No es un misterio que el Estado
despliega una serie de mecanismos represivos y de control social para mantener
el establishment. Una de sus formas es la Inteligencia, aspecto que en guerras
y conflictos modernos se vuelve clave para adelantarse a los movimientos y
planes del enemigo. Recopilan información y la evalúan. Sistematizan las
fuerzas y clasifican a los eventuales sujetos y/o grupos peligrosos, violando
“su” misma legalidad burguesa, derechos civiles y garantías individuales, del
mero seguimiento o monitoreo se llega al amedrentamiento. La Inteligencia
policial y militar trabaja 24 horas al día para garantizar la “democracia” que
“tanto les costó recuperar” en nuestro país, condición para que entre otras cosas, estas
tierras siga siendo fecunda para la inversión transnacional y la explotación
humana y de nuestros recursos naturales. Basados en el precepto del monopolio
de la violencia y del estado de derecho, el Estado a través de sus fuerzas vela
por contener la movilización social, ya que desde un paradigma neofascista se
observa como peligroso no sólo por las implicancias económicas, sino porque
revelaría las fisuras del ‘espíritu’ nacional, develando las diferencias de
clases y sus contradicciones. Esto último se derrumba como un castillo de arena
ya que la mera existencia de estas “fuerzas de Inteligencia” ratifica que el
Estado y su publicitario imaginario que repite desde el presidente hacia abajo,
que todos somos ciuddanos, como una
gran comunidad de “hermanos” y que resolvemos nuestras diferencias de manera
pacífica y democrática es una falacia. Ellos saben que esto es una guerra. ¿La
sociedad civil se percatará de esta guerra soterrada, donde ya existen muertos,
heridos torturados, infiltración, delación, ataque, defensa y repliegue?
Actualmente se está configurando un nuevo escenario represivo, donde si bien se
continúan con algunos rasgos de la metodología represiva del siglo XX, observamos
nuevas prácticas que violan derechos y evidencia la desesperación del Estado
por la progresiva y firme movilización social.
La contrainsurgencia mutara de las
antiguas golpizas a los viejos dirigentes sindicales en los años 20’ y 30’, propinadas
por matones a sueldo de los patrones, a una muy bien elaborada Doctrina de
Seguridad Nacional y al terrorismo de Estado, muy conocido en América Latina,
materializada por las fuerzas armadas, a sueldo eso sí, de naciones enteras. El
comunismo, en ese contexto, se visualizaba como desintegrador de los Estados
nacionales, por tanto todo individuo que adscribiera al marxismo, o fuera
cercano a las ideas de izquierda era visto como un enemigo interno, un traidor,
un antipatriota, un subversivo, por tanto, no era ni patriota, ni peruano, era
comunista, negándoles inclusive su humanidad, lo que a su vez permitía
justificar y extremar los mecanismos represivos, violando derechos humanos
recientemente establecidos en la comunidad internacional.
Recogiendo información de las
experiencias del imperialismo francés que tuvo que retirarse de la indochina y
de Argelia, y su posicionamiento geopolítico de “Defensa Hemisférica” frente a
la amenaza del “marxismo internacional”, Estados Unidos le dio cuerpo metodológico
a la represión y lo institucionalizó. Surgiendo incluso una escuela, la Escuela de las Américas, situada primero
en Panamá y actualmente en Estados Unidos, fue un lugar donde la oficialidad de
las fuerzas armadas del continente realizaba cursos donde se adiestraba a los
militares en tareas represivas, como la tortura, infiltración y asesinato.
Desde los 60’, con un cuerpo
teórico, con experiencias previas, una escuela y los ejecutores entrenados, una
trama de sangre y fuego teñirá de rojo nuestra región, con un final trágico y
archirreconocido: Terrorismo de Estado y Genocidio.
¿Cuál es el nuevo escenario? ¿Cuál
es la nueva metodología? En la actualidad ya no existen los importantes
aparatos o estructuras político-militares de Izquierda, esos cuadros
profesionales entrenados en algún país del bloque socialista y que se foguearon
en Centroamérica, es una imagen del pasado, un mito heroico que algunos miran
por el retrovisor de la historia y señalan que “todo tiempo pasado fue mejor”.
La Izquierda atomizada y fragmentada se enfrenta a un contexto particular de
reactivación de algunos movimientos sociales, donde quizás en el más
significativo, el movimiento sindical de los maestros , en que poco y nada ha influido la
Izquierda de manera directa. Ante la debilidad se apuesta desde algunos sectores
a la movilización de masas; copando espacios públicos, paros y tomas, con
ocasionales enfrentamientos con la policia nacional ; son los focos de violencia
política más comunes. Los manifestantes dirigen su accionar hacia la estética
de la ciudad burguesa, los símbolos de poder económico y contra las fuerzas
especiales.
La represión masiva básicamente tiende
a ser de la siguiente manera: Limitar el avance de las marchas por las avenidas
principales, alejarlas de los edificios estatales y de los barrios
residenciales acomodados. Su mera presencia con todo el poder de fuego que eso
implica tiende a provocar, a intimidar, antes que disuadir. Mantienen una
distancia cercana, carros policiales, lanza aguas, lanza gases, fuerzas
especiales cada vez con mayores implementos técnicos pretenden intimidar y
provocar. Repetimos, una acción disuasiva enfocada a los grupos que
violentamente actúan está lejos de la realidad, los disparos con balines de
pintura o acero, el chorro del carro del guanaco
y el gaseo del zorrillo pueden ser
muchas cosas, pero focalizados en su accionar no lo son. Piedras y botellas no
se comparan con toda la caballería blindada y el poder represivo a cargo de las
fuerzas especiales, en suma, es totalmente desproporcionado. Más que de
defensa, pareciera de ataque. Casi las mismas formas represivas del pasado
revestidas de modernidad.
El marco donde se desarrolla esta
batalla desigual tiende a ser llevada en campos abiertos, en el centro
capitalino. Grandes avenidas y parques, donde la visión de las fuerzas
represivas es mayor, y donde el choque militarizado, al estilo hoplita tiene
mayor eficacia. Y si a eso le agregamos el carácter panóptico que está tomando
el centro de la capital, donde estamos rodeados de cámaras de seguridad, con
vigías en las alturas de los edificios que informan al comando central donde
dirigir o replegar las fuerzas, el panorama es bastante poco auspicioso. En las
encerronas fácilmente capturan a una gran cantidad de manifestantes, muchos de
los cuales se ven envueltos fortuitamente en ese escenario quijotesco y
terminan siendo subidos al bus policial, más conocido como ‘carnicero’, golpeados,
manoseados y gaseados a poca distancia.
Reglón aparte es la labor de la
Inteligencia, que no sólo graba y fotografía a los manifestantes sin criterio,
todos por igual terminan en los archivos policiales. Inserta miembros en las
marchas, en asambleas y como hace poco nos enteramos con estupor en colectivos
de fotógrafos. Miles de fojas policiales con fotografías tienen un denominador
común, todos son sospechosos de ser el enemigo. Buscando generar desconfianza y
desazón en diferentes espacios, y por sobre todo miedo. ¿Quién podría poner en
duda que esa primera piedra no la lanzó un infiltrado para justificar la
represión masiva?
En lo
individual, ¿A quién se reprime? Aquí nos encontramos con una particularidad de
estos tiempos, los muertos de nuestra democracia y los torturados no son los
grandes dirigentes del pasado. Son anónimos para la política nacional. Si vemos
uno de los casos más grotescos de esta última huelga donde maestros que se moviliza
decididamente por la demanda de ‘Educación Gratuita’, que no pertenece a
partidos políticos y que para las formas anquilosadas no es nadie importante,
pero en el nuevo escenario de reconfiguración, él es representativo de los
miles que salimos a las calles. Somos los mismos que estamos en esa primera
fila, de esa lucha desigual frente a un enemigo superior. Somos los que no tienemos
nada que perder, porque nuestro futuro depende de nuestra estabilidad laboral que hoy nos arrebatan prepotentemente.
Creo que es necesario hacer pública
y denunciar esta situación, el peligro que los cadáveres se comiencen a apilar
en las veredas como en comienzos de los 90’ no es una exageración.
Secuestrar a un menor de edad, torturarlo,
amenazarlo de muerte y obligarlo a abrir su Facebook para que señale a sus contactos
y compañeros es grave e impresentable. El método del SIN, que casualmente
rima con DINI, no está lejos de la ficción. Si antes en dictadura sacaban a los
prisioneros horas en automóvil para que delataran a sus compañeros, ahora lo
hacen adecuándose al mundo contemporáneo, donde como sabemos, las redes
sociales juegan un papel fundamental para convocar y aglutinar a los
manifestantes. Pareciera que la Inteligencia estuviese desesperada, que no
logra comprender que los maestros no tienen una estructura jerárquica, vertical,
que no es el centralismo democrático que prima en las relaciones orgánicas y
políticos, encolerizados no pueden entender que las lógicas de esta generación
es distinta. Mientras se esmeran en configurar asociaciones ilícitas,
organigramas, la movilización basada en la lateralidad política y la
horizontalidad orgánica, en diáspora por el territorio continúa brotando como
un germen.
A la movilización social
difícilmente la podrán detener estos nefastos mecanismos represivos, obsoletos
y bestiales. Generaran lo contrario, fortalecerá la convicción, se ampliará el respaldo
y posiblemente imprima mayor radicalidad. los sute bases de los maestros de la regiones, cada vez son más difíciles de amedrentar, ganan apoyo
y muchas de las articulaciones existentes comienzan solidarizando luego de una
arremetida represiva. Para que todo esto pare no sólo tendrán que apresar a los
dirigentes o voceros, tendrán que meternos a todos en las mazmorras. Estas
nuevas y viejas prácticas no develan nuestro miedo, sino el de ellos, los
poderosos, que no pueden comprender que somos la generación que lo perdió y que
vamos por todo.
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