28 febrero 2009

Por ti doblan las campanas

Por ti doblan las campanas

El rechazo del dúo Alan García-Yehude Simon a la donación alemana para construir un Museo de la Memoria tiene doble fondo: el miedo a la verdad histórica y el recóndito propósito de repetir matanzas.

García tiene motivos personales para enterrar el recuerdo: los muertos de El Frontón lo desvelan, con oleaje nocturno, sonoro, persistente.

Simon, otrora extremista de izquierda e insultador de “revisionistas”, se pasó -como muchos de esa histérica fobia- a la derecha, ya en la prisión. Ahora quiere juntar a la izquierda “madura”. Busca borrar huellas de un pasado violentista que azuzó desde un escritorio.

Quienes, de izquierda, centro o derecha, desean que los años de odio y sangre no se repitan, aspiran a conservar la memoria y la lección, y honrar a las víctimas.

Existen, cierto, casos en que la guerra o la lucha social imponen la violencia y la muerte. Pero jamás los guerreros limpios y los revolucionarios auténticos se han complacido con la muerte. Los códigos y tratados sobre la guerra reflejan ese afán.

Movimientos reaccionarios como el nazismo de Hitler instalaron, en cambio, el culto de la muerte. Envenenaron a los jóvenes alemanes con el impulso de morir por el jefe, el guía (Der Führer), y victimar a los adversarios.

Hace quinientos años, el poeta y religioso inglés John Donne escribió hermosos sermones, que son a la vez ensayo y poesía. En uno de ellos se lee:

“Nadie es una isla completa en sí mismo; cada hombre es un fragmento del continente, una parte de la Tierra. Toda Europa queda disminuida si el mar se lleva una porción de tierra, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. Por eso la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y, por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti”.

Ernest Hemingway escribió una notable novela titulada Por quién doblan las campanas, que tiene como epígrafe la frase recién citada.

Sólo mentes perversas o enfermas (fascistas o delincuentes avezados, fanáticos religiosos o políticos) se regodean con la idea de matar seres humanos.

En un país donde la violencia causó matanzas horrendas, practicadas sobre todo por las fuerzas del orden pero también por políticos que se decían de izquierda, el Museo de la Memoria es una necesidad no tanto para los viejos (me apunto), sino, ante todo, para los jóvenes.

No puedo omitir que en la Alemania de hoy, gracias a la asimilada lección del pasado, los jóvenes son los adversarios más lúcidos y enérgicos de los neonazis.

Otrosí. El jueves, a medianoche, la muerte nos golpeó: se llevó a Julio Altmann, autorizado jefe de nuestra página internacional, amigo y cabal compañero de trabajo. Su presencia nos honró, ahora nos asistirá.

César Lévano
cesar.levano@diariolaprimeraperu.com

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