetivos y su futuro. Desde el sexenio pasado se ha impulsado un proyecto que tiene como objetivo central desmantelar el sistema público de la educación, que inició en el siglo XIX, con el triunfo liberal, y que se fortaleció con la revolución mexicana y el artículo tercero constitucional. La meta fue muy sencilla pero vital para la construcción de la Nación: inculcar en la población una serie de valores, símbolos y creencias que sirvieran como núcleo de la identidad nacional pero además conformar un sector de trabajadores de la educación que tuviera la misión de proteger y promover los valores de la educación como un bien público.
En ese sentido, la educación
pública sirvió como punta de lanza para acabar con la hegemonía de la
Iglesia en la educación y para homogeneizar contenidos y fines
educativos. Pero también, su carácter público estuvo y está orientado a
definir la educación pública como una inversión social y no solamente
individual. De otro modo, si la persona invierte recursos para pagarse
una carrera en una institución privada de educación superior, al
terminar sus estudios saldrá a la calle con el deseo de recuperar su
inversión. El compromiso social del egresado del sistema público, se
convierte, en el egresado de una institución privada, en un compromiso
personal para hacer rentable su inversión. Y es así como existe hoy una
visión empresarial del conocimiento, que privilegia el beneficio
personal por encima del social. Ya no se concibe a la educación como un
bien social, público, sino como un bien privado, personal y es imposible
negar que la tendencia neoliberal en la educación se ha ido
fortaleciendo en detrimento de la visión social.
El papel que
ha jugado el neoliberalismo para transformar los valores que impulsan el
proceso educativo en el mundo resulta fundamental para comprender las
presiones y conflictos que enfrenta el sistema educativo y las
perspectivas que se abren hacia el futuro. Aquí es importante insistir
en que las acciones de un sector crítico de maestros de educación básica
de la política educativa del gobierno actual no parece despertar la
solidaridad de otros sectores del gremio, en particular de los
profesores universitarios, que omiten considerar el impacto de la
reforma educativa como una amenaza directa a sus condiciones labores. Si
bien la eventual aprobación de las leyes secundarias -que tienen en la
mira la regulación punitiva del ámbito laboral de los maestros de
educación básica- no parece amenazar los derechos de los profesores
universitarios, sería difícil negar que la ofensiva reformadora actual
es en realidad parte de una proyecto de alcances más amplios, que tarde o
temprano afectará a todo el universo educativo en su conjunto.
El neoliberalismo no es un simple modelo de desarrollo sino una
ideología, que tiene como objetivo modificar los patrones de
pensamiento, la manera de percibir los problemas y el afán por polarizar
el mundo social entre los que están a favor del progreso y los que se
le oponen. El neoliberalismo es, por lo tanto, conjunto de ideas que
promueve intereses específicos y sataniza todo lo que no comulgue con
ella. Es así como su poder no sólo se manifiesta en la manipulación de
las políticas públicas o los principios educativos sino que aspira a
influir en el tejido cultural de las sociedades contemporáneas, como una
plataforma desde la cual puedan ser invadidos todos los campos del
conocimiento humano y poder así tener un mayor control social y poder
imponerse sin necesidad del uso de la fuerza bruta.
“El
neoliberalismo, por lo tanto, más que una doctrina o una simple
colección de medidas económicas, constituye una verdadera corriente
civilizatoria propia del capitalismo en su actual etapa de desarrollo,
es decir, dominado por el capital financiero sustentado sobre la
revolución tecnológica acaecida en la segunda mitad del siglo XX.” [i]
La naturaleza capitalista del neoliberalismo es una tautología pues
para nadie es un secreto que su fin último apunta al aseguramiento de
altas tasas de ganancia para los inversionistas sin importar las
consecuencias sociales que esto pueda provocar. La dinámica neoliberal
aspira a la mercantilización de todas las cosas. Así, el agua, la tierra
y en general todos los bienes que por siglos han sido considerados
públicos son sometidos a la adjudicación de un valor monetario y su
capacidad para producir ganancias. La educación, uno de los bienes
sociales más importantes para el desarrollo de las sociedades
contemporáneas, no ha escapado de este proceso.
En efecto, la
mercantilización de la educación ha tenido como objetivo primordial
transformarla en un buen negocio, aplicando los principios empresariales
y organizándola para producir beneficios privados.
“Bajo la
racionalidad neoliberal… el sistema educativo es analizado en relación a
tres ideas fundamentales: eficiencia, eficacia y calidad, que fueron
originalmente acuñadas por la pedagogía estadunidense del eficientismo
industrial que traslada al campo pedagógico y, en general al de las
ciencias humanas, conceptos empresariales. De esta manera, se vincula
lineal y mecánicamente el sistema educativo con el aparato productivo,
subordinando el primero a los intereses del segundo.” [ii]
Estas ideas fundamentales someten el proceso educativo a la lógica de
una racionalización del gasto, lo que se traduce en una pauperización de
los salarios de los profesores, la reducción de las contrataciones de
tiempo completo y el aumento de profesores contratados por horas, de
manera esporádica y el fin de la educación gratuita. Asimismo, la
educación debe subordinarse a las necesidades de la oferta laboral, por
lo que campos de conocimiento como el de las ciencias sociales o las
humanidades se está reduciendo en favor de una educación profundamente
especializada y técnica, que impulse el desarrollo económico y coloque
en segundo plano el desarrollo del pensamiento libre y autónomo. Pero la
idea de la calidad es la que más ha influido en los procesos
educativos, sobre todo para descalificar a la educación pública y
ponerla como ejemplo negativo. En todo caso la idea de calidad no
representa más que la conversión de la educación en mercancía,
definiendo al estudiante como un consumidor preocupado por la relación
costo beneficio.
“Esto generará dinámicas específicas al
interior de la institución universitaria. Por un lado, la venta de
servicios reconfigurará: 1) el perfil socio-económico del estudiantado
en los programas en los cuales se debe pagar; 2) la oferta académica
porque, paulatinamente, se irán privilegiando aquellos programas que son
"rentables", es decir, que dejan buenos dividendos económicos. Estos
aspectos remodelarán a la universidad.” [iii]
Por lo demás, los trabajadores académicos se verán constreñidos a una
dinámica que reproduce el trabajo en las maquiladoras y el trabajo
informal, lo que representa una fuerte contradicción en el discurso
privatizador, pues la falta de seguridad laboral de los académicos
impactará en su nivel de compromiso y por lo tanto con el nivel de
calidad de la educación que imparten. Al verse obligado a tener otros
ingresos para completar los que provienen de su labor docente, el
profesor no podrá preparar sus clases, colaborar en cuerpos colegiados y
evaluar de cerca el rendimiento de los estudiantes. Mucho menos de
poder realizar investigación básica o aplicada, lo que redundaría en un
mayor nivel de titulación, objetivo medular de la educación
universitaria y talón de Aquiles de las universidades mexicanas,
públicas y privadas. Este hecho es hoy por hoy una realidad y factor
determinante para comprender la crisis del sistema educativo.
Asimismo, las políticas neoliberales le han dado una enorme fuerza de
gestión y de control a la burocracia educativa, que con el argumento de
mantener la calidad en la educación se ha convertido en el factor real
de poder en el interior de los centros escolares, no sólo por su control
sobre el presupuesto sino por ser el intermediario entre la comunidad y
los órganos evaluadores externos, que definen en buena medida el nivel
de recursos que recibirán para llevar a cabo sus labores sustantivas.
Como la espada de Damocles, los órganos evaluadores y la burocracia
magisterial penden encima de la cabeza de los maestros con la finalidad
de someterla a la lógica mercantil. Dichos agentes han sido los
principales ejecutores de las políticas neoliberales en la educación y
no se ve para cuando puedan dejar de serlo. Su celo mercantilista es hoy
por hoy un fuerte obstáculo para contrarrestar dicha tendencia.
Dada la correlación de fuerzas actual difícilmente la comunidad de
maestros podrá por sí misma hacer frente al reto de combatir la
mercantilización de la educación superior. Será necesario involucrar a
amplios sectores sociales con el argumento de que la educación es un
bien social y que por lo tanto, su defensa es responsabilidad de la
sociedad en su conjunto. De otro modo, parecerá más bien que los
trabajadores académicos que critican la mercantilización de la
educación, están simplemente tratando de salvar sus propios intereses.
La lucha por la defensa del derecho al trabajo, impulsada en estos días
por los trabajadores de la educación, ha sido mostrada por los medios de
comunicación, por el propio estado y por buena parte de la opinión
pública, como una lucha por el mantenimiento de privilegios, por una
negación a las supuesta virtudes de la evaluación externa para promover
una educación de calidad. En la medida en que los maestros, que hoy
presionan al congreso para impedir la aprobación de leyes secundarias
que materialicen el espíritu privatizador de la reciente reforma
constitucional en materia de educación, difundan la idea de que lo que
se defiende es un bien público, probablemente podrá enfrentar la
ofensiva neoliberal con mayor fuerza.
“… la controversia hoy
pasa también por reconocer que dejar a la educación a merced de las
fuerzas del mercado implica desconocer que esta es un derecho reconocido
por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Este debate se
centra, de igual modo, en aceptar la importancia que la educación tiene y
debe tener para el desarrollo de las sociedades. En este entendido, y a
juzgar por lo que se comienza a ver, esta Macdonalización parece
suponer que la investigación está motivada no por lo que conviene al
bien común sino por lo que las grandes empresas consideran lucrativo.” [iv]
Por todo lo anterior, la defensa de la educación como un bien público
constituye una táctica que puede aglutinar fuerzas diversas para
enfrentar al neoliberalismo. La táctica entonces es fortalecer la
crítica permanente y sistemática de la ideología neoliberal, exponiendo
sus contradicciones y los intereses que la animan, evitando así que se
afiance en la mentalidad nacional y se convierta en dogma. El papel de
los trabajadores académicos, independientemente del nivel educativo en
el que se desempeñen, es clave para frenar la tendencia a incorporar
plenamente la dinámica mercantil los procesos educativos. De otro modo,
abandonar a sus suerte a los maestros de educación básica facilita
enormemente la imposición del proyecto educativo neoliberal. Lo que está
en juego, insisto, es el sistema en su conjunto y no sólo el nivel
básico. Ignorarlo parece ser una explicación plausible para comprender
la pasividad del resto del universo magisterial frente a las
acciones de repudio por parte de los maestros clasistas que hoy se
movilizan en la capital del país.
Notas
[i] Cuevas Molina, Rafael. Universidad, cultura y democracia en América Latina: La era neoliberal http://www.rebelion.org/ noticia.php?id=82625.
[ii] Ibídem.
[iii] Ibídem.
[iv] Ibídem.
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