El famoso pacto San José-Tegucigalpa ha traído mucha incertidumbre. Al mismo tiempo ha servido para que algunos elementos en la izquierda traten de hacer el juego a las oligarquías continentales, presionando con sus argumentos una división en el heterogéneo movimiento popular hondureño. Nótese que utilizo “movimiento social” como una expresión genérica que se refiere a todas las fuerzas aglutinadas en resistencia.
La derecha misma ha intensificado esta campaña de dudas y drama. Algunos congresistas dicen que no restituyen al presidente Zelaya. Hablan de la legalidad o no en este acto, como si la destitución que aprobaron el 28 de junio hubiera sido un acto apegado a las obsoletas leyes que existen en Honduras.
Hemos podido identificar una línea de pensamiento que busca presentar al presidente Zelaya como un traidor, y a la dirigencia como torpe y servil frente a los intereses de éste. Se ha llegado a afirmar que la dirigencia no ha estado a nivel de las circunstancias, y le adjudican un radicalismo a las masas en resistencia que no ha existido.
Podemos identificar en esto una óptica contrarrevolucionaria que ahora pretende decir “nosotros lo hubiéramos hecho mejor”. Sin embargo, no podemos afirmar que todos los escritos en esta dirección han sido hecho de mala fe; seguramente muchas personas habrían preferido ver una dirigencia más agresiva y al presidente tomar maletas e ir a las montañas a liderar una revolución armada. Aquí se nota que el dogmatismo es mal consejero frente a momentos históricos como el presente.
El movimiento de resistencia hondureño se fortalece durante cuatro meses de lucha; pero no es cierto que al momento del golpe la movilización popular fuera inexistente, como han afirmado muchos. Aquí se trata de ignorar el hecho de que esto es la expresión clara de la exacerbación de las contradicciones entre la clase dominante y la masa sometida a sus designios.
La lucha de clases no aparece súbitamente en nuestro país como si fuera el “chupa cabras” u otro fenómeno ajeno a las sociedades. Por el contrario, durante 500 años se han presentado formas claras de una disputa antagónica entre los que controlan los medios de producción y los que tienen que vender su fuerza de trabajo para vivir.
Si se viaja a las áreas campesinas más pobres del occidente o a las comunidades pesqueras del golfo de Fonseca, se encontraran aún relaciones de producción claramente feudales donde hay un señor que alquila o presta su tierra a cambio de parte del resultado de la faena del siervo.
Siguiendo con la travesía encontrará una relación productiva capitalista basada en la explotación industrial, esto en el norte del país. A esta zona, la oligarquía le dice “el motor del progreso”, porque es donde se define mejor su estructura de explotación de la mano de obra asalariada; donde se produce plusvalía, donde el trabajo obrero transforma la materia: Aquí están las maquilas.
Hay un apartado interesante en el sector agroexportador donde los patrones comprometen toda su producción en mercados estadounidenses por años, como en el caso del café, los camarones, los melones, las sandias, la tilapia, el rambután, la palma africana, todos cultivos que cumplen con el axioma de que a más producción más pobre es la gente que trabaja en esas actividades.
Qué podemos decir de el desempleo o el subempleo que se generan a través de la mal llamada ”economía informal”, en la que se pone en practica la más vil explotación a través de financiamientos leoninos de bancos y usureros, lo que esclaviza al trabajador al capital por años.
Es común que los trabajadores independientes (entiéndase que no generan responsabilidad a los capitalistas) digan que su actividad es de subsistencia. Los capitalistas se las han ingeniado para evitar pagar por el trabajo, de tal modo que este no es una actividad dignificante sino más bien esclavizante.
Ésta no pretende ser una radiografía de las relaciones de producción en Honduras; más bien tratamos de utilizar unos cuantos ejemplos para mostrar la presencia permanente de la lucha de clases en nuestro país, que alcanza niveles antagónicos agudizados en medio de la desigualdad y la ambición desmedida de los dueños de medios de producción.
Durante mucho tiempo se ha estigmatizado al pueblo hondureño como haragán, lento, cobarde, torpe y otros calificativos insultantes, surgidos de la derecha oligárquica que resultan muy cómodos para explicar los fenómenos sociales en el país. Muchas veces se ha hecho uso de estos argumentos para razonar la falta de una guerra insurreccional en los años ochenta.
Mucha dificultad han tenido algunos teóricos en ver la realidad objetivamente. Mucha dificultad han tenido para dejar de lado los escritos clásicos como manuales para pasar a aplicar la Teoría Científica de la Historia. No ha sido extraño ver acusaciones como “pequeñoburgués”, pareciéndose más a la Congregación de la Doctrina de la Fe vaticana que a movimientos revolucionarios verdaderos.
Parece olvidarse con facilidad que la dialéctica es en esencia desarrollo, movimiento, avance. Esto es también, especialmente, aplicable al pensamiento. Cuando omitimos esto comenzamos a hacerle el juego a la derecha, eso es peligroso e irresponsable. Claro si se hace de manera consciente se llama traición.
En cualquier caso, los hondureños llevan adelante un movimiento revolucionario en el que se cuenta con una dirigencia responsable, y, dialécticamente, surgen nuevos conceptos, nuevos pensadores, nuevos lideres, nuevas estrategias de lucha. Es la combinación de estos factores lo que asegura la victoria. Habrá que ser muy cuidadosos con los que tratan de precipitar eventos sin antes hacer las valoraciones correctas de las cosas.
Recordemos siempre que los acontecimientos en Honduras son producto de la lucha de clases, no de la acción del presidente Zelaya o de la dirigencia del frente. Acusar de traidor al presidente, de torpe e incapaz a la dirigencia de la resistencia, es ignorar la lucha histórica del pueblo hondureño. Por eso invitamos a los que caen en la tentación de seguir esa ruta a reflexionar un poco; y a los miembros de la resistencia a no prestar atención a estas aberraciones históricas.
La victoria es nuestra; el camino no es fácil; la burguesía no entregó nunca de forma voluntaria sus privilegios. Debemos entender con claridad que ha sido el accionar del pueblo organizado en resistencia lo que nos llevó hasta este momento, y que la derecha no descansa tratando de romper el vigor de nuestro movimiento, por lo que debemos entender nuestra historia y asumir la responsabilidad que hoy tenemos.
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