En los últimos
meses se ha puesto en cuestionamiento la "meritocracia" impulsada por el
gobierno como bandera de eficiencia y adecuada selección de los
funcionarios públicos. El discurso se ha venido abajo tras hacerse
pública la existencia de funcionarios del más alto nivel con
titulaciones falsas, denuncias de concursos amañados y otras. Pero esa
es la punta de un ovillo de una filosofía antidemocrática que esconde
intereses clasistas que deben ser identificados.
Desde el
gobierno de la autollamada "revolución ciudadana", la meritocracia ha
sido promovida tanto a través de una nueva oficina pública (el Instituto
Nacional de la Meritocracia), cuanto por concursos dudosos y
evaluaciones homogenizadas, las que por su naturaleza, desconocen los
fenómenos sociales vinculados con esos resultados haciendo que, por lo
general, la supuesta búsqueda de los que tienen "meritos" se convierta
en un mecanismo de segregación contraria a la democracia. Desde lo
general y desde particularidades como la educativa, el discurso de la
meritocracia aparece comúnmente positivo porque ofrece un gobierno de
los que tienen méritos para ello, pero la práctica en una sociedad
injusta y de clases solo profundiza las diferencias sociales.
La melancolía de los "aristócratas"
El origen etimológico de la palabra meritocracia (del latín "mereo":
merecer, obtener), permite un acercamiento al término, que habla del
"gobierno de quienes lo merecen", algo muy distinto al sentido mínimo,
aunque imposible en el capitalismo, de democracia que se entiende como
"gobierno del pueblo". Pero la diferencia no es solo lingüística, como
veremos más adelante, sino que presenta una serie más alta de
oposiciones que demuestran que la meritocracia no es democracia.
Ya en la antigua Grecia se presentó algo similar: la "aristocracia",
que se suponía el "gobierno de los mejores". Tanto en el esclavismo,
como en las colonias invadidas por ejércitos más fuertes o en las
monarquías, siempre desde el poder se autocalificaron como "los mejores"
para gobernar y ello se pretendió que era indiscutible porque provenía
de un designio divino, la superioridad racial, la superioridad de
género, títulos nobiliarios o cualquier otra artimaña ideológica. Más
adelante, se dirá que es una cuestión de diplomas obtenidos en
universidades a las que llegan pocos, o cualquier otro argumento para
separar a los gobernantes del "vulgo" o pueblo que, según ellos, no está
preparado para gobernar. La verdad es que los "preparados para
gobernar" han causado desastres nacionales (recuérdese el gobierno de
Mahuad, como ejemplo) e internacionales desde los organismos que
gestionan la economía mundial como el FMI, repletas de PhD y doctores, y
ya sabemos el resultado de su política. Con ello no se quiere decir que
cualquiera debe ocupar cualquier cargo y que la preparación académica
no sea importante, sino que no es suficiente e incluso secundaria ante
la posición política y la concepción que impulsa a esos funcionarios o
expertos.
Ese argumento de "los mejores" sirvió a la oligarquía
ecuatoriana para impedir al inicio de la República la participación
política de la inmensa mayoría, pues se otorgaba la ciudadanía solo a
los varones, católicos, que sabían leer y escribir y que tenían
importantes posesiones (lo que se refería en los hechos casi
exclusivamente a los criollos o descendientes de españoles), porque se
asumía que eran los únicos con capacidad para gobernar. Distintas luchas
verdaderamente democráticas dieron paso al reconocimiento de la
ciudadanía de las mujeres a inicios del siglo XX, de los analfabetos en
1978 y de niños y niñas en 1998. En esas luchas por la democracia, esta
se buscaba rompiendo mecanismos que justificaban el gobierno de pocos,
pero ahora los que tienen melancolía de "aristócratas" están dando pasos
atrás hacia el "gobierno de los meritorios" y no del pueblo.
La creación de un círculo de aristócratas al que nadie puede entrar sin
aceptación de quienes están ya en ese círculo, recuerda a aquellos que
para ser parte de la nobleza tenían que comprar costosos títulos de
Conde o afines a más de renunciar a su pasado social y étnico, para
asumir todos los modos de ser de expresarse de los aristócratas. Algunos
lectores ya estarán pensando que ahora se trata de títulos de costosas
universidades, pero ello solo es lo más visible. Recuérdese que entre
tener el título y tener la aceptación hay una distancia que no se
resolvía para los "nuevos nobles" y los "nuevos ricos" sino tras muchos
años, servicios prestados y pruebas de actuar como los "nobles de
alcurnia".
Meritocracia para el gobierno y no para el poder
Una sociedad de clases, como lo es la capitalista, implica que el poder
económico, social, político, militar e ideológico está en las manos de
la clase dominante. Los poderes fácticos, como el económico y el
ideológico (que incluye los medios de comunicación), no requieren de
procesos democráticos de elección sino haber acumulado grandes riquezas,
generalmente sin importar la manera en las que se las obtuvo. En el
caso ecuatoriano, muy pocos se atreverían a decir que los más grandes
millonarios tienen el mérito de ser los más inteligentes, los más
trabajadores o los más estudiados. Tal vez, se diría que son los más
ambiciosos o los más audaces, ubicando los "meritos" compartidos lejos
de los títulos universitarios y ligándolos con la pertenencia de clase
que crea un entorno en el que todo se les facilita.
El poder
real, entonces, está lejos de la meritocracia que si se plantea para
sectores de los funcionarios que administrarán el Estado. En el siglo II
antes de Cristo, durante la Dinastía Han de China se habrían tomado los
primeros exámenes para ser miembro de la burocracia[1]. También
Genghis Khan, el emperador mongol seleccionaría a sus generales con base
a pruebas y el sistema sería usado por Inglaterra en su colonización de
la India. Ejemplos, entre tantos, que trataba de seleccionar a los
mejores para conquistar y aplastar a los pueblos, los mejores perros
guardianes de los intereses del amo, los administradores eficaces y
eficientes, pero que fortalezcan el poder y no lo pongan en duda.
La meritocracia en una sociedad de clases, por tanto, está en función
de sostener y fortalecer ese poder, no de cuestionarlo. Su promesa es la
posibilidad de ascender socialmente por méritos y no por condiciones
como la herencia, etnia o el género, lo que significa que no se busca
eliminar las diferentes jerarquías sociales, sino plantear una nueva
forma de acceder a ellas. "El mérito no es un valor comprometido con
la igualdad, sino con la eficiencia o con la diferenciación, de modo que
confiar la construcción de una sociedad más igual al principio del
mérito puede debilitar, en vez de fortalecer, esa construcción. Si
queremos fomentar una sociedad más justa e igualitaria, deberíamos
subordinar el principio del mérito a la igualdad, y no al revés. Es la
única forma de que el mérito no agudice la brecha cada día más abierta
de la desigualdad."[2]
El uso moderno del término
Se suele identificar como primera referencia moderna al término meritocracia al libro "Rise of the Meritocracy (1870-2033): An Essay on Education and Equality" de Michael Young (1958), novela que pretendía alertar sobre ese nuevo poder. Cuarenta años más tarde, escribe un corto texto "Abajo con la meritocracia" del cual vale extraer una larga reseña, recomendando su lectura completa [3]:
"… Tiene
todo el sentido nombrar a personas concretas para realizar trabajos en
función de sus méritos. No podemos decir lo mismo cuando quienes son
juzgados por sus méritos del tipo que sea ascienden a una Nueva Clase
social sin dejar sitio para otros.
Las habilidades de
tipo convencional, que solían estar distribuidas entre clases de forma
más o menos aleatoria, se han venido concentrado en una sola clase
gracias a la maquinaria educativa.
… Con una increíble
batería de certificados y titulaciones a su disposición, el sistema
educativo ha dictado aprobación para una minoría, y un suspenso para una
mayoría que no consigue brillar desde el momento en que son relegados
al fondo del sistema de graduación a la edad de siete años o antes. Esta
Nueva Clase tiene todo los medios a su alcance, y en gran parte bajo su
control, por la que se reproduce a sí misma.
Mis
predicciones más controvertidas y la subsiguiente advertencia se
fundaban en un análisis histórico. Pensé que las clases más pobres y los
más desaventajados serían doblemente marginalizados, lo que de hecho ha
ocurrido. Al ser marcados desde la escuela son más vulnerables para más
tarde formar parte del "ejército de reserva" que es el desempleo.
… Mediante la selección que opera el sistema educativo las clases bajas
han perdido a muchos de los que debieran haber sido sus líderes
naturales, de portavoces de la clase trabajadora que se continuaran
identificando con la clase de la que procedían."
Sin duda
son muchos los que sin leer el libro de Young usan la palabra
meritocracia. Pero como se ve, el autor rechaza a esta nueva "clase"
(que en realidad no es más que un tipo de administradores de los
intereses de las clases dominantes propias del capitalismo) porque son
lo opuesto a la democracia y separa más a las personas destinadas a ser
"ganadoras" y a las destinadas a ser "perdedoras" en la supervivencia
social.
Quién selecciona los requisitos que se elevan a la consideración de méritos
Pasar a una selección de funcionarios por el nivel de sus méritos, es
sin duda mucho mejor a que ello sea un asunto de herencia, etnia, género
o simplemente el poder económico. Pero cabe preguntarse: ¿Quién decide
cuáles son los méritos y para que objetivos?, porque eso será
determinante. Por ejemplo, para crear un nuevo cuerpo de policías, los
méritos serán muy distintos si se los quiere para reprimir al pueblo que
si se los quiere como fuerza civil que lo defienda.
Lo que
sucede, entonces, es que bajo el nombre de meritocracia se termina
seleccionando a los que cumplen determinados requisitos considerados
como mérito, aunque la distancia entre requisito y mérito puede ser muy
grande.
Un ejemplo dramático lo hemos vivido en el Ecuador de
estos años cuando se impuso que el ingreso a colegios de tradicional
prestigio se realizaría en función de las calificaciones de los
aspirantes, dando prioridad a los de 20 puntos, luego a los de 19 y así
sucesivamente. Este requisito se propuso como mérito pero lo que se hizo
es segregar y menospreciar a estudiantes que tuviesen 16 o 15 puntos,
sin considerar que muchos alcanzaban esas calificaciones a pesar de que a
su corta edad también trabajaban, cuidaban a sus hermanos menores o
cumplían responsabilidades de adultos. Este sobre esfuerzo no es un
mérito para los tecnócratas del Ministerio de Educación que se enfocan
solo en la calificación, apenas uno de los resultados finales del
proceso educativo.
Cuando los estudiantes nombran a sus
representantes y presidentes de curso, no lo hacen considerando en
primer lugar las calificaciones como ahora exige la Ley de Educación
Superior; igual sucede al nombrar a los dirigentes barriales, sindicales
o de las comunas. La historia personal de lucha y consecuencia pesan
más y, dado que todo cambia, las dirigencias tampoco pueden ser eternas.
Así, podríamos decir que lo que prima son sentidos de lealtad y
necesidad, de cuales circunstancias llevan a que alguien sea el más
indicado para la dirección en ese momento, sin que eso signifique que
sea el mejor frente a los demás.
Entonces, el mérito o más
precisamente el requisito a considerar, es seleccionado por quien tiene
el poder para hacerlo. Y lógicamente lo hace desde su propia experiencia
vital y perspectiva ideológica.
Son los intereses de las
clases dominantes los que dominan el ejercicio de selección humana que
se plantea como meritocracia, por encima del discurso que supone una
inexistente igualdad. Con el requisito de las titulaciones académicas,
siempre positivas pero si se las mira al margen de la realidad concreta,
se puede fácilmente olvidar otros méritos y consideraciones, entre los
cuales está la experiencia y el conocimiento de la realidad. Cuando se
despidió masivamente a funcionarios del Ministerio del Ambiente bajo la
fórmula de "renuncias obligatorias", una funcionaria me lo dijo en estas
palabras: "Han expulsado a los que saben y nos llenaron de jóvenes con
un montón de títulos". Así como se escoge unos requisitos, hay otros que
voluntariamente se dejan de lado y, por ejemplo, la experiencia como
proceso continuo de aprendizaje, deja de ser un mérito.
Esta
selección de qué requisitos se piden y cuáles se excluyen, generalmente
es ya una trampa intencional. No faltan contrataciones en las que esto
sirve para nombrar a quien fue seleccionado antes de cualquier concurso,
redactando el perfil del puesto de acuerdo a su hoja de vida.
Finalmente, hay que considerar que lo que es mérito para una actividad,
deja de serlo para otra. Por ejemplo, una actitud humanitaria es
deseable para los trabajadores de la salud, pero en un Estado
autoritario esa actitud será indeseable en los cuerpos represivos,
característica que en el autoritarismo es fundamental para los
organismos de seguridad del Estado.
Meritocracia y el darwinismo social
El darwinismo social pretendió trasladar principios de la evolución
natural al campo de la sociedad, error de todo tipo de mecanicismo que
ha sido denunciado por las ciencias sociales. Sin embargo, se continúa
difundiéndolo como un justificativo de la injusticia social y poniendo
en los hombres de los oprimidos la responsabilidad de su situación. Como
lo explica Ángel Puyol": "No hay más igualdad social en la
meritocracia que la que había en cualquier otra concepción jerárquica de
la sociedad. Lo que ha cambiado es el modo de justificar las
diferencias sociales: ahora es el mérito individual, una combinación de
talento y esfuerzo, lo que dota de legitimidad al acceso a la
desigualdad".[4]
Los darwinistas sociales, dirán que
"el más apto sobrevive" y asumirán que "cada uno tiene lo que se
merece" en una competencia entre "ganadores" y "perdedores". Pero los
ganadores son los que ocupaban ya estratos altos de la sociedad y que no
necesariamente demuestran "merecer" su holgura económica y su posición
de poder. Los integrados y los que están a gusto con el estado de cosas,
creen que reciben lo justo, lo que corresponde a sus méritos, como una
justa gratificación. En consecuencia, los desposeídos reciben también lo
que se merecen.[5]
Desde la India, donde la división de
castas está prohibida pero se mantienen en los hechos, la experiencia de
la meritocracia en el marco de las diferencias sociales, ha sido
también denunciada por sus resultados:
"El lenguaje de la
meritocracia se ha extendido en todo el mundo junto con el
capitalismo
competitivo que lo dio a luz. Por otra parte, en las conclusiones de
este trabajo volvemos a la pregunta de cómo es el mérito producido en el
primer lugar. La distribución de las credenciales, especialmente en la
forma de educación, no es solo una función del talento individual.
Refleja también el diferencial de la inversión en las escuelas públicas,
salud, nutrición, etc. La discriminación institucional de este tipo
crea millones de indios de castas bajas para una vida de pobreza y
desventajas. Siempre y cuando el campo de juego esté inclinado, no puede
haber verdadero sentido de meritocracia concebida como una justa".[6]
La relación entre meritocracia y competitividad está presente
continuamente. Cuando se piensa en educación, aquí se presenta una
contradicción irresoluble entre educar para la solidaridad, que en el
ejemplo de los andinistas prefiere esperar al compañero para llegar
juntos a la cumbre, o educar para la competitividad que supone, bajo el
ejemplo del mercado, que el pez grande se come al más chico. Una
meritocracia que olvida los aspectos sociales, miente pretendiendo que
hay una competencia en igualdad de condiciones, solo impulsa la
competitividad individual, dejando la solidaridad de lado como una
actitud que impide ocupar un puesto entre los "ganadores".
¿Es
democrática una sociedad de "perdedores" y "ganadores"? Absolutamente no
y menos lo es cuando esta clasificación se presenta como condición
vital y permanente. Tampoco cuando justifica las disparidades sociales
y, bajo la presunción de que "cada quién tiene lo que se merece",
ocultando las raíces de la desigualdad y justificando la injusticia
social. Por ello, los mecanismos instaurados por el gobierno son
opuestos a la democracia y forman parte de un cuerpo doctrinario que
nada tiene que ver con revolución alguna, sino con la pretensión de
perpetuar el capitalismo, modernizándolo.
Notas:
[1] Casey, Wilson (2009). Firsts: Origins of Everyday Things That Changed the World. Penguin USA.
[2] Puyol González, Ángel (2007). "Filosofía del Mérito", en:
Contrastes, Revista Internacional de Filosofía, Volumen XII (2007) •
ISSN: 1136-4076. Universidad de Málaga.
[4]
Puyol González, Ángel (2007). "Filosofía del Mérito", en: Contrastes,
Revista Internacional de Filosofía, Volumen XII (2007) • ISSN:
1136-4076. Universidad de Málaga.
[5] BARBOSA, L Igualdade e meritocracia: A etica do desempenho nas sociedades modernas, Río de
Janeiro. Ed. Fundacao Getulio Vargas, 1999.
[6] Surinder S. Jodhka and Katherine S. Newman (2009). In the Name of
Globalization: Meritocracy, Productivity and the Hidden Language of
Caste. Indian Institute of Dalit Studies. Working Paper Series Vol. III
No. 3, New Delhi.
Edgar Isch L., antropólogo y pedagogo ecuatoriano, fue Ministro de Ambiente de Ecuador
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